Thursday, May 30, 2013





LAS CIENCIAS Y LAS ARTES

Cuando Jean-Jacques Rousseau publicó el Discurso sobre las ciencias y las artes y el Discurso sobre la desigualdad entre los hombres se dio inicio a una polémica que encontró en los aires de la Ilustración el ambiente ideal para surgir, pero que ha tenido recorrido mucho más allá del setecientos, hasta el punto de que en nuestro tiempo continua siendo un debate recurrente. Afirma Rousseau con insistentes ejemplos que el explosivo desarrollo del conocimiento científico en su era iba aparejado de una brutal erosión de valores morales. Partiendo del supuesto  de que los hombres tendemos naturalmente a vivir en paz con nuestros vecinos y que no tenemos siquiera propensión a la rapiña -el salvaje no ha sido adiestrado en el deseo de apropiación-, Rousseau concluye en que es la civilización la que ha borrado o distorsionado las virtudes humanas, convirtiéndonos en seres egocéntricos, agresivos e hipócritas. 

La contestación de Voltaire fue durísima. Para el autor de Cándido, la obsesión rousseauniana por asociar la corrupción de las costumbres al desarrollo de la civilización y el progreso científico no hace sino trabar la búsqueda de soluciones a nuestros problemas:  "Si" -cito de memoria- "renunciamos al conocimiento, entonces no sólo seguiremos teniendo la moralidad, le estaremos añadiendo la ignorancia". 

No estoy seguro de que siempre se haya interpretado correctamente a Rousseau. Más que reivindicar al buen salvaje, lo que sospecho que pretende el ginebrino es advertirnos que sin un un sólido contrapeso ético, las sociedades, entregadas a la fe en el conocimiento científico y sus aplicaciones técnicas por un lado, y, por el otro, al refinamiento de los modales propio de las comunidades civilizadas, corren el peligro de conducirnos a todos al abismo. Experiencias posteriores a Rousseau como la supermuerte de las guerras mundiales y los campos de exterminio, o la catástrofe ecológica, otorgan a los textos de este formidable pensador un valor casi profético. Y sin embargo Voltaire tiene razón. Si creemos que nada es peor que el iluminismo de quienes afirman que sólo sabiduría y bienestar pueden derivarse de la empresa científico-técnica, podríamos toparnos con quienes advierten que la corrupción guía por sistema los esfuerzos del conocimiento. 

Y ya conocemos los mantras del anticientifismo. Si un licenciado nos prescribe un medicamento -igual da un anticatarral que un ansiolítico- lo que se detecta el hostil vocacional es una praxis perversa en la que se adiestra a los médicos desde que llegaron a la universidad. Detrás de toda esta suerte de venenos y placebos con inquietantes efectos secundarios y nula eficacia curativa están las grandes corporaciones, colosales camellos dedicados a un tráfico de estupefacientes con curso legal. Añadamos a este discurso la tecnología atroz del armamento más sofisticado, cuyo comercio crea fortunas desmesuradas. Añadamos los desastres medioambientales generados por la industria, la erosión de los lazos comunitarios que provocan la televisión e internet, la tragedia diaria de las carreteras... Me vienen a la memoria los estudios de Ivan Illich sobre la yatrogénesis, en las que cree demostrar que un tanto por ciento sorprendentemente elevado de las enfermedades son contraídas a consecuencia de los protocolos de hospitalización y la aplicación de tratamientos convencionalmente admitida, lo cual supone admitir la sospecha de que la praxis médica puede llegar a ser un agente tan patógeno como el cáncer. 

No me parecen de principio a fin descabelladas todas estas afirmaciones. El problema es que, asumidas de forma dogmática, terminan convirtiéndose en desesperanzadas y frustrantes enmiendas a la totalidad, y lo peor es que tienden a asumirse de esa manera, como si descubrir que los procedimientos científico-tecnológicos son falibles y que los psiquiatras a veces nos recetan placebos condujera necesariamente a la certeza de que sólo tienen valor las terapias naturales, sean hierbas, formas de meditación de inspiración orientalista, implantación de manos o curanderismo. 

La ciencia se equivoca, y no tengo ninguna duda de que, como otros ámbitos, sus vínculos con las oligarquías económicas del planeta son estrechos y peligrosos. Lo que pasa es que no tenemos otra cosa: el conocimiento atravesado por el rigor metodológico y la validación experimental son el escudo del que disponemos para defendernos de un mundo inhóspito. Se me ocurre pensar que si estuviéramos en la prehistoria yo ya habría muerto de viejo, suponiendo que no me hubiera chafado antes un mamut o me hubieran asesinado con un garrote y a continuación devorado unos tipos de una tribu rival.  Me viene a la memoria cierta frase de Savater con una clarividencia imponente: "prefiero tener un ataque de apendicitis hoy que en el siglo XVII. 

Seguramente algunas personas piensan que la quimioterapia es un sistema terrorífico que destruye a los pacientes, pero me parece bastante ridículo afirmar que "todas las enfermedades -incluso el cáncer- son psicosomáticas", que es como decir que si el paciente no tiene limpia la sesera entonces de nada sirve meterle antitumorales en el cuerpo. El problema del cáncer, como el de las psicopatologías, es que los científicos no saben tanto como para disponer de tratamientos con éxito garantizado...no disponen aún, claro. Investigadores esforzados y, en muchos casos, heroicos sustituyeron la bomba de cobalto por la quimio; otros por el estilo han ido mejorando la eficacia de los retrovirales contra el SIDA. Es cierto que científicos inventaron las minas antipersona, pero, aparte de que son los estados los que después deciden emplearlas, son también científicos los que consiguen que no muramos después de que nos explote una bomba bajo los zapatos. 

Los hospitales, los departamentos de investigación, las aulas escolares están llenas de personas que intentan denodadamente mejorar nuestras posibilidades de llegar a viejos con una salud razonable, lo cual tendría mucho de milagro de no ser porque se trata de la única diosa que merece ser adorada: la Razón. Algunas personas insisten en que para que un médico te atienda durante seis minutos o para que la Universidad se limite a expedir títulos como una simple máquina burocrática, mejor sería dejar que se desmoronaran los hospitales y los centros de enseñanza públicos. Éste es el único error que no podemos permitirnos porque nos va la vida en ello. Como sin duda diría Voltaire, si porque la praxis médica o académica es insatisfactoria renunciamos a defender los establecimientos públicos, entonces daremos a los reaccionarios la justificación que necesitan para convertir la destrucción de los bienes públicos en una necesidad ética. Que la chusma que habita la caverna defienda cosas atroces no ha de sorprenderme, pero que personas bien intencionadas y preocupadas por la justicia social ayuden a legitimar las políticas más odiosas de los neoliberales, eso sí resulta descorazonador. Soy muy del XVIII, pero estoy mucho más cerca de Voltaire que de Rousseau, qué vamos a hacerle...

Friday, May 24, 2013



ARTURO MONTES 

* Los amigos de un blog muy seguido por los aficionados del Valencia cf, Últimes vesprades a Mestalla han dedicado esta semana un monográfico en varias entregas a la figura de mi abuelo, Arturo Montes. Gracias a su inmensa generosidad he podido homenajearle con un artículo. Mi agradecimiento y el de mi familia para ellos es inmenso.
http://ultimesvespradesamestalla.blogspot.com.es/

Cuentan que un hombre célebre hubo de detenerse súbitamente  ante las ruinas de un templo egipcio; abrumado por los vientos del desierto le sobrevino una profunda desesperanza. Todas aquellas maravillas que iba encontrándose en el curso del Nilo, joyas de piedra provenientes de un tiempo de gigantes, se arruinaban a la intemperie sin remedio. Ese hombre no sólo se afligía por la extinción de los antiguos egipcios, lloraba por todos nosotros, por la fragilidad de nuestras empresas, por la candidez de esos momentos en los que creemos que algunas cosas son invulnerables a la caducidad.

Los recuerdos de mi vida están para siempre atravesados por la presencia imponente de mi abuelo Arturo. No estoy seguro de que en los trances cotidianos fuera el hombre excepcional que yo presentía, y tampoco puedo decir -al contrario que otros nietos con sus abuelos- que llegara a establecer con él profundas complicidades, a pesar de ser no solo mi abuelo sino también mi padrino. Pero esto es completamente irrelevante, lo realmente significativo aquí es la repercusión de la leyenda, esa traza imborrable que sobre el alma de un niño deja la percepción de que el patriarca de su familia era una especie de dios vivo, algo así como un monumento andante. Y recuerdo precisamente, ya en sus últimos años, aquel caminar pesado por un pasillo interminable de la calle Guillem de Castro... aquella mirada árabe, aquel rictus de extrañeza al descubrirme leyendo una revista del Valencia en un rincón, no siendo capaz de recordar mi nombre ni seguramente mi cara porque el riego ya no le llegaba a la cabeza. 


Toda leyenda corre el riesgo de desatar alguna sombra de incredulidad, están demasiado inscritas en el territorio de la fábula como para ser aceptadas por los escépticos, que no dejan pasar en estos casos la oportunidad de exhibir una sonrisa irónica: "ya sería menos". Parece no obstante que fue verdad todo lo que me contaron, aquellas hazañas sobre un estadio recién construido en medio de lo que entonces era huerta y sobre una antigua acequia. 

En cualquier caso no es la verdad lo que me atrae, nunca he creído mucho en ella, jamás llegué muy lejos en la exigencia de exactitud y el rigor documental. Nuestro camino está demasiado iluminado por toda esa tradición oral de tíos y padres que te cuentan cosas extraordinarias para ponerme ahora a debatir si aquel gol fue en realidad producto de un centro sin intención de remate o si es verdad que jugó contra el Sporting de Gijón un partido importantísimo con cuarenta de fiebre y sacado de la cama por el capitán del equipo, Eduardo Cubells. Parece que todo es verdad, pero tras cada verdad hay siempre un mito, un acontecer convertido en trascendente sólo porque quienes estuvieron presentes -y acaso los que no estuvieron- creyeron estar viviendo algo memorable. 



Unos pocos miles de personas convirtieron en héroe a aquel coloso de cien kilos que aterrorizaba a los porteros y batallaba sin volver la cara -eso nunca- contra defensas encarnizados. Me viene a la memoria aquello que dice el cronista en El hombre que mató a Liberty Valance: "Si la leyenda es mejor que la realidad, entonces prefiero escribir la leyenda". 

Sólo aquellas cosas a las que entregamos nuestra admiración merecen seguir instaladas en el curso del tiempo. ¿Hasta cuando? Eso no lo sabe nadie, sólo podemos contar a nuestros hijos, como siempre se hizo en ese oscuro rumor de la familia del que hablaba Hegel, lo que nuestros padres nos contaron a nosotros. Y debemos hacerlo con la misma fe, con idéntica emoción. Y debemos saber que el relato no resulta ileso en el proceso, sufre frecuentes desvalijamientos y su sentido se desplaza inconscientemente cada vez que es traducido y transmitido. Todo pasa entonces de alguna forma a habitar el territorio de la ficción, y es la capacidad para construir esas ficciones lo que cohesiona a las colectividades. 


Sólo desde la protección que el relato de nuestros héroes nos depara se hace posible no sucumbir a la consternación que nos invade ante la evidencia de que los asuntos humanos son precarios y caducos. Esto debemos recordarlo siempre, especialmente en los templos. 

Saturday, May 18, 2013




DOS AÑOS DEL 15M

No nos puede pasar desapercibido el segundo aniversario de los campamentos que se montaron en las plazas públicas de las capitales españolas, canalizando un espíritu generalizado de indignación cuyas consecuencias en el alma de los participantes y, en general, de la comunidad, están todavía por evaluar. La forma que se le fue dando a esta corriente reivindicativa fue inaudita, imprevisible y novedosa. Creo sinceramente que estamos ante un acontecimiento histórico, en toda la extensión de la palabra, sostengo que el 15M será una de las claves de las que harán uso los historiadores para comprender el devenir de la sociedad de este tiempo; por tanto, no es sólo un error o una injusticia intentar soslayarlo o dejarlo caer en el olvido, además es inútil.   

Pese a su indudable vinculación con los precedentes de los llamados movimientos antiglobalización que ya se habían dado en Seattle o Génova -entre otros muchos-, el 15M es un producto genuinamente nacional, con unas condiciones de posibilidad tan específicas como, por ejemplo, las de la Primavera Árabe. Más allá de la singularidad de los campamentos, que encarnaban una inusitadamente tenaz voluntad de otorgar continuidad indefinida a su protesta, el movimiento se desarrolló en forma asamblearia, lo que implica la determinación a resistirse a la indiferencia y la pasividad asociadas a las democracias contemporáneas, generando cauces de participación ciudadana ajenos a los que están convencionalmente establecidos. Esta vocación dialógica y su decidido alejamiento de las formas de expresión coactivas o violentas sorprendieron con el paso cambiado a las oligarquías nacionales, empezando por los grandes partidos, cuya incapacidad para asimilar las implicaciones del fenómeno se ha hecho patente en el encogido silencio del PSOE y, muy especialmente, en el estilo de gobierno del PP. Ni unos ni otros parecen dispuestos a reaccionar ante la turbadora realidad de unas encuestas que los penalizan seriamente.

Lo que pone sobre la mesa el 15M es la evidencia de que en el momento presente los caminos de la participación se presentan obturados, lo cual se hace más palpable ante la sucesión de medidas que parecen destinadas a proteger las rentas del capital a costa de jibarizar las instituciones de protección de los ciudadanos, en especial los desfavorecidos, que cada día son más numerosos. 

¿Por qué protestan las masas? La respuesta es sencilla, la gente, y muy en especial los jóvenes, se ha dado cuenta de que le están haciendo trampa, y que los gobernantes han accedido a los puestos de mando con la misión de poner a resguardo de la recesión sus patrimonios y los de los sectores más opulentos de la sociedad. La cascada de casos de corrupción y la percepción diáfana de que la gran estafa del sistema financiero queda impune podrían abocarnos al desánimo; frente a esa depresión, los campamentos se constituyeron para articular la resistencia y desmontar el mito de que las masas se han sometido sin más a la dictadura de la indiferencia. 

Me viene a la memoria un episodio de Astérix que me ha quedado para siempre en la memoria desde mis lecturas infantiles. Se celebran los juegos olímpicos. Un grupo de galos, sabedores de que la poción mágica les dará la victoria sin esfuerzo, se inflan en la villa olímpica a jabalí asado, pasteles y cerveza, mientras los rivales, condenados a un entrenamiento feroz y una vida monacal, les observan enrabietados. Un atleta de Esparta exige pan y carne al delegado, y éste le responde que "tú eres un espartano, estás acostumbrado a la vida dura". "Sí", contesta, "soy espartano, y estoy acostumbrado a comer los huesos de las aceitunas, pero en Esparta no veo a un hatajo de bárbaros poniéndose ciegos a beber y a comer, si queréis juegos dadnos comida y bebida."

Creo que es algo así lo que ocurre. Se nos piden esfuerzos y sacrificios, se nos dice que vienen mal dadas y que es tiempo de austeridad. Pero, mientras se arrincona un poco más cada día a la clase media, y cada vez es mayor la cifra de personas que viven por debajo del umbral de la pobreza, observamos como quienes ostentan posiciones de poder se llenan los bolsillos e incrementan indecentemente sus riquezas. Indemnizaciones obscenas de banqueros ineptos y corruptos, políticos que se han forrado a costa de nuestro dinero, negocios regalados a los amigos de quienes gobiernan, paraísos fiscales intocables, la Iglesia Católica más favorecida que nunca... ¿Sigo?

La gente ha percibido que el gran pacto entre clases que ha cohesionado las sociedades europeas durante medio siglo se ha roto unilateralmente. "Han vivido ustedes por encima de sus posibilidades" Sí, pero la austeridad no es para todos, el Poder ha enrocado para evitar que los ciudadanos le pongan trabas a lo que a ojos vista se muestra como un proceso de destrucción de las promesas fudacionales de la democracia: la libertad, la igualdad, el derecho... 
El día que en vez de campamentos tengamos sólo rencor y violencia destructiva habremos de acordarnos de que no se les hizo caso a los Indignados cuando aún se estaba a tiempo. 

Saturday, May 11, 2013






HUELGA

Llevo toda la vida padeciendo este tipo de actitudes para ahora soprenderme, y, sin embargo, no deja de maravillarme que personas de mis alrededores y a las que juzgo cotidianamente como sensatas adopten ante el debate político actitudes tan intolerantes, tan refractarias a aceptar y respetar cualquier forma de discrepancia. 

Pienso en la huelga que hemos vivido en los últimos días en el sector de la educación. En muchos claustros de escuelas primarias e institutos se han producido debates muy intensos. Si las grandes organizaciones sindicales creen que cuando nos llaman a la huelga nos tiramos alegremente en plancha, convencidos de que no yendo un día a clase vamos a hacer desmoronarse los bastiones del capitalismo, es que, como poco, están mal informados. "No es por el dinero", oigo decir a algún compañero reticente a la convocatoria. Sí, si es por el dinero, ¿qué otra causa puede haber?  Y, sobre todo, ¿no es a fin de cuentas por nuestro sueldo por lo que vamos al trabajo? A mí me gusta mucho dar clases, pero me gusta más irme a tomar el sol a un parque o escribir poemas en el metro; si acudo a trabajar es porque de mi sueldo vivimos yo y otras dos personas, si un día no voy al trabajo porque ejerzo el derecho de huelga, la patronal se encarga de pegarle un buen mordisco a mi nómina, con los consiguientes desperfectos en el presupuesto familiar del mes, algo por cierto especialmente poco grato si tenemos en cuenta que, como empleado público, he sufrido ya unas mermas de sueldo tremebundas. 

No me quejo, siempre he dicho que me considero afortunado, aunque la expresión misma -"tengo suerte, aún he de dar gracias por no ir al paro"- oculte una peligrosa carga de baja autoestima, como si alguien me hiciera un favor por permitirme hacer mi trabajo, como si un profesor no rindiera un servicio valioso a la comunidad y poco menos que hubiera de agradecer su generosidad al conseller del ramo, el cual financia el sistema educativo con el dinero de la gente y no con el suyo, dicho sea de paso porque creo que a veces se nos olvida. 
Y aún así estoy feliz y orgulloso. Y he hecho la huelga del nueve de mayo. Creo que era un buen momento para convocarla, entre otras cosas porque al día siguiente se tramitaba la Ley Wert en el Congreso. No creo, como se jactan los sindicatos, que la susodicha haya sido retirada provisionalmente por el supuesto éxito de la convocatoria, en todo caso es el resultado de un largo proceso reivindicativo en el que hemos participado durante el último año y medio profesores, alumnos y padres, de todo lo cual esta huelga es sólo un paso más, y en ningún caso el último. Pero, sobre todo, tengo la impresión -y perdonen el cinismo, pero es la realidad la que termina pareciendo un sarcasmo- de que el Gobierno Rajoy nunca ha pensado seriamente en reformar la educación, o, en todo caso, se puede permitir el lujo de dilatar el proceso hasta próximas legislaturas, pues en este área los gobiernos autonómicos -a veces los suyos, a veces, como en Catalunya, los de otros partidos, incluyendo los nacionalistas- ya le han ido sembrando el terreno. 

Si pasamos por encima de toda la serie de torpezas que ha ido exhibiendo la Ley en sus distintos borradores, lo que detectamos - además de un profundo desconocimiento de la realidad escolar, mucha demagogia para oyentes de tertulias reaccionarias y ninguna atención a la opinión de los profesionales, es decir, los docentes- es la intención de eliminar cualquiera de las trabas que todavía existen para los conciertos escolares o, lo que es lo mismo, para que la Iglesia Católica -gran beneficiaria de la financiación pública de su proyecto de evangelizar a los niños españoles- incremente todos los privilegios con los cuales compite con los centros públicos. ¿Hace falta ahora mismo un nuevo marco legal para que la brecha social propiciada por una doble red educativa se siga ensanchando? No, para ello basta con seguir con los recortes, de los cuales, como sabemos bien los trabajadores, los grandes perjudicados son los alumnos de la enseñanza pública. 

Creo que mi postura es diáfana, y alberga una determinación a pelear que no admite dudas ni quebrantos. Tengo, puede que por algún tipo de experiencia biográfica que no viene al caso, una fe en el valor de la enseñanza pública que no pienso dejar que ceda ni un centímetro, así continúe la derecha española -y los sectores sociales que les animan a hacerlo- con su proyecto de convertir los centros públicos en destartaladas unidades de atención a niños pobres, torpes, conflictivos, minusválidos o inmigrantes. Si quienes se dicen firmemente católicos creen que Jesucristo habría estado en este asunto de su lado, entonces es mejor que Dios no exista, pues de lo contrario el infierno va a hacer overbooking. Allá ellos, yo no tengo ninguna duda respecto a mi lugar en la batalla y respecto a la coherencia moral de mi postura.  

Precisamente porque sé muy bien qué bando es el bueno en esta batalla que se está dirimiendo ahora mismo en el seno de la sociedad española -que no es otra que el debate sobre la función integradora de la educación, y, más en general, sobre el futuro del estado social y las instituciones del bienestar público- me siento legitimado para mostrar mi disconformidad con algunas actitudes que detecto entre mis compañeros de trinchera y que vienen incomodándome desde hace muchísimo. Desde que era casi un adolescente me he ido integrando en diferentes organizaciones de izquierda, y no he dejado de toparme desde entonces con actitudes que a veces rayan el fanatismo y, otras veces, lo sobrepasan claramente. 

No me refiero en este caso a los sindicalistas, los que he conocido a lo largo de mi vida -y he conocido a muchos- siempre me ofrecieron síntomas demasiado evidentes de que lo que había después de su aparente fortaleza de convicciones era un fuerte sentido estratégico, una inclinación a la disciplina de organización y al cálculo electoral que, si nos sirve para denostar a los políticos, vale exactamente igual para los "compañeros" de las organizaciones de trabajadores, unas organizaciones a las que necesitamos, pero que parecen muy poco dispuestas a tomar nota de lo que pensamos los trabajadores, a los cuales representan. Si supieran la cifra real de profesores que han hecho huelga en mi instituto, quizá se replantearan el oportunismo de la huelga del jueves, pero lo dudo mucho, pues ya se han apresurado a declarar dicha huelga como un gran éxito -los alumnos no fueron a clase, claro- y a apuntarse como un logro suyo la postergación de la Ley Wert. No creen que hayan hecho nada mal, no va a haber manera de sugerírselo, entrar con ellos en diálogo sobre la posibilidad de que se equivoquen es inútil.

Pero sé muy bien desde hace décadas como son los sindicalistas, lo que me desalienta es la actitud de algunos compañeros que parecen incapaces de entender que, para algunas personas, la convocatoria de una huelga no es un toque de corneta al que hay que responder marcialmente y sin hacerse preguntas. Algunos de los compañeros que no han hecho huelga tenían dudas respecto a la conveniencia estratégica de la convocatoria. Que otros piensen que ésta es una actitud equivocada o, incluso, que son víctimas de un desánimo que no podemos permitirnos, me parece razonable, lo que no entiendo es que cuando exponen sus reservas se les menosprecie o se les descalifique por su "cobardía", más teniendo en cuenta que algunos tienen una larga biografía de huelgas a sus espaldas. 

Es cierto que hay en la izquierda una tradición de desunión que no acosa de la misma forma a la derecha. Pero es que "izquierda" significa justamente eso, ser capaz de cuestionarse lo que se presenta como argumentos de autoridad, no aceptar la corrupción ni la deshonestidad de los que mandan, unos mandos que, precisamente porque representan a quien representan, están obligados a vivir permanentemente bajo el interrogante. Si no querían discrepancias ni dudas debían haberse metido en la Legión, en la parroquia del barrio o en el Partido Popular. 

A mí me también me molesta esa tendencia a un radicalismo de gauche divine que termina degenerando en elitismo cultural, absentismo en la lucha y abstencionismo electoral, y que asiste a muchas personas que dicen ser de izquierdas. Pero me molesta todavía más la negativa al diálogo que exhiben algunas personas de aire leninista, esas que no se permiten el lujo de la duda ni pretenden permitírnoslo a los demás. Hay quien nos incita a reunirnos y hablar, pero lo que pretenden no es un diálogo, pues en el diálogo no se trata de defender y hacer valer una postura ya claramente predefinida para persuadir a los demás. Quien solo quiere convencer ha nacido para manipulador, no valora la posibilidad de que la visión del interlocutor le aporte algo que él no tiene, y no lo valora porque no piensa escuchar, lo cual le convierte en un sordo funcional. El momento en que el otro interviene es solo un escollo a eludir, la expresión de resistencia de un débil que hay que vencer. Eso no es dialogar, eso es catequizar, y para ello están los púlpitos y las clases de Religión. 

Metamonoslo en la cabeza: la izquierda no gobierna España actualmente no porque el país sea de derechas, sino porque cada vez que la gente le otorga poder, lo que hace a continuación es juzgar si se han satisfecho sus expectativas, lo cual supone que una decepción equivale a una abstención, que por cierto no es exactamente lo mismo que una deserción. Es quien provoca el desencanto el verdadero desertor, y esto vale para el PSOE tanto como para otras organizaciones menos moderadas, pues no es moderación o radicalismo de lo que estoy hablando. Si nos resistimos a intentar seguir dando razones, si anulamos la posibilidad del diálogo con la excusa de que la urgencia de las situaciones exige determinación, entonces dejamos de tener aliados y ya sólo pedimos súbditos. 

Para es mí es imposible porque jamás me he sentido en posesión de la Verdad, no como algunos compañeros para los cuales la duda parece ser el Mal. Antes que odiar a Wert o ser de izquierdas, prefiero seguir siendo libre. 

Pequeño-burgués que me parieron. 

Saturday, May 04, 2013




SU MAJESTAD 
EL TONTO DE TU HIJO

Los historiadores asocian el debilitamiento de la tradicional familia patriarcal con la desaparición de antiguas instituciones, como el matrimonio concertado, y con la emergencia de fenómenos tan novedosos -aunque ahora los imaginemos como si siempre hubieran estado naturalmente entre nosotros- como el del amor romántico o la familia afectiva. En esta lógica encuentra su caldo de cultivo el sujeto edípico que, tal y como se entiende a partir de Freud, incorpora la rebelión contra el Padre y sus concreciones históricas -la postergación de mujeres y jóvenes, el ascetismo, la teocracia o la monarquía- como parte indispensable de la configuración de las subjetividades. Muchas de las consecuencias tienen sin duda valor emancipatorio, por ejemplo la práctica de eso que pone tan nerviosos a los fanáticos religiosos, la contracepción, que tanto ha contribuido a construir espacios de vida menos asfixiantes para todos y, en especial, para las mujeres, que al fin han superado la esclavitud impuesta por su destino biológico. 

La disminución de la natalidad es parte de una mutación histórica colosal que supone, entre otras muchas cosas, que el hijo entendido como simple objeto propiedad de sus padres se convirtiera en sujeto de derecho, lo cual explica que sólo a partir del XIX se empezaran a criminalizar prácticas por lo visto muy comunes anteriormente como la del infanticidio. Desde entonces el matrimonio, más allá del mito romántico de la pareja, se construye desde la responsabilidad de los progenitores con sus hijos en relación a su seguridad y su alimento,  su mapa moral, su futuro... Diluida o al menos decaída la imagen de la autoridad paterna, el niño crece y se hace adolescente ocupando el lugar central que antaño ocupaba Dios Padre. Ha llegado His Majesty the Baby. 

No es extraño que en algunos spots publicitarios de esos en los que se les indica a las mujeres en qué consiste la "vida buena", la figura del Príncipe Azul -el gran amor al que se supone que entregas tus sueños desde adolescente- no sea un tipo guapo y atlético como los de las novelas de Barbara Cartland, sino un bebé, uno como esos que aparecen en las fotografías de Anne Geddes, considerada como "la mejor fotógrafa de niños del mundo", y cuyo trabajo me resulta tan irritante que creo que pondría a mi hija en manos de Hitler antes que dejar que esta individua la retratara vestida de abejita o encerrada en una crisálida de gusano.   

Ahora bien, esta corriente tan extendida por el mundo occidental y que otorga a la infancia un lugar casi sagrado tiene bastantes más implicaciones desagradables que las horteradas fotográficas de Geddes. Llama la atención que incluso en plena crisis haya padres de familias modestas que compiten entre sí por hacer el convite más espectacular para el bautizo de su vástago, ellos que por cierto suelen burlarse de los beatos que van a misa regularmente, pero que luego no dudan en pasar por la vicaría para hacer ingresar a su niñito en el registro de los españoles oficialmente sujetos a la fe vaticana. Aún más empalagosos me parecen quienes celebran "bautizos civiles", con similares gastos, donde convocan a las amistades para dar la bienvenida a este mundo tan dulce y hospitalario a un niño al que normalmente han puesto un nombre bien hortera. 

Este asunto de los nombres horteras podría enunciarse como el "Síndrome Tom Cruise" o, si lo prefieren el de la "Beckam family", que consiste en ser original y estupendísimo de la muerte no solo cuando uno acude a galas de Hollywood, hace películas o se pone tatuajes hasta en las encías, sino también cuando tiene hijos. Así, los Beckam, por ejemplo, llamaron "Harper Seven" a su último retoño, que es llamarse como el mudo de los hermanos Marx, pero con el añadido de un número, un poco como un preso de Auschwitz pero en chupiguay. Como lo característico de nuestras sociedades consumistas y sobreinformadas es que -aunque sigue habiendo pobres y ricos- la estupidez se democratiza, hay quienes ponen a sus hijos nombres tan ideales como "Vida", "Ella", "Tiziana" o "Atalanta", qué monada, se diría que como la idea es tener pocos hijos y, a ser posible, que te los cuide la abuela, hay que darles un nombre bien original para hacerles sentir que los padres los reverencian y que son únicos y singulares. 

El catálogo de gilipolleces que la gente hace últimamente con los niños es interminable. He visto cosas tan irritantes como a unos padres que exigieron a la clínica que les dejara estar desnudos durante un rato acurrucados con el bebé inmediatamente después de su alumbramiento. Hay madres vinculadas a un pintoresco movimiento llamado "lactivismo" que, bajo el principio de que la lactancia es una liturgia contra la que conspiran diversos poderes para arruinar la mística unión afectiva entre madre y bebé, organizan grandes "mamadas callejeras" (les juro que no lo invento, las llaman así) y se las ve por ahí con el niño en brazos como si llevaran al pequeño buda. 

La verdad, no estoy demasiado seguro de que todas estas mamarrachadas no sean exactamente lo mismo que aquello que me pasaba cuando era crío, que se nos acercaba una parienta o una amiga de mi madre y nos amargaba durante horas con que sus hijos eran guapos, geniales y estupendos, ante lo cual mis hermanos y yo nos mirábamos con cara de "hay qué ver qué mierdas que somos" y luego nos íbamos a jugar, felizmente liberados de la responsabilidad de que nuestros padres tuvieran que presumir de nosotros. 

Me viene a la memoria una mujer que venía a visitarme con frecuencia al Instituto para hablar sobre su hijo. Era una persona infortunada, abandonada por su marido, trabajaba limpiando escaleras de sol a sol y parecía estar muy sola. "Perdona que venga todas las semanas a darte la lata con mis preocupaciones sobre mi hijo, es lo único que tengo en la vida", me confesó una mañana, y entonces descubrí que aquella pobre mujer era la madre más lúcida y coherente que había conocido nunca. 



Por todo ello, y casi dos años después de que naciera mi hija, voy a ofrecerles algunas conclusiones provisionales sobre lo que para mí, y a estas alturas en que ya no puedo excusarme como inexperto, supone la paternidad. Les aviso que voy a dirigirme a usted en primera persona y a ponerme bastante borde, pues estoy sinceramente hasta los mismísimos cojones de oír idioteces. Ahí van. 

1. Tu hijo no es un superdotado. Hay psicólogos muy desaprensivos que te dicen lo que quieres oír, que si tu hijo es un pelma y no lo soporta nadie va y resulta es que el mundo no le entiende ya que tiene un enorme talento, que si aullaba durante horas al ir a la guardería es porque no se avenía con los niños normales, ya que él con un año ya leía tebeos y pintaba con ceras . Y hala, a seguir todos aguantando las patochadas del niño. 

2. Tu hijo no es hiperactivo, es pesadísimo, como casi todos, pero la hiperactividad es una enfermedad muy seria de la que tú hablas con la misma ligereza con la que dices que estás "deprimido" una tarde de domingo. En todo caso estaría bien que intentaras disciplinarlo un poco y hacer que se esforzara de vez en cuando en concentrarse o, al menos, que no machaques al profe del cole cuando intenta él lo que tú te niegas a hacer para no bloquear la libre espontaneidad del genial imberbe. 

3. Tu hijo no es "muy independiente" ni "juega solo", gilipollas, lo que pasa es que tú te pones a hacer el tonto con el móvil y te olvidas de él durante largos ratos. Yo jugaba mucho sólo de niño y así he salido, con una fobia social acojonante. Deja de ver por sistema todo como síntomas de talento y madurez. Tu hijo es un mamífero dependiente y miedoso como lo eras tú. 

4. Tu hijo no come de todo ni duerme como un lirón. ¿Por qué mientes? No estaría mal, por simple sentido de la solidaridad, que cuanto un amigo te cuenta un problema de esta índole no le contestes haciéndole ver que tu hijo es perfecto y que si el otro tiene problemas es porque los demás padres hacen mal las cosas. 

5. Si quieres llevar a tu hijo a una guardería donde hablen francés, allá tú, pero luego no hagas discursos sesudos diciendo que los capitalistas manipulan a la gente a través de la publicidad para sacarle la pasta.

6. Tú no eres un buen padre, no naciste enseñado, estás aprendiendo a trancas y barrancas, si algo te sale bien a lo mejor no es que lo hagas bien sino que tienes suerte. 

7. Tu hijo no es guapo, es más, seguramente tiene cara de mandril, te parece a ti guapo, que no es lo mismo. Tu impresión responde en realidad a un dispositivo psicológico urdido por la naturaleza para que lo cuides. Además, crees que es guapo porque se te parece, lo cual demuestra lo asquerosamente presumido y narcisista que eres. 

8. Tu hijo no es "un niño muy alegre", tiene terrores nocturnos, padece horrorosos dolores de encías y de vientre que tú no soportarías. Los adultos que se le acercan pidiéndole besos le producen una desconfianza terrible... Y hace muy bien, porque sus instintos le preparan sabiamente para un mundo inhóspito.

9. A nadie le interesan las payasadas de tu hijo, te hacen caso y sonríen cuando las cuentas por amabilidad condescendiente. Si otro padre te pregunta sobre si duerme o si le das aspirinas no es porque le interese lo que hace tu hijo, el que le interesa es el suyo; es una cuestión técnica, como cuando te preguntan por la tapa del delco o cómo se cambia una rueda pinchada. 

10. A tu hijo no lo quiere todo el mundo, como a veces te hacen pensar, los humanos somos egoístas y sólo solemos querernos a nosotros mismos; la gente le sonríe a tu hijo porque los niños suelen caer bien, pero desengáñate, solo a dos personas les parece un ser perfecto: a sus dos padres.