Wednesday, January 29, 2020

NO SE VAYAN

Iba a titular "Economía" a este artículo, mas he caído en que me gusta que me lean, de ahí que me haya conformado con pedirles -con este "no se vayan"- que aguanten al menos hasta el segundo párrafo. 

No soy persona autorizada en la materia, ni mucho menos. Me esfuerzo, sí, soy tenaz dentro de mi torpeza, y hace tiempo que estoy especialmente atento a lo que dicen o publican personajes como Joseph Stiglitz o Paul Krugman, entre otros. La razón es que he llegado a la conclusión de que si el mundo de las ciencias económicas, como el del Derecho, está ocupado por reaccionarios, ello no es porque lo económico y lo jurídico sean intrínsecamente de derechas, sino porque la derecha ha tomado la inteligente medida de volverlos en su favor. De haber entendido esto hace treinta años es posible que no me hubiera hecho filósofo, no lo sé. Pero ahora ya es tarde... y en cualquier caso siempre puede uno atender a lo que dicen economistas tan talentosos como Krugman, al que dedico este artículo. 

Permítanme alguna consideración previa. De entre las ciencias sociales, la Economía es la que parece menos "humana", pues está fuertemente sometida a procedimientos cuantificacionales. Y, sin embargo, trata sobre algo que hacemos los humanos, algo que, por cierto, incide decisivamente en nuestras vidas. Aquí llega el problema: la Economía se sirve de métodos propios de las ciencias exactas e incluso experimentales, pero, como trata con humanos, que son por definición imprevisibles, sus predicciones son sumamente precarias y falibles. La cura de humildad que supuso la Gran Recesión, catástrofe que los expertos no detectaron a tiempo, no ha bajado los humos de muchos gurús de la economía -no hay más que oír a algunos-, pero sí ha extendido un considerable descrédito social sobre la capacidad de los economistas para ayudarnos.

Hablemos de Krugman, Nobel de Economía en 2008. Le valoro porque, aparte de la virtud de ser claro en sus explicaciones, tuvo el valor de explicar a los líderes mundiales, empezando por Bush jr, que los Estados tenían el poder y la obligación de acabar con la crisis. Su biografía es sinuosa, pues llegó a formar parte del círculo de asesores de Reagan, y además trabajó para la Enron, poco antes de que la empresa empezara a protagonizar monumentales escándalos. Aun hoy se define como un "moderno liberal", pero mi sensación es que estamos ante un socialdemócrata de manual. Se le considera el gran azote del Gobierno Trump. Le aprecio por ello, pero todavía más porque, dentro de la ciencia económica, es junto a Stiglitz una bestia negra para los neoliberales de la Escuela de Chicago. Comparto con Naomi Klein la decepción con Krugman por haber abandonado a Bernie Sanders en las primarias demócratas que, desgraciadamente, acabó ganando Hillary Clinton. Pero mientras hay vida se puede rectificar. 

Me referiré a una entrevista reciente publicada en El País. Viene bien porque, pese a su brevedad, le da para hablar un poco de todo. Creo que hay que escucharle. Con ocasión de su último libro, "Economía zombi. Economía crítica y la lucha por un futuro mejor", define la entrevistadora a su autor como "el economista más expuesto de nuestro tiempo". Me place esa adjetivación. La valentía es una virtud, lo es más en un académico. Pero otra cosa es el partidismo, que para Krugman es en muchos casos la antesala de la deshonestidad, ya que en los periódicos se tergiversan -dice- continuamente los hechos para satisfacer intereses mezquinos.

Krugman perdona la vida al Gabinete Obama, que se manejó dentro de parámetros económicos adecuados, pero "hay muchas cosas que no pudo hacer porque no tenía el poder en el Congreso". Esos parámetros, incluso en lo que pudieron tener de pragmáticos, han huido del Gobierno, desde donde se actúa como si ideas ya definitivamente fracasadas siguieran siendo válidas. 

El mal viene de muy atrás. Con la Era Reagan empieza a hundirse la solidaridad entre los trabajadores y se crean las bases para un incremento constante de la desigualdad, de ello "nunca nos hemos recuperado". No todo es culpa de la globalización, que ha mejorado la situación de economías tradicionalmente pobres, pero también ha incrementado las dificultades sociales en muchos contextos, empezando por el norteamericano, lo cual explica en gran medida el actual éxito de Trump. El auténtico problema está en la tecnología, que ha triturado sectores productivos otrora tan potentes y con tanta capacidad de creación de trabajo como el del carbón en los EEUU. Que el conflicto sea inevitable no significa que el problema arranque de normativas medioambientales o -añadiría yo pensando en Trump-, de la inmigración. 

¿Hay soluciones desde el Partido Demócrata? Krugman valora positivamente el desplazamiento hacia la izquierda que viene experimentando últimamente y subraya la trascendencia de candidatos como Warren o Biden, además de, por supuesto, el citado Sanders. 

¿Habrá otra crisis? Siempre las habrá. No sabemos cuándo ni qué la provocará, pero la incertidumbre que realmente angustia al Nobel es la de no saber si seremos capaces de responder a ella. Es aquí donde Krugman subraya la distancia entre la etapa Trump y la de Obama: "en 2008 había gente inteligente lidiando con la crisis, ahora EEUU tiene a Trump". 

¿Y el cambio climático? Krugman cree firmemente en la amenaza y en la exigencia de actuar antes de que sea demasiado tarde. El diagnóstico vuelve a ser escéptico respecto a las posibilidades de la política en relación a la nación que en teoría domina el mundo: "podríamos haber llevado a cabo una acción efectiva, pero en lugar de eso tenemos en el gobierno a un negacionista". 

Creo que, de momento, no me voy a cansar de leer a Paul Krugman. 

Wednesday, January 22, 2020

EL PIN PARENTAL

Hará como cuarenta años que Jean Baudrillard ya dijo que asistíamos a la defunción de la política. El efecto supernova, según el cual las estrellas brillan más que nunca con su última explosión, invadiéndolo todo con su luz, se cumple aquí hasta sus últimas consecuencias. 

Basta ver el programa de Ferreras en la Sexta para creernos la panoplia de que hoy la política lo invade todo. ¿No será justo al contrario? Quizá precisamente porque nos han birlado la política a los ciudadanos, ésta se encarna en una escena con más efectos especiales que nunca. Despolitizadas las masas, la política oculta su extinción convertida en un luminoso simulacro. Como en  Las Vegas, la ciudad de la política recoge hoy toda su propia historia convertida en una serie de fetiches de mal gusto, desde el fascismo a las luchas obreras pasando por las guerras o, entre nosotros, la mismísima Transición, la Monarquía o los tiros de Tejero en el Congreso. A los ciudadanos se nos permite apostar de vez en cuando, aislados ante una máquina tragaperras en la que la banca termina ganando siempre. A eso le llaman elecciones. 

El juego de Vox con el pin parental responde a esta lógica. Es, como otras de sus "propuestas", un espantajo y una ridiculez que invita a preguntarse si realmente se la creen. Pero al hatajo de mediocres y fracasados buscavidas que han trepado en el Partido más tonto, cutre y casposo desde Jesús Gil, estas memeces les sirven para "brillar", aunque sea en un espectáculo tan esperpéntico como el que se nos ofrece últimamente desde el Parlamento. 


No perderé demasiado tiempo en replicar una ideología que cae por su propio peso. Lo siento por los que temen el regreso del fascismo. No me sale adoptar circunspección porque esos caballeros son tan cómicos como una película de Berlanga. 

¿De quién son los hijos? ¿De verdad que este es el tema de debate?
"Unos comunistas no van a decirme a mí cómo he de educar a mis hijos". ¿Habláis en serio, chicos? Inventan atrocidades que supuestamente hacemos en las clases porque no se atreven a plantear la verdad: en escuelas e institutos públicos enseñamos a los niños que la diversidad sexual es una condición de la democracia. Leanse la Constitución, cenutrios. Y sí, en mi clase se castiga a quienes insultan a los maricones y a los marimachos. También explicamos que es bueno saber que una mujer puede evitar quedarse embarazada. Lo demás lo inventan mentes tan enfermas como las de aquellos inquisidores que atribuían a las insumisas las orgiásticas prácticas de ayuntamiento con el diablo que ellos imaginaban en su calenturienta fantasía. Son estos los auténticos depravados. Por eso exigen que no se condene a las manadas de violadores. 


No se dejen engañar. La especialidad de la derecha española es provocar focos de batalla estériles para tenernos distraídos. Entretanto, el Presidente Sánchez comparece en Davos, sede de las élites del capitalismo mundial. Yo le formularía algunas preguntas que me preocupan más que las patochadas de Vox. O mejor, las dirigiría a los oligarcas que, en esa montaña nevada y protegida por legiones de policías, se reúnen entre canapés y champán para decidir cómo seguir fomentando la desigualdad en el mundo sin provocar las iras de la plebe. 

Por ejemplo... 

¿Qué hacemos con los paraísos fiscales, esos sumideros por los que se desliza la riqueza que producen las multitudes en favor de unos pocos?

¿Es posible modernizar aparatos fiscales como el español para operar una auténtica redistribución de la riqueza?

¿Qué hacemos con la economía sumergida y el precariado?

¿Cómo podemos garantizar el futuro de la seguridad social y las pensiones?

¿Podrán nuestros jóvenes construir sus vidas dignamente y no vivir en permanente riesgo de pobreza?

¿Vamos a regular la inmigración de forma justa y eficaz o vamos a dejar que sigan muriendo en el mar mientras los países europeos envejecen dramáticamente?

¿Pensamos combatir de verdad el cambio climático o vamos a seguir con medidas cosméticas e inoperantes porque los amos del mundo no quieren pagar por lo que ensucian?

¿Hay alguna manera, más allá de las medidas más torticeras de corrupción política, que ser mujer en el mundo no equivalga a vivir en peligro?

¿Vamos a obligar a Amazon, Google, Netflix y compañía a pagar impuestos en los países donde se instalan con beneficios colosales?

Son solo unas cuantas preguntitas de entre las muchas que se me ocurren. Pero, claro, el problema es el pin parental. No se dejen engañar, solo es la ocurrencia de cuatro majaderos.   

Thursday, January 16, 2020

LA ASIGNATURA DE RELIGIÓN Y LA ENSEÑANZA CONCERTADA. ALGUNAS MENTIRAS MUY REPETIDAS.

La Iglesia Católica es una institución con un enorme poder económico y político en España. Ese poder no se lo otorga la fe ni la generosidad económica de su feligresía, sino los Acuerdos con la Santa Sede que, aprobados unos meses antes de la Constitución, prolongaron el Concordato firmado entre el Gobierno español y el Estado Vaticano un cuarto de siglo antes, en plena dictadura franquista. 

La anomalía democrática que supone el mantenimiento de tales acuerdos se advierte en la lectura de los célebres puntos 16.3 y 27.3. de la Constitución, los cuales garantizan y protegen la libertad de conciencia y de práctica religiosa, pero en ningún caso determinan la existencia de la asignatura de Religión en las escuelas públicas ni la financiación estatal de las escuelas religiosas. Esta extraña contradicción por la cual se sostienen prácticas inconstitucionales después de cuatro décadas de democracia se explican porque, si bien el horizonte constitucional es laico, el del Concordato es propio de un estado confesional. Solo la falta del valor de los distintos gobiernos socialistas -el que sí tuvieron para legalizar instituciones como el divorcio, la interrupción del embarazo o el matrimonio gay- explica que la anomalía religiosa subsista en España. 

En vistas del anuncio de la derogación de la Lomce por el gobierno de coalición, es cuestión de tiempo que el Episcopado organice a su ejército para lanzarse a una batalla que va a ser tan incruenta como ya amenazan las distintas fuerzas parlamentarias de la derecha, esas con las cuales la Iglesia se alía sistemáticamente a lo largo de la historia de España. Ese ejército es numeroso y disciplinado, pues le va mucho en este conflicto. Lo componen los "liberados" del gran sindicato, sacerdotes y monjas, entregados a una causa que es la suya, pero también los clientes, es decir, los millones de españoles que envían a sus hijos a escuelas concertadas pertenecientes a las órdenes religiosas. 

No vamos a tardar en ver golpes de pecho y escuchar toda suerte de mentiras y atrocidades. Mi propuesta es acudir a la batalla con el único armamento democráticamente legítimo: la razón y la verdad. Y por lo que a mí respecta, pese a que no soy excesivamente optimista, estoy dispuesto a afrontarlo con entusiasmo. 

Primera mentira que no vamos a dejar de escuchar. Le ponen un nombre tomado de la tradición liberal: libertad de elegir. De entrada, presenta una artera trampa semántica: la libertad siempre es "de elegir", sin elección no hay libertad. Se esgrime la libertad de conciencia y el derecho a educar libremente a los hijos como si en nuestro país alguien negara la posibilidad de inscribir a los niños en colegios privados y, por tanto, sometidos a un ideario específico y gestionados con criterios de empresa privada. Lo que no se dice es que lo que en realidad exigen es que usted y yo, es decir, los contribuyentes, financiemos dichos establecimientos, a los cuales ya no debemos denominar "privados", pero tampoco "públicos", pues pese a depender de la financiación estatal, se gestionan desde criterios mercantiles. 

El sistema propicia entonces la existencia de todo tipo de prácticas discriminatorias. La financiación institucional de un procedimiento tan anticonstitucional como la segregación por sexos, que se da en centros de élite -muchos de ellos vinculados al Opus Dei-, suscita escándalo, pero solo es una pequeña parte de la trama. Los colegios concertados cobran cuotas de dudosa legalidad y segregan a su alumnado desembarazándose con peregrinas razones del alumnado indeseado por razones de status económico, comportamiento disruptivo, raza, extranjería, dificultades de aprendizaje, problemas motóricos... La tendencia que predomina es la de que tales alumnos sean reconducidos hacia centros públicos. La pretensión final es la existencia de una red de alta calidad frente a una escuela pública entendida como beneficencia. Se trata, en suma, de sostener y fomentar la desigualdad y el clasismo. Todo muy evangélico, como ustedes pueden observar. 

La segunda gran mentira tiene que ver con la asignatura de Religión, entendida como materia de adoctrinamiento que se imparte por profesores elegidos por los obispos, con los criterios que podemos imaginar y que nada tienen que ver con los me permiten a mí impartir clases de Filosofía. No tengo nada en contra de que se enseñe cultura religiosa en mi instituto, con predominio curricular -somos europeos- de la herencia viva del cristianismo, cuya presencia en nuestra civilización es colosal. Yo mismo me ofrecería para impartir dicha asignatura. Pero no esto lo que la Iglesia pretende, ni es lo que impuso la Ley Wert. 

Se argumenta que los alumnos no están obligados a dar Religión. Faltaría más, no estamos en el Yemen, y el nacional-catolicismo, impuesto con sangre durante el Régimen durante cuarenta años, ya se ha dado por extinto. La trampa está en que, por mor del Concordato y la presión de la jerarquía católica, la asignatura debe tener una alternativa, pues esa jerarquía sabe perfectamente que si los alumnos que no dan clase de catecismo -pongamos por caso a últimas horas de la jornada escolar- pudieran marchar a casa, la asignatura ofertada se quedaría sin alumnos. Hay pues que imponer una asignatura de castigo para los infieles. Esa asignatura se llamó durante años "actividad alternativa", "estudio asistido" y similares mangarrufas. 

Con Wert experimentó el asunto una nueva vuelta de tuerca, obviamente con la intención de satisfacer las demandas más radicales de la Conferencia Episcopal. Convirtieron la Religión en asignatura "normal", tan valiosa como las matemáticas, y alternativa a la Ética, lo que se acompañaba de la desaparición de la  polémica Educación para la Ciudadanía. 

¿Efectos? Se me ocurren dos. 

-La Religión cuenta para incrementar notas medias y obtener con ello becas y preferencia en las notas de acceso a la universidad. Como la instrucción que reciben los profesores de Religión es poner un sobresaliente por decreto sin necesidad de dar un palo al agua en clase, nos encontramos con que muchos alumnos desechan optativas en bachiller como Francés, Psicología o Informática para obtener el 10 gratis y adelantar a sus compañeros en las medias. 

-En la ESO, donde la alternativa es Valores Éticos, los alumnos que escogen Religión se quedan sin estudiar los fundamentos racionales de la acción moral. Esto supone que un alumno puede pasar todo su trayecto académico sin plantearse los fundamentos raciones de la ética... Solo conocerá -cuando no ven películas, que es lo que hacen normalmente en clase de Religión- los principios de Verdad Revelada desde los que se sostiene el problema del bien y del mal en el contexto de la fe.   

No creo en Dios. Es más, tengo la desfachatez de saber, con absoluta certeza, que solo es una leyenda. La vida, que es muy astuta, me ha enseñado no obstante que la fe ayuda a muchas personas a ser nobles y virtuosas. Jamás aceptaré que un estado se declare ateo y se conculque un principio tan básico como el de la libertad de conciencia. No se dejen engañar. No es eso lo que defienden los Rouco Varela y Cañizares de turno, de hecho creo que la libertad de pensamiento les molesta particularmente. Se encomiendan a esa panoplia porque lo que pretenden es mantener unos privilegios intolerables. 

Podemos luchar. Y podemos seguir consintiendo que la tacañería de los fieles sea compensada por el conjunto de la ciudadanía, que habrá de seguir consintiendo muchos privilegios que -pensemos por ejemplo en el IBI- van más allá de la cuestión educativa. Si elegimos esta opción, mejor dejar de quejarnos por tener una democracia de baja calidad. Ustedes deciden.  


Friday, January 10, 2020

LA MALA EDUCACIÓN

La escena transcurre en un pueblo cualquiera de interior. Se celebra una modesta competición amistosa entre equipos de niños menores de 10 años de diferentes localidades. Tras un par de faltas en contra, los familiares acompañantes de este equipo empiezan a increpar en tono airado al árbitro, un chico de unos quince años, dando por hecho que éste actúa deliberadamente contra ellos. 

Cuando el rival, por propios méritos, consigue de forma inesperada darle la vuelta al marcador, el tono reivindicativo de los señores en cuestión -deduzco que padres de los niños que van perdiendo- pasa de airado a claramente agresivo e intimidante. El escándalo llega cuando, tras señalar el colegiado un penalty discutible -en mi opinión, que lo vi de muy cerca, fue penalty-, uno de los padres sale al terreno de juego para ordenar a los niños que se retiren del partido. Tras un largo tira y afloja el partido se reanuda y concluye sin que el tono áspero de los acompañantes se suavice ni un ápice. Como mientras los niños van al vestuario sus padres se quedan un buen rato, enzarzados en trifulcas dialécticas con tirios y troyanos, la policía local termina arrimándose a la cancha para poner orden y que el evento futbolístico termine sin mayores desórdenes. 

Lo más inteligente se lo escucho a una anciana: "Tengan un poco de educación, que hay niños". Esta mujer ha captado lo sustancial: un bárbaro de cuarenta años puede no tener remedio, en él ya se ha forjado un trozo de carne, un patán dedicado a rebuznar desde las gradas de los estadios como un asno. Pero un niño que aún no llega a los diez... demonios, ahí estamos fabricando el Mal en vivo y en directo. Estoy preparado para coexistir con patanes, pero me resisto a ver como se crean otros nuevos. No iba desencaminada la señora, no... Tenían ustedes que ver la violencia y los modos tan antideportivos con los que se emplearon los chavales del equipo perdedor. Incapaces de aceptar algo tan natural, incluso tan saludable, como es la derrota, respiraban ya el aire pútrido con el que sus padres les habían intoxicado. 

Verán, ya no tengo ninguna esperanza de educar a ese gran sector de españoles que, después de casi medio siglo sin Franco -caudillo de España por la gracia de dios-, sigue sin entender que esto de la democracia va de aceptar al que no piensa como tú... incluso de que sea a él a quien le toque gobernarnos a todos. Nadie es angélico, todos vivimos en nuestro laberinto de intereses y tendencias. A mí, por ejemplo, no me gusta que gane elecciones la derecha. Tengo razones para pensar que algunos gobiernos como el de Aznar han hecho mucho daño a este país sin que la Historia, al menos hasta hoy, los haya puesto suficientemente en su sitio. La gestión autonómica que durante dos décadas hemos vivido en el País Valenciano me parece infernal, casi es un milagro que hayamos sobrevivido a tanta incompetencia, a tanto latrocinio. 

...Bien, podría seguir, pero no soy ingenuo. Los batacazos recientes del otrora imbatible socialismo andaluz son absolutamente merecidos, y aún les pasa poco. Algunas de las peores atrocidades que se han perpetrado desde las instituciones son responsabilidad de gestores de la izquierda. Tampoco aquí acabaría, pero, por referirme a mi propia experiencia, basta contarles que algunos de los tipos menos recomendables que he conocido exhibían sin ninguna vergüenza un póster gigantesco de Karl Marx en el centro de la casa. Tengo un vecino, ex policía, que es más facha que Bertin Osborne... Mi visión del mundo no puede estar más lejos de la suya, pero les aseguro que pondría la vida de mi familia en sus manos antes que en las de los monstruos espantosos que he encontrado a menudo en organizaciones sindicales con ínfulas de izquierda profunda. 

Miren, yo soy un tipo con algunas convicciones sólidas y muchas dudas. Mi biografía ideológica es sinuosa y puede que contradictoria. Eso puede tener que ver con lo frágil de mi personalidad, pero lo que no acepto es que se discuta mi capacidad para autocuestionarme. Pese a que digo demasiados tacos, no insulto ni descalifico con frecuencia porque no me siento en posesión de la Verdad y porque en actitudes o creencias que me producen rechazo inmediato trato siempre de buscar algún aspecto salvable, alguna justificación que explique cómo un congénere puede alejarse tanto de lo que a mí me parece que es la sensatez. Hay otra razón: intento ser una persona educada.



Baldoví, el diputado de Compromís, tiene toda la razón: lo que hemos visto estos días en el Congreso va más allá de la contienda ideológica: es una cuestión de convivencia, de principios básicos, es en suma una cuestión de educación. 

Que la derecha española no sepa perder es preocupante. Se pueden cuestionar, hay razón para ello, muchas de las decisiones de Sánchez, empezando por la de forzarnos a una absurda repetición electoral. Y puedo entender que para muchos españoles el pacto de investidura con los independentistas sea una infamia. Lo que me parece inaceptable es que un recinto como es un parlamento se convierta en una jaula de caras desencajadas por la sobreactuación y gruñidos de odio y amenaza. 

Yo sé muy bien qué es la ultraderecha en España. Pero que las maneras típicas del fascismo y la intolerancia se extiendan en un partido pro-sistema como el PP invita a una tensa reflexión. Lo que pasa es que, en realidad, esto no es nuevo, no lo ha inventado Vox. La política del insulto, la crispación y el vocerío ya la practicó insistentemente la bancada azul durante el mandato de Zapatero. Creo, sinceramente, que la derecha española es incapaz de entender que el Gobierno no le pertenece, que la alternancia en el Poder es una condición del sistema, y que las formas son importantes en democracia. 

Y son las suyas unas formas repulsivas. Cuesta mucho, lo digo por la profesión que desempeño, enseñar a los chicos la importancia de aceptar a los que no piensan como tú y guardar unas formas mínimas de respeto. No me lo pongan todavía más difícil de lo que yo lo tengo en una sociedad repleta de adultos intolerantes y cerriles. 

Compórtense como personas y no como simios, señores de la derecha, aunque solo sea porque hay niños mirando.    

Friday, January 03, 2020

LOS AÑOS VEINTE

¿Saben ustedes quién es Robert Kingsnorth? Yo tampoco... hasta este domingo, en que El País tuvo a bien dedicarle una entrevista con ocasión de la publicación de su libro "Confesiones de un ecologista en rehabilitación". 

Les ahorro la visita a wikipedia. Robert Kingsnorth, presentado en El País como "ensayista", fue un destacado líder de la causa ecológica, vinculado durante décadas como activista a la organización Greenpeace y asiduo en audaces formas de protesta contra la construcción de autopistas, centrales térmicas y similares atentados contra el medio ambiente. Hoy, arrepentido de sus esfuerzos pasados, vive completamente alejado de la causa, aislado junto a su familia en una hacienda campestre en Irlanda donde enseña a sus hijos a vivir en comunión con la naturaleza y a cultivar sus propias hortalizas. Dando por hecho que cabalgamos hacia el apocalipsis climático y que el ecocidio es ya irremediable, parece que en su ensayo relata cómo serán los días del planeta cuando, felizmente para éste, la civilización haya implosionado y los pocos sapiens que sobrevivan no tengan otro remedio que vivir de nuevo como salvajes. 


Kingsnorth adquirió cierto protagonismo recientemente, cuando anunció su intención de votar a favor del Brexit. Considera que Boris Johnson ha sabido entender que las grandes organizaciones de Estados, como la UE, son democráticamente ilegítimas, y que su nacionalismo puede reforzar los sentimientos locales de amor al terruño, los cuales vienen siendo triturados por la globalización. 


Veamos. De entrada no tengo nada en contra de que un activista, desilusionado con la política y con las contradicciones de su especie, decida que nos den a todos, busque salvar a su familia por sus propios medios y se encierre en una granja a cultivar zanahorias. Cuando lo pienso detenidamente, a mí también me molaría irme a una casa en la campiña de Irlanda, lo que pasa es que el salario no me da más que para un pisito en un suburbio...  


Me llama la atención su lamento respecto a la "traición" del ecologismo, que se ha vendido a la política, sustituyendo el objetivo de salvar el planeta y dialogar con el paisaje por el empeño en reducir las emisiones de CO2. Es inútil, dice, la catástrofe climática ya es irremediable y da igual lo que hagamos; no la vamos a detener por comprar coches eléctricos y separar los restos de basura, panoplias que en el fondo suponen pactar con el capitalismo, como si dentro de una sociedad ultraconsumista como la nuestra fuera posible frenar la debacle . Rechaza también la "politización" del mensaje ecologista, que se ha prostituido al entregarse a la contienda partidista en favor de las fuerzas de izquierda, cuando la defensa del planeta es por definición una causa "apolítica".


Por partes. 



De entrada llama la atención que en una edición dominical donde se habla de 2019, y de los Años Diez en general, como un tiempo de protesta ciudadana en el mundo, se entreviste y se promocione el libro de un señor que nos recomienda desistir porque ya hace tiempo que perdimos la batalla. ¿Qué hacer? Nada, los malos ya han ganado, siempre ganan. Como dijo un entrenador de fútbol: "Sé que voy a ganar un partido cuando advierto que el rival empieza a no creer en la victoria". Yo no sé si la catástrofe climática es ya inevitable, lo que sí sé es que a quienes más contaminan, es decir, quienes más interés tienen en que nos prosperen los acuerdos contra las emisiones, son quienes más desean que triunfen los mensajes disuasorios de los desesperanzados. Curioso: el efecto del mensaje de Kingsnorth, que sabe con certeza que llega el desastre, es idéntico al de los que dicen justo lo contrario, los negacionistas climáticos: no hay nada que debamos hacer. 


Más curiosidades. El mismo que dice que el ecologismo se ha vendido al sistema y que se ha dejado ganar por el posibilismo es el que vota al facha de Boris Johnson y abraza una causa tan insolidaria, reaccionaria y populista como el Brexit... Y -hostia- dice el tío que lo hace por motivos ecologistas.   


Vale, es un capullo, no le demos más vueltas. Pero permítanme una reflexión. Cuando se inició la década dimos por hecho que venían años difíciles. En un planeta superpoblado diez años dan para que pasen muchas cosas desagradables. Pero ésta ha sido también una década sumamente interesante. En 2010 Tony Judt dijo que "algo va mal". Su mensaje, que el discurso neoliberal, hegemónico durante tres décadas, ha confirmado su fracaso, ha dejado de ser cosa de unos pocos intelectuales de la izquierda irredenta. Han hecho fortuna mensajes populistas profundamente cargados de intolerancia, insolidaridad y racismo, es verdad, pero también hemos visto multitudes en las calles protestando enérgicamente contra la desigualdad, el abaratamiento de la democracia, la corrupción de los gestores, la precarización laboral o el deterioro ecológico. 


Podemos -y debemos- emplear esfuerzos en debatir qué mensajes alientan la violencia y la segregación y cuáles demandan más democracia y justicia social; o quiénes reclaman nuevos amos y quiénes buscan empoderar a las multitudes. Hemos visto el ascenso de Trump, Bolsonaro, Johnson y Salvini, pero también hemos vivido el 15M, Occupy Wall Street o la Primavera Árabe, y hemos visto crecer como la espuma el movimiento feminista o la lucha contra el cambio climático. 


Dicen que vivir tiempos interesantes es una maldición. Pero, reconozcámoslo, la crisis económica ha repolitizado nuestras sociedades y nos está sacando a marchas forzadas de aquello que se llamó la dictadura de la indiferencia. Nada me parece más alejado de la ruta que vislumbro para las comunidades contemporáneas que la actitud de personajes como el tal Kingsnorth, que nos invita al confort de la inacción. 


Es verdad, los malos terminan ganando siempre.  Pero me viene a la memoria la frase de Beckett; "Fracasa de nuevo, fracasa mejor". 


Bienvenidos a los años veinte.