Friday, June 24, 2011










A PIE





1. ¿Cómo puedo tener la desfachatez de ir por el mundo caminando? Al menos, dado que aquello de ir a pie le hace a uno bajar tantos puntos en el aprecio de sus congéneres, podría buscarme acompañantes, porque, como dice aquella canción de los supporters del Liverpool -You´ll never walk alone-, si uno es tan infortunado que ha de caminar, al menos que se consuele haciéndolo en compañía. Pero no, resulta que yo sí camino sólo, qué pena doy. Podría haberme dedicado a otras prácticas tan sumamente edificantes como ser adicto al crack, ver por las tardes a los hijos de puta que salen en la tele o leer La Razón... Pues no, señor, tenía que pegarme por andar, encima con la sensación de quedarme corto por más kilómetros que recorra, un poco como aquellos reclutas de La chaqueta metálica, que gritan ante el sargento que lo que hace un marine es comerse sus huevos si se lo pide el mando y después pedir otra ración.


La identidad del sujeto contemporáneo no se habría desarrollado de la misma forma si no lleváramos muchos años desacreditando la figura del caminador. Quien se desplaza en bici por la gran ciudad ha conseguido labrarse una aureola de prestigio que no hay manera de que consiga el peatón -qué feo vocablo, por cierto-. Comparto no obstante las reivindicaciones de los ciclistas, compañeros en la noble empresa de obtener unas ciudades sin automóviles. Llevo décadas soñando despierto con esa posibilidad, y me basta ver lo que sucede por ejemplo un domingo en Valencia, cuando el tráfico por el centro se aligera extraordinariamente, para imaginar cuánto habría de mejorar nuestra calidad de vida si lográramos que los automóviles se convirtieran en los núcleos urbanos en un residuo del pasado, tal y como sucede con las calesas de caballos o con las chimeneas de carbón, usos tradicionales que periclitaron por ser sucios.


No sería aventurado encontrar causas similares en la proscripción del tabaco: decididamente, el consumo de cigarrillos en espacios cerrados deteriora la salud y el bienestar de quienes conviven con los fumadores, por lo que ha hecho falta establecer leyes restrictivas al respecto. ¿Por qué no aplicar esta misma lógica respecto a la insana práctica del automóvil privado en las ciudades? No necesito explicar con detalle la ganancia que de ello resultaría. Con el aire libre de las sustancias nocivas asociadas al monóxido, el ahorro en enfermedades respiratorias, las alergias o el cáncer, compensarían en la reducción de gastos hospitalarios -si quieren que hablemos en términos de estricta rentabilidad económica- las pérdidas que sufrirían las industrias del automóvil. Probablemente mis ojos no vean una Valencia peatonalizada en todo su centro histórico, pero si conseguimos que al menos se abaraten los coches eléctricos, nos habremos ahorrado muchísimo en contaminación acústica -ese mal endemoniado en el que mi querida ciudad es un primera serie mundial- y, por ende, empezaremos a no vivir la dependencia en combustibles fósiles como una espada de Damocles que amenaza cada vez más al país con la postergación, la dependencia y la pobreza.








2. Es un gran cambio cultural el que necesitamos, ya lo creo. Soy probablemente el único profesor de mi Instituto que acude a pie al trabajo, al menos el único que no vive justo al lado del lugar. Hay personas que, por no caminar durante diez minutos, son capaces de bajar al garaje, meterse en la selva de los atascos matutinos y terminar haciendo funcionar una puerta con chip electrónico para entrar al parking, un chip que, por cierto, tiene la costumbre de estropearse. A veces es el vehículo mal aparcado de otro compañero el que le hace a uno tirarse media hora para conseguir abandonar el lugar cuando acaba su jornada. Yo, por mi parte, camino durante veinte minutos, lo cual produce -lo tengo comprobado- cierta perplejidad entre los alumnos, que suelen sentirse felizmente libres de la presencia de los habituales carceleros de las aulas cuando deambulan por las calles, como si las aceras hubieran de estar vedadas para quienes tenemos carnet de conducir. ¿Por qué caminar si puede usted pagarse un coche? Qué gran paradoja: es el viandante el que habría de preguntar a los conductores por qué una persona que viaja sola habría de ocupar obscena y ostentosamente un coche para llegar a un sitio al que podría llegar andando; pero resulta que es al revés, el que camina es el extraño, y ya se sabe que el extraño tiene siempre algo de viscoso.


No deja de llamarme la atención tampoco que personas que compran yogures bio desnatado o se pagan cursos de biodanza (qué demonios será eso) para cuidar su salud, miren con cierto desprecio a quien, como es mi caso, hace una hora diaria mínima de camino con sus santos pies. Mi padre, por ejemplo, aficionado durante años interminables al tabaco, y que ha tenido la bondad de traspasarme su propensión al colesterol, disfruta de una salud razonable gracias a que ha pasado más de medio siglo caminando casi como un penitente a velocidad de crucero y durante horas y horas por las aceras de la vida.

Yo, por mi parte, camino por razones que exceden la pura salud física. Camino cuando no me pasa nada, pero camino mucho más cuando las cosas de mi vida se tuercen. En una ocasión, tras despedir a una antigua novia que marchaba en barco a un lugar del que ya no regresaría, caminé durante toda la noche desde el puerto de Valencia hasta un pueblo del interior donde tenía un pequeño piso alquilado. Vi barrios donde los jóvenes celebraban la cercanía del verano, recorrí interminables avenidas, atravesé campos y crucé acequias, presencié la agonía de suburbios medio en ruinas y amenazados de desalojo por los alguaciles... Recuerdo aquella como una hermosa noche, aunque aquella novia me hiciera el enorme favor de no regresar de los mares para recaer en mi regazo. Hace unos meses, en pleno invierno, y en medio de un conflicto laboral de esos que a uno le roban el sueño y la fe en las personas, caminé durante horas desde las huertas de Mislata hasta la Malvarrosa, donde Valencia se acaba porque se encuentra con el mar. Al llegar a la playa, tras muchas horas de un caminar encolerizado, alcancé el inmenso arenal... Ya caía el sol, me dirigí agotado, lento y solitario hacia la orilla, y vi como un turista, extrañado por la escena por lo visto imprevista, obtuvo de mi imagen lejana una de esas fotos que luego ganan premios.









3. Ningún actor del tránsito de las ciudades ha sido tan maltratado como el peatón. Cualquiera que vaya sobre ruedas, con o sin motor, parece haber obtenido réditos por admirable capacidad para asociarse y reivindicar derechos que, sin duda -pienso por ejemplo en los minusválidos- son inexcusables. Lo que no puedo entender es que los ciclistas hayan conseguido éxitos como el del carril bici a costa de los peatones. La perversión por parte de las autoridades de tantos y tantos municipios, muy ecologistas ellos, consiste en que se han pintado de verde zonas que correspondían a los peatones, en vez de ganárselas a los automóviles, los cuales son por lo visto los únicos intocables. La consecuencia práctica es que yo, ahora, cada vez que piso siquiera por un segundo el dichoso carril que los ciclistas han conseguido arrebatar al más débil, tengo que escucharme la odiosa bocinita.

Entiendo perfectamente el enfado del ciclista que intenta desplazarse por zonas que se le han concedido y que con frecuencia invaden peatones y automóviles. Ahora bien, a mí me encantaría que las asociaciones ciclistas pensaran que tan sano y noble como hacer una manifestación ciclonudista por el centro de Valencia para reivindicar la bici es la pretensión de moverse por el mundo sin necesitar ir sobre ruedas. Tengo compañeros muy vinculados a este tipo de movimientos que insisten con frecuencia en promocionar el uso de la bici entre los alumnos, para lo cual demandan aparcamientos para este tipo de vehículos y organizan excursiones. Me parece genial, pero adelantamos muy poco si no hacemos entender a nuestros jóvenes que para la bici, como para casi todo, hay buenos y malos usos... Salvo que creamos que todo lo que se hace encima de una bicicleta es sano y estupendo.









4. En Valencia alguien tuvo la felicísima ocurrencia un día de no convertir el cauce seco del viejo Turia en la autopista de no sé cuántos carriles que unos desaprensivos con poder e influencias planeaban colocar, sin duda con la intención de forrarse, en el centro mismo de la ciudad. Hoy es un hermoso lugar para pasear, leer, jugar al ajedrez o simplemente mirar pasar el mundo, un sendero que enlaza con un maravilloso parque natural y que está repleto de árboles y campos de fútbol, dos cosas que me gustan especialmente. No hay automóviles, de manera que el cauce seco habría de ser uno de los pocos lugares del mundo por donde uno puede deambular sin miedo a morir arrollado bajo el paracoches de un cuatro por cuatro.


Pues bien, son los ciclistas quienes se han empeñado en romper este encanto. Puntualizo que no son todos los ciclistas, sólo algunos, pero ese "algunos", especialmente los fines de semana, es decir, en los momentos de ocio, involucra a una cantidad de gente muy significativa. Esta gente, que confunde sistemáticamente un sendero para el paseo con un velódromo, ha conseguido que para mí y para muchos otros adictos a caminar la vida resulte un poquito más difícil y desagradable, siempre a punto de ver la paz de nuestro paseo rota por la bocina de un necio que cree que su prisa y la potencia de su vehículo le otorgan derecho a molestar continuamente a los transeúntes. No hablo del famoso carril verde, me refiero a todos los senderos, incluyendo esos por los que supuestamente no deberían transitar. Esa lógica impositiva que aplican muchos ciclistas en las ciudades me parece la misma que la de tantos y tantos automovilistas, esos que pueden hacer sonar su claxon a la mínima, que aparcan encima de las aceras o que se ponen violentos e insultan a tu abuela en cuanto alguien les ralentiza el paso. Y lo peor es que muchos de estos usuarios de la bicicleta han conseguido trasladar la violencia del tráfico de las calzadas hasta las aceras, reductos hasta ahora privativos del peatón y por el que uno ya sabe que, en cualquier momento, aparecerá un gilipollas a toda velocidad haciendo sonar su bocina y exigiendo que nos apartemos. Propongo resistir a estos abusos y denunciarlos si es preciso.







5. No me sorprende nada que una de las series televisivas más populares de los últimos tiempos, The walking dead, defina como "caminantes" a los malos, esos tipos acechadores, purulentos y malolientes a los que llamamos zombis. La diferencia entre ser un tipo guay o un asqueroso muerto viviente radica en si se desplaza uno sobre ruedas o se limita a deambular en busca de mendas a los que comerse. Así es en nuestras civilizadas sociedades, el automóvil como índice de superioridad social. Pero hay algunos signos esperanzadores: algunas personas empiezan a darse cuenta de que son las megaurbes saturadas de gentes y de humos lo que hoy podríamos etiquetar como "tercermundista", y que son lugares como Amsterdam o Estocolmo lo que nos gustaría imitar. ¿Y Pekín? Curiosamente, la ciudad donde millones de personas se desplazaron en bici, se convierte hoy, al socaire de un supuesto progreso, en un infierno para los pulmones y los tímpanos.

Me voy a caminar, llámenme zombi.




Friday, June 17, 2011










INTERVIÚ: LOS

CUERPOS GLORIOSOS





INTERVIÚ cumple treinta y cinco años. Hubo un tiempo en que era legítimo publicitarse con un eslogan como "Interviú, la revista". Porque, caballeros, Interviú era La Revista con tanto derecho como el PC era El Partido. Recuerdo un día en que un caballero preguntó por el precio de la publicación en el kiosco de Requena donde mis hermanos y yo comprábamos caramelos sugus y calcomanías: "...Pues, cincuenta pesetas", contestó el kiosquero en voz bajita y como pidiendo perdón, sabedor de que aquel precio doblaba y triplicaba el de cualquier revista de las que por aquel entonces solían venderse en España, incluyendo el Hola.


En mi casa entraba Interviú por vía paterna de la misma manera que entraban el Hola o el Diez Minutos por la materna: dos formas de indiscreción que conformaron una educación tan equivocada como cualquier otra, pero un poco más alegre que la de mis mayores, pues yo al menos pude verle las tetas a Marisol, mientras que mi padre, hasta que llegaron las libertades, hubo
de conformarse con oírle cantar que la vida es una tómbola, tom, tom, tómbola.







Es el actual un buen momento para hablar de Interviú como "fenómeno sociológico", pues eso es lo que fue, pese a quien pese, y por más que ahora mismo sólo sea un zombi, una parodia de sí misma. Siempre recuerdo aquella sección, creo que de los últimos setenta, Los cuerpos gloriosos, del en aquella época irremediable Paco Umbral. Para mí tan afortunado reclamo resume el espíritu de la revista en aquel tiempo: había algo que parecía conducirnos directamente a los cielos desde los cuerpos de Marisol, Amparo Muñoz o Carmen Cervera. Y los recuerdos se agolpan en la mente de cualquiera que sepa de lo que estoy hablando. El Barça ganando su primera final europea en Basilea con lo que Interviú llamó "cuatro goles por la autonomía de Cataluña", que entonces parecía una reivindicación casi revolucionaria. O aquellas crónicas negras de torturas en las lóbregas mazmorras de Carabanchel. O cuando popularizaron el nombre de aquella rubia de la ultraderecha como Las Tetas del Búnker, y a la que obviamente sacaron como Dios la trajo al mundo...



El fenómeno de Interviú resultó de la confluencia de dos coyunturas. Una fue el espíritu reivindicativo de la izquierda española, que empezaba a sentir la erótica del poder, esa capacidad para influir en la sociedad con la que acaso algunos llegaron a embriagarse. La otra, la necesidad irrefrenable de dejar atrás los tiempos de la represión y la censura, lo cual provocó digestiones algo precipitadas de la cultura de la revolución sexual, de tal manera que cualquier secreto desvelado podía pasar como parte de un proyecto de liberación que nos habíamos ganado, desde las tetas de Lola Flores hasta las pruebas gráficas de las orgías de Roldán, pasando por las fotos de un infortunado recién aplastado por un tren. Andábamos algo atrasaditos por entonces, qué vamos a hacerle.











Podemos debatir si Interviú mereció o no constituir un vector de influjo cultural tan poderoso en los años de la Transición e incluso después, en los ochenta. Acaso no fue mucho más que un ejercicio de audacia periodística en un tiempo que parecía hecho a la medida de los que se atrevían. No en vano, ese fue su eslogan fundacional: "Nos atrevemos con todo". La misma lógica que explica la fortuna de Interviú nos permite entender el enorme poder de convocatoria que llegaron a arrastrar José María García, Mercedes Milá, o Chicho Ibáñez Serrador...


Pero aquellos años pasaron, y los españoles dejamos de sentirnos felices por haber salido de la noche interminable del franquismo. Debemos perdonarles a nuestros padres que compraran Interviú y fueran en secreto a ver Emmanuelle. Aquel semanario, que podía con razón presumir de estar en la vanguardia, fue testigo privilegiado y protagonista de un tiempo tremendamente cándido, pero por el que merece la pena sentir algo de nostalgia, que es lo que suele pasar con las épocas más cándidas. Ahora ya La Revista sólo destaca por su incuestionable resistencia a desaparecer: ejemplar espíritu de supervivencia, sí, pero acaso llega un punto en que, como pasa con la Cartelera Turia, o con Radio Klara, o con Santiago Carrillo, lo que a uno le define ya no es el discurso identitario que le dio origen, sino más bien el hecho mismo de negarse pertinazmente a morir.









Por eso mismo Interviu sigue quitándoles el sostén a las celebridades de la Celtiberia. El pequeño problema es que, en cuestión de morbo, ya no son lo mismo Belén Esteban o la última tonta a las tres de Gran Hermano que Victoria Vera, Silvia Tortosa o Charo López. Dónde va a parar. Por aquellos cuerpos gloriosos -y por la felicidad y las libertades sin fin que prometían sus cuerpos desnudos al sol- valía la pena pagar cincuenta pelas.







Wednesday, June 08, 2011














1. En noches como ésta, hay una señora con cara de malas pulgas que mantiene con vida a un montón de personas enfermas y decrépitas. No veranea en ningún paraíso exótico ni le interesa la nouvelle cousine, y las chicas guapas que salen en la serie Anatomía de Grey le dan un poquito de grima. De entre sus compañeros hay alguno que tiene tendencia a escaquearse durante sus turnos; también hay algún caso así entre los médicos. Hay noches en que le queda el segundo piso del pabellón enterito para ella; y así va, de aquí para allá, ora socorriendo a un recién llegado que no puede incorporarse a la cama, ora corriendo a por un anciano cuya esposa grita porque cree que el enfermo se está ahogando. Ha presenciado algunas escenas de muchísima violencia, por eso entiende perfectamente esos carteles de "las cosas se pueden arreglar pacíficamente" que han colocado en los últimos años en el hospital...







Son personas así las que logran que ese mostrenco con nombre de entelequia burocrática llamado "Sanidad pública" no se desmorone, lo cual equivale a algo tan poco abstracto como que hay quien cuida de nosotros y de nuestros seres queridos cuando estamos heridos y nos rondan la enfermedad y la muerte. En este país se vende muy barata la imagen del empleado público como un tipo acomodado y ocioso que se limita a hacer lo mínimo y sería incapaz de recoger a una persona agonizante sólo porque se hallara a medio metro de la raya del hospital. Hay, ciertamente, funcionarios que son merecedores del desprecio de la ciudadanía. Yo, que conozco el tema, sé muy bien la destreza con que eluden cualquier control y la desvergüenza con la que deambulan de aquí para allá, cobrando a fin de mes a cambio de no mover jamás un dedo por nada ni por nadie. Son, sin embargo, minoría, y una minoría detestada por sus compañeros. Sé muy bien de lo que hablo. Mal rayo parta a esos tipos, pero no se engañen: los hospitales, las escuelas y en general las instituciones públicas sobreviven porque hay personas como la enfermera que he descrito. Y son muchas más de las que la gente cree. Privaticemos los servicios, subcontratemos, impongamos esos criterios de "productividad" que tienen tan buena prensa en los cenáculos del neoliberalismo. Ya verán que bien, tendremos peor sanidad y peores escuelas... Y ni siquiera pagaremos menos.











2 Semprún dijo que el olor de la carne quemada se iría con él para siempre... Me recuerda a Roy Batty, aquel replicante Nexus-6 y su inolvidable monólogo con el que finaliza Blade runner. "He visto cosas que no imagináis, todos esos recuerdos se perderán para siempre, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir." Dijo Primo Levi, otro sobreviviente de aquel infierno, que la experiencia de los campos, por más que no se haga otra cosa que recordarla, es en esencia "incomunicable". Yo no estuve en Buchenwald, tan solo puedo leer a Adorno con devoción cuando nos enseña que nuestro deber es "educar contra Auschwitz, educar a los jóvenes para que el horror no se repita". Pero no soy capaz de ir más allá; puedo presentir el horror, asomarme a las puertas del infierno como uno de esos turistas que acceden a los hornos crematorios, apagados ya desde hace sesenta años, pero sólo eso.









3. Me han alegrado esta mañana de sábado. En ocasiones los perdedores nos complacemos con la noticia de una pequeña victoria en un lugar lejano. Los cines Alamo Drafthouse me han arrebatado el corazón con su última campaña publicitaria. Estas salas, de las que por lo visto son habituales algunas celebridades de la cinefilia como Quentin Tarantino, tienen a gala la protección del derecho a ver películas en silencio que tienen sus espectadores, de tal manera que el simple hecho de hablar durante la película o encender el móvil reporta la expulsión del recinto sin derecho a devolución del importe de la entrada.


Recientemente, una cliente que encendió el móvil y a la que, como a cualquier otro espectador, se le había avisado reiteradamente de las normas del lugar, fue expulsada de una de las salas. A continuación envió un mensaje de móvil a la empresa para quejarse por lo que consideraba un atropello. La retahíla de insultos y gritos y el nivel intelectual que muestra la indignada moza en su llamada inspiró a los dueños de Álamo Drafthouse para lanzar un video promocional cuya protagonista era, precisamente, la señora en cuestión. El mensaje no puede tener mayor eficacia entre aquellos que, como es mi caso, entramos a un cine con la única pretensión de ver una película en paz sin ser molestados; ninguno querríamos que semejante patana estuviera en un cine junto a nosotros, aprobamos sin dudarlo que la echaran.







Al final del video, la empresa explica su filosofía y le da las gracias a la interfecta: "De ninguna manera admitimos que la gente utilice el móvil en nuestras instalaciones. Advertimos insistentemente antes de la película de esto, pero en ocasiones hay clientes que violan las normas, de ahí que saquemos sus culos de nuestros cines. Gracias, mujer anónima, ha sido impresionante."



Voy a dejar a un lado mi educación ilustrada y a ser muy contundente en esto: me produce una profunda repugnancia la gente que me impide ver en silencio las películas en el cine. Si entra usted en un cine y paga siete euros para dedicar el rato a recibir llamadas de móvil o insultar al malo de la película, es que o es usted gilipollas, o es un maleducado, o las dos cosas. Casi siempre que entro en una sala de cine, y en especial los fines de semana, lo hago con temor: miro con desconfianza a los grupos de simpáticas ancianitas que amenazan con pasarse la proyección contándose la película y exhibiendo en público de la manera más impúdica sus estúpidas opiniones sobre el film, o sobre Zp, o sobre sobre la zorra de su nuera, que será una zorra, sí, pero que al menos en ese momento no se dedica a amargarme la vida como la zorra de su suegra. Me pasa lo mismo con los grupos de adolescentes que a poco de entrar ya han desenfundado ese móvil que hace de todo, excepto, sospecho, incrementarles el número de neuronas.


Señores de Alamo Drafthouse, han llenado de esperanza el corazón de un hombre derrotado: les amo. (El vídeo está en youtube, no se lo pierdan)



Friday, June 03, 2011












VIOLENCIAS.









1.No sé si a ustedes les pasa como a mí, pero me asiste de manera creciente la sensación de que el mundo se está volviendo majara. Puede que mi mal sea el típico del paleto, que en cuanto veo a unos tipos haciendo algo que yo no suelo hacer me invade la presunción de que están locos, que es lo que uno suele pensar cuando no entiende algo. Recuerden si no aquello de Obélix, que llama locos a todos los que no comen jabalíes, no beben la cerveza fría o no se divierten soltándoles hostias a los legionarios. También me vale ese chiste del que va por una autopista y avisa a la policía con el móvil de que hay un loco que va en contra dirección, y luego viene otro, y luego otro...Vamos, que resulta ser él y no el mundo el que ha enloquecido.









Es higiénico tomar esta precaución, cualquier psicoanalista lo recomendaría: plantearse que el amenazante desorden exterior que uno percibe no es sino la proyección del caos que se ha ido apoderando de su alma. Una vez le confesé a un amigo psicólogo el profundo malestar que, por aquel entonces, me asaltaba a consecuencia de la aspereza cada vez mayor que detectaba en las relaciones entre los seres humanos, especialmente en la relaciones de los seres humanos conmigo, que soy sin duda uno de los humanos que más me importa. Unos cuantos incidentes en los que yo me sentía víctima inocente de la violencia de otros me convencieron de que la crisis económica o cualquier otra causa propia de los tiempos estaba volviendo a la gente más agresiva y descortés. En un momento dado llegué a pensar que salir a la calle suponía un riesgo considerable, aunque no ignoraba que si obraba en consecuencia y me encastillaba en mi casa podía ser que me pasara algo con los alquilados del séptimo izquierda, bastante aficionados por lo común a insultarse y amenazarse, lanzar enormes cantidades de agua sucia por el balcón o gritar "jodeos, catalanes de mierda" cada vez que alguien le marca un gol al Barça. Mi amigo me sugirió que la violencia que parecía envolverme por todas partes estaba en realidad dentro de mi alma, que era yo el que de alguna forma estaba demasiado cargado de cólera y de ansias de venganza, con lo que si lograba calmarme y darle paz a mi espíritu el peligro exterior desaparecería.









La bronca a gritos que esta semana me propinó una señora en medio de la calle ha reavivado en mí el sentimiento de que mejor me iría si saliera a la calle con una cota de malla. Sí, como la que llevaba el Capitán Trueno, no estoy para metáforas. Al parecer, la simpática señora se equivocó de persona y de situación, no era yo el verdadero destinatario de sus gritos e improperios. Tampoco estoy seguro, dicho sea de paso, que el tipo al que yo suplantaba fuera digno merecedor de tal tormenta de ira, pero, sinceramente, y perdonen por mi cobardía y mi espíritu insolidario, hubiera preferido que fuera él quien se llevara la bronca, pues yo soy de naturaleza más bien sensible y entre gritos me ofusco. Por suerte, no me pasó lo que a un antiguo alumno mío de Talavera de la Reina, que padecía depresión y crisis de angustia porque una banda de facinerosos de su barrio le pegaron lo que allí llamaban con aparente calma una "paliza por equivocación". Lo mío de anteayer fue más bien una "bronca por equivocación", que te deja con mucha cara de tonto pero con la nariz entera y los morros intactos.








Lo siento por mi amigo el psicólogo, pero algunas cosas no me las invento. Es posible que mi subconsciente albergue mucha furia contenida y que no me haya quitado enteramente de la cabeza la enseñanza del solar contiguo al colegio, aquello de que si no estás presto a devolver la primera hostia que te caiga, sucumbirás a la ley de la selva y nadie te respetará, de manera que te caerán nuevos golpes, no te seleccionarán para el equipo y serás invisible para las chorvas. Pero éste es en realidad un planteamiento clásico y fácil de entender. Por contra la violencia que percibo actualmente por doquier se explica, creo, por causas más confusas, y responde a sentimientos vinculados a la incertidumbre, por ejemplo la incapacidad de la gente para proyectar su vida y sus relaciones con un sentido mínimamente lógico y previsible. Es, si se me entiende, una violencia histérica y provocada por la desorientación.







¿Cómo reaccionar ante ella? Por supuesto, no desde la misma estúpida histeria. No sulfurarse, no vivir acelerado, no poner cara de atroz desconfianza cada vez que un congénere se me acerca, no negarme a escuchar, no ver al otro como un obstáculo que me ralentiza el paso, no ir por el mundo con el vaso de la paciencia permanentemente goteando...No sé, creo que seguir consignas tan sencillitas es lo más revolucionario que podemos hacer ahora mismo.















2. No es difícil imaginar cuál es la cadena causal que lleva a un suceso tan deleznable como el de los Mossos d´Esquadra arreando porrazos a un grupo de personas indefensas y pacíficas. Un preboste del consistorio decide que las celebraciones de la Champions pueden, en unión de los campamentos del 15-M, formar un cóctel explosivo, asunto sumamente comprometedor en una ciudad que ha sufrido en los últimos años altercados de orden público más que considerables. Se sabe que los acampados van a dificultar el desalojo al estilo Gandhi, es decir, permaneciendo en el suelo y obligando a los agentes a que se los lleven en brazos y de a dos. Como esto es imposible dada la masividad de la resistencia, se decreta la dispersión a porrazos. Todo muy lógico. De una lógica repugnante, diría yo. Se debe vivir muy tranquilo cuando uno está plenamente convencido de que el orden público requiere majar a palos a unos caballeros que molestan. Yo no tengo las cosas tan claras en la vida, por eso no voy con porra por el mundo. Por eso y porque no soy un sádico.



Por cierto, los manifestantes tienen razón: violencia es trabajar sin contrato o que el médico sólo tenga tres minutos por paciente. Eso y los porrazos de los Mossos.














3. Muchas veces se habla de la conveniencia de legislar contra el cine violento o contra ciertos videojuegos, pues se entiende que algunos crímenes pueden estar directamente vinculados a la intoxicación que producen estos consumos. Soy poco partidario de limitar la libertad de expresión, pero me pregunto qué saldría si dispusiéramos de un aparato que cuantificara con precisión el grado de toxicidad intelectual y moral que emana del consumo de ciertos periódicos, canales televisivos o emisoras radiofónicas. Cuánto odio, cuánto rencor, qué forma de razonar más simplista y mediocre, cuan poco han hecho el amor en la vida o han jugado en la calle estos tipos tan feos, tan fachas y tan desagradables que se dedican a cobrar por insultar a Rubalcaba o a Zapatero. Hay momentos en que no se distingue a un "contertulio" -a cualquier tumulto tabernario le llaman hoy tertulia- de esos hinchas de graderío que se pasan el partido insultando al árbitro. Da igual que el penalty esté bien pitado, estos "analistas" cargados de ira ven el mundo como quieren verlo, o como sus seguidores les piden que lo vean, aunque sólo sea para confirmar que la culpa de sus problemas y fracasos en la vida no lo tienen ellos mismos, sino los socialistas, el grupo Prisa o, como diría Franco, el contubernio judeo-masónico que no cesa en su empeño de socavar la sagrada unidad de la patria.


Gritan e insultan. Siempre. Qué aburrimiento.