Friday, December 29, 2017

FLOKI EN ISLANDIA

A la serie Vikingos hay que reconocerle algunas virtudes. Una, la principal, es que resulta divertida y en algún momento incluso emocionante. No me refiero a la profusión de momentos sangrientos e incluso sádicos que, por lo que me dicen los que ven Juego de tronos, parece un imperativo para este tipo de teleseries. Otra cuestión es la crudeza, que me parece necesaria porque no se trata de hacer Asterix ni El señor de los anillos. La épica contiene una oscura belleza; cuando el cine la ha sabido explotar -y pienso por ejemplo en Kurosawa o en Peckinpah- el resultado artístico ha sido valioso. 

Confieso que últimamente he sentido la tentación de abandonar la serie. Desde que el relato asume la muerte de Ragnar Lothbrook -arrojado a un pozo de serpientes por el Rey Aella- y toman el poder sus herederos, Vikingos se convierte a menudo en una encarnizada sucesión de rapiñas, traiciones, venganzas e intrigas entre rufianes. Si continuo viéndola es por Floki...

Este personaje, que nos ha acompañado desde que se estrenó la serie hace ya cinco temporadas, resulta de la astuta convergencia de tres fuentes: la imaginación de los guionistas de la serie, la documentación histórica y la mitología nórdica, que asociamos a la asamblea sagrada del reino de Asgard, dominado por Odín, dios de dioses. 

Floki, apodado el Bromista, es constructor de barcos. A él debe el pueblo de Ragnar la fabulosa eficacia de las pequeñas embarcaciones de vela con las que llegaron a Inglaterra, recorrieron el Sena hasta sitiar París o arribaron hasta las Columnas de Hércules para alcanzar las costas mediterráneas. Floki se burla, se pinta la cara, transforma su aspecto... Ama profundamente a Ragnar, pero odia al fraile Athelstan, secuestrado por Ragnar en su primera razzia británica y al que termina convirtiendo en consejero y favorito, desplazando a Floki. Athelstan coquetea con las creencias paganas a raíz de su participación en la ceremonia del Ragnarok, un festín orgiástico cargado de alcohol en el cual los vikingos celebran su determinación a morir en combate para acceder al Valhalla, salón de Asgard habitado por los guerreros que cayeron con la espada en la mano. 

No hay duda, Athelstan es un trasunto de Cristo, por eso, en un rapto místico que le devuelve a su fe primera, acepta ser sacrificado por Floki, reapareciendo después como renacido en los sueños de Ragnar, lo que simboliza la futura conversión de los paganos al cristianismo. Y, claro, Floki personifica al dios Loki, hermano de Odín y tío de Thor y Balder, convirtiéndose en foco de resistencia de las viejas creencias escandinavas frente a la fe en la Cruz. En los ciclos asgardianos, Loki provoca la muerte de Balder, siendo condenado por los dioses a perder a sus hijos y a ser encadenado a dos rocas en una cueva. En la serie, Ragnar aplicará el mismo castigo a su antiguo amigo en condena por el asesinato de Athelstan. 

Mucho más tarde, y después de toda suerte de peripecias, el viejo Floki decide abandonar las tierras noruegas y construye un nuevo barco para viajar en solitario hacia el norte, impulsado por una fuerza incontenible que cree inscrita en su destino, decidido por los dioses. Lleva consigo tres cuervos a los que hará volar para que le muestren el camino. Después de un viaje lleno de penalidades, el tercer cuervo le invita a dirigirse más al norte, hasta encallar en las playas de una tierra desconocida. 

Tras contemplar las maravillas naturales de aquella isla inmensa y helada, da las gracias a los dioses y decide darle el nombre de "Tierra del hielo". Floki inicia así la colonización de Islandia, la tierra más septentrional de Europa, perdida en medio del océano y futura puente de las navegaciones hacia Groenlandia y el continente que después conoceremos como América. 

Hay por lo visto bases de veracidad en el relato. Un tal Hrafna-Floki Vilgeroarson es nombrado en el Libro de los Asentamientos, manuscrito del siglo XII en que se compilan los sucesivos descubrimientos de la isla. Parece que un grupo de monjes de origen británico se habían asentado en el siglo VII, pero probablemente huyeron con la llegada de los escandinavos. Floki encontró un verano particularmente cálido, pero a duras penas pudo resistir el largo invierno posterior, dadas las extremas condiciones que presenta la isla. Regresó a Noruega pero no tardó en repetir el viaje y crear una colonia en la Tierra del Hielo. Dicen las crónicas que los asentamientos más al sur de sus compatriotas le parecían "demasiado cálidos". Yo creo más bien que Floki fue un inadaptado y que se sentía ungido por los dioses. Como vemos en la serie televisiva, al deambular por las desérticas tierras que ha descubierto cree haber alcanzado Asgard, se siente en la residencia de los dioses. Su definitiva marcha a Islandia, y, por tanto, la desaparición de su linaje de tierras escandinavas simboliza la intención de seguir habitando las creencias paganas, cuyos orígenes indoeuropeos se pierden en la noche de los tiempos. 

Loki ha sido en ocasiones comparado con Lucifer. Creo que la analogía es equivocada. La cristiana es una religión ecuménica y de paz, de ahí que, frente a las viejas creencias nórdicas, que remiten a una fe de guerreros, tendamos a considerar la cristianización de Europa como un proceso civilizador. Esa incuestionable virtud arrastra una sombra que debemos relacionar con el origen judaico de nuestra religión: la inaceptabilidad del Mal. De esa determinación a combatir el Mal y destruirlo surge un inquietante componente: el sentimiento de la Culpa.

Trataré de explicarme mejor. En diversas tramas míticas, no sólo en la nórdica, el Mal, que aquí se simboliza en Loki, no está desprestigiado como entre nosotros. Loki es la burla, la autocrítica, el inconsciente, el deseo... No es extraño que en algunos relatos se diga que en origen él y Odín son el mismo y que posteriormente se desgajan en dos. Loki es el bufón que pone en duda nuestras verdades y desenmascara nuestros verdaderos motivos: dominar, seducir, conquistar... Siempre hay un Ángel Caído, pero sólo entre las religiones mosaicas como la nuestra se nos exige exterminarlo. 

... Por fortuna siempre hay un Loki dentro de nosotros invitándonos al Mal, o a lo que los mojigatos del mundo dicen que es el Mal. 

Feliz 2018.  

Saturday, December 23, 2017

VÍSPERAS DE POCO

1. Preocupados por el Procés, no advertimos que la verdadera secesión está en otro lugar. En España -e incluyo a Catalunya- hay más ricos desde la crisis, lo cual es nefasto, y los que ya lo eran lo son aún más. En directa relación con ello, ha aumentado la cantidad de personas en riesgo de exclusión social. El principio neoliberal según el cual el enriquecimiento genera, por irrigación capilar, prosperidad para todos, se ha desacreditado con la Gran Recesión, de la que ya no podemos tener dudas de que antes que una crisis es una estafa, un timo gigantesco. Que a los ciudadanos nos hayan obligado unos políticos corruptos a salvar a los bancos por su negligencia y su inmoralidad, y que esos mismos políticos sigan obteniendo la confianza de la mayor parte de la ciudadanía me maravilla. 

Enhorabuena a los catalanes, han votado mayoritariamente a dos partidos de derechas. Nos tendrán entretenidos en los próximos años disparándose desde las trincheras y esquivando con ello la responsabilidad que más temen: solucionar los problemas de la gente. La política convertida en un juego de ilusionismo.


2. Entiendo que si usted es una persona sensata le ponga enferma deambular entre las multitudes voraces que van a hacer compras cuando se acerca Nochebuena. Aún así he aprendido a no rechazar la Navidad, incluso aunque haya sido definitivamente colonizada y prostituida por el consumo. Hay algo muy sugerente en el cuento de Dickens sobre Mr Scrooge, porque todos necesitamos que algún viejo fantasma nos recuerde que nuestros miedos más prosaicos y las más mezquinas de nuestras vanidades no merecen la atención que cotidianamente les deparamos. Si la Navidad debe seguir existiendo es porque incide sobre la evidencia de que sólo el amor salvará este lugar.  


3.  No creo en Dios porque siempre he presentido que la idea de perfección es indefendible. El ex jugador de los Celtics, Larry Bird, dijo en los noventa que si Dios bajara a jugar al basket lo haría como Michael Jordan, y todo el mundo pensó que se trataba, sin más, de una metáfora inspirada. Pero háganse una pregunta: ¿haría Dios mejor música que la del Concerto per flautino de Vivaldi o pintaría mejor que el Velázquez de Las Hilanderas? ¿Estamos tontos o qué?

4. Una amiga lucía en su bolso a grandes caracteres una frase de Patti Smith: "Dios murió por los pecados de otros, no por los míos". Una compañera de trabajo, con vocación de feligresa mojigata, le riñó afirmando que "no te equivoques, también murió por los tuyos". Esa idea tan semítica del martirio me ha producido siempre un intolerable fastidio. Tengo entendido que entre primitivos, la entrega de un don tan grande que no se puede corresponder con un regalo similar es profundamente insultante, pues crea una deuda eterna y la consiguiente tensión social. Patti tiene razón, y el cristianismo, en lo que tiene de amor a la muerte, es la apoteosis de la ofensa y la descortesía. 

5. Y aún así, Cristo fue un héroe incuestionable, aunque el hecho de morir por su verdad no le hace tener razón. Lo que sí sé con certeza es que no está ahora mismo entre nosotros... José y María le verán mañana nacer en un edificio en ruinas en Damasco, o en un cayuco somalí en medio del Mediterráneo. Si no entendemos esto, no merecemos ser salvados. 





Saturday, December 16, 2017

¿POPULISMO?

¿De qué hablamos cuando hablamos de populismo? Se asocia el concepto a demagogia, a enunciaciones destinadas a remover vísceras, a formulismos huecos y con más "pegada" que elaboración, a radicalismo inconsecuente, a manipulación de las masas... Se llama populista al Frente Nacional porque ha capturado astutamente los temores del proletariado francés, redirigiéndolos hacia el racismo. En el otro lado del espacio ideológico convencional, nos encontramos a los griegos de Syriza o a los españoles de Podemos, especies supuestamente oportunistas que, con ocasión de la recesión y la masiva venalidad de los políticos, habrían configurado un discurso simplista pero muy mediático, capaz de atraer votos de castigo hacia el stablishment desde el señuelo del anticapitalismo y la lucha de los "de abajo" frente a la oligarquía del dinero y a sus esbirros de La Casta. 

Puedo tener muchas cosas contra Podemos, y tengo muchas más contra Le Pen, contra Trump, y, si hacemos memoria, contra Jesús Gil... pero lo que me nace no es enfocar mi malestar en la acusación de populismo. Y el caso es que aparece continuamente y es usada por tipos muy sesudos, que parecen encontrar en ella la gran amenaza para nuestras sociedades democráticas. 

Yo tengo mis dudas, y el ensayo que acabo de leer, Las razones del populismo, de Ernesto Laclau, me ha ayudado a resolverlas, o, como mínimo, a ponerlas en sus términos correctos. 

Si yo entiendo bien a Laclau, el problema es que pensamos en el populismo como una desviación, una patología del sistema que aparece cíclicamente en ciertos contextos. Por el contrario, el populismo es el factor esencial en la construcción de lo político. No es una opción y menos un accidente, es el elemento constitutivo de lo político. Laclau lo entiende como un agregado de demandas heterogéneas que encuentran normalmente un enemigo común y que se acogen para identificarse a una serie de significantes vacíos, es decir, conceptos que por resultar indefinidos y abstractos, cumplen la función de cementar una estructura determinada, pudiendo trasladarse a otro contexto para hacer el mismo papel con una estructura diferente e incluso opuesta a la anterior. 

Seré más claro. Todos los populistas surgen con vocación de enfrentamiento con un supuesto statu quo. Pueden ser "esos burócratas corruptos de Washington", los políticos que meten la mano, los banqueros... pero también los lobbies gays, las feministas o los colectivos que otorgan "privilegios" a los inmigrantes. No hace falta recurrir a fórmulas agresivas: la Libertad, la Democracia, el Trabajo, la Clase Media, la Familia... Todos estos valores pueden ser empleados como significantes vacíos para lo que Laclau considera que es el momento clave del proceso, la voluntad de una plebs (autodefinida como "los de abajo", supuestos damnificados del orden vigente) por convertirse en el populus, es decir, por presentarse como mayoría moral destinada a asumir la hegemonía. 

Si esto es así, entonces corremos el riesgo de tropezarnos por doquier con trazas de populismo. La idea de patria, o incluso la de la defensa de la Constitución, pueden ser usadas como esos significantes vacíos que se emplean contra otro significante, el Nacionalismo, que se acepta en un contexto conflictivo determinado, pero que resulta sumamente abstracto si se intenta definir para cualquier contexto. Así, Puigdemont habla de democracia o de voluntad popular, términos a los que también se refiere Rajoy.  Le Pen  maneja conceptos similares a los que en otro contexto utiliza Podemos, que habla a menudo de "los de abajo".  Hace años -algunos de ustedes lo recordarán- el vicepresidente del Gabinete González, Alfonso Guerra se erigía en defensor de los "descamisados". 

¿Ven a dónde voy a parar? Sospecho que la imputación de populismo empieza a ser abusiva, no porque tal cosa no exista, sino porque quienes la utilizan no terminan nunca de definirla, lo cual genera confusiones que terminan volviendo infructuoso el debate. 

Déjenme referirme al caso Trump, uno de los más fascinantes de los últimos decenios. Donald Trump es un facha de manual, sus principios son zafios y la imagen que nos hemos hecho de su electorado es la de un blanco avinagrado, el cual ha visto precarizarse su situación profesional y afirma ante una pinta de cerveza que el Estado le roba sus impuestos para financiar sus corruptelas o los programa de asistencia a vagos y delincuentes. 

¿Manipulación? ¿Demagogia? Sin duda, pero hay algo más. La precarización del mercado laboral y el desclasamiento de grandes capas de población es consecuencia de que son tipos como Trump los que han impuesto una agenda económica que, desde los años del reaganismo, propaga la especie de que el Estado es el mal y que la libertad consiste en ahorrar costes, evadir el fisco y hacerse rico. Cuando la evolución del capitalismo contemporáneo muestra que sus verdaderas intenciones consistían en trasladar astronómicos activos económicos desde las clases bajas o medias hacia una minoría, entonces reaparece el fantasma del supremacismo blanco, personificado por un magnate que odia a los inmigrantes y pone a las mujeres en su sitio. 

Trump contiene un toque antisistema que, en realidad, es resultado de la ira de mucha gente. ¿De verdad creemos que toda esa gente podía confiar en un personaje tan del stablishment como Hillary Clinton? Trump es un populista, no tengo dudas, pero él no ha inventado las claves del populismo. Estamos ante una criatura surgida de un largo periodo histórico durante el cual se nos ha convencido de que el Estado del Bienestar es ruinoso, que la política es una mentira de los burócratas, que los inmigrantes vienen a robar y que el dinero es el único dios al que debemos adorar. 

Saturday, December 09, 2017

LO QUE QUEDA DE LA REVOLUCIÓN RUSA

Mi problema con el comunismo es que siempre me pareció inconcebible. Me sonaba a algo así como que los leones dejaran voluntariamente de comerse a los ciervos. Yo no celebro la Revolución Rusa por la misma razón que no celebro la Francesa o la globalización, son procesos históricos demasiado gruesos, no me veo en condiciones de declararme partidario o detractor porque no me gusta hacer el ridículo. 

En cualquier caso nunca fui comunista. Bueno, sí, una temporadita, pero por fastidiar a los curas. Después me pasaron cosas, por ejemplo que empezó a chirriarme mucho eso de ir cantando loas a la causa proletaria para luego irme a casa a ver la Copa de Europa y seguir viviendo a la sopa boba de mi señor padre. Otra que me ocurrió es que algunos de los hijos de puta más grandes que he conocido en mi vida eran convencidos leninistas. Con el tiempo he entendido que Lenin no tiene la culpa de eso, pero no termino de quitarme de encima la consideración de que un leninista es un tipo que, con la excusa de la estrategia revolucionaria para derrocar a la burguesía, no tiene el más mínimo inconveniente en manipular a algunos ingenuos para, llegado el momento, "sacrificarlos" por la causa. 

Entiendo bien que los tipos como yo son farragosos, le ponemos peros a todo y así no hay manera de tomar el Palacio de Invierno. Pero al menos, mi condición de escéptico protege mi lucidez lo bastante como para no caer en la defensa de según qué atrocidades.

Por ejemplo, no puedo entender cómo alguien que dice ser de izquierdas, lo cual para mí significa ponerse del lado de los derechos y las libertades, se dedica a defender prácticas políticas autoritarias. Una cosa es que uno denuncie la hipocresía con la que los reaccionarios se ceban con Venezuela o Cuba y otra es tomar como modelo formas de gobierno que parecen extraídas de una novela de García Márquez. El poder creciente de China no asusta tanto por la pérdida de los referentes ideológicos del maoísmo como porque China, ahora y antes, significa que los derechos humanos valen poco. Y todo esto sin referirme al esperpento norcoreano. 

Temer la disidencia es de cobardes. Levantar paredes y alambradas para que no entren los de afuera es cuestionable, pero hacerlo para que no salgan los de adentro... ¿nos damos cuenta de que es una pura autorrefutación? Es verdad que la Caída del Muro de Berlín no ha traído las libertades que esperábamos, pero era muy mezquino no experimentar en aquellos días la sensación de que uno de los símbolos de la tiranía se desplomaba en el corazón de Europa. 
Añadiría que el comercio es una inclinación universal irrenunciable y necesaria, que el impulso de competir es legítimo, que la burguesía es autora de la mayoría de referentes culturales que amamos, que Marta Harnecker es una pelma... No sigo, el comunismo, entendido como modelo ideológico de oposición radical al capitalismo, se halla en un momento que no sé si es de disolución o de reconfiguración. 

Advierto, sin embargo, que entre los pecios que quedan de ese naufragio hay mucho que rescatar, empezando por los textos de Marx -al que se habrán dado cuenta de que aún no había nombrado- y siguiendo con los de Gramsci y tantos otros, algunos de ellos tachados torpemente de "revisionistas" por los devotos de Stalin. 

Tengo razones, ya las expondré, para pensar que una izquierda heterogénea pero global está configurándose en la actualidad y desde los últimos años del siglo XX. Se vistió de largo con los disturbios de Seattle en 1999 y ha ido atravesando distintas estaciones de paso hasta hoy, desde el nacimiento del Foro Social Mundial hasta los episodios de los Indignados, Occupy Wall Street o la Primavera Árabe. 

Están ocurriendo demasiadas cosas y el mundo cambia demasiado deprisa para quedarnos en bucles melancólicos y seguir flotando entre viejos dogmas. La izquierda se encuentra en una fase de incertidumbre, lo cual es angustioso pero también fascinante. Como dijo recientemente Zizek: "bienvenidos a tiempos interesantes".    

Saturday, December 02, 2017

A VUELTAS CON STILL MORRIS



Muy divertida resultó, después de todo, la presentación en la Librería Ábacus de Cambio de ritmo, el libro de Eloy Pardo, más conocido en los ambientes musicales como Still Morris. 

Me hizo el honor de convertirme en introductor y salvé el trámite lo mejor que pude. Debo reconocer que incidí más en la larguísima experiencia biográfica de Pardo como empleado de banca que en su faceta musical. Quizá sea porque siempre he sospechado que el arte se explica por sí mismo, de ahí que fuera mucho mejor que Eloy hiciera de Still Morris, su alter ego musical, e interpretara en vivo y en directo algunas de sus canciones, y no que yo intentara explicar su sonido. 

Conviene tener presente el hecho que otorga singularidad al personaje y que le hizo ser incluso protagonista de algún periódico y algún telediario hace ya unos cuantos años: Pardo llegó a ser un más que notable ejecutivo financiero. En el momento en que menos cabía esperarlo, justo cuando los suelos de mármol de los corredores del Poder se alfombraban para él, Eloy Pardo decidió saltar del tren en marcha y convertirse en el músico que siempre llevó dentro. Y ello aunque, por dejar de platicar de negocios en doradas oficinas con los amos del cotarro, su destino pudiera ser tocar para casi nadie en un tugurio nocturno 

Aproveché el momento para formularle algunas preguntas que el libro alimenta y que yo ya hace mucho que me vengo haciendo: ¿fueron los noventa una farsa? ¿en qué momento el capitalismo se volvió loco? ¿cuándo las cajas de ahorro olvidaron su sentido fundacional y se convirtieron en máquinas de hacer dinero?...

A lo largo de la última década, y como consecuencia del shock colectivo provocado por la recesión, nos han intentado convencer -creo que con éxito- de que somos culpables de haber vivido "por encima de nuestras posibilidades", y que ahora lo tenemos que pagar. También nos han dicho que los Estados ya no pueden sostener la sociedad del bienestar y que es mejor desembarazarnos de ellos, que la única alternativa al capitalismo es más capitalismo, que la precariedad es el destino de nuestros jóvenes y los empleos seguros una especie en extinción... 

Un oligarca norteamericano dijo recientemente que la lucha de clases -aquello de lo que tanto habló Marx- sí existía, y que por ahora "nosotros vamos ganando". Con la globalización el mundo tiene nuevos amos, y su objetivo no es otro que servirse de las crisis y el miedo de la gente a desastres aún peores para continuar con el proceso actual, es decir, seguir trasladando riqueza desde las clases medias y humildes hacia las grandes fortunas. 

No quiero confundirles, ni Cambio de ritmo es un diagnóstico sobre los males de la sociedad tardoindustrial ni Eloy Pardo fue un quintacolumnista anarcoide empeñado en destruir el sistema desde dentro. Lo interesante de la crónica que nos ofrece es que el protagonista reúne la lucidez suficiente como para observar y dar cuenta fríamente de una lógica financiera respecto a la que se sabe no inocente, pues participó de ella durante décadas. 

En algún momento, ya en plena madurez, experimentó un temor difícil de describir pero que conocemos muy bien quienes sufrimos de vértigo. Es un mal de altura, un misterioso mareo que, desde muy adentro, nos indica que si damos el paso para crecer más, para expandir todavía más nuestras ambiciones y acceder a los cuadros de mando más elevados... entonces nuestro propio poder, nuestra grandeza, nos destruirá. 

En algún momento, mientras el capitalismo enloquecía -antes de empezar a morir de su falso éxito- Eloy Pardo hizo lo que seguramente ninguno de sus compañeros de trabajo pudo entender, de ahí que le trataran de loco y de outsider, por más que él insiste, una y otra vez, en su absoluta normalidad... Como sugiriendo que lo anormal es vivir estresados y encarcelados por una ambición inexplicable, esa que nos indica que cuanto más dinero ganemos, más dinero querremos. 

Merece la pena leer a Eloy Pardo... Y escuchar a su Mr Hyde, Still Morris, claro.