
INOCENTES
No discuto la santificación de aquellos niños de Belén que fueron pasados a cuchillo por los sicarios de un Rey paranoico y enfurecido por las pupas de una terrible enfermedad. Claro que, después de todo, ser el bueno o el malo en las historias evangélicas suele ser cosa de suerte, y hay a quien le pasa por la cabeza de vez en cuando exigir a los burócratas vaticanos tramitar la santificación de Herodes ante la evidencia de que a la inmensa mayoría de nuestros niños los estamos convirtiendo en monstruos odiosos. Hablando de niños, no alabo el gusto de quienes consideran "Inocencio" un nombre digno para su vástago. Me parece tan insano como llamar a tu hija "María Virtudes", sobre todo teniendo en cuenta las virtudes de las que se trata en el universo cultural católico, más afecto a la sumisión y el recato que a cualquiera de las "perversiones" que han hecho que, desde hace milenios, valga la pena habitar este polvoriento planeta. Mi sugerencia sería la de bautizar a su próximo hijo como "María Vicios" o "Caín", pero como ustedes, amigos lectores, son un hatajo de cobardes, estoy seguro de que preferirán a "Marcos", "Martina" y mariconadas similares.
El 28 de diciembre suele crear una tensión psicológica particular: uno pasa el día pensando "aquí me la meten". Pero he llegado a la conclusión de que se han acabado ya los buenos tiempos para los bromistas. Me sucedió durante el telediario algo inaudito. El circunspecto y trajeado presentador nos anunciaba al ganador de un concurso mundial de skate-board a mano. Allí aparecía sonriente el freaky de turno realizando todo tipo de virguerías manuales con un diminuto monopatín. Supuse que era justamente esa la inocentada del telediario: "muy bien, ya no me pillan". Pero, de pronto, las dudas... Bien pensado, no había nada en aquella imbecilidad que no apareciera como noticia completamente seria en días no de Inocentes. Apenas un par de semanas atrás había visto a un cantante con peluquín llamado Dantés presentar su último disco. La aparente convicción con la que cantaba y bailaba el personaje no le restaba punta de broma al asunto, y sin embargo no era una inocentada. ¿Por qué entonces habría de serlo del monopatín manual?
De entre las bromas que no terminan de pasar como tales me quedo con el negacionismo. Los defensores de esta estrafalaria escuela de pensamiento niegan la realidad del holocausto, gigantesca mentira urdida por la conspiración judía internacional, cuyos líderes en la sombra serían los sabios de Sión, ahora guarecidos bajo el paraguas del lobby hebreo de Nueva York. La cosa podría quedar muy bien como inocentada, y recuerda incluso a cierto compañero de clase que tuve que decía que desde que se enteró de que los Reyes eras los padres no dejaba de pensar que toda la realidad era un sueño, lo cual no le impedía apartar la cara cada vez que Don Gregorio le soltaba una hostia en clase o gritarme ¡jódete, cabrón! cada vez que me metía uno de sus imaginarios goles. Lo inquietante es que tal impostura tenga repercusión, hasta el punto de que no sólo los cuatro descerebrados de turno con brazo en alto se tragan el discursito de marras sino que además surgen estrambóticas leyes en distintos países europeos contra quienes niegan el holocausto. Puestos a seguir en tal línea de corrección política, la cual es especialmente aficionada a las leyes mordaza contra la libertad de expresión, podrían ustedes salir a la calle gritando que Colón nunca existió y se le podría acusar de negar el genocidio cometido por los españoles contra los indios, a pesar de que para estos, los pobres, ya es demasiado tarde tal acto de justicia.
Por estos lares el negacionismo ha pegado llamativos coletazos. Hay quien dice que Franco fue un santo y Azaña un asesino de masas, que en el bombardeo de Gernika sólo murieron cuatro personas -sospecho que del susto- y que la Guerra Civil la empezaron los republicanos, que es más o menos lo mismo que cuando en Seguros Mapfre el accidentado manifiesta que "la farola se lanzó contra su coche", algo que luego da mucha risa pero que el interesado suelta a ver si cuela. No es sorprendente que el negacionismo, si se trata de ensalzar a Franco y demonizar a los rojos, triunfe en nuestro querido país. A fin de cuentas, Pedro Jota Ramírez está evitando la extinción de su diario gracias a la milonga del 11-M, una de las inocentadas más hilarantes del momento de no ser por lo repugnante que resulta jugar de esa manera con los muertos. Dice Canetti que hay un momento del camino en que uno corre el riesgo de dejar de saber qué es la verdad y qué la mentira. Es entonces cuando cualquier infamia, si sirve para destruir a nuestros enemigos, se da por buena, y cuando el más necio de los necios se cree con derecho a que le hagamos caso. Dejémosles el día de los Inocentes y olvidémosles el resto del año. Feliz 2007.