LA JUVENTUD DOMESTICADA, DE DAVID P.MONTESINOS.
1. La juventud domesticada. Cómo la cultura juvenil se convirtió en simulacro. La madrileña editorial Popular ha tenido la inmensa generosidad de publicarme este libro, escrito hace dos años y del que me siento particularmente orgulloso. Soy consciente de que el título del texto contiene matices provocativos que lo hacen inmediatamente polémico. Por eso creo que es conveniente explicarlo de la manera más didáctica posible.
A lo largo de la historia el joven ha sido un elemento "liminar" de las sociedades. En la comunidad rural europea de las edades premodernas, por ejemplo, el joven -tendente por lo general a agruparse tribalmente de forma espontánea y a habitar lugares y tiempos inhóspitos, secretos o prohibidos de la comunidad- cumplía la función de mantener alejados o vigilados a los elementos excluidos por la tribu. Así, las primitivas tribus de jóvenes, moviéndose dentro de una lógica lindante con el delito, ayudaban inconscientemente a preservar el orden social frente a mujeres disolutas, extranjeros, vagabundos o nigromantes, de ahí que de alguna forma se les tolerara. Así, el poder disruptor que por definición encarna el joven era reconducido hacia misiones oscuras pero eficaces... hasta que llegaba el día de producir sustento regularmente o de morir en combate.
Pero la historia de los jóvenes no tendría el sentido que le otorgo sin el Movement, nombre que adopta entre muchos otros el densísimo conjunto de protestas, reivindicaciones y transformaciones que en la sociedad opulenta estalló en los años sesenta. De todo ello el Mayo Francés es, si se quiere, un paradigma, pero en ningún caso el acontecimiento fundante de aquéllo a lo que hemos considerado la Revolución Juvenil. En todo caso se trata de una consecuencia, en el mismo sentido en que la Toma de la Bastilla en 1789 lo es de un siglo de Ilustración. El cine teenager que empieza a cuajar en América superada la postguerra, la bohemia de los beatniks, la expansión ciclópea del pop, la proliferación de subcultos y sus drogas características, las barricadas de París... creo que todos estos acontecimientos forman parte de una gran lógica de apertura a la que sólo dejaré de mirar con buenos ojos el día en que, como todo reaccionario que se precie, deje de creer que la libertad y la creación y extensión de derechos no traen más que desórdenes.
La preocupación que da origen a este libro arranca de la constatación -del presentimiento acaso- de que la energía que llevó a la juventud occidental a convertirse en la nueva gran creadora de derechos y de signos, en la mayor cuestionadora de los viejos modelos de autoridad y, en definitiva, en la fuerza revolucionaria más formidable de la era tardoindustrial ha quedado misteriosa y secretamente colapsada. Los media nos insisten una y otra vez en la asociación entre juventud y rebeldía, una juventud que debemos proteger -como los parques naturales- ecológicamente en nosotros mismos, incluso cuando ya no somos jóvenes. Parece que todos hemos de luchar como valientes contra los signos de envejecimiento de nuestra piel, hemos de desear a diosas con pinta de adolescente -cuando no de niña púber- y solazarnos con espectáculos y diversiones concienzudamente puerilizadas para adultos, desde los estadios de fútbol a los parques temáticos pasando por los videojuegos y las despedidas de soltera donde una treintaañera hecha y derecha hace la gallina en medio de la calle... Sí, pero ¿dónde está el poder disruptor creativo que hizo salir a los jóvenes a la calle para reclamar no la toma del poder político sino la transformación profunda de los estilos de vida y de relación entre humanos? Disruptor es, desde luego, el niño insumiso que hace imposible la normalidad del aula en la escuela, o el que garbea insolente por las calles sintiendo que la tribu de los adultos renuncia a afearle su mala conducta. Lo que no creo es que esa voluntad de desorden sea mucho más que la respuesta desesperanzada y a veces esquizofrénica a la falta de criterios.
Es cierto, acontecimientos como el del "No a la Guerra" o "Nunca mais", por no hablar de Seattle, Génova o las asociaciones juveniles que, con mucho más de voluntad de asociarse y combatir que para adiestrarse en la preservación del orden legado por los adultos como hacían los boy-scouts, obligan a volver oblicua esta mirada nostálgica y nihilista que parece creer que el "sesentayochismo" da carpetazo la Revolución Juvenil. De ser así, como expongo en el ensayo, no habría que renunciar al esfuerzo de la crítica, sólo habría que trasladarlo a otros puntos liminares del mapa social, como los sin techo, los inmigrantes, los homosexuales o las mujeres... Pero es que estoy muy lejos de creer que los Nuevos Movimientos Sociales sean ajenos a los jóvenes. Es por eso que el mensaje de este libro queda abierto, pues su objetivo no es otro que el de suscitar la controversia. ¿No será que el trayecto de la herencia -entendida como legado espiritual- ha quedado interrumpido porque los jóvenes contestan con la ausencia, con la renuncia a ocupar los puestos de poder, al empeño adulto por desactivarlos como ciudadanos
y convertirlos en consumidores? ¿No será que el reclamo de fe en la experiencia asociativa como única posibilidad de reconstruir los puentes del derecho y la justicia ha quedado triturado en ellos por el individualismo atroz, ese miedo paranoico al Otro, en que los hemos educado? ¿No es culpable de ignorancia quien, nostálgico del rock, acude a un concierto de momias de sesenta años mientras acusa al hip hop de simple moda yanqui para cabezas huecas? Abramos el debate.
Es cierto, acontecimientos como el del "No a la Guerra" o "Nunca mais", por no hablar de Seattle, Génova o las asociaciones juveniles que, con mucho más de voluntad de asociarse y combatir que para adiestrarse en la preservación del orden legado por los adultos como hacían los boy-scouts, obligan a volver oblicua esta mirada nostálgica y nihilista que parece creer que el "sesentayochismo" da carpetazo la Revolución Juvenil. De ser así, como expongo en el ensayo, no habría que renunciar al esfuerzo de la crítica, sólo habría que trasladarlo a otros puntos liminares del mapa social, como los sin techo, los inmigrantes, los homosexuales o las mujeres... Pero es que estoy muy lejos de creer que los Nuevos Movimientos Sociales sean ajenos a los jóvenes. Es por eso que el mensaje de este libro queda abierto, pues su objetivo no es otro que el de suscitar la controversia. ¿No será que el trayecto de la herencia -entendida como legado espiritual- ha quedado interrumpido porque los jóvenes contestan con la ausencia, con la renuncia a ocupar los puestos de poder, al empeño adulto por desactivarlos como ciudadanos
y convertirlos en consumidores? ¿No será que el reclamo de fe en la experiencia asociativa como única posibilidad de reconstruir los puentes del derecho y la justicia ha quedado triturado en ellos por el individualismo atroz, ese miedo paranoico al Otro, en que los hemos educado? ¿No es culpable de ignorancia quien, nostálgico del rock, acude a un concierto de momias de sesenta años mientras acusa al hip hop de simple moda yanqui para cabezas huecas? Abramos el debate.
2. El pasado miércoles 18 de abril presentamos esta obra en La Casa del Libro de Valencia, ante un público ciertamente más numeroso de lo que yo esperaba. Intervinieron Antonio Lastra y Justo Serna -fotografía en la cabecera del texto- que estuvieron magníficos, suscitando una polémica que es precisamente lo que pretendo y la única razón -vanidades aparte, somos humanos- por la que peleé por la edición del ensayo. Mi recuerdo de este encuentro será ya imborrable para siempre. Quiero agradecer a todo el mundo su participación y su apoyo, pero especialmente he de dar las gracias a Pepa, mi mujer, protagonista de mis sueños y mis desvelos, que cuidó de esta obra y de mi vida, y a la que quiero como nunca quise a nadie. También a Nacho y a Valeria, que nos trajeron a Olivia para iluminar un invierno que se había vuelto sombrío.
3. El libro La juventud domesticada. Cómo la cultura juvenil se convirtió en simulacro, ha sido publicado por la admirable Editorial Popular, que tuvo la desfachatez de editar a un don nadie simplemente porque les gustó y porque les dio la gana. A ellos mi reconocimiento eterno. El precio del volumen es de doce euros. Podéis adquirirlo ahora mismo en La Casa del Libro o en librerías como París-Valencia. Se puede adquirir también por Internet dirigiendoos a la web de la editorial. www.editorialpopular.com
13 comments:
Enhorabuena David por haber conseguido publicarlo. Espero leerlo pronto. En el fondo, supongo que todos nosotros somos protagonistas de este libro y creo que personalmente me puede dar pistas para entender lo que yo siempre he creido como el fracaso de mi generación. Desde el instituto mi interés siempre fue el de crear un grupo de gente con los que desarrollar un espíritu crítico; al no poder hacerlo, pensé que en la Universidad podría; cuando llegaron esos años, hubo muchos intentos y algunos de ellos salieron muy bien, pero acabé con esa sensación de frustración; ahora sigo igual, pero siendo consciente del poder individualista.
un abrazo
Muchas felicidades, enhorabuena.
Libro excelente que genera polémica, lo cual es magnífico; te hace hablar de él después de haberlo leído. Me gustó la presentación y lo que se dijo en ella aunque cuando Lastra dijo que en el 68 los verdaderos revolucionarios fueron los polícias casi me caigo del asiento. Como me cuesta ser posmoderno creo que hay un modo de producción identificable que domestica cualquier intento de desafiar ese orden establecido. Al ser reconocible puede ser combatido. El problema es conocer bien todos sus mecanismos
Gracias, Fran, tu tenacidad es tu fuerza. Te envidio por ello.
No estoy seguro, Tobías, de que ser postmoderno significa cuestionar la idea de que el modo de producción genera sumisiones, en realidad, lo que algunos pensadores del postestructuralismo -evitemos un asilvestramiento de las categorías- han conseguido es sustituir el modelo tradicional de crítica de la economía política por el de la "crítica de la economía política del signo", textual en Baudrillard, que supone romper con la escolaridad de la jerga marxista, sobre todo en lo relativo a la pregunta "¿qué cosa es la verdad", pero sostiene la concepción de la Teoría Crítica en tanto que denuncia de los modos de dominación. Por cierto, ¿te has planteado que los llamados "postmodernos" no hacen otra cosa que internarse -muy lejos eso sí- que internarse en el concepto del "fetichismo de la mercancía". Este concepto es importante pero no capital en Marx, pero en cualquier caso es su fundador, y se ha convertido en capital para estos autores. Creo que si Marx lo hubiera desarrollado habría terminado chocando contra la limpidez de otros conceptos suyos más básicos, en especial su teoría de la verdad, que da lugar a un concepto tan central -y en mi opinión tan equívoco- como el de "ideología"
David
Enhorabuena, David, por tu libro. Hoy, Día del Libro, lo menciono brevemente en mi blog (además de poner un enlace): o, mejor, me pregunto qué es leer para un niño o para un joven y qué se aprende de la mala prosa. Fdo. Justo Serna.
Antonio Lastra me parece un tipo excepcional por muchas cosas, y en especial por su tenacidad incansable. No obstante, yo también habría alucinado por el comentario sobre los policías del 68 de no ser porque le conozco. Los policías cumplían órdenes, y si la respuesta de los entonces llamados "aparatos de la represión" fue escasamente violenta, al contrario que por ejemplo en México, también fue porque el tipo de revuelta fue anómala. La sociedad opulenta estaba mutando. Incluso la sociedad española estaba mutando hacia la apertura y la modernización en aquellos tiempos de desarrollismo y tecnocracia. No creo que mi amigo considere a los grises como los revolucionarios de las revueltas estudiantiles de entonces. Lo que Antonio no parece entender es que ya no hay motines en la Universidad porque ni tan siquiera la propia Universidad cree en sí misma como creadora de poder y de subjetividades.
Es un aburrimiento en estado puro, indiferencia burocratizada, un espacio ya totalmente subsidiario y domesticado de la sociedad donde nada parece ya que vaya a pasar, más allá del grupito de chicos que se pasan el día fumando porros en el bar de mi ex-facultad. Más o menos lo mismo que en los macroconciertos de rock. Antonio dice que debería tener hijos para entender mejor ciertos problemas, yo creo que él debería haber tomado parte en ciertas asambleas y sabría que la decisión de parar una clase donde se practica el esquirolismo es de toda una asamblea, aunque luego sean unos pocos los que se atreven a hacer efectiva tal decisión. Conviene recordar que tan democrático es el derecho a dar clase como el de declararse en huelga. Es cierto que entramos de forma agresiva en aquel aula, pero luego nos marchamos, y fueron los presentes los que decidieron no seguir con aquella clase. Por cierto, entonces nos oponíamos a una reforma que luego, como tantas veces pasa, ha sido sufrida y rechazada por quienes nos consideraron enemigos y piqueteros.
¡Hola, David!La semana pasada me enteré por la Turia de que habías conseguido publicar este libro. Te envié un mensaje de felicitación al artículo de Nitroglicerina, pero como veo que todo el mundo te da la enhorabuena en este último, reitero mis congratulaciones por si no habías vuelto a consultar los comentarios.¡Un abrazo!
Supongo que Lastra quería dar a entender que los estudiantes rebelados del 68 eran en realidad burguesitos nacidos en una sociedad opulenta, críticos con esa sociedad porque se negaban a hacerse mayores y asumir responsabilidades como las asumidas por las personas maduras que se habían partido los cuernos para proporcionar el bienestar del que disfrutaban. Por el contrario los policías eran los hijos de la auténtica clase trabajadora, los verdaderos explotados y sometidos, apartados desdeñosamente por los estudiantes que no querían entender sus problemas perdiéndose en reivindicaciones sin contenido.
Supongo que en todo hay una parte de verdad pero no deja de ser un intento por deslegitimar una protesta que, como mínimo, mostró a una juventud concienciada, con ganas de crear una sociedad más justa aunque no supieran muy bien cómo.
El razonamiento de Antonio se basa justamente en lo que tú dices. Muy bien, pero me parece pretencioso repartir derechos de revolucionario. ¿Tienen derecho a cortar la carretera incendiando neumáticos los trabajadores de la deslocalizada Delphy pero no a parar las clases los estudiantes de la Universidad? Yo creo que en el Mayo Francés se cuestionó integralmente un modo de vida, una concepción del mundo cuya crisis ya se vislumbraba. Sin ese caldo de cultivo -"fracasado",dicen- no habrían cuajado modos de relación sexual o construcción de familia menos ortodoxos y más polimorfos, no se habría convertido en problema a reflexionar el tema educativo -el cual antes no se planteaba porque directamente se mantenía la autoridad incuestionada- no habríamos visto a la mujer convertida en "sujeto" a todos los efectos... ¿Podemos imaginar a Al Gore hablando -muy seriamente- del desastre que se nos viene encima por un uso productivo enloquecido si alguien -cuando él era un jovencito- no hubiera empezado a plantear un "cuidado, este tren se está embalando".
Es la segunda o tercera vez que entro en este apartado de comentarios y acabo por salir de él sin escribir nada porque tengo siempre la sensación de no estar a la altura del debate. Hoy me decido porque he tenido un buen día, así que ....allá va.
Yo asistí a la presentación del libro de David y me pregunto, a propósito de la reflexión que Antonio Lastra hizo sobre los estudiantes franceses del 68, si es que la revolución juvenil y la revuelta sólo son posibles desde el hambre o desde la desesperación, es decir, es que la protesta sólo es valida cuando los jóvenes pertenecen a la clase social más baja/desfavorecida? Si en ese momento -mayo del 68- los policías no se rebelaron, en tanto que hijos de los obreros más explotados, tal vez fue porque precisamente en esa estructura económica o social que oprimía a sus padres ellos encontraron la forma de prosperar y de mejorar su situación: ¿dónde estaría entonces el motivo para la queja?.
Por otro lado, aunque ya ha pasado el Día del Libro, me gustaría responder a la pregunta que Justo Serna se hacía acerca de la mala prosa. Yo creo que de la mala prosa se aprende lo mismo que se aprende de las malas compañías: a reíse; a experimentar el placer de saberse en el lugar equivicado y en compañía inapropiada; a transgredir la norma; a deleitarse en el goce de perder el tiempo en actividades livinas e improductivas -con la de cosas útiles que habría que estar haciendo...-; a distinguirla de la buena; y ,sobre todo, la mala prosa te permite abandonarla sin dolor cuando descubres que hay otros trenes que te llevan más lejos...
Un beso a todos.
Comparto lo primero que dices, en cuanto a lo segundo me parece además muy bonito. Leamos mala prosa y aprendamos también con ella. Besos a tí.El autor.
Estoy completamente de acuerdo por lo que dices, y especialmente como persona de 22 años me siento frustrado e impotente ante la situación, e incapacidad de conseguir que la gente de mi edad reaccione contra el proceso de involución estamos viviendo.
Me gustaría saber dónde puedo encontrar tu libro.
Un saludo.
Post a Comment