VOTE QUIMBY
Como buen profesional el alcalde Quimby sólo tiene una pretensión, que es servir a la ciudad, lo cual traducido al lenguaje de una inteligencia medianeja significa hacer-todo-lo-posible-para-conseguir-que-me-voten. Quimby nos quiere, nos trata con cariño, mantiene su sonrisa incluso cuando menos pinta tenemos de acabar depositando la dichosa papeleta con su nombre... a fin de cuentas, para qué sulfurarse por el desagradecimiento de algunos ciudadanos que no valoran su indomable vocación de servicio si a lo mejor cambian de opinión en las próximas elecciones... a las que por supuesto el bueno de Quimby piensa volver a presentarse. Inolvidable aquel momento de Los Simpson en que es sorprendido en la habitación de un motel con dos prostitutas: su primera reacción -"esto es fatal para mi imagen pública y ¿qué dirá la Señora Quimby?"- le empuja a huir despavorido, pero eso no le impide volver a abrir la puerta y mostrarnos su sonrisa porcina mientras nos recuerda el inevitable remoquete: "Vote Quimby"
La de Quimby es la imagen que se asoma a mi mente con insistencia cada vez que me topo en estos días con un cartel electoral o veo el telediario. ¿Generalización injusta? Sí, seguramente, hay políticos esperpénticos como Quimby, y hay otros que siendo tan nefastos como él ni siquiera tienen gracia. Hubo un tiempo, hablando de esperpentos, en que personajes como Jesús Gil o Ruiz Mateos ayudaban a los "políticos de profesión" a vendernos la panoplia de que algunas figuras rocambolescas amenazaban con rebajar la calidad de los parlamentos. En realidad, ya no hacen falta, no hay más que fijarse en la alcaldesa de Valencia, que amenaza con arrasar en los comicios del consistorio una vez más, arrastrando el voto de los viejos a los que besa en las fotos, de las marujas del Mercat que le dicen lo "rebonica que has eixit en les afotos", de los que odian a los catalanes y a los maricones, de los que creen que la Copa América y el circuito urbano de Fórmula Uno van a convertir la ciudad en el Mónaco del Mediterráneo... Entre los candidatos -y bajo la sombra del "¿seguro que no habéis encontrado uno mejor?"- nos encontramos irresponsables que dan la murga con la opresión del gobierno central, zotes que gozan de una influencia enorme en la vida del país -totalmente desproporcionada en relación a su talento personal-, bucaneros lanzados a la rapiña inmobiliaria como tiburones hambrientos... Y eso sin necesidad de irnos a Italia para tropezarnos con el Mamachicho Berlusconi.
Hay pese a todo gente que merece la pena en la política. Por ejemplo, durante los años en que la Señora Del Castillo gobernó la educación, cada una de las tropelías que llevaba a cabo -ensartadas en un proyecto genocida para con la Escuela Pública- era valerosa y certeramente contestada por una joven y prometedora socialista, Carme Chacón. El día en que, tras el vuelco electoral del 14-M, Rodríguez Zapatero anunció la designación de nuevos altos cargos, cuál sería mi sorpresa cuando apareció con la cartera de Educación una veterana profesora universitaria mientras Chacón pasaba a la honorífica y anodina vicepresidencia parlamentaria. Desde Del Castillo hasta ahora, apenas se han visto cambios realmente sustanciales en el desorden educativo, simulacros legales, querellas superficiales con el tema de la Religión como estrella... Es un simple ejemplo, y podríamos hablar también de Pedro Zerolo, orador emergente y arrollador que probablemente no pase de concejal de los gays, de Ernest Lluch, demasiado honesto como para que no lo asesinaran, de Herrero de Miñón o Hernández Mancha, demasiado aficionados a la democracia como para liderar la derecha española... al final, da la impresión de que ser virtuoso cotiza a la baja en el mundo de la política, siempre y cuando no se trate de las virtudes florentinas que deben adornar al político de Maquiavelo, ese que intriga más arteramente que sus rivales, que sabe deshacerse con taimadas artes de ellos en el momento oportuno, que resiste más de lo humanamente tolerable con tal de satisfacer sus ambiciones... Al final, suelen ser estos los que aparecen ufanos en los carteles.
Conozco bien a los políticos profesionales, sé cómo se gestan. Cuando éramos estudiantes ya se advertía quiénes tenían madera para esa vida. Eran de una mediocridad intelectual, y sobre todo moral, apabullante, tenían el espíritu inquebrantable y servil de los trepas, y no conocían ni a su padre si se veían en riesgo de desaparecer de la escena. Tomaban la palabra en las asambleas, se presentaban siempre a candidatos, manejaban conceptos ideológicos de una simplicidad desértica. Años después, he comprobado como los peores de entre mis alumnos -y no me refiero necesariamente a los que sacaban malas notas, aunque tampoco destacaban desde luego por su brillantez intelectual- son los que justamente han ido incorporándose a las listas de los ayuntamientos. Los hay que ya son concejales, algunos darán un día el salto a los cuadros de mando de las capitales autonómicas. No me quito de la cabeza la imagen de un viejo compañero de pupitre. Era lo que ahora llamaríamos un freaky: amoral, enemigo de cualquier esfuerzo que no fuera el de los pasillos y las intrigas, no creía ni en el honor ni en la amistad ni en ninguna otra de las emociones por las que cobra algún sentido la presencia del hombre en el Planeta Tierra. (Además le olían espantosamente los pies y parecía que le peinaban los enemigos) Hace semanas sufrí un ataque de risa, risa escéptica, cuando navegando por Internet me encontré su imagen trajeada, presidiendo una importante institución autonómica. Por sus rasgos había pasado el tiempo, más arrugas, pero la misma cara de sinvergüenza.
Fíjense en la imagen del tripartito el día en que, tras duras negociaciones -"esto para tí, esto para mí"- formaron su segundo gobierno en Catalunya. Analicen las caras, las miradas, si viviéramos en tiempos de los Borgia ya se habrían envenenado unos a otros. Ya están viendo a todas horas a tipos como estos en los carteles, en los telediarios, en los espacios electorales de las distintas cadenas, en los gritos de los speakers de las caravanas electorales... Todo un espectáculo, y la agria sensación de que no tienen la intención de solucionar uno sólo de nuestros problemas realmente importantes. O quizá es que no saben cómo hacerlo, lo cual justifica la visión de Jean Baudrillard de que hace tiempo de que la política sólo es un simulacro, un juego de signos donde cualquier idea, cualquier principio moral, cualquier gesto, cualquier abrazo, cualquier profesión de fe, se han abaratado tanto, están tan lejos de su contenido, que pueden proliferar promiscuamente por todas partes, navegar como pecios flotantes para ser usados como una prostituta por quien los necesite.
Ya hace tiempo que dejé de soñar con el amotinamiento de la sociedad civil contra todo este hatajo de farsantes. Pero he terminado conformándome con explicar a mis alumnos por qué Sócrates insistía en la necesidad de que los gobernantes fueran, por encima de todo, hombres virtuosos, que acudieran a los cargos como una obligación de servicio a la polis, casi con un cierto fastidio personal, y en ningún caso con el sofoco provocado por quienes corren hacia el poder ansiosos de fama y fortuna. Acaso la falta de virtud de nuestros políticos me ayuden a acostumbrarme a la idea de que soy yo -yo, asociado sin duda a otros ciudadanos- quien debe hacer una polis más digna y habitable para nuestros hijos.
Mientras tanto, diviértase. Y no lo olvide, vote a Quimby.
10 comments:
Nosotros tenemos nuestro Quimby particular, conocido del Gigante y mío, Don Julio Casillas.Aunque parece que la nueva tribu opusdeista que gobierna valenciana acabó con sus aspiraciones. En Xàtiva también hay un personaje parecido, Alfonso Rus, cuya propaganda electoral reza modestamente: "Alfonso Rus, alcalde".
Pienso como tú, Tobías, quien ve los Simpson pensando que sus personajes nos son ajenos, se está confundiendo de sentido del humor.
Yo no pienso votar en estas elecciones. La última vez que lo hice fue por la Constitución europea. Todavía tengo sensación de estupidez cuando lo pienso; no sé cómo quitármela de encima. Lo peor es que no votando tampoco me quedo tranquila porque pienso que no estoy aportando nada. No encuentro a ningún político que se acerque en lo más mínimo a mis inquietudes. A lo mejor es que como soy de un pueblo pequeño y los candidatos tienen pasado, me es díficil hablar de política sin reírme...En fin, que gane el mejor.
Pero entonces, y leyendo sus comentarios, después de haber léido este magnífico artículo, diganme ¿ganará el Barça la liga? ¿Del Nido la palmára de un orgasmo cósmico? ¿Se casarán la Pantoja y don Julián? No hay nada más bello que el espectáculo que nos depara nuestra querida sociedad. Siéntense,disfruten y el día 27 acudan a votar como Dios manda.
Saludos.
No puedo emitir una opinión sobre la posibilidad que usted me apunta en relación a la boda de la Pantoja, pero no estoy seguro de que haya tanta diferencia entre el estilo de "debate" televisivo de temas rosa y el de las tertulias políticas. La política se pantojizó ya hace algún tiempo, pero no porque se casara con un político corrupto, sino porque el nivel lógico dentro del que se mueven una elecciones y el de las tertulias de "¿dónde estás corazón?" es bastante similar. Sociedad del espectáculo, como dijo Guy Debord, pero yo me quedo más con esta cita de nuestra esperpéntica alcaldesa de Valencia "petardos para todos, y para los niños también"
Pues no te imaginas cómo está el tema aquí en Madrid. Entre el malayo Sebastián, Simancas, el agente M-30 Gallardón y Espe son capaces de sacar de quicio, literalmente, a cualquiera. Si a eso le añadimos lo difícil que es gobernar un área metropolitana de 6 millones de habitantes histéricos "à la recherche du temps perdu", pues mejor cambiamos la capitalidad, echamos el cierre y todos a provincias, que allí se vive mejor.
Un abrazo, David, y otro enorme para mi adorada segunda casa, Madrid. Nos defraudas pero te seguimos queriendo.
Siempre son bien recibidas tus apariciones, querido Eduardo. Ya no estoy seguro de que en provincias se vive mejor que en Madrid, el modelo de las grandes urbes, básicamente agobiante y expansivo, se está imitando en ciudades como la mía con gran capacidad de mimetismo. "Madrid resiste", pese a todo, como decían bajo los bombardeos, y acaso Valencia también.
A propósito de tu comentario, he leído tu comunicación sobre Benjamin. Una retórica precisa hasta el encarnizamiento y una más que sugerente interpretación sobre un tema, el cuerpo y por ende la imagen de la prostituta bajo la mirada del flaneur, ciertamente poco tratado por la filosofía académica, demasiado poco habituada a visitar las calles en la noche.David.
Gracias por tus comentarios sobre mi texto. No sé si encarnizado, pero como esperaba no fue lo más comentado en el Congreso en el que lo expuse. Allí se llevaron más los dilemas identitarios en la era internet y la filosofía post-postmoderna. Cosas del mercado de las ideas.
A propósito del mercado, ha empezado el lamentable espectáculo de la Feria del Libro. Lamentable por lo arbitrario de los visitantes y por el dominio absoluto de las grandes sobre todas las demás. Quizá te guste saber que he vendido varios ejemplares de tu libro y espero vender más. Algo es algo. Mañana más y peor, que por algo lo llaman feria... por las irritantes tonadillas de sus participantes.
Madrid es, en efecto, una ciudad excepcional, pero a veces te lo pone muy difícil. Yo soy muy proclive a los excesos madrileños, la verdad, pero no es un buen modelo a imitar, me temo.
Querido Eduardo, permíteme la vanidad pero me alegra que alguien se interese por mi libro. Es un espectáculo mercadotécnico,sí, con un componente pantojizado de culto fetichista a las estrellas y estrellitas. Te sugiero que, para divertirte, llames a tu stand a Fernan Gómez y envíe con voz de trueno "a la mierda" a los fans que se acerquen. En cualquier caso, ten paciencia, pese a todo "the show debe continuar". David
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