Friday, February 04, 2022

AQUEL HOMBRE


Cometo el error de aceptar el consejo de un amigo sobre el documental que Netflix emite sobre la dictadura franquista. Mi amigo es catalán y simpatiza con el Procés. Le respeto porque, pese a que discrepo de él, defiende su criterio con discreción y sin sobreactuaciones. Pero hay algo que distancia nuestras respectivas sensibilidades: yo solo tengo a España, o, para ser más exacto, yo solo tengo la Segunda República. No hay utopía disponible para mí, como sí la hay para los nacionalistas del Principado, que apoyan su sentimiento patriótico en la reivindicación de un estado. Suena incluso bien, pero, lo siento, la República que proclamó Puigdemont no tiene nada que ver con la que se defendió con cientos de miles de muertos en el 36. Lo diré de una vez: para el meu amic España ya dejó hace mucho de ser la camisa blanca de ninguna esperanza. Para quienes piensan como yo, la República es lo único que tenemos, o en todo caso, lo único que tuvimos, el relato trágico de una larga desesperanza.

Creo que él ha visto el documental, "La dura verdad sobre la Dictadura de Franco", con cierto confort. La peripecia vital del Dictador, al cual Netflix presenta como un monstruo atroz, es la confirmación de que España es eso de lo que hay que huir. Se puede huir hacia la Catalunya lliure, o, como Goytisolo, al Mahgreb... Yo no puedo huir, no estoy a tiempo, o, en todo caso, ya solo puedo huir hacia el pasado.

Me asiste cierta desazón después del primer capítulo de la serie. No es solo eso que ya sé de mí: siempre me invade una profunda melancolía cada vez que regreso a la catástrofe que para esta península occidental de Europa supuso la Guerra. Pero hay algo más. Por momentos llega a incomodarme la tendenciosidad del relato, por más que mis primeros instintos me invitan a darles la razón: aquel enano lleno de rencor y carente de más fibra moral que la de un psicópata, sería el mayor asesino del siglo XX si hubiera llegado a tener el poder de Hitler o de Stalin. Ante nuestros ojos se seleccionan, sospecho que con cierto sesgo tramposo, breves intervenciones de historiadores tan reputados como Beevor y Gibson. Hablamos del protagonista de una película de terror. Quizá lo fue.

Llama la atención que, durante el conflicto local, sus aliados alemanes e italianos se sorprendieran de la crueldad con la que era capaz de emplearse con sus enemigos. Con respecto a los Rojos no hay ni un detalle de elegancia ni de magnanimidad. No me asombra lo que muestra el documental a ese respecto. Era un señor de la guerra sin entrañas. Él y su entorno de sádicos, torturadores, ignorantes y fanáticos producen ahora cierta hilaridad con su mal estilo y sus vivas a la muerte, pero dominaron España a sangre, fuego y hambruna durante cuatro décadas. Somos en gran medida hijos de aquel desastre. El fango medieval al que regresamos en el 39 con la derrota por obra y gracia del victorioso general parece tener algo de irreversible: nunca terminaremos de pagarlo, nunca dejaré de presentir los residuos de aquella miseria de casi medio siglo en tantos tipos detestables con los que nos toca convivir en este país que parece estar todavía por civilizar.

¿Fue Francisco Franco el íncubo de Lucifer que Netflix presenta? Se me hace un poco bola porque quizá tengo demasiado asumido que, después de todo, la banalidad del mal de la que hablaba Hannah Arendt encuentra en el gallego de voz aflautada su encarnación más perfecta. Vamos, que siempre me pareció un pobre diablo, no puedo evitarlo. No sé si en el Caudillo había más del paleto que salía en la tele diciendo rimbombantes gansadas sobre Dios, el Imperio y las santas cruzadas. Tampoco importa ya demasiado.

Se me ocurren un par de cosas.

La primera es que ha hecho falta una multinacional mediática para que llegue a los españoles un documental donde se describa al fin al Caudillo como lo que fue, un émulo de Mussolini que, al contrario que éste o que Hitler, se escapó por la gatera para seguir cuarenta años dirigiendo el cementerio en el que había convertido la nación. De haber sido realizado este documental por el Ente Público o incluso por la Sexta, los alaridos de indignación se habrían escuchado en la Polinesia. Lo inimaginable en Alemania es aquí la norma, los conservadores españoles son incapaces de romper con el franquismo. Tampoco es extraño, siempre es duro matar al padre.

La segunda es que, después de todo, no me preocupa demasiado si en el dictador hay astuta perversidad o simple barbarie. Lo que de verdad me entristece, lo que jamás debemos perdonar, es que lo que alianza entre la Iglesia, los militares y los oligarcas de la vieja España consiguió fue eliminar a todas las cabezas y los corazones válidos de la España de los años treinta. Asesinados, exiliados, silenciados, aterrorizados... los millones de españoles que construyeron la República y que estaban destinados a sacar definitivamente al país de la miseria moral, social y económica que arrastrábamos fueron eliminados. España perdió lo mejor de su capital humano.

Tras su rastro en las cunetas solo queda el desierto. Como dijo Gil de Biedma, "la de España es la historia más triste, porque siempre acaba mal".

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