Saturday, April 11, 2009








EL ROTO








En el más célebre de sus ensayos, La gran matanza de gatos y otros episodios de la cultura francesa, Robert Darnton nos refiere la historia de un curioso personaje llamado Joseph d´Hémery. Este detective de la policía del Rey de Francia –destinado inicialmente a investigar el tráfico de libros en el país- escribió a mediados del siglo XVIII cientos de informes sobre quienes los escribían. Darnton se interesa por todos estos archivos porque en este esfuerzo detectivesco advierte el síntoma de una preocupación creciente en la Corona por el peligro que podía llegarle de la "Repúblique de les lettres". Así, junto a caracterizaciones francamente ácidas y despreciativas de personajes tan insignes como Diderot o Voltaire, nos encontramos pesquisas detalladas de la vida de destacados poetas de la Corte o de escritorcillos de tres al cuarto, cuyos amoríos, juegos adúlteros y nocturnas idas y venidas fueron objeto de conocimiento por parte de altos burócratas del Estado, los cuales aplicaron, gracias al rigor con que el chivato detective se aplicaba a la tarea encomendada, el principio aquel de que “Saber es Poder”.

De todo lo reseñado por Darnton, me quedo sin duda con las referencias a Grub Street, nombre que acabó tomando en Francia toda suerte de producción mediocre y adocenada. Aquellos a los que se nombraba como "grubstreet" quedaban automáticamente bajo sospecha. Se les atribuían libelos y sátiras subversivas, asociándoles además con prácticas delincuenciales como el proxenetismo, la estafa, la falsificación, la extensión de rumores y calumnias… Gente de mal vivir en suma, de ahí que no extrañe que algunos acabaran azotados y en galeras, y que muchos acabaran sufriendo “embastillement”. Como advierte Darnton, tiene que ver con ello el que los revolucionarios de 1789 convirtieran a La Bastilla en símbolo de la libertad de expresión frente a la censura del Viejo Régimen. Tirando un poquito más del hilo, nos enteramos de que Grub Street era en realidad una calle de Londres habitada al parecer por historietistas y autores de diccionarios y poemas de encargo.

“Historietistas”, "cartoonist", como se llama a estos autores de baja condición en el mundo anglosajón. No voy a convertir este artículo en una reivindicación del cómic. Alguien me dijo un día que no defendiera nada que no fuera capaz de defenderse por sí mismo. Discutible, sí, pero en lo que tiene de verdad la frase deja las cosas muy claras con respecto a la materia: el cómic es un fenómeno tan emblemático del siglo XX como lo han sido el cine o el jazz. No voy pues a perder el tiempo defendiendo a los gigantes a cuyos lomos camino, más bien son ellos los que han de resguardarme a mí de las tempestades de la vida.

¿Que el cómic no acaba de ver reconocido nunca su lugar dentro de la República de las Letras? Quizá, pero éste es un problema para los académicos, no para quienes nos hicimos más sabios y valientes abriendo los libros de Hugo Pratt o Hergè con la misma devoción con que lo hicimos con Tolstoi o Melville. Ellos se lo pierden y, en cualquier caso, sospecho que hay algo de olor a tabaco negro, tugurio, maletas y mal vivir en los autores de tebeos que molesta a quienes suelen sentarse en los sillones de la autoridad académica, tipos por lo general calvos y con gafas, que pasan las tardes en zapatillas de abuelete y evitan deambular por el barrio de las putas.

Valga no obstante la alusión al imprescindible Apocalípticos e integrados, donde por fin en los sesenta un pope de las letras se atrevió a cuestionar las bases desde las que –a partir de la diferenciación entre “high culture” y “down culture", alta y baja cultura- se menospreciaba la trascendencia del cómic en la constitución del imaginario colectivo contemporáneo. Dice Umberto Eco en el 64 al hilo del éxito de masas de Peanuts o Superman:” … no es cierto que los cómics sean una diversión inocua que, hechos para niños, pueden ser disfrutados por adultos en la sobremesa los cuales, sentados confortablemente en un sillón, consuman así sus evasiones sin daño y sin preocupaciones( … ) En la próxima tira, Schulz seguirá mostrándonos en la figura de Charlie Brown, con dos golpes de lápiz, su propia versión de la condición humana.”

Pero no he empezado este escrito pensado en Charlie Brown ni en Superman, sino en el que acaso sea el dibujante español más influyente de nuestro tiempo. No sé en realidad casi nada de El Roto, no sé si lo sabe alguien y, en realidad, tampoco creo que importe demasiado. Se trata del segundo gran seudónimo que ha utilizado Andrés Rábago, dibujante conocido como Ops en sus tiempos de Hermano Lobo y demás publicaciones satíricas del Tardofranquismo. Respecto al cambio de nombre, proviene de una circunstancia no muy diferente a la de estrellas del rock como Prince o Santiago Auserón, que se percataron en un momento determinado de que la fórmula artística que empleaban se había agotado. El autobautismo incorpora, pues, la reinvención de la personalidad, incapaz de adaptarse a un contexto histórico como el de la democracia post-transicional sin un reciclaje profundo. Son muchos los genios de La Codorniz o Hermano Lobo que murieron en ese tsunami de revolución cultural que fue la década de los ochenta.

Rábago sobrevivió. ¿Por qué? Yo creo que cuando un artista forja su poética desde la acidez de estómago que le provoca la omnipresencia del mal en el mundo, hace falta cierta profundidad de alma, tener la mirada recubierta de un denso aceite moral para saber advertir que los centros de la dominación no han hecho sino reubicarse y aplicarse maquillaje. A Rábago no se le acabó el espíritu de indignación –esa fuente tan fecunda de inspiración artística- el día que murió Franco como a Berlanga o a los cantantes-protesta. De ahí que la farsa del neocapitalismo, los contratos basura, la explotación de las naciones pobres, la hipocresía de la opulencia, el fanatismo de los terroristas o el fariseísmo de los obispos sean objeto diario de sus afinados dardos.

No es difícil reconocer en los dibujos de El Roto huellas de clásicos tan imprescindibles como Munch, Solana o Goya, pinceles misteriosamente dotados para mostrar la espantosa soledad en que los seres humanos solemos enfrentarnos al dolor, ese delirio que al no encontrar palabras, debe conformarse con un silencio el cual, no pudiendo “decirse”, tiene que encontrar la manera de “mostrarse”. En alguna de las pocas entrevistas que ha concedido, Rábago declara sentirse muy cerca del inglés William Hogarth (XVIII) y del francés Honoré Daumier (XIX), de profesión “ilustradores”, que aparecen con frecuencia bajo la denominación de artistas satíricos. Yo, no obstante, y en una línea que enlaza con el surrealismo de Dalí o Magritte, presiento por todas partes tanto en El Roto como en Ops la alargada sombra de Roland Topor. Fallecido hace una década, fundó en 1962 el Movimiento Pánico junto a Arrabal y Jodorowski, y se le conoce entre otras cosas por el film que codirigió, Marquis, o por ser el autor de la novela El quimérico inquilino, llevada al cine por Roman Polanski.

Al margen de escuelas y huellas más o menos asumidas, creo que El Roto tiene algo especial, algo que está más allá tanto de aquel lenguaje sarcástico de las revistas satíricas del antifranquismo como de la tradición más aurática de la Vanguardia. Es algo que uno advierte mañana tras mañana, mientras escucha el tráfago de la calle vecina y, ante el primer café, se concede unos segundos para pensar, siquiera para meditar por un solo instante si con cada paso que decididamente damos tras salir de la cama no estamos diciéndole sí a los panzers que arrasan el planeta. Hay una enigmática disrupción entre el dibujo y el texto de cada viñeta de El Roto. Si el texto debe poner en palabras lo que indica la imagen, lo que nos encontramos es un inquietante desplazamiento… la imagen no termina de mostrar lo que ve el ojo… como en un matrimonio condenado a pelearse eternamente, lenguaje y mirada van cada uno por su lado, pero extrañamente se cruzan siempre para ir a parar al mismo sitio.

Es uno de los mayores genios en nuestra República de las Letras, pero su mala leche es más innegociable que la de Pedro Almodóvar, su cabreo dura más, de manera que siempre tendrá demasiados enemigos como para ser reconocido. En su investigación descrita en el libro de Darnton, el detective d´Hemery clasificaba a los escritores en cuatro categorías según su grado de peligrosidad social: “buen sujeto”, “sujeto algo malo”, “sujeto malo” y “sujeto muy malo”. Adivinen dónde habría metido d´Hèmery a Andrés Rábago. Es el mismo círculo del infierno donde le esperan Buñuel, Fernán-Gómez o Pepe Rubianes.

No me he divorciado del irremediable diario El País en parte por culpa suya, aunque esta mañana creo que me voy a poner a leer tebeos… Me quedo en Grub Street.
*La ilustración que encabeza el artículo es de Roland Topor. La segunda es de William Hogarth. La tercera, nuevamente, de Topor. Todo lo demás es de Rábago -él es, obviamente, el retratado en la fotografía-... He elegido algunas de mis viñetas predilectas de El Roto, aunque hay muchísimas más que merecerían figurar en cualquier ontología. Recomiendo la recuperación de los trabajos firmados como Ops en las revistas de los setenta, así como un concienzudo visionado de la obra de Topor, Hogarth y, muy especialmente, Daumier, del que no he incluido aquí ninguna imagen, pero que vale muchísimo la pena.

4 comments:

Álvaro said...

Me impresiona el enlace de la introducción con el tema principal, la primera ha despertado mi curiosidad de una manera morbosa (cosa rara cuando es causa de erudición) y la segunda ha afectado más a mi sensibilidad de defensa del héroe cotidiano. Buh, se me pega tu estilo de sustantivos abstractos. Genial, David. Mete algo para que salga en resultads de búsqueda.

Anonymous said...

Hola, David


brevemente -debido a que las vacaciones ya han acabado para mi- me gustaría dejar mis reflexiones en su blog, a propósito de su artículo.

Por un lado, me han sorprendido mucho las ilustraciones -felicidades por la búsqueda-. No soy un aficionado al cómic y al mundo de los viñetistas, aunque sí lo soy a El Roto y, me ha sorprendido mucho ver las ilustraciones de Topor y compararlas. ¿Es posible que el primero no se sienta influenciado por el segundo? ¿Usted cree que se trata de un lapsus casual o hay un intento serio de "alejamiento del padre"? Me resulta muy sorprendente, sobre todo tratándose de alguien con una carrera ya asentada. ¿Acaso deben ser ojos ajenos los que nos ayuden a ver en nosotros los rasgos de nuestros antepasados?

En cuanto al cambio de nombre como estrategia de superviviencia de algunos artitas -entre ellos este que nos acupa-, cuando era más joven pensaba que se trataba de excentricidades de personas con dinero y el ego muy grande; pero, a veces, cuando paseo por la ciudad veo a jóvenes enlutados que no mucho tiempo atrás caminaban de la mano de sus padres, y me pregunto si lo que se habrá obrado antes ha sido el cambio profundo o el superficial... ¿Qué será lo necesario para ser algo distinto: que se obre una mutación desde los cimientos o, simplemente, ponserse la ropa y creer? Antes me parecían sólo dignos de burla, pero el tiempo me pesa y ahora pienso que si el precio por sobrevivir o acabar con una parte de nosotros que ya no nos gusta es cambiar de nombre -o de indumentaria, en el caso de los jóvenes- es, al final, un precio pequeño. Pensandolo bien, tal vez el cambio de nombre no sea un cambio tan superficial e insignificate; se trata de cambiar lo que nos nombra ante el mundo, de aquello que nos identifica y distingue; tal vez sea ese el resorte que hace que las fuerzas que nos guian cambien también.

David P.Montesinos said...

Interesante comentario. "En el principio fue el Verbo", dice la Biblia. El Génesis es una más de las cosmogonías que ha asociado la creación a la palabra. Entre los yoruba el inicio del mundo obedece a la pronunciación de cierta palabra por el Creador Divino. La luz es pues hija de la palabra. El nombre no define ni adjetiva, el acto nominativo es creador en sí. En este sentido, lo que se persigue con el cambio de nombre es algo así como un segundo principio, una ruptura con un pasado que ha agotado su poder creativo y que solo puede dar lugar a un nuevo periodo productivo con su muerte. La pérdida del nombre sanciona, presuntamente, una muerte necesaria.

¿Es creíble esta maniobra? Depende. Conocí a una mujer que, al regresar de cierto viaje a Marruecos, se negaba a ser llamada por su nombre de pila. Adoptó, gracias a cierto presunto chamán árabe, una personalidad nueva... ¿Qué quieres que te diga? A mí me pareció una chorrada. Cuando afroamericanos como Malcolm X o Mohamed Alí se cambiaban el nombre estaban llevando a cabo un acto muy cargado ideológicamente, quizá eso me suscite menos ganas de sarcasmo. En el caso del artista que nos ocupa, entiendo que hay una voluntad de romper con cierto modus operandi muy de los dibujantes satíricos del tardofranquismo. Hay una continuidad entre Ops y El Roto, pero también hay elementos de ruptura, pues se trata de hacer valer cierta poética en un contexto histórico que, sin duda, ha mutado. Soy no obstante algo escéptico con este tipo de hábitos. Si yo cambio de nombre y decido ser un hombre nuevo estaré ignorando algo que presiento cada día con más fuerza a medida que me hago mayor, y es que soy un cruce de mi padre y de mi madre. Lo veo más cuanto más me miro al espejo. A veces, cuando me oigo, me noto más acento de mis raíces locales. Sería una presunción estúpida en mi caso pretender alejarme de mis orígenes cuando todos los indicios sugieren que me acerco cada día más a mis orígenes. Además, qué vamos a hacerle, me gusta más Santiago Auserón que Juan Perro, y más Prince que "El artista anteriormente conocido como Prince". En fin, maneras de vivir.

Lo de no reconocer a Topor como directo inspirador me parece intencionado, no creo que sea un lapsus. Admiro profundamente a El Roto, pero es posible que no le guste que encontremos las indiscutibles similitudes. Decir que vives bajo el influjo de Dalí, Magritte o un autor del XVIII no compromete ni duele... Topor está demasiado cerca. Yo creo que Rábago habla el lenguaje artístico de Topor para hacer una cosa nueva e intransferible, con lo que no veo el mal de reconocerlo. Habría que preguntarle a él, en cualquier caso, aunque he visto este tipo de problemas de identidad en otros casos. Quizá haya miedo a ser considerado un imitador. A mí, la verdad, Rábago me parece un genio...Tener grandes fuentes de inspiración no nos hace más débiles, nos hace mejores. Permíteme una reapropación de cierto célebre aserto borgiano: "que otros se jacten de lo que han hecho, yo presumo de los maestros que me han ayudado a hacerlo"

David P.Montesinos said...

Cuando puedas, querido y bien reencontrado Álvaro, me dices qué significa eso de "meter algo para que salga en resultados de búsqueda" Besos a la familia.