NATALIA RODRÍGUEZ O
FERNANDO ALONSO.
1. Fatalidad. A veces son años luz lo que nos separa de aquello con lo que pasamos nuestra vida soñando... a veces no es más que una ténue línea, ese milímetro por el cual -como en Macht point, aquella película de Woody Allen- la bola que toca la cinta de la red pasa al campo enemigo y otorga una victoria que, de haber quedado en nuestra área, nos habría derrotado acaso para siempre. No creo que exista competición deportiva más pura que el atletismo, y más en concreto las pruebas de medio fondo. Como, al contrario que en las pruebas muy largas, los corredores con mejores marcas no tienen espacio para hacer la selección y descolgar a los demás, las carreras de 800 o 1500 metros se convierten en auténticas batallas tácticas donde los participantes, además de correr mucho, tienen que ir posicionándose para obtener la mejor ubicación, de manera que, en el momento en que el grupo se desencajone y la gente se lance con toda la fuerza que le queda hacia la meta, uno no quede encerrado y sin opción de maniobra.
Cuando a doscientos metros de la meta Natalia Rodríguez se sitúo inmediatamente detrás de Jamal, el gran riesgo era quedar estrangulada en carrera, sin opción de una maniobra final a tiempo en la última recta. De pronto, otro corredora intentó pasar por fuera a Jamal, lo que hizo desplazarse arteramente a ésta hacia la calle 2 para evitarlo, momento en que la española vio libre la cuerda para lanzarse ya sin oposición a la victoria. Cuando la corredora de Bahrein, más preocupada por bloquear a las rivales que por correr más que ellas, detectó la maniobra, ya era tarde, de manera que en cuanto notó el primer contacto leve con su cuerpo optó por inclinarse de nuevo hacia la cuerda, provocando un desequilibrio que convirtió un roce en empujón, lo que dio finalmente con sus huesos en el suelo, llegando incluso a desequilibrar a la española. Natalia ganó la prueba con una autoridad asombrosa, a pesar de haber estado a punto de irse a tierra con Jamal en la refriega.
El final de la carrera nos proporcionó uno de esos momentos que la historia de la televisión relega injustamente al olvido. La mediofondista española pasó del semblante serio con que cruzó victoriosa la meta a la angustia más absoluta, al sentir como era objeto de censura en forma de pitos por el público berlinés mientras Jamal se retorcía de dolor en el suelo. Pasaron los minutos y, ante la ausencia de novedades, Natalia llegó a pensar que era c
ampeona del mundo. Finalmente fue eliminada. Todo fue desde entonces una cuesta abajo. La Federación Española presentó una ridícula reclamación con cara de no creerse nada de lo que estaba defendiendo, lo que es más evidente cuando sabemos que su presidente reconoció que había sido justa la decisión final del comité de eliminar a Natalia. Tampoco ayudó mucho el que después, algunos de los medios informativos que montan psicodramas gigantescos cada vez que algún equipo de provincias no quiere traspasar su estrella al Real Madrid, o denuncian una conspiración mundial contra Fernando Alonso cuando alguien corre más que él, dieron carpetazo al asunto lamentándose por el error de empujar a la atleta rival cuando Natalia "tiene calidad para ganar sin artimañas". Hoy hemos sabido que además, por el incidente de Berlín, la mediofondista ha sido excluida del prestigioso meeting atlético de Zurich.

Yo me quedo con las imágenes posteriores a la carrera. La inmensa mayoría de deportistas en que puedo pensar hubieran actuado de otra manera. Se habrían pasado por el forro la opinión del público -el cual por cierto emitió sonoramente su opinión sin haber entendido nada de lo que había pasado-, habrían dado la vuelta de honor enfundados en su enseña patria y con una sonrisa de oreja a oreja, habrían pasado completamente de la rival dolorida y montado en cólera después con la decisión del tribunal. Natalia se perjudicó a sí misma con su actitud. Todo parecía indicar que era culpable: su gesto angustiado, su renuncia a la celebración... Con treinta y un años había logrado el primer título importante de su carrera, pero ella sospechaba ya que iban a desposeerla. No hizo nada que no hubieran hecho sus rivales durante la carrera, pero a ella se le cayó a tierra su rival, que acaso fue la verdadera tramposa de todo este asunto. La imagen de Natalia acudiendo a socorrer a Jamal y besándole la mano, los minutos angustiosos con el rostro contraído por el temor a la descalificación... Algo de esta grandeza intentan, con patéticos resultados, imitar los reality shows.
Natalia Rodríguez hizo lo contrario de lo que se nos indica que hemos de hacer en el deporte, en los negocios, en la política... en cualquiera de todos esos ámbitos donde el poder, el éxito y el dinero están en juego y se nos exige competir: Natalia tuvo escrúpulos.
2. Fernando Alonso no ha despertado nunca en mí especiales simpatías. Cuando cierta sucesión de acontecimientos no me cuadra, suelo preguntarme a quien benefician. Me sucedió, por ejemplo, cuando se le concedió el Premio Príncipe de Asturias, a pesar de que por aquel entonces ni siquiera había ganado su primer Mundial. Pensé en si los valores que proyectaba la Fórmula 1 sobre la sociedad, y en especial sobre los jóvenes, eran los más sanos y recomendables. Y entonces se me ocurrió pensar si la presión de esos poderes fácticos que son las empresas automovilísticas no tuvieron algo que ver con el asunto, ellas, que se pasan la vida amenazando con expedientes de regulación de empleo y con irse a Polonia o Marruecos con sus fábricas si el Estado no les inyecta más pasta.
Si sondeamos informalmente a la gente conocida, advertiremos que la imagen que la gente tiene del Gran Circo se compone de motores rugientes, circuitos repletos de pijos, chatis rubias de tetas operadas que le dan sombra a los pilotos, bólidos que se hostian, mecánicos estresados... Todo muy guay, ideal para traerlo además a un circuito urbano como el Valencia Street Circuit, que es como el Horchata Building que el ex-Presidente del Valencia Paco Roig quería construir en los terrenos de Mestalla, pero con gradas supletorias, restaurantes de pega para incautos y puestos donde te venden coca cola a cuatro euros.
Alonso me cae como una patada en el estómago, pero eso no importa. Probablemente haya que ser algo prepotente como él y echarle la culpa de cada derrota al coche, a Renault y a los mecánicos como él tenía costumbre, y además ir por el mundo con cierta suficiencia y tratando de comerle la moral a los rivales con declaraciones altisonantes... De otra manera no se fabrica un campeón del mundo. No, no, mi verdadero problem
a es en general con el mundo del motor. Hay quien soñó durante años con un mundo sin epidemias de cólera, hay quien siente que está ganando la batalla por conseguir un mundo sin tabaco... Y yo, qué vamos a hacerle, sueño con ciudades sin motores.

Cuando se viaja a cualquiera de las grandes metrópolis del hemisferio sur, en seguida se da cuenta uno de que los aeropuertos en plena ciudad, los motores ruidosos, los atascos, la ruidera constante, en suma, no son atributos de la modernidad y consecuencias del avance de la humanidad, sino restos de la barbarie propia de comunidades que todavía no han aprendido a gestionarse en medio de una lógica de tecnología acelerada.
Una alumna me dijo un día que un chico estaba mucho más guapo subido encima de una moto de alta cilindrada. Quizá sea ese el problema, que de igual manera que fumar te hacía más sexy en tiempos de Humphrey Bogart y hoy te da pinta de estresado y de cutre, disponer de un buen motor para ensordecer las calles y envenenar los pulmones de la gente te sigue haciendo quedar como un tipo gallardo y bien plantado. Esto lo sabemos bien quienes nos desplazamos caminando o en transporte público por la ciudad y tenemos que sufrir la violencia de automóviles, motos y, últimamente, también los ciclistas, algunos de los cuales confunden ciertos espacios de ocio con velódromos, como si quisieran vengarse con los peatones de las afrentas a las que los conductores les someten en la calzada.
No me gusta Alonso y no me interesa en lo más mínimo el Valencia Street Circuit, eso que servirá para "difundir internacionalmente la imagen de nuestra ciudad" y que a mí me suena a un tipo de turismo desagradable y falsamente rentable, a cuatro listos que se forran y a una ciudad cada día más ruidosa, m

Creo que prefiero a Natalia y las carreras de medio fondo, aunque a veces sus jueces no sepan hacer justicia.