ESE CABRONAZO DE HAL
Hal es el nombre de la sofisticadísima computadora que martiriza a los tripulantes de la nave espacial de 2001, una odisea del espacio, de Stanley Kubrick. No es exactamente una máquina perfecta, al menos si definimos la perfección cibernética como la capacidad para someterse a un programa, aplicando sus pautas sin errores ni omisiones. Hal es más que eso: puede elegir, puede rebelarse, engañar, responder con evasivas, sugestionar psicológicamente a su interlocutor... Puede, finalmente, resultar imprevisible, hasta el punto de negarse a aceptar la propia muerte, suplicar no ser desconectado y enloquecer de miedo y de dolor.

Es sabido que mi generación quedo deslumbrada y definitivamente marcada por Nexus 6, el Replicante de Blade runner. "Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión, he visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tanhauser... todos esos momentos se perderán para siempre: es tiempo de morir". Quizá, como en aquel momento cinematográfico sublime, nuestro destino sea el de Deckard, el cazador que queda indefenso por sus propios excesos y termina siendo salvado por uno de los androides que le han ordenado retirar. Temo que haga falta demasiada ciencia-ficción para imaginarlo. El problema de Nexus 6 no es solo su condición de personaje de ficción... Lo peor es que ni siquiera es una computadora: es un ser humano. Por eso opta por resistirse a las indicaciones del programa; por eso busca a su creador y, cuando descubre que no es posible resistir a la muerte,se venga de él estrangulándolo: Nexus mata a Dios, en el sentido más nietzschano de la expresión. Nexus es en realidad un error, tanto como el simio loco y misteriosamente iluminado que somos los humanos.
No paso por el mejor momento para creer que los ordenadores van a arreglarme la vida. El problema de los artefactos cibernéticos que me rodean no es que sean peligrosamente listos, como Nexus 6, es más bien que son unos tarugos. Para pensar en amotinarse contra mí -o romperle el cuello a Bill Gates, que mola más- primero tendrían que funcionar, pero el tema que no se encienden y, cuando lo hacen, les revienta el disco duro.

Mi odisea de ayer en el instituto recuerda más al Profesor Bacterio de Mortadelo y Filemón que a un relato de Phillip K.Dick. Resulta que Jacinto -nombre de mi viejo portatil de seis años- eligió una manera de rebelarse más primitiva que la de Nexus, es decir, decidió no encenderse. No me estranguló ni me dijo que había visto naves ardiendo en la Constelación del Zorrillo, es más, fue tan bondadoso que apenas se le conmovieron los microcircuitos cuando, mientras era zarandeado por su emocionalmente inestable amo, hubo de soportar imprecaciones del tipo "enciéndete, trasto hijo de perra", a las cuales, ya rebasada la fase colérica inicial, sucedieron las súplicas melancólicas ante el allegado que agoniza: "no me dejes ahora, no te vayas, Jacinto". Pero Jacinto se fue. Resulta que a la mañana siguiente yo debía embutirles a mis queridos alumnos un examen de Psicología. Cinco preguntitas, apenas un cuartito de folio.
"Me voy pronto al insti y lo preparo allí antes del timbre", me dije, ante el cadáver aún caliente de Jacinto. Desde la soledad de Salaprof (nombre cibernético del lugar donde los profes nos reunimos para insultar a los alumnos de la ESO) yo aguardaba la hora fatídica del examen, prometiéndomelas muy felices: "ahora, icono de imprimir y a fotocopiadora". ¿Lo adivinan? Sí, lo adivinan, no funcionaba la impresora. Los primeros síntomas de acidez de estómago y algún pequeño amago de llanto que logré reprimir como un titán emergieron cuando comprobé que los demás ordenadores tampoco imprimían. En todo este proceloso trajín me entretuve durante algo más de media hora, lo que me hace pensar que si en Salaprof hubiera una modesta Olivetti, yo hubiera podido aporrear sus teclas -aquel hermoso sonido de ametralladora de oficina- y el examen hubiera estado listo en medio minuto... Pero no, la informática es como el mejillón cebra, que una vez se instala depreda a todos sus competidores, hasta el punto de que me extraña que todavía haya quien use bolígrafos.
Me acuerdo como si fuera ayer de un debate nocturno entre universitarios de hace veinte años. En aquel tiempo -y pese a que internet no era todavía real, aunque sí imaginable- los vanguardistas prometían una Arcadia informática para el siglo XXI: "la información será accesible para todos, ya no será posible para las élites apropiársela, regresará el ágora de Atenas gracias a la cibernética". Aquellas, por más que se pronunciaran como profecías bíblicas, eran simples hipótesis cuyo desmesurado optimismo se va revelando con el tiempo. No es culpa de la electrónica que la democracia no incremente su calidad en el mundo, pero tampoco es la electrónica quien va a salvarnos de su deterioro. Ciertamente, los circuitos integrados -la Sociedad Red, en definitiva- está cambiando el mundo y diseñando una nueva antropología... un Hombre Nuevo -en el sentido, espero, menos nazi de la palabra- está surgiendo al socaire de las computadoras. Lo que aún no sabemos es si ese hombre va a ser más decente que el que surgió de la Galaxia Gutemberg ni si va a ser capaz de relacionarse más inteligentemente con el mundo y con sus semejantes o si, por el contrario, no va a lograr sino acelerar su propia destrucción. La ambivalencia de internet es el único principio que soy capaz de habitar: la cibernetización de nuestras vidas determina nuevas formas de dominio y sumisión y agrava las que ya existían, pero también hace emerger nuevas formas de resistencia. Para algunos es una vía magnífica para acceder a mas conocimientos, para otros, es tan solo un pretexto más, eso sí, un pretexto especialmente sofisticado y adictivo, para el más embobado sonambulismo.
Sin embargo, desde aquella velada de hace veinte años -con ingesta alcohólica mal metabolizada, lo que siempre ayuda a uno a ponerse trascendente-, no he parado de recibir mensajes de esperanza para un nuevo mundo feliz regido por las jodidas maquinitas, algo así como el tontarras* de Tom Cruise abriéndonos las puertas del paraíso si nos afiliamos a la Cienciología. No tengo dudas de que la felicidad ha llegado para los muchos que, como el cyberlisto que me ha colocado a Jacintus 2 -un fijo que tengo desde esta mañana y que seguro que ya elabora en silencio su plan para amargarme la vida próximamente-, han encontrado en la informática de consumo el negocio de su vida. Para mí, el ordenador es una máquina que, bromas aparte, me facilita el trabajo y me permite llegar con asombrosa facilidad a lugares (mejor evitar esta terminología tan física) a los que en tiempos pre-virtuales no hubiera podido llegar.
Una de las glorias venideras que me inquietan más es la de inundar las aulas de terminales informáticas. No estoy seguro de que Zp sepa que los ordenadores son como los matrimonios, que no solo se adquiere el producto sino que después hay que invertir para mantenerlos. En cualquier caso, sospecho que el iluminismo tecnocrático con el que se entrega a la fe en la salvación del mundo por Hal revela la absoluta incapacidad de nuestro querido Presidente para entender cuáles son los verdaderos problemas de la escuela, los cuales, les aseguro que no se solucionarán poniéndole a cada niño un portatil en los morros. Un portatil que, por cierto, seguro que no funcionará. Y eso suponiendo que no sea yo el verdadero ingenuo y crea que lo que se pretende es mejorar la educación y no suministrar suculentos espacios de negocio a las empresas amigas del gobierno, esas que se encargarán de llenar las aulas de cables y nos abandonarán después a nuestra suerte.
No puedo evitar acordarme en estos casos de lo que ya escribía uno de mis grandes gurús de la profesión docente, Neil Postman, hace décadas, cuando nos recordaba una y otra vez que la sociedad tiende, en pro de una presunta "eficiencia", a olvidar que lo primero que necesita es tener bien definidos los verdaderos fines de la escuela. Como ese tren que, antes de pensar en cómo aumentar su velocidad, debe saber exactamente cuál habrá de ser su dirección, corremos el riesgo de ignorar que los males escolares que no hemos sabido solucionar sin ordenadores tampoco se solucionarán con ellos. Claro que esto es difícil de entender para todos aquellos que -con una actitud profundamente reaccionaria en el fondo- siguen creyendo que la escuela es, ante todo, una suministradora de información.
"Lo importante con los niños es colocarlos en un marco que recalque la colaboración, así como la responsabilidad y la sensibilidad hacia los otros. Por eso las escuelas les piden que estén en un lugar a una cierta hora y que sigan ciertas normas, o que levanten la mano cuando quieran hablar, que no hablen cuando hablen otros, que no coman chicle, que no se vayan hasta que suene el timbre y que tengan paciencia con los que van más lentos para aprender. A este proceso se le llama hacer gente civilizada. El dios de la tecnología no parece tener gran interés en esta función de la escuela. No lo parece, al menos, cuando escuchamos enumerar las virtudes de la tecnología"

No sé si llegaremos a ver el instituto convertido en un gran paraíso cibernético, yo de momento me conformaría con que Zp me arreglase las putas impresoras.
Me voy de entierro. El de Jacinto, claro.
*Pido perdón anticipado a Tom Cruise por haberle llamado "tontarras", que luego pasa lo que pasa.