Saturday, February 20, 2010











AUTORIDAD DOCENTE

Una de las formas más inteligentes de ubicarse dentro del debate que ha conseguido abrir Esperanza Aguirre con la Ley de Autoridad Docente consiste en eludir el foco del problema para acudir a sus aledaños, los cuales tienden a quedar en estos casos a oscuras. En otras palabras: la ley en cuestión no va a cambiar nada realmente sustancial respecto a la vida cotidiana de nuestras escuelas, luego mejor intentamos analizar las condiciones que han dado lugar a todo este lío.

De entrada, yo no sería siquiera partidario de emplear grandes esfuerzos en denostar esta normativa para conseguir su no aprobación. Es más, desde que hace años encontré en los pasillos de un hospital el primer cartel de prevención de la violencia en el trato del público hacia los profesionales de la salud también me he hecho la pregunta: ¿no tiene el docente razones para protegerse contra la violencia similares a las de médicos y enfermeras? La única diferencia es cuantitativa: las posibilidades de que a un médico le rajen la cara con una navaja o que a una enfermera le reclamen su presencia inmediata en tal habitación con insultos y empujones es mayor que la que tiene un profe por suspender a un alumno o echarlo de clase.

Podríamos también extender el símil hacia las fuerzas de seguridad, cuyos efectivos están con frecuencia y por evidentes razones más expuestos a situaciones de peligro físico, pero hay una diferencia sustancial: el policía está habilitado para ejercer la violencia, y se le equipa con el instrumental adecuado para ello. Por el contrario yo, si aparece alguno de esos bárbaros que entran de vez en cuando pegando alaridos de simio porque a “mi hija la ha castigado no sé quien que le tiene manía” o “usted ha suspendido a mi hijo y le ha arruinado el futuro”, ya sé que lo último que debo hacer es lo que primero que apetece a mis instintos, es decir, explicarle de forma concluyente al caballero lo que pienso de él y de su familia. Es muy preocupante que se agreda impunemente a un médico, el cual no debe manejar el bisturí temiendo que caiga sobre él la ira de un familiar que no tiene ni idea de qué es un protocolo clínico, pero tampoco es saludable que los profesores estemos expuestos a que un alumno o un familiar puedan dirigirse a nosotros sin la observancia de las más básicas reglas de respeto y que tal cosa le salga gratis. ¿Entender que el recinto académico impone rigor de trato y estilos de respeto más exigentes que los de una discoteca, la plaza pública o un estadio de fútbol? Sin ninguna duda.

No creo sin embargo que lo que despierta encono respecto a esta ley sea la cuestión de si agredir a un funcionario docente tiene una gravedad mayor que pegarle al frutero porque la manzana tenía gusano. Ni siquiera se trata de preguntarse por el oportunismo político del gobierno madrileño, que trata de sacar adelante en el marco autonómico una normativa que no puede nunca tener carácter local, dado que aborda cuestiones de derechos fundamentales, y que tiene mucha pinta de querer aprovechar un estado de opinión generalizado en la calle y –no lo olvidemos- en los claustros, según la cual la escuela se está resquebrajando desde el fracaso de la disciplina. En vez de dar por supuesto ese estado de opinión, creo que deberíamos preguntarnos qué es exactamente lo que entendemos por disciplina y, abriendo aún más el campo de visión, qué es lo que entendemos por autoridad.

La idea de que los institutos son actualmente un hervidero humano de conflictos, desobediencias, agresiones e inobservancias de todo tipo no está solo extendida en la calle, es compartida por un gran número de quienes trabajan a pie de obra: los docentes. “El mayor problema de este centro es la disciplina”… Esta frase se la he escuchado a muchos profesores, algunos de ellos buenos amigos de un servidor. Creo que se equivocan, pero no porque la frase en sí sea falsa, sino porque arranca de una concepción equivocada de la educación. En realidad, la disciplina es siempre el problema número uno de la educación porque es condición de posibilidad de que ésta exista, es decir, si no se observan una serie de reglas de convivencia básicas no hay clases ni currículo ni exámenes… no hay en suma lugar para el hecho educativo, con lo cual mejor haremos marchándonos todos a casa por más llena de lustrosos pupitres y sofisticados ordenadores que estuviere, por la misma razón por la que si hay campo y porterías pero no balón ni árbitro no puede haber partido.

¿Por qué entonces esa afirmación recurrente? Lo que en realidad se intenta decir es que “hoy”, “ahora mismo”, el carácter del alumnado es más indisciplinado de lo que ha sido nunca. Dado que, siguiendo este razonamiento, estamos ante una generación de jóvenes refractarios a las normas, el fracaso académico que reflejan estudios como los del informe pisa es cualquier cosa menos sorprendente. Comprendo que algunos compañeros, a los que por razones diversas les toca lidiar frecuentemente en plazas muy duras o les asiste escasa vocación docente, lleguen a considerar irrebatible este planteamiento. Es justamente este estado de ánimo, astutamente reforzado con frecuencia en los media con noticias impactantes sobre agresiones y mobbings escolares de todo tipo, el que algunos políticos están aprovechando para hacernos creer aquello de “yo sí estoy dispuesto a coger el toro por los cuernos”.

No hay sin embargo mucho más que ganar en todo ello que un puñado de votos… Bien para Espe, mal para los compañeros que crean que ser considerados “autoridad” por ley les va a ayudar a solucionar el que para mí es el verdadero origen del problema: que el alumno no sabe por qué pasa tantas horas al día en el aula x del centro; no entiende de qué manera le hace ser mejor; no ve en esa disciplina diaria de madrugar, tomar apuntes, hacer exámenes y obtener un título otra cosa que una lógica neurótica impuesta para tenerle ocupado; no sabe sobre todo, qué tiene que ver con su vida y con sus intereses la mayoría de las cosas que le están explicando.

La disciplina falla porque lo que falla es la motivación, que no es una bobez de las sectas pedagógicas, sino la consecuencia en la práctica de la más metafísica de las cuestiones, la cuestión de por qué estoy aquí. Y de ello, sin a veces saber explicar las causas –por eso muchos dicen que hay que endurecer y acelerar el sistema sancionador- somos víctimas los profesores… Aunque no deberíamos olvidar que antes que nosotros, educadores, quienes verdaderamente sufren las consecuencias de que la escuela haya dejado de ser un centro de enculturación para convertirse en una triste prisión burocratizada para guardar niños son los destinatarios de nuestro trabajo, los educandos.

Comparto plenamente la teoría que acusa a los gestores de querer solucionar problemas profundos desde la epidermis de una ley que tan solo crea la fugaz sugestión de que se preocupan por nosotros. Difícilmente funciona la escuela si no incrementamos los recursos y optimizamos la gestión. Esto es poco menos que imposible para la escuela pública mientras el sistema de conciertos con la privada mantenga un perverso modelo de brecha social sufragado por todos los contribuyentes… Y lo es también mientras con demasiada frecuencia sea el más tonto, el más pelota, la Maruja con más mechas o la chica florero la que elijan para gestionar la educación, dicho sea en honor de los dos partidos estatales mayoritarios, que rivalizan cuando se trata de postergar las soluciones a la problemática escolar. Debe ser porque cuando los resultados de un buen sistema educativo empiecen de verdad a mejorar la nación, ellos ya estén gozando de una generosa jubilación por los servicios prestados.

Es en suma imposible atender a tantos y sobre todo tan diversos problemas como debe atender quien trabaja en una escuela si la ratio es de treinta o treinta y cinco alumnos por clase, si en vez de instituto lo que tenemos es una serie de barracones, si cuando un chico de doce años llega de Ucrania no hay nada previsto para que aprenda la lengua local o si la encargada de atender a los niños con minusvalías le doblan la cantidad de alumnos y de centros a los que debe acudir. Claro que para que las cosas salgan bien, hace falta dinerito, pero si no nos lo hemos gastado en fastos para niños pijos la cosa está mas cruda.

Y sin embargo… creo de verdad que el problema es aún más profundo. Incluso con más ordenadores, sustituciones puntuales de los profesores de baja o instalaciones sin frío polar seguiríamos sin solucionar el verdadero gran problema: la escuela ha dejado de creer en sí misma porque la sociedad ha descuidado uno de sus principios básicos, el deber y la necesidad de garantizar la transmisión colectiva de conocimientos y valores. Mientras no nos hagamos la gran pregunta, pregunta metafísica en el mejor sentido de la palabra -¿qué queremos que sea la escuela?- seguiremos muy lejos de atisbar soluciones reales. Y no me refiero a mejorar los resultados en el informe Pisa, sino a encontrar orientación para nuestra vida en común, para la irremediable condición de animales sociales que arrastraremos hasta la muerte.

En cuanto a la ley de la ínclita presidenta de Madrid, desengañaos, compañeros, la autoridad no puede institucionalizarse. Es como el amor, no hay manera de decretarlo. Podemos obligar legalmente a los cónyuges a que no se maltraten o a que se pasen la pensión de divorcio, pero no hay juez que condene a alguien por no respetar a su pareja. Igualmente, podemos dejar caer el peso de la ley seriamente a quien pincha las ruedas del coche del profesor o entra en una sala de profesores pegando voces como un energúmeno… Pero no seamos ingenuos, por más que a eso lo quieran confundir con una ley de autoridad, la autoridad es algo de lo que no me proveerán los magistrados. Al menos la autoridad moral. Esa me la habré de ganar yo. Habré de merecerla, como diría Kant, y solo entonces podré esperar a que mis alumnos me la den. Ese es el desafío…y nadie dijo nunca que fuera fácil.

17 comments:

Anonymous said...

Esperanza Aguirre es capaz de hacer muchas cosas, pero entre ellas no se encuentran las que pueden esperarse de un pensamiento eficiente.

Me gustaría conocer tu opinión como profesional, como persona, como filósofo, como ingeniero. Demasiadas entradas y demasiados puntos de vista como para condensarlos en una única respuesta.

Si le preguntásemos a un policía, como profesional, lo que necesita para controlar un tumulto callejero, está claro que pediría porras eléctricas, escudos, vestuario adecuado capaz de amortiguar posibles golpes, artefactos disuasorios y refuerzos por doquier. Si le preguntamos que hacer para evitar que esa manifestación que termina en tumulto se haga realidad, nos dirá exactamente lo mismo pero añadiendo la necesidad de un buen servicio de información que anuncie con antelación donde y en que numero se reunirán los manifestantes. Si le preguntamos lo que necesita para conseguir que nadie tenga necesidad de acudir a tal manifestación no podremos obtener una respuesta desde un punto de vista policial.

Supongo que es muy fácil poner títulos tipo "generación NINI" y otras chorradas para catalogar generaciones. Casi nunca son señalados o catalogados quienes ponen planes educativos o de cualquier otra índole en marcha. Un chaval cuya unica obligación es acudir a un instituto, puede ser idiota perdido, violento, mala gente... pero no creo que eso pueda ocurrir con toda una generación.

El otro día un compañero de trabajo se despachaba a gusto sobre "los niñatos" que identificaba con la generación "NINI" y yo me permití despacharme con él. Creo que es lo mínimo que se le debe a una generación a la que sus padres no han podido ni sabido transmitirles la importancia del estudio como parte fundamental de su "construcción" humana, y ahora tampoco pueden llevárselos para que aprendan el oficio. Malos gobernantes... zoquetes puestos a dirigir nuestras vidas y ahora también nuestro papel en la cadena trófica dan como resultado una nefasta sociedad.

Los que ya tienen el conocimiento suficiente como para decir: estoy hasta los cojones, están condenados al entendimiento con aquellos que solo tienen dudas sobre un sistema que no les ofrece lo suficiente a cambio de renunciar al mundo "utópico" que creen posible (que idiotez he dicho) como alternativa. En realidad, un sistema que no les ofrece nada por lo que valga la pena cambiar un minuto sintiéndose "héroes o villanos" en un mundo virtual donde ganar o hacerlo bien, es una posibilidad.

MA (no el de el equipo A)

Amanda said...

Justamente comentábamos hace poco en clase (en una asignatura de libre elección que se oferta para aquellos que consideran la docencia como una de sus posibilidades de futuro trabajo)la importancia de que un profesor consiga motivar a sus alumnos. Creo que algunos profesores, al ser obligatoria la asistencia, no le han dado importancia a esto. No hace falta motivar a los alumnos, ni explicarles la importancia de que adquieran todos esos conocimientos, etc. porque la ley ya se encarga de que estén motivados o no, entiendan o no por qué están ahí los alumnos tengan que ir a clase. No quiero decir que la asistencia no deba ser obligatoria, a la conclusión a la que quiero llegar es que se ha perdido esa esencia en la clase. En la universidad se ve bastante bien. Acabas yendo solamente a las clases que encuentras de verdadero provecho, porque hay que reconocer que hay clases que los profesores convierten en completamente infumables e insufribles. En los institutos sucede lo mismo. Hay profesores sin vocación, o que simplemente no se preocupan por la situación de los alumnos; si son capaces de seguir el ritmo de la clase, si se les infunde cierto interés por aquello que se explica. Hay profesores cuya única preocupación es acabar el temario, que sueltan el royo en clase y hablan del mismo modo que quien le habla a pupitres vacíos o prepara una conferencia.

Los alumnos no pueden entender la verdadera razón por la que se les obliga a levantarse pronto para estar horas y horas sentados en el mismo pupitre, escuchando a uno y otro profesor, cogiendo notas...
Nadie se molesta ya en explicarles el verdadero sentido de la docencia, la importancia de ir a clase y de tener una base académica y de conocimientos.

Yo verdaderamente no puedo quejarme, he encontrado buenos profesores, y me han marcado mucho más los buenos que los malos. La diferencia con la universidad es increíble. Demostradles ahora que podeis lo importante que es la responsabilidad, la constancia, el respeto, la iniciativa y la motivación en clase; porque de verdad es necesario que haya profesores que lo hagan. Sino la educación está perdida, será un mero formalismo por el que todos habrán de pasar; pero sin aportar más que datos y datos para llenar la cabeza sin sentido. Sería muy triste que algo tan fundamental acabará de este modo.

David P.Montesinos said...

Creo que te explicas magníficamente, MA, lo único que censuro es tu empeño en mentir respecto a tu identidad: señores, rotundamente, sí es el del Equipo A, lo que pasa es a que tus fans no les gusta que deambules por el mundo blogger porque sólo te imaginan repartiendo mamporros.

Me parece muy bien argumentado el ejemplo de la policía. Y claro, nosotros no somos policías, mejor que no terminemos siendo solo eso, o simples carceleros, como a veces por cierto nos sentimos. El guardián del orden aplica una estricta racionalidad medios-fines. De lo que se trata es de aplicar los métodos técnicamente más eficaces para impedir o controlar un determinado disturbio. El otro problema que planteas, el del origen del descontento que genera conflictividad social, no le compete solucionarlo porque no es un problema "técnico", y no le compete afortunadamente, porque en ese caso estaríamos en una dictadura propia de Orwell. A nosotros sí nos compete saber si nuestros alumnos aprenden algo y son mejores cuando salen de lo que eran cuando entraron. Y ese no es un problema técnico como si el de le sacaron punta al lápiz o me da alergia la tiza.

Lo que dices respecto al reality en cuestión, que no he visto, pero que me da muy mala espina, me parece desalentador. Que un profesor dé crédito a tales espectáculos preprogramados me preocupa. La gente ve este tipo de programas por lo mismo que ve programas del corazón, me suena a morbo del tipo mirón de imágenes que disfruta con el espectáculo indecente de la degradación humana previamente inducida. Mis alumnos y los tuyos no son "ni, ni", en todo caso lo será el burocratizado, carcelario y aburrido modelo educativo que les estamos suministrando.

David P.Montesinos said...

Hola, Amanda, me alegra mucho volver a verte por aquí. Lo que lamento es que tu experiencia universitaria no esté siendo, al menos en lo que a docencia se refiere, todo lo grata que esperabas. La mía fue similar, lo que me da a entender lo que ya sospechaba, que la universidad -da igual ciencias, técnicas o humanísticas- sigue alimentando las mismas contradicciones. Comparto lo que dices de algunos profesores. Algunos presumen de que lo suyo es en realidad la investigación y no la docencia, pero es curioso que suelan ser los que jamás investigaron un carajo. Hubo un tiempo en que obtener plaza en la universidad era relativamente fácil, y toda esa gente estará hasta la jubilación paseando su incompetencia, qué le vamos a hacer, el único remedio es que se jubilen. Para estos el ideal educativo sería un aula desierta, porque en realidad los alumnos sois siempre un fastidio... con vuestras preguntas, la cara de aburrimiento que ponéis cuando os aburren, ese interés malsano por aprender cosas, sois ciertamente impresentables. Me da risa imaginarlos lidiando con una clase de la ESO.

Por fortuna, y como tú explicas, el margen de maniobra respecto a la asistencia a clase es mayor que en el instituto, y eso le ayuda a uno a hacerse adulto, desarrolla su capacidad para gestionar autonómamente su propia vida de estudiante. Espero que en los cursos "profundos" de la licenciatura encuentres mejores profesores, o al menos gente con la vocación y la pasión suficiente como para no ser simples burócratas.

Anonymous said...

Si a un alumno hay que explicarle el verdadero sentido de la docencia, o si no puede entender la verdadera razón de levantarse temprano y de tener una base académica y de conocimientos, es evidente que se ha equivocado de sitio. Debería dejar de malgastar el dinero de todos y marcharse a trabajar, por ejemplo, a un matadero, donde los jefes y encargados estarán deseosos de explicarle la verdadera razón de acudir al trabajo y encantados de desvelarle cúal es el verdadero sentido de la carne.

Y benditos sean los profesores que se preocupan de acabar sus temarios,que no tienen vocación de psicólogos,que no pierden el tiempo en las problematicas de las "alumnas con problematicas". Benditos los que se han quedado calvos y tienen que aguantar las bromitas bienintencionadas de los "chicos", los que no son colegas de sus alumnos, las personas cultas que van a clase sabiendo que sus alumnos nunca apreciarán el talento que tienen (no fue hecha la miel para la boca del cerdo)...BENDITOS LOS QUE CAEN MAL Y VAN CADA DÍA AL TRABAJO.

Rita la Cantaora.

David P.Montesinos said...

Me cuesta buscarle las vueltas a tu intervención, Rita, más que nada porque, pese al tono sarcástico, hace tiempo que pienso que si el sistema no se desmorona del todo es en gran medida gracias a los profesores, a muchos profesores, para ser más exactos. No creo que caer mal o bien sea la cuestión. He conocido a profesionales nefastos que eran bastante populares entre un gran sector del alumnado, y otros que no eran para nada queridos entre ellos y cuya honestidad, coherencia y dedicación me parecen admirables.

No es en ese terreno donde me siento refutado. Lo que intento decir es que la escuela debe tener muy claros sus principios y sus motivos. Si hay normas, no podemos pensar que los alumnos deben cumplirlas y los demás saltárnoslas, como veo que sucede con cierta frecuencia. Si exigimos a los alumnos que se esfuercen, debemos hacerles ver que ese esfuerzo tiene algún sentido. No estoy seguro de que la institución escolar sea siempre capaz de clarificar a la sociedad las condiciones de su propia legitimidad. Y, sobre todo, no me parece que actualmente la comunidad tenga claro qué es exactamente lo que quiere de nosotros y por qué envía a la escuela a sus hijos. Déjeme que le ponga un ejemplo. Se habla de la calidad de la enseñanza, de subir el nivel, de recuperar la cultura de la exigencia. Pero luego todo el entorno parece condicionar al docente para que, al final, sea él el que "mejore" los resultados abaratando el aprobado, lo cual convierte con frecuencia en sospechoso -no sé muy bien de qué- al profesor que se muestra honestamente exigente con los alumnos. No se equivoque, no es eso lo que yo cuestiono. Lo que realmente me preocupa es si tenemos una idea clara de qué público queremos crear. Podemos considerar que las normas son incuestionables y que siempre tiene que haber unas, no tengo duda de ello, pero antes que saber como reglamentar nuestra vida en común dentro del barco, hay que tener bien claro hacia dónde nos dirigimos. Es inimaginable un barco a la deriva con una buena disciplina interna, ante lo cual no se trata de promover la indisciplina, sino de dejar de derivar. Le cito a Neil Postman ("Los fines de la educación") y le agradezco su comentario;

"¿Crea la escuela un conglomerado de consumidores sin medida? ¿Masas crueles y airadas que no saben a dónde van? ¿Ciudadanos indiferentes y desorientados? ¿O más bien un público imbuido de confianza, de voluntad propia, de respeto por el aprendizaje y por la tolerancia? La respuesta a esta pregunta no tiene que ver con ordenadores, exámenes, informes de los profesores, número de alumnos por aula ni con otros detalles de la organización de las escuelas. La respuesta correcta depende de dos cosas, y solo dos cosas: la existencia de narraciones compartidas y la capacidad de estas narraciones de otorgar una razón válida para ir a la escuela."

Anonymous said...

Tanto antes como ahora, totalmente de acuerdo con usted, señor Montesinos. Mi tono sarcástico estaba vinculado a la opinión de Amanda.

Rita la Cantaora.

Francisco Fuster Garcia said...

Amigo, Montesinos: ejando al margen a Esperanza Aguirre y sus leyes y yendo al grano del problema, creo que aciertas plenamente en el hecho de trasladar el origen del problema desde la supuesta indisciplina inherente a las jóvenes generaciones al asunto de la utilidad que puedan ver esas mismas generaciones en la educación. Aunque no creo que sea fácil explicar a un alumno de 13 o 14 años (digo esta edad porque es entonces cuando te empiezas a dar cuenta de lo absurdo de muchas cosas) el porqué de ese horario inhumano de 8 de la mañana a 3 de la tarde o de tener que estudiar asignaturas en las que no ven una utilidad a corto plazo. Si el alumno no entiende el porqué de la educación, será imposible que acepte "someterse" a esa educación pensando en lo que ésta le puede aportar en un futuro. Ya digo que no es fácil de explicar, pero creo que el profesor que lo consigue le da sentido a todo el sistema.

Por suerte, debo decir que yo tuve a uno de esos profesores (Salvador Canet se llamaba) y en eso coincido con Amanda: es durante el instituto - o incluso antes, Canet fue profesor mío en la escuela - cuando se forma la personalidad de un alumno. Eso se nota luego en la universidad y en la vida en general. Parece mentira pero yo no he descubierto hasta hace muy pocos años, la importancia que tiene en mi persona - dentro y fuera del mundo académico - la formación que me dieron mis maestros de la escuela. Siempre que he tenido algún éxito académico, he pensado en los "sermones" y las charlas de estos profesores que, ellos sí, me enseñaron a valorar la educación y me ayudaron a entender que aquello que hacíamos en esas aulas iba a cobrar en el futuro ese sentido que entonces no lográbamos descubrir.

También es cierto que teniendo todos a los mismos maestros, los caminos que han tomado algunos compañeros de mí clase han sido bastante distintos al mío; no digo ni mejores, ni peores. Sí creo, y esto se lo podría argumentar a ellos mismos en su cara (supongo que me tomarían por un loco), que no han sabido aprovechar todos aquellos consejos. De vez en cuando me cruzo con alguno y me sorprende ver que hablan de aquellos maestros como si fueran todavía sus "enemigos", como si fuesen gente con la que nada tienen que ver. Me resulta triste después de haber pasado tantas y tantas horas juntos. Me parece muy triste, de verdad.

Marta I. Moreno Pizarro said...

He dudado mucho de si intervenir o no en el debate, porque -sin acritud- me daba un poco de miedo merecer los calificativos de “repugnante y asqueroso ” que MA le dedica a los lectores que, como yo, nos preocupamos por la consistencia de los argumentos. (¿O se refería a un lector en concreto, que es asqueroso y repugnante? Tanto da: son expresiones que me parecen mal igualmente, y que desmerecen cualquier blog civilizado y que pretende ser un foro de discusión interesante e inteligente. Sobre todo porque, de hecho, criticar, y criticar bien, es bastante difícil, y es desde luego imprescindible para que el pensamiento consiga alcanzar su mejor forma. Mejor no desalentar a quienes están dispuestos a hacerlo, ¿no creen? Y que conste que, por si la intención original de MA fuera la de referirse no a “aquel lector repugnante y asqueroso cuya única obsesión...”sino a “aquel lector, ése que es repugnante y asqueroso, y cuya única obsesión...”, que conste, decía, que no estoy defendiendo a nadie: defiendo el espacio público de la crítica, de la exigencia de argumentación y del civismo en la red, por muy poco que nos guste identificarnos cuando intervenimos en él.)

Afortunadamente para los ánimos de todos, en este caso estoy muy de acuerdo contigo y no encuentro fallos de consistencia en tu exposición, así que voy a lanzarme a una reflexión: esto de pedir que los profes seamos autoridad, ¿no es de un paternalismo fuera de lugar? Pero no en calidad de “paters” sino como “fillinhos” pidiendo que el “pater” estado o la “mater” leyes nos resuelva una papeleta que es nuestra y que va con nuestro trabajo... Que conste que los profesores que son víctimas de agresiones por parte de alumnos, padres y demás, me merecen todo el respeto y todo mi apoyo (como cualquiera que sufre una agresión, y más si está intentando hacer su trabajo). Pero, la verdad, ¿necesito yo que venga uno o varios políticos a decirme que soy* una autoridad en mi clase? ¿O que les diga a mis alumnos y a sus familias que deben obedecerme? ¿O que deben esforzarse para aprobar? No sé, la verdad... yo creo que eso ya lo hago yo solita. Y si tengo que creer lo que me dicen, no soy blanda ni poco exigente, precisamente.

Marta I. Moreno Pizarro said...

Lo cual me lleva a la siguiente idea con la que concuerdo contigo: si tuviéramos más claro lo que estamos haciendo y a dónde nos dirigimos, igual las cosas no pintaban tan bastos, porque seríamos conscientes de que podemos hacer, nosotros solitos, muchísimo más de lo que parece que podemos en esto de dirigir las clases y los centros y en disponer de la autoridad necesaria para ello. Voy a poner un ejemplo de algo que ha cambiado esta última semana en mi instituto, cambio fruto de un profesor que tiene algunas ideas bastante más claras que el resto, que es bastante más eficiente que el resto, y que tiene el suficiente respaldo de la directiva como para que sus líneas organizativas salgan adelante. En mi instituto hemos dejado de usar esos papeles en los que los padres firman un justificante de ausencia. Los padres ahora no justifican la ausencia de sus hijos, sino que notifican* la ausencia de sus hijos al profesorado y al centro, con lo cual el alumnado no siente legitimidad alguna (nunca debió sentirla) para exigir que le repitan un examen al que no compareció o a que le expliquen la materia de los días que no asistió o a que no le pidan los deberes de esas clases perdidas. Eso es responsabilidad del que falta, y como tal debe hacerse cargo de ponerse al día o de aprovechar sin reservas la oportunidad que un profesor le brinde, según su criterio, de hacer un examen ya celebrado. Esto es: dejamos de implicarnos en el paternalismo dichoso, ese al que algunos se aferran como solución a sus males docentes, que los centros y sus sistemas de organización muestran hacia el alumnado. Hemos dejado de admitir que unos papás mimosos nos obliguen a solucionarles la papeleta a sus hijos cuando estos no quieren hacer un examen y alegan dolor de cabeza. Perder un examen o tener que trabajar extra la semana que viene es un coste asumible por quedarse en cama con una jaqueca de las gordas; pero igual no lo es por tener un leve dolor de cabeza o por tener sueño después de haber estado hasta tarde chateando. Le responsabilizamos de sus decisiones de entrada, sin que ello conlleve ni tiranías ni arbitrariedades; a partir de ahí, pero sólo a partir de ahí, estamos para ayudarles en lo que podamos para que aprendan (y aprueben) mucho y bien. Ya ves, es un cambio de papelito, de nombre y de concepto: pero este sistema sí enseña que los privilegios tienen un coste, que conseguir cosas implica esfuerzo y que el sacrificio debe hacerlo el que obtiene los beneficios. Y los centros educativos son en beneficio del alumnado; o eso deberían ser. Si tuviéramos esto más claro, paternalismos harían falta los justos.

Te dejo un link: un ejemplo perfecto (el francés) de la naturalidad que aspiro a tener en esto de ser yo la autoridad en mi clase.

http://www.youtube.com/watch?v=IkRDN-XoUXI

David P.Montesinos said...

El profesor, querido Fuster, arrastra aureola de malo de la película porque es el tipo que da órdenes, mete broncas, pone partes... es un poco como el árbitro en el futbol, que tiene que pitar penalties y sacar tarjetas, o como el guardia civil, que tiene que poner multas. En una ocasión un joven mecánico me pidió mis datos para arreglarme el coche: "De profesión maestro", le dije... Me miró un pelín atravesao, y continué: "...pero no soy mala gente". Y entonces sonrió y se relajó. Como mínimo, creo que conseguí que no me estafara o me terminara de romper el coche.

David P.Montesinos said...

Hola, Marta, los adjetivos que utiliza MA son un tanto gruesos, en ese caso, pero creo recordar que, al menos así lo interpreté, jugaba a autocalificarse con ellos.

Me interesa mucho lo que comentas del cambio en tu centro. Nunca lo había pensado, y sin embargo es un asunto que siempre me ha fastidiado especialmente. Y sí, es cierto, el paternalismo es una mala respuesta. No hay manera de imaginar una oposición o un examen de facultad donde uno pueda esperar que le repitan un examen porque ha faltado a clase por cualquiera de esos miles de razones que supuestamente justifican una falta. Enseñar a tomar las propias decisiones y a asumir las propias responsabilidades, cerrar el resquicio a una picaresca que termina corrompiendo el sistema... algo así es aquello de educar en la autonomía moral de la que hablaban Kant y otros viejos maestros.

Me alegra que coincidas conmigo, pero mi ánimo no se perturba si ocurre lo contrario, que conste.

Marta I. Moreno Pizarro said...

Eso es porque eres un auténtico inconsciente, un caso verdaderamente desesperado. Como ya te he dicho alguna vez, cuando no estás de acuerdo conmigo no sé cómo no te das de cabezazos de puro quebranto.

(Con mi cariño y mis disculpas para MA; yo también sé usar la ironía, pero últimamente, en los blogs, y especialmente cuanto más gruesas son, menos las pillo.)

David P.Montesinos said...

El precio de una vida moderadamente feliz es un considerable nivel de inconsciencia, o para ser más moderno, de desinformación.

Justo Serna said...

Suscribo enteramente su última recomendación, sr. Montesinos. Algo de inconsciencia y desinformación para no morir aplastados por el presente, la obligación y lo obvio. De vez en cuando hay que regresar a Nietzsche, el mismo Nietzsche, por cierto, que pedía educadores, no profesores.

Un abrazo.

Marta I. Moreno Pizarro said...

Propongo que, aún así, elijamos vivir una inconsciencia algo más creativa y positiva que aquella a la que solemos lanzarnos para hacer descansar al corazón de la desasosegante lucidez y para evitar las noches de insomnio.

http://www.youtube.com/watch?v=ottUxuObNUA&feature=player_embedded#

Anonymous said...

También quisiera disculparme con Marta .l Moreno, escandalizada y yo diría hasta indignada. No tengo muy claro si pretende que los blog sean un ejemplo o un reflejo. En cualquiera caso, me parece muy bien tu postura, ciertamente reivindicativa.

Para ti, Marta, (y ya aprovecho el tanto) para Tobias, Imperfecto y David, este tema que sin duda ya conocéis, pero...(y esto es lo mas xungo) no tenéis en cuenta. (Normal en la burguesía)

http://www.youtube.com/watch?v=XU45mvTCCts

Las gentes y el dinero son mezclas amorfas.

MA