Friday, June 18, 2010



BAUDRILLARD Y LOS
IMPOSTORES



1. El gran teórico contemporáneo de los simulacros, Jean Baudrillard, fue con frecuencia objeto de críticas francamente ácidas e incluso de burlas, como cuando se le acusaba de ser cínicamente banal por aquello que dijo de que "la Guerra del Golfo no ha tenido lugar", o cuando, a su muerte, se insinuó de manera algo macabra si se trataba según sus propias teorías de un simulacro de muerte y no de una defunción real.


De haberse preocupado de leer sus libros quizá hubiera entendido que lo que el filósofo francés intentaba decir era que las sociedades occidentales habían conseguido resguardarse contra algo por definición amenazante como es el acontecimiento a base de producirlo previamente. Esta teoría es ciertamente osada, no lo dudo. Supone que lo que cualquier historiador presenta como acontecimientos -la guerra, las grandes decisiones de Estado, las contiendas sociales- son de alguna secreta forma producidos en el in vitro de los media, de tal manera que cuando, sentados ante el televisor, los damos por verdaderos, en realidad no estamos cuestionando que el principio de realidad desde el que siempre hemos juzgado si algo es verdadero o falso, real o ficcional, ha entrado en situación de incertidumbre, de manera que ya no podemos sentirnos seguros en él. Baudrillard no dijo nunca que no hubiera muertos en el Bagdad, lo que dijo es que aquella guerra había sido diseñada desde laboratorios mediáticos, lo cual invalida la condición tradicional de la guerra entre naciones, convirtiendo la muerte y el despliegue de armamentos y declaraciones en una especia de espectáculo siniestro de telediario. Cuando los medios se baten en retirada, la muerte sigue, pero la guerra ya no es real, ha salido de las pantallas.


Este planteamiento afecta a lo que supuestamente no es objetivo de los reporteros. Los padres protegen a los niños de las calles, de sus profesores, de los demás niños... fabricando para ellos un mundo virtual y eternamente infantil. Los psicólogos nos protegen contra el amor, esa máquina de producir dolor y frustración. Internet nos permite tener relaciones sexuales sin el temor vírico a la promiscuidad del contacto. Con facebook podemos tener docenas de amigos y darle a la tecla delete cuando hacen eso que terminan haciendo siempre los amigos, que es ponerse pesados o traicionarnos. El café no tiene cafeína. El jamón es bajo en sal. La paella se calienta al microondas...



Sí, quizá la de Baudrillard sea una interpretación abusiva y maximalista de una serie de fenómenos que acaso no constituyen toda nuestra vida. Pero el hecho es que tenemos miedo. Miedo a los otros, esencialmente. Miedo a que nos contagien, a que nos seduzcan, a enamorarles. Miedo a los delincuentes, a separarnos del guía turístico y conocer, entonces de verdad, la ciudad que visitamos y que ya no se parece a la que presentaba la guía. Miedo a los virus, al colesterol, al envejecimiento, a las arrugas. (En esa ansiedad encuentran su target las empresas que venden las nuevas formas de salvación, una estafa semejante a la de los que vendían crecepelos en las antiguas ferias, pero que extiende ilusión entre las gentes, lo cual siempre ha producido crasos beneficios). La alergia se convierte en la enfermedad del momento, pues se produce por el rechazo al contacto con lo que nos es extraño, de manera que, preservados en la burbuja de la salud, la higiene y los alimentos sin elementos agresivos, terminamos por ya no saber producir anticuerpos, con lo que nos volvemos vulnerables a todo.


Quizá tenga algo de intolerable la metáfora de Baudrillard, que amenaza con el "Crimen perfecto", ese tiempo en el que conjuramos el peligro de lo real sustituyéndolo aquí y allá por una refinada red de simulacros. Pero ¿no tienen a veces la sensación de que todo es de mentira? Quienes siguen creyendo en la alta política, por ejemplo, no parecen haber escarmentado entonces de la participación, los sondeos de opinión, el liderazgo, la gobernabilidad, la oposición y todas las demás engañifas con las que los profesionales de la política montan la escena con la que se nos da a creer que todavía hay estadistas razonables y expertos cuidando de nosotros.




2. Evra, lateral derecho de la selección francesa, derrama unas lágrimas mientras suena La Marsellesa en Sudáfrica. Ya solo es posible emocionarse con el himno universal contra la tiranía siendo un negro. Cuando estuve en París callejeé tanto como merece una ciudad tan infinitamente hermosa, pero sólo vi africanos y árabes. Al volver al hotel me encontraba con los franceses, todos estaban en la televisión, allí solo salían blancos. Enigmática impostura, el europeo que protagoniza las leyendas que ahora empiezan a forjarse llegó en una patera. Quizá sea ese un buen motivo para emocionarnos de nuevo con La Marsellesa. El lepenismo, por contra, haría bien en no ver el Mundial.


3. Los aficionados sudafricanos cantan, bailan, hacen sonar las insoportables vuvuzelas durante todo el partido, al que han acudido disfrazados o vestidos con trajes de colores. Los africanos han entendido que el verdadero espectáculo no es el que se anuncia porque, en realidad, el fútbol aburre a casi todo el mundo... Accedemos entonces a un espectáculo sociológico en toda la extensión de la palabra: exhibirse inocentemente, presumir de belleza, de ropa, de danza, de alegría. La felicidad que denotan nos resulta ininteligible. ¿No eran pobres? Debemos aprender a mirar de otra manera.


4. Jimmy Jump es básicamente un idiota. No importan nada sus razones, ni las de Mark Roberts, el menda impresentable que salta desnudo a los estadios con unas borlas de Navidad atadas a los huevos. Jimmy, agente comercial de treinta y cinco años, dice sentir "algo especial" cada vez que da rienda suelta a su condición de "saltador profesional". Ridículo pedirle no hacer daño al ilusionado cantante que en ese momento trataba de labrarse un futuro y cuya actuación fue ignorada por su culpa. "Notoriedad", esto es lo único que busca este gilipuertas. Pero la idiotez es un destino en el tiempo que Andy Warhol profetizó que sería aquél el que "todos tendríamos derecho a nuestros quince minutos de fama". Queda muy lejos aquel tiempo de los espontáneos de las plazas de toros, tipos hambrientos que saltaban con la chaqueta a modo de muleta y trataban de demostrar al mundo que merecían una oportunidad. Enciendan la tele y verán que se ha llenado de jimmys jump capaces de aguantar cualquier humillación por adquirir notoriedad. No sabe hacer nada, no sale para mostrar al público que también podría cantar en Eurovisión, simplemente, como esos exhibicionistas de los parques que enseñan un pene ridículo, desea que le miremos. En ese sentido, este idiota es un destino, un destino bastante cutre, por cierto.


5. Tommaso Debenedetti se ha tirado más de una década vendiendo a los periódicos entrevistas falsas. El problema de los sinvergüenzas es que además nos intentan demostrar que tienen sentimientos y que creen estar haciendo cosas buenas por el mundo. Tiene razón en una cosa: "Mi idea era ser un periodista cultural serio y honrado, pero eso en Italia es imposible. La información en este país está basada en la falsificación. Todo cuela mientras sea favorable a la línea editorial, mientras el que habla sea uno de los nuestros . Yo, simplemente, me presté a ese juego para poder publicar y lo jugué hasta el final para denunciar ese estado de cosas." ¿En qué pensaba el director del diario de Nápoles cuando le compró a este tipo una entrevista a Obama o a Ratzinger? ¿Importa realmente que la información sea verdadera, o más bien se trata de que sepa simularlo?


6. Al hilo de las últimas medidas de recorte del gobierno socialista y del fracaso de la huelga de funcionarios convocada por los grandes sindicatos, el PP se ha presentado como el gran partido de los obreros españoles. Voy a dejarlo, que me entra la risa...

2 comments:

Mila Solà Marqués said...

Seguimos manteniendo es cierto, la dinámica de consumo estructuralista de confundir el significado colectivo con el objeto que lo representa. De hecho todo el simulacro del "como si" ya sustituye a la realidad objetiva. Hemos oído muchas veces afirmaciones de estilo: "es tan bonito que parece una postal". De hecho ni siquiera ua retransmisión en directo lo es porque las imágenes captadas se seleccionan en producción.
A mí también me preocupa esta sociedad de mentiras, miedos y analfabetismo audiovisal en la que los adultos cada vez mas infantilizados ya no asumen su función educadora y olvidan incluso vivir sus propias vidas.
Recuerdo que hace algunos años en un curso de escritura de guión el ponente -un exitoso guionista americano- nos aconsejaba subestimar siempre al espectador para tener éxito comercial. Supongo que si el pensamiento se articula con palabras también éstas se irán sustituyendo por una comunicación cada vez mas primitiva de gritos, llanto o golpecitos en el pecho.

David P.Montesinos said...

Hola, M. Lo que yo hubiera esperado de aquel curso de guionismo es justamente lo contrario. Parece que el primer mandato de cualquier curso de esta índole habría de ser el de no pensar que el lector o el espectador es un idiota. Pensar que uno puede manipular fácilmente a un supuestamente dúctil y adocenado lector, alumno, oyente... no conozco peor manera de equivocarse, sobre todo porque supone equivocarse con respecto a las propias capacidades.

Respecto a la concepción estructuralista, yo creo que lo que empezaron a plantear desde Roland Barthes y compañía en los sesenta es que los signos y los canales mediante los cuales nos llegan no proporcionan un acceso "objetivo", "inmediato" o "puro" a lo real. Lo real viene ya configurado por los mismos juegos significantes. Lo que dices de la postal es aplicable a todo el universo simbólico dentro del cual se trama la cultura: un mundo a medida de su representación... televisiva hasta hace poco, virtual en los últimos tiempos. La sensación de que, por ejemplo, la guerra del Golfo tuvo mucho de juego de consola -percepción obviamente delirante e hipnotizada, pero común- está vinculada a todo esto.