Saturday, June 12, 2010








POR QUÉ ME GUSTA JOAQUÍN SABINA








Tenía pensado escribir hoy sobre Zapatero. El Presidente en su laberinto, lo había titulado. Le ponía una de esas fotos de tres cuarto y de perfil, el típico hombre poderoso rodeado de otros hombres con poder que parecen muy seguros de la trascendencia de lo que se llevan entre manos. Él mira pensativo un poco hacia ninguna parte, como a un horizonte con el que solo puede soñar, pues vive permanentemente encerrado. Añado entonces muy shakesperiano que, como todo Macbeth, tiene el poder con el que soñó desde niño, pero no sabía –y ahora lo descubre- que su pacto fáustico le ha negado la paz con la que los fracasados miramos crecer la hierba o leemos poemas. Debe ser insultante para el rico la feliz convicción del obrero que se fuma un ducados y se bebe una cerveza en un bar de amigachos que arman jolgorio después del trabajo. Quiero pensar que, de igual manera, el Presidente envidia secretamente la levedad con la que los hombres fracasados salimos a la calle y miramos cómo las hojas de los árboles van cambiando de color hasta que terminan por caer y desaparecen.

Mola, ¿verdad?, pues no, no voy a hablar de Zapatero. Me entran ganas de meterme con él, de criticar su optimismo -que ahora se revela como irresponsable- o esa visión tan cosmética del liderazgo político con el que va a pasar a la historia. Una vez, cuando le pidieron definir a Zp, Alfonso Guerra contestó que era ante todo “un tío con suerte”. El problema de los tipos con suerte es que a veces el viento cambia, y cambia drásticamente, de manera que entonces hay que remar… Y es entonces cuándo se ve cuál es el valor real de los grandes líderes. Zapatero da la impresión de haber quedado completamente varado. El día en que hizo lo que dijo que nunca haría perdió la mayor parte de su ascendiente sobre los ciudadanos: el de la honestidad. No digo que no sea honesto, sino que -al contrario que Felipe González, que creía que con sus dotes de prestidigitador podía hacer girar a sus millones de fieles en la dirección de sus propias derivas ideológicas- no tuvo nunca otro atractivo que el de que la gente creyó que decía la verdad.

Pese a todo, sigue teniendo algo de suerte, porque –al menos a mis ojos- siempre conseguirá molestarme menos cada vez que sale en la tele que sus rivales del PP, que han tenido el mérito de mostrar sin ambages en estos últimos ocho años que todo, cualquier felonía –desde la calumnia, el insulto o el pataleo en una institución sagrada como es el Parlamento hasta la odiosa estrategia de dañar al país para perjudicar al que gobierna- vale con tal de lograr el único objetivo que sostiene a un partido entendido como un bussines: ganar las siguientes elecciones. Después uno escucha a sus alumnos decir que los políticos son todos unos sinvergüenzas… Y hay veces en que tienta no discutírselo.

Pero, miren, no. Tal y como empezaba a reflexionar sobre las cuestiones de alta política con las que se traman nuestros próximos insomnios, me percaté de que en el programa de Buenafuente estaba saliendo Joaquín Sabina. Y, entonces, mientras pensaba en Zapatero, se me ocurrió que Sabina, al contrario que el Presidente, lleva en mi vida más de un cuarto de siglo. Dejé lo que llevaba entre manos y me puse a mirar la tele. Y, como tantas otras veces, lo que Sabina decía o cantaba era capaz de arrancarme algunas sonrisas, algo que casi nunca me pasa cuando salen Pepiño Blanco o González Pons, que por lo general solo consiguen irritarme.

No voy a glosar la valía de Sabina como músico. Quienes le detestan dicen que solo sabe hacer ripios facilones y que su voz no solo es la de un cantante mediocre, sino que en los últimos años no es ni tan siquiera algo a lo que pueda llamarse “voz”. Siempre he pensado que en ámbitos tan heterodoxos como los del pop o el rock, no hay academia que pueda pontificar sobre lo que vale y lo que no. Elvis cantaba maravillosamente, desde luego, pero Dylan no, y sin embargo su música forma parte de nosotros tanto como la de Beethoven. Es imposible danzar peor que Jagger, pero no hay otra manera de gestualizar al ritmo de Sympathy for devil. Joaquín Sabina parece ser perfectamente consciente de sus limitaciones, y aún a veces denota cierta perplejidad por la fidelidad de su masiva clientela, lo cual es un síntoma de lucidez. Y, sin embargo, soy de los que piensan que Sabina ha pasado por épocas de creatividad que le acercan a Georges Brassens. Entre otras cosas, porque tampoco éste fue un gran cantante, Brassens era Brassens, y su manera de sentir solo podía expresarse como él lo hacía. Prueben igualmente a escuchar Venecia sin ti cantado por Aznavour y Ne me quittez pas cantado por Brel, y luego escuchen esos mismos temas interpretados por otros. Algunas de las canciones más hermosas que he escuchado en lengua castellana son de Sabina. Y sus letras son casi siempre astutas, ocurrentes y enrevesadamente emotivas.

Hay mucha tontería en Sabina y en quienes permanentemente le rodean, seguro que sí… Pero yo en mis malos momentos escucho ¿Quién me ha robado el mes de abril? o Calle Melancolía con la misma intensidad con la que escucho a Loquillo en Cadillac solitario. Esto a ustedes, desde luego, no les importa, pero lo que intento decir es que cuando aceptamos a alguien como amigo durante tantos años es porque de alguna forma le queremos como es, nos da algo que no tendríamos sin él. La realidad es que Sabina tiene gracia.

Hay algo en Sabina cuando canta o cuando habla que transmite poderosamente. No me interesa demasiado cuando despotrica de los políticos o intenta hablar a favor de sus numerosos amigos y protegidos. Me interesa una cierta visión de la vida a la que su poética viene siendo fiel desde la primera vez que le vi, junto a los demás de La mandrágora, en aquel programa de García Tola, Si yo fuera presidente, una filosofía televisual ahora completamente irrepetible. Entiendo que haya a quien no le guste ese rollo supuestamente canallesco de bar de desclasados de madrugada con el que Sabina ha sabido jugar astutamente desde su emergencia en el panorama mediático. Tan solo con eso y un par de canciones oportunas solo habría sido uno más. Son los discos de después de Madrid y la dichosa calle Melancolía los que muestran que su carrera era bastante más de fondo de lo que en un principio podría suponerse, cuando solo parecía un Javier Krahe con algo menos de alcohol en sangre.

Quizá sea ingenuo tomarse literariamente en serio a quien acaso solo sea un ocurrente versificador de canciones. Uno debe leer a los grandes poetas, claro, incluso a Gamoneda, odiado por la tribu sabiniana después de alguna tontada que dijo en las vísperas de después de la muerte de Ángel González. Pero creo que para mucha gente, sobre todo gente joven, es mas fácil acercarse a Lorca o a Benedetti después de haberse divertido y emocionado con las canciones de este tío de Úbeda; más o menos lo mismo que pasó en su momento con Paco Ibáñez respecto a Blas de Otero, con Raimon respecto a Ausias March o Espriu, con Serrat respecto a Hernández y Machado… ¿Por qué no?

Pero, sobre todo, Joaquín Sabina me gusta porque tiene algo que no está al alcance de cualquiera: sus canciones muestran que ser libre es mejor que esconderse en la madriguera de la cotidianeidad -aunque uno tenga que pagar un peaje por ello-, que uno tiene que intentar pasárselo de puta madre toda su vida y decirle a la muerte cuando llegue aquello de “no estoy de acuerdo”, que es mejor besar sin remordimientos, que algunas cosas merecen que se les sea infiel, que ganar al poker con trampas también tiene su encanto… De alguna manera –una manera a veces paradójicamente triste y solitaria- las canciones de Joaquín Sabina cantan a la alegría de estar vivos.

La poesía huye, a veces, de los libros para anidar extramuros, en la calle, en el silencio, en los sueños, en la piel, en los escombros, incluso en la basura.Donde no suele cobijarse nunca es en el verbo de los subsecretarios, de los comerciantes o de los lechuguinos de televisión.

Votaré al político que me diga algo como eso.

15 comments:

Mila Solà Marqués said...

Son grandes trovadores, es cierto y sus historias cantadas tienen el poder e emocionarte en el presente con la misma intensidad que lo hicieron en el pasado. Sabina me recuerda a Leonard Cohen:
No es por deciros nada,
sino para vivir eternamente
por lo que escribo esto.
Es mi codicia lo que amáis.
No me he quedado con nada.
He despreciado todos los honores.
Imperial y misteriosa,
mi codicia os ha hecho esclavos

(La energía de los esclavos 1972)

Anonymous said...

A mi Sabina ni fu ni fa. Ni una sola de sus canciones ha logrado conmoverme jamás. Y encima *se hace* del Atleti para parecer más guay. Como Almudena Grandes. Mucha impostura es lo que detecto a veces en algunos apóstoles de la estética del perdedor...

BT

tara said...

Bendito ocurrente versificador. Me han traído hasta aquí sus caderas, no su corazón...
A mí también me gusta, pese a los pesares.

David P.Montesinos said...

Recuerdo ese libro, estaba en la estantería de mi casa paterna, terminó gustándome más ese Leonard Cohen poeta que el cantante, acaso le entendí mejor. Ese poema es especialmente mejor. De memoria, atribuyo a ese texto una frase especialmente irónica, creo que al inicio del libro: "Cada hombre tiene una manera de traicionar a la revolución; ésta es la mía"

David P.Montesinos said...

De acuerdo, hay cierta impostura, aunque no creo que el propio Sabina sea del todo inconsciente de ello. No me son demasiado simpáticos quienes le rodean. Pero sus canciones sí han sido capaces de conmoverme algunas veces.

Anonymous said...

una pregunta David, ¿ha visto Canino?
me gustaría conocer sus impresiones.Gracias

BT

David P.Montesinos said...

Es curioso, ya son varias las personas a las que he escuchado hablar de esa película, "Canino". No, no la he visto, pero creo que voy a terminar haciéndolo, BT.

David P.Montesinos said...

Está bien lo de "los pesares", que son unos cuantos, pero ¿en quien no lo son? Hace muchos años, una nacionalista tontorrona intentó convencerme de que Lluis Llach era "puro" y Sabina un impostor y un aprovechado. Al menos Sabina no ha sido nunca el niño bonito de ninguna administración, algo es algo.

Anonymous said...

Le alabo el gusto por cambiar el tercio.
A mí, me gusta Sabina. Lleva muchos años conmigo y me sorprendo a veces tarareando alguna de sus letras que, dicho sea de paso, me hacen sonreír. Tienen su gracia.

Es cierto eso que dice, tiene pocas servidumbres excepto las químicas. Glosa como nadie el aburrimiento y la rutina “ese virus que ni muere ni nos mata”.Vive siempre en el borde y a veces se desliza hacia el lado oscuro (de la fuerza, por supuesto) y tiene la simpatía de decir - agotado de vivir sin medida -que su corazón “maltrecho y ajado cierra por derribo”.
Además tiene un punto canalla que ¿qué quiere que le diga?.
“Que todas las noches sean noches de boda, que el calendario no venga con prisa y que el diccionario detenga las balas”. ¿Sé puede pedir más?
Saludos
R

David P.Montesinos said...

Hola, R. Quizá se pueda pedir más, pero entonces lo que estamos pidiendo es otra cosa. Walt Whitman dijo "¿Me contradigo? Pues sí, me contradigo. Soy amplio". El verso del virus es uno de mis preferidos, es poderoso por su polisemia y, en cierto modo, inquietante. Y está dentro de una de mis canciones preferidas, del que para mí es el mejor disco de Joaquín Sabina. "Este borrón de sangre y de tinta china,
este baño sin rimmel ni nembutal,
estos huesos que vuelven de la oficina,
dentro de una gabardina
con manchas de soledad."

Algo tiene, creo.

Alba said...

No creo que los bailes de Jagger puedan ser calificados como malos, sino como peculiares, y muy suyos, es lo que siente. Precisamente creo que eso es lo bueno de Sabina, se sale del "papel" de cantautor tan convencional, no imagino a Llach cantando metáforas tan picaras sobre la vida. Y sobre su voz, le da ese aspecto mas natural a sus versos, de la vida misma, sin florituras ni agudos impresionantes, sino el mismo.
Si, a mi también me gusta Sabina jaja

Y citando a otro amigo del señor de Úbeda:

"(...)Ya se que no es eterna la poesía,
pero sabe cambiar junto a nosotros,
aparecer vestida con vaqueros,
apoyarse en el hombre que se inventa un amor
y que sufre de amor
cuando está solo"
(Luis Garcia Montero)

David P.Montesinos said...

Hola, Alba. Te lo cambio por otro, en este caso del gran gurú del señor de Úbeda, Ángel González:



"Te llaman porvenir
porque no vienes nunca.
Te llaman: porvenir,
y esperan que tú llegues
como un animal manso
a comer en su mano.
Pero tú permaneces
más allá de las horas,
agazapado no se sabe dónde.

!Mañana! Y mañana será otro día tranquilo
un día como hoy, jueves o martes,
cualquier cosa y no eso
que esperamos aún, todavía, siempre."

Anonymous said...

En realidad Ángel González y Sabina se trataron muy, muy poquito. Susana Rivera

David P.Montesinos said...

Señora Rivera: siempre agradezco cualquier aparición en este blog, en su caso lo hago especialmente, en primer lugar porque me ha comentado un post escrito hace mucho tiempo, y en segundo lugar por sus vínculos con Ángel González.

Le agradezco igualmente la información que aporta, no sabía de la relación personal entre Sabina y González más de lo que el círculo del cantante hizo saber públicamente. Lo que sí valoré siempre mucho fue el ejercicio reivindicativo que García Montero o Sabina, entre otros personajes más o menos célebres de la cultura española, hicieron con la figura de Ángel González. Debo decirle que su obra pasó a ser conocida para mucha gente gracias a esta labor, no porque González no lo mereciera por propios méritos, sino porque en el mundo de la poesía es -incluso llamándose Ángel González- es casi imposible obtener lectores masivos. Creo que este mérito hay que reconocérselo a estos señores. Lo del incidente con Antonio Gamoneda, admirable poeta, me parece lamentable. De todo lo demás sabe usted infinitamente más que yo.

Mi absoluto agradecimiento, y mi deseo de que obtengan éxito los distintos proyectos relacionados con el autor.

David P.Montesinos said...

Añado y rectifico, pues hay cosas inexactas de las que me arrepiento en el blog original. Gamoneda por lo visto nunca dijo nada especialmente grave sobre González (yo diría que bastante más dura es la crítica a Mario Benedetti), más allá de la inoportunidad del momento funeral. Si digo "incidente lamentable" es en relación a toda la polémica posterior, en la que él ya no tomó la palabra, sólo habló mucho después para aclarar que estimaba personal y literariamente a Ángel y que su crítica iba dirigida a quienes le manipulaban y se aprovechaban de él.