LA DISCORDIA
1. EL OSCURO HERÁCLITO me proporciona -google mediante- la primera impresión del día, aún muy lejos de empezar a clarear: "El conflicto es el padre de todas las cosas, el rey de todas las cosas. A unos ha hecho dioses y a otros hombres; a unos ha hecho esclavos y a otros libres". El término polemós es traducido como "conflicto", y a veces -creo que más equívocamente- como "guerra". A mí me gusta más "discordia". Suena mejor y, sobre todo, nos pone a distancia de ciertas manipulaciones lingüísticas particularmente arteras. Por ejemplo, la del superministro José Blanco, quien -en relación a la afirmación del Gobierno Obama de que en Afganistán los USA están en guerra- dijo algo así como que el significado que para los norteamericanos tiene el término war no es el mismo que para nosotros tiene el de "guerra". La idea es que no pensemos que el ejército español está en aquel país olvidado por Dios para matar a nadie, sino para ayudar a que se haga la paz. Siempre he pensado que España, por muchas razones, debía seguir las doctrinas de la ONU, por más que cada día me provoca más desánimo la misión afgana. Pero también tengo la impresión de que algunos gobernantes tienen demasiado claro que los ciudadanos somos imbéciles. Y eso es preocupante, pues significa que creen que pueden convencernos de cualquier cosa, aunque sea la mas soberbia de las majaderías.
2. Es tan ingenuo querer encontrar en los aforismos del sabio de Efeso un elogio de las armas y los ejércitos como lo es convertir a Nietzsche -el mayor de los heraclíteos- en profeta del nazismo.
Lo que intenta hacernos entender Heráclito es que la condición que el Ser nos pone para que seamos capaces de comprenderle es habitar su paradoja, el enigma de la existencia misma. Queremos saber lo que es el bien, pero no podemos definirlo sin su contrario. Queremos ser damas, pero no podemos serlo sin saber cómo es ser puta. Queremos la felicidad, pero no la alcanzaremos sin esa angustiosa carencia del deseo cuya satisfacción se posterga. Amamos la vida y expresamos nuestro desacuerdo con la inevitabilidad de nuestra desaparición, pero debemos aprender a estimar la caducidad -amar la muerte en cierto modo- porque sólo así podemos maravillarnos del inmenso valor de estar vivos. ("Los dioses nos envidian porque somos capaces de vivir cada instante con toda la intensidad, como si fuera el último", dice Aquiles -o si quieren Brad Pitt- en medio de la madre de todas las guerras contra Troya). Heráclito no amaba a los generales ni deseaba ver correr la sangre, simplemente tuvo el coraje de asumir que la discordia es el fuego primitivo en el que se engendran y al que van a perecer todas las figuras que salieron del barro, todas los verbos, todas las pasiones en las que tan ciegamente creímos algún día.
Pero, ¿qué es la discordia? Los seres estamos fatalmente destinados a la desavenencia. Cuando decimos "dialogar" y "entendernos", a poco que uno sepa mirar qué hay tras las palabras, hallamos toda suerte de deseos oscuros, el designio de gobernar al otro y apropiarnos de su voluntad o simplemente sodomizarlo y explotarlo, la pretensión de conminarlo a que nos ame, a que asienta a esa verborrea estúpida con la que nos autosatisfacemos diciendo que nuestras razones son honradas. Estamos condenados a bajar a la batalla porque las cosas solo se ajustan con el combate...y con él se desajustan nuevamente, dando lugar así al ciclo interminable de los veranos y los inviernos, los vicios y las virtudes, los padres y los niños, los amores y sus dolores.
En una ocasión unos Testigos de Jehová intentaron convencerme de que el horizonte de Dios es un mundo sin discordias. Me entregaron un cuadernillo con un dibujo de una aldea idílica donde las personas no disputaban y los leones jugaban pacíficamente con los niños. Pero si el león solo tuviera los colmillos de adorno entonces ya no sería un león, sería un cordero, y un mundo de corderos sólo merece morir entre las fauces de los lobos.
3. QUENTIN TARANTINO protagoniza la polémica que, a través de su blog, recupera estos días Justo Serna de la hemeroteca. Ya hace como quince años, Antonio Muñoz Molina y Javier Marías discordaron seria y lúcidamente sobre la validez del joven director que, en aquel entonces, parecía irrumpir en la poética cinematográfica contemporánea con una fuerza incontenible. Mientras AMM se muestra escéptico ante los valores artísticos y, sobre todo, las implicaciones éticas del cine tarantiniano, al que acusa de trivializar el dolor y la muerte, JM acusa a tales posiciones de moralismo y parece querer prevenirnos contra la tentación de no saber deslindar la calidad artística de un producto de su supuesto trasfondo ideológico. Creo que los dos tienen gran parte de razón, impresión que acaso compartirán conmigo en relación al autor de Pulp fiction si aceptan mi consejo de leer las intervenciones.
http://www.elpais.com/articulo/opinion/encima/recochineo/elpepiopi/19950502elpepiopi_4/Tes
No obstante, y para evitar malos entendidos en relación a lo dicho sobre el polemós heraclíteo, matizo que ha terminado por hastiarme tanto pastiche sanguinolento como presenciamos en las películas del enfant terrible de Hollywood. Al final, me parece como esos reposteros que lo llenan todo de azucar, nata y chocolate: sus pasteles resultan seductores a primera vista pero terminan siendo empalagosos y facilones ... La sangre y los sesos desparramados son un recurso fácil, una opción que se hace sistemática en Tarantino y que, casi siempre, provoca hilaridad entre un público que termina sintiéndose cómodo entre tanta muerte estéril de quienes, más que seres humanos, parecen figurantes fabricados para deslumbrarnos con el espectáculo de su muerte. No dudo que haya una estética de la violencia. De lo contrario no existiría la épica, eso cuya desaparición lamentaba Borges como signo deprimente de los tiempos modernos. Sin la épica acaso no tendríamos a Kurosawa ni a Ford. Pero en Tarantino no hay épica, no hay heroísmo porque la muerte se vende barata. Así de simple.
4. LA CAMPANARIO es ya la última de mis heroínas, la única que me queda desde que dicen que el Juez Garzón tiene cuentas turbias o desde que Villa fichó por el Barça. Su discordia eterna con Belén Esteban arranca de la atávica rivalidad entre la Reina del Castillo y la Primera Dama abandonada. Eso de haber sido expulsada del tálamo real da históricamente mucho juego: ahí tenemos los precedentes de Soraya, que gastó su fortuna por el mundo de fiesta en fiesta tras ser repudiada por el Sha de Persia debido a su incapacidad para concebir, o Lady Diana Spencer, que echaba unas lágrimas en los actos benéficos para que el Pueblo la convirtiera en la Reina que su pérfida familia política le impedía ser.
Belén es una Princesa del Pueblo como Lady Di, pero en versión choni de barrio. Si la quiere la cámara tanto es porque se nos da sin ambages: exhibe sus emociones sin ningún pudor ante las cámaras. Lo sabemos todo de ella, no hay nada que el mirón en que nos hemos convertido pueda reprocharle: es perfecta, es un artefacto fabricado a la medida del Reality World en que vivimos. María José Campanario, por contra, ha optado por vengarse de los medios no compareciendo. Puedes gritar, llorar o insultar a los que te entrevistan, pero no aparecer y rechazar enormes cantidades de dinero para revelarnos las intimidades de Ambiciones... eso no se lo van a perdonar jamás. Llevan intentando divorciarla tanto tiempo, que al final, cuando parece que la torre se derrumba, proliferan las hienas con el "ya te lo dije".
Quizá Jesulín ya no te ame, Campanario, pero yo te sigo siendo fiel.
No obstante, y para evitar malos entendidos en relación a lo dicho sobre el polemós heraclíteo, matizo que ha terminado por hastiarme tanto pastiche sanguinolento como presenciamos en las películas del enfant terrible de Hollywood. Al final, me parece como esos reposteros que lo llenan todo de azucar, nata y chocolate: sus pasteles resultan seductores a primera vista pero terminan siendo empalagosos y facilones ... La sangre y los sesos desparramados son un recurso fácil, una opción que se hace sistemática en Tarantino y que, casi siempre, provoca hilaridad entre un público que termina sintiéndose cómodo entre tanta muerte estéril de quienes, más que seres humanos, parecen figurantes fabricados para deslumbrarnos con el espectáculo de su muerte. No dudo que haya una estética de la violencia. De lo contrario no existiría la épica, eso cuya desaparición lamentaba Borges como signo deprimente de los tiempos modernos. Sin la épica acaso no tendríamos a Kurosawa ni a Ford. Pero en Tarantino no hay épica, no hay heroísmo porque la muerte se vende barata. Así de simple.
4. LA CAMPANARIO es ya la última de mis heroínas, la única que me queda desde que dicen que el Juez Garzón tiene cuentas turbias o desde que Villa fichó por el Barça. Su discordia eterna con Belén Esteban arranca de la atávica rivalidad entre la Reina del Castillo y la Primera Dama abandonada. Eso de haber sido expulsada del tálamo real da históricamente mucho juego: ahí tenemos los precedentes de Soraya, que gastó su fortuna por el mundo de fiesta en fiesta tras ser repudiada por el Sha de Persia debido a su incapacidad para concebir, o Lady Diana Spencer, que echaba unas lágrimas en los actos benéficos para que el Pueblo la convirtiera en la Reina que su pérfida familia política le impedía ser.
Belén es una Princesa del Pueblo como Lady Di, pero en versión choni de barrio. Si la quiere la cámara tanto es porque se nos da sin ambages: exhibe sus emociones sin ningún pudor ante las cámaras. Lo sabemos todo de ella, no hay nada que el mirón en que nos hemos convertido pueda reprocharle: es perfecta, es un artefacto fabricado a la medida del Reality World en que vivimos. María José Campanario, por contra, ha optado por vengarse de los medios no compareciendo. Puedes gritar, llorar o insultar a los que te entrevistan, pero no aparecer y rechazar enormes cantidades de dinero para revelarnos las intimidades de Ambiciones... eso no se lo van a perdonar jamás. Llevan intentando divorciarla tanto tiempo, que al final, cuando parece que la torre se derrumba, proliferan las hienas con el "ya te lo dije".
Quizá Jesulín ya no te ame, Campanario, pero yo te sigo siendo fiel.
8 comments:
Una guerra es una guerra es una guerra
Sr. Montesinos, es muy interesante la disertación que hace en su blog sobre el sentido de la polémica y de la guerra, buscando auxilio en la etimología. Qué bello recurso. Eso mismo intentaba hacer yo con mis alumnos días atrás para distinguirles monumento ('monere') de documento ('docere'). Su sentido es muy próximo: el monumento nos advierte, nos reclama, nos hace recordar lo que ya no está; el documento nos instruye, nos enseña, nos muestra lo que tampoco está.
Estas cosas se las decía a mis estudiantes de historia. No sé por qué pero creo que me miraban mal, como si yo fuera un tipo raro que se vale de trucos o de retóricas en desuso. Quizá no les faltaba razón: en principio, la etimología es un recurso en desuso. Pero, bien mirado, no es así. Qué le voy a decir yo que usted no sepa, sr. Montesinos: en las palabras de hoy nos quedan esos restos históricos que son sus viejas acepciones, no desaparecidas del todo. Los historiadores deberíamos tener especial cuidado con esas huellas del pasado. Las palabras son nuestro primer archivo.
Aprovecho esta pedantería que le largo para hacerle una precisión, igualmente vanidosa. Quien dijo lo de ‘war’ y sus significados no fue el superministro, sino José Antonio Blanco, portavoz del Grupo Parlamentario Socialista, José Antonio Alonso. “En la lógica del uso de la lengua inglesa la palabra guerra, 'war', se utiliza de manera polisémica", dijo. Y así hablan de "guerra contra el narcotráfico", contra el terrorismo.
"No tiene la más mínima importancia el uso de la palabra en boca de Obama o de otra persona que se exprese en lengua inglesa", afirmó Alonso. Sin duda, suena a absurdo lo dicho por el portavoz. Pero, bien mirado, no es un disparate lingüístico. Como muy bien dice Margaret Macmillan en ‘Juegos peligrosos’, la legitimidad de ciertas operaciones bélicas de los últimos años se han basado en analogías lingüísticas. Lo de Afganistán parece una guerra en su sentido más literal: hay territorio, campo de combate y frentes (o al menos es lo que más se parece). Pero el combate contra Al Qaeda difícilmente puede llamarse guerra cuando los ataques son difusos, el enemigo es plural, evanescente y no está simplemente emboscado. Es otra cosa. Recuerdo haber discutido, ‘polemizado’, sobre esto cuando leí libros sobre el terrorismo. En fin.
Y acabo. Habla usted en su blog de la guerra que se libra entre la Campanario y la Esteban: permítame llamarlas así. Qué interesante… Tengo entre mis libros pendientes de lectura uno sobre Belén Esteban, precisamente. Parece un sesudo estudio sobre dicho personaje. Se titula ‘Belén Esteban y la fábrica de porcelana’. Debo su descubrimiento a Alejandro Lillo, que conoce estas perversiones mías. No puedo decirle más. He de esperar… Aunque, bien mirado, lo que de verdad estamos esperando sus fans (los de usted, sr. Montesinos) es un libro suyo sobre este fenómeno hiperreal.
Fdo. Justo Serna
Gracias en primer lugar por el comentario, señor Serna. La precisión onomástica no es uno de mis fuertes, y el caso es que ahora me viene a la cabeza el momento televisivo y es cierto que no fue el superministro, al que tengo tendencia a atribuirle toda suerte de maldades y cizañas. Decía Baudrillard -ya que habla usted de lo hiperreal- que la guerra ya no es lo que era, y que ya nunca lo sería. Desde la primera Guerra del Golfo, el impulso bélico de las grandes naciones ha sido sustituido por una operación mediática donde no se ahorran el horror y los muertos, pero que se aleja de los parámetros tradicionales de los dos bandos que dirimen sus fuerzas. Guerras como la de Afganistán son hoy otra cosa, ciertamente, y tardaríamos mucho en definir qué, aunque usted introduce algunas de sus características peculiares. Yo añadiría un efecto en cierto modo surreal -horrorosamente surreal, diría yo- por el que la representación mediática,lo que creemos saber de esa guerra, diverge cada vez más de lo que verdaderamente ocurre. Se me dirá que esto ocurre siempre, que la primera víctima de toda guerra es la verdad y que la información viene siempre distorsionada. De acuerdo, pero ahora estamos ante una vuelta de tuerca nueva. No podemos suponer que las agencias filtran y falsean la información verdadera porque ya no sabemos cuál es la “verdad” de lo bélico. Habla usted de un enemigo evanescente. Pero quien es el enemigo. ¿Los talibán? Y a estos los imaginamos muy fanáticos del Corán y muy barbudos, ¿pero son realmente “eso” los talibán? ¿Estamos seguros de que no hay muchos afganos que a veces son talibán y a veces se les clasifica como otra cosa? ¿Qué dicen los informes sociológicos de los USA sobre la complejidad de las comunidades afganas? Se habla de “misión de paz y de democratizar el país”, pero la gente cree que poner paz es separar a dos tipos excitados y furiosos que están pegándose. Creo en suma que, por más que si nos ponemos a buscar encontramos alusiones a esta guerra por todas partes, el ruido impide entender a la mayoría lo que está pasando. Esa incertidumbre es lo que verdaderamente vuelve equívoco el concepto “war”.
Respecto a las etimologías, debo decirle que un momento especialmente grato en mis clases de bachiller últimamente fue cuando una alumna que acude a la optativa de Griego me comentó la satisfacción que le producía entender antes que muchos de sus compañeros los conceptos filosóficos que, por ejemplo sobre Platón, explicaba yo en clase de Filosofía. Por ejemplo, ayer, cuando traduje el vocablo “areté” como virtud, se me ocurrió intentar hacerles ver que hay un cierto desplazamiento de sentido en dicha traducción, la cual, como cualquier traducción, no es “literal”. Para nosotros es virtuosa la conducta leal y generosa, para el griego, la areté del hombre hace referencia al coraje para llevar a cabo aquella misión que le es propia. No creo que sea un mal ejercicio, más bien creo que es imprescindible en los estudios humanísticos. Y tampoco creo que la mayoría de sus alumnos lo tomen por un ejercicio pedantesco.
Respecto a Belén Esteban… No es una perversión. Que uno decida pasar del tema me parece bien, les aseguro que yo no veo programas rosa, no tanto porque me aburran como porque me encolerizan, pero da lo mismo, uno termina enterándose más o menos de todo porque el país se ha estebanizado. Y es ciertamente un fenómeno sociológico que reclama ser meditado. Creo que ya lo he contado, pero una mujer allegada me dijo hace poco que la amaba porque “es una Madre Coraje”, afirmación de aire brechtiano que otra allegada -esta sensatamente odiadora de la Esteban- contestó oportunamente:
-”Una Madre Coraje eres tú, que te quedaste viuda de joven y tuviste que sacar adelante a tus hijas sin ayuda”
Me encanta conocer la etimología de las palabras. Proporcionan informaciones muy interesantes. El otro días les contaba a unos amigos la diferencia en la Roma antigua entre "autoritas" y "potestas".
Por otro lado, Discordia era una diosa romana originaria de la mitología griega, en la que recibía el nombre de Eris. Ya que David cita a Aquiles, el de los pies ligeros, decir que fue Eris, o Discordia, la que de alguna manera generó el conflicto que dio lugar a la guerra de Troya. Por otro lado, decir que su opuesta es Harmonía (la Concordia romana).
Coincido con ustedes e insisto. Las palabras, sus distintos usos, sus perversiones y sus cambiantes significados se me antojan fundamentales para captar los sentidos del mundo. Son, en efecto, "nuestro primer archivo".
El Magno (de nuevo)
Señor Magno, rodeado de libros y precisando etimologías, empiezo a pensar en usted como una especie de monje medieval. Merecería aparecer en El nombre de la rosa. Ya le diré algún día si como envenenador, inquisidor, Fray Guillermo o quizá incluso como el mismísimo Maligno que, como usted sabe, anda suelto últimamente por la abadía.
Cierta persona muy allegada mía ha leído su querido Homer y Langley. Gana pues usted por dos a cero.
Qué adquisición, sr. Montesinos. No lo deje escapara: El Magno, el nick de un erudito de vieja estirpe...
Justo Serna
Pues mire, discrepo, yo creo que es un tipo de poco fiar.
Esta me la guardo, David, tenga por seguro que si alguna vez le saco en algún relato o novela, será para envenenarlo, como hacía aquel bibliotecario ciego.
Y que conste: me gusta el coñac
El Magno (una vez más)
Como dijo Rajoy una vez: "en cuanto conocí a Zapatero me di cuenta de que no era un tipo de fiar"
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