Saturday, January 08, 2011












1. EL HUMO CIEGA TUS OJOS.












1.Las últimas leyes aprobadas en España contra el uso del tabaco parecen haber convertido definitivamente el hecho de fumar en una práctica proscrita. Ya hace tiempo que en EEUU el tabaquismo es un signo que delata marginación . El que fuma, o forma parte de una minoría social con pocas expectativas de construirse una vida realmente atractiva, o pertenece a un estrato social blanco y protestante a cuyas exigencias no es capaz de responder, no al menos sin serios efectos de estrés y ansiedad, de los que el consumo de cigarrillos sería un síntoma. Fumar es, entonces, igualmente culpable: o se fuma obscenamente en las calles inhóspitas y mal asfaltadas de un barrio pobre -como se vomita, se negocia con una prostituta o se bebe directamente de una botella de whisky barato- o se fuma a escondidas, como ese enfermo que, para ocultar su mal a los demás, se retira hacias las sombras durante los instantes en que duran sus temblores.


La ley tiene razón, desde luego, aunque el gobierno habría hecho bien en pedir perdón a los bares por haber obligado a muchos de ellos a invertir para adaptarse a la normativa de hace unos pocos años, legislando después nuevamente en sentido más contundente, con lo cual se reconoce implícitamente que la ley fue inoperante y, por tanto, equivocada, creándose además con tanto trajín legislativo un evidente perjuicio económico sobre los hosteleros. Nada que objetar por lo demás: se debe dejar de fumar en los espacios públicos, es así de sencillo, no creo que haga falta explicar las razones.


Algunos fumadores vienen quejándose desde hace aproximadamente quince años por sentirse objeto de una persecución. Lo que les relato a continuación tiene ya tiempo. Saqué un cigarrillo en un bar y, como solicitando permiso para encenderlo, lo mostré a las dos únicas personas -una pareja de unos sesenta años a los que no conocía-, que ocupaban mesa en aquel momento en el lugar. El caballero me respondió ofendido, no entendiendo que un correligionario suyo como yo era se humillara de aquella forma, y me quiso hacer ver que lo que debía hacer era escender ostentosamente el pitillo de la discordia y fumármelo ante el mundo con un par de cojones y sin encomendarme ni a Dios ni al diablo. Para tranquilizar su ira sacó su paquete de rubio americano.







A ojos de alguien así, no es extraño que el devenir de los acontecimientos se lea en clave de persecución poco menos que totalitaria. De ver fumar a nuestros profesores en las aulas, a los médicos en los hospitales y al presidente del gobierno en su reunión con el jefe de la oposición, hemos pasado a ver cómo los prohibicionistas han ido ganando terreno hasta el momento actual, en que el único espacio que parece quedar libre del cerco de vigilancia sobre los fumadores es el puramente doméstico, donde habrán de ser las personas que conviven voluntariamente las que decidan como reglamentar su vida en común, de lo cual tan solo debe poder derivar una consecuencia: el fumador debe renunciar en favor de quienes no lo son, empezando por los niños. Es una pura cuestión ética.



Es significativo que los enemigos de esta ley no hayan atendido demasiado al hecho de que los únicos espacios públicos y cerrados donde se consiente el uso del tabaco sean los centros penitenciarios y los de salud mental; la excepción legal nos instala en la cultura de que el tabaquismo es una enfermedad y que, por tanto, son sujetos peligrosos, capaces de dañar físicamente a otras personas o a sí mismos, los que tienen permiso para controlar sus nervios mediante un tóxico adictivo. (Dicho sea de paso, me pregunto qué pasa con quienes ocupan una celda donde hay fumadores y, por muy delincuentes que sean, disfrutan tan poco tragándose el humo del tabaco del vecino como cualquier fumador pasivo que resida fuera de los muros de la prisión)



Y es que su derecho a la normalidad lo que el fumador reclama. El detalle que suele olvidar, sin embargo, es que el objetivo de la legislación contra el tabaco, extendida en mayor o menor medida en las naciones desarrolladas, no busca culpabilizar al fumador, sino proteger al no fumador; no pretende tanto reprimir al que fuma como liberar a los demás del humo que ellos no han producido. Las mayoría de argumentos que escucho en contra de la ley parecen obviar este orden de prioridades.









Ello responde a un problema de educación respecto a los usos de la libertad muy extendida entre los españoles, especialmente entre aquellos que -me da igual a quien voten- ignoran que ser libre no es "hacer lo que me dé la gana y porque puedo". Al ex-presidente Aznar, por ejemplo, en una de esas exhibiciones de masculinidad varón dandy que tan mal le quedan, mostró su hostilidad hacia quienes pretendían prohibirle que se pusiera al volante con alguna que otra copita al ironizar sobre las campañas de Tráfico contra la conducción bajo los efectos del alcohol. En términos aún más obscenos se ha pronunciado el bocazas del alcalde de Valladolid, quien se ha referido a cierto poema, atribuido comúnmente a Bertolt Brecht, para comparar la guerra contra el tabaco con las persecuciones ideológicas. Incluye entre sus perlas una delirante asociación entre la llamada de la ministra Pajín a denunciar los incumplimientos y la técnica nazi de extender la práctica de la delación ciudadana en la persecución de los judíos.


Este tipo de manifestaciones arrastra aires de familia con respecto a las de quienes se quejan porque si le tocas el culo a una compañera de trabajo te pueden expedientar por acoso sexual, porque no puedes tirar desechos industriales en el río como "hemos hecho aquí toda la vida sin que pasara na", porque no puedes inflar de perdigones a cierta especie protegida por culpa de "unos cabrones de Greenpeace" o porque si le pegas dos hostias a tu hijo igual viene una asociación a denunciarte. Sí, como dijo una vez cierto concejal del PP en Asturias cuando creía que nadie le oía: "la culpa de todo la tiene la puta democracia".








2. Sólo yo conozco bien la naturaleza de mi relación con el tabaco. El último cigarrillo de bar de mi vida me lo fumé hace aproximadamente una semana. Estaba a gusto y, como suelo hacer porque cada día soy más perezoso para joder gratuitamente a mis prójimos, me alejé un metro de los compañeros de mesa para no hacerles comulgar demasiado con la rueda de molino de mi humo. En cualquier caso hice mal, lo cual no significa mala conciencia católica, sino que tengo dos dedos de frente para entender que no vivo sólo en el mundo. Es cierto que algunas personas no parecen irritarse demasiado por su condición de fumadoras pasivas, pero sospecho que la inmensa mayoría han tragado con la dictadura de los fumadores a lo largo de sus vidas porque no han tenido otro remedio. "Te tienes que comer sin chistar el tema porque si no no tienes amigos", me dijo una vez alguien que detestaba el olor del tabaco. Es cierto que enciendo un cigarrillo muy de vez en cuando en un lugar cerrado, y que lo hago tan solo cuando me siento especialmente relajado y disfruto de la compañía: no volveré a hacerlo, pero no serán los demás los que se pierdan ese momento sublime que a mí me retrotrae a la liturgia del western y la pipa de la paz: seré yo quien se lo pierda, qué le vamos a hacer. No habrá pues tabaco en lugares públicos, ni siquiera contemplaremos más esa imagen zoológica de los tipos amontonados en un pequeño cuadrante virtual -casi parece una de esas recintos cerrados con rayos láser de las pelis de ciencia ficción- como encontrábamos hasta hace unos días en la T4 de Barajas.


Dicho todo esto, un par de pequeñas matizaciones, creo que puedo permitírmelas después de todo lo que he dicho para convencerles de que las reticencias que expongo a continuación no son consecuencia de resentimiento alguno respecto a las legislaciones restrictivas que han ido cayéndonos encima en los últimos veinte años.









En primer lugar creo que sí son oportunas las apelaciones a los peligros del "biopoder" que algunos autores, por ejemplo Josep Ramoneda, han asociado en los últimos tiempos a la persecución del tabaquismo. Si ustedes ven cualquier película de los años cincuenta observarán que el cigarrillo es un rasgo de buen porte, virilidad y distinción. Desde que en los años sesenta se empezó a advertir seriamente de que fumar producía cáncer, es razonable que la buena imagen de la práctica fumatoria haya decaído sensiblemente. Ahora bien, una cosa es que no se nos informe de que fumar es insalubre, y otra esa dificultad creciente que vamos teniendo para entender la separación entre la vida privada y la vida pública. La ley contra el tabaco no coarta las libertades, las protege, de acuerdo, pero hay una tendencia muy marcada en las sociedades contemporáneas a convertir el cuerpo en un espacio a proteger y controlar aún en contra de la voluntad de los sujetos mismos. Aceptamos así con naturalidad que un grupo de personas sean vistas 24 horas al día en todos sus actos dentro de una casa como sucede en los reality show, donde es precisamente la vida privada lo que constituye el por lo visto fascinante espectáculo. Hay que ser muy cínico para encerrar a diez jóvenes en una casa repleta de cámaras durante tres meses y luego pasarse el día pontificando previniéndoles contra el odioso hábito de fumar que muchos tienen.


En una ocasión, en medio de un debate en clase con alumnos de la ESO sobre el tabaquismo, un compañero muy militante en el tema, aclaró a los alumnos que si los anti-tabaco insistían tanto en que había que legislar porque el humo molesta a los que no fuman era, en realidad, porque "lo que pretendemos es que la gente deje de fumar... A ver si así", dijo el caballero, "entienden lo estúpido que es ese placer demoniaco que creen sentir cuando se meten la mierda esa en la boca". No voy a relatarles las conductas adictivas y tóxicas a las que el personaje se dedicaba contumazmente, pero creo que al lado de las leyes contra el tabaco debería haber algunas más contra los intolerantes y los fanáticos que se disfrazan de redentores para intentar hacerle la vida un poquito más desagradable a sus congéneres.




Otra cosita. El tabaco cuesta muchas muertes, pero tengo la sospecha que la persecución de ciertas drogas puede llegar a formar parte de un higienismo social muy facilón si no va acompañado de un discurso mucho más global y afilado sobre ciertos hábitos muy extendidos y con los que los poderes instituidos son extrañamente indulgentes. Si quieren les hablo de los indeseables que todos los días llenan mi barrio con la mierda de sus perros, algunos de los cuales por cierto se alejan de su casa para que sus entrañables amigos caguen en el jardín que hay bajo mi balcón. Me gustaría también que habláramos sobre las enfermedades y el estrés que genera la contaminación de los automóviles, a pesar de lo cual seguimos estando muy lejos de unas ciudades libres de la tiranía de los automovilistas. Son también muchos de estos los que, un poco con sus motores, y un poco con sus aparatos incorporados de alta fidelidad, hacen mi vida más difícil y desagradable con una contaminación acústica como la de mi ciudad, que parece convertirse en una casa de locos con tanto ruido. ¿Quieren que siga? Abrámonos a la modernidad, rompamos al fin con el tercermundismo... Pero hagámoslo de verdad.


Me voy a fumar... al balcón, como ya hacía por cierto antes de que Leire Pajín me lo ordenara.







3. Háganme caso, vean el capítulo fundacional de la serie Mad men, titulado precisamente El humo ciega tus ojos. El grupo de cerebros del marketing que protagonizan la serie está buscando una fórmula publicitaria -son los años sesenta- para que la mítica marca Lucky strike se posicione ante las opiniones cada vez más extendidas entre algunos médicos de los Estados Unidos que opinan que el tabaco es cancerígeno. Casi todo el mundo, por cierto, fuma en la serie en las oficinas, en los pasillos, en los domicilios, entre las comidas, se diría que es un rasgo de masculinidad e integración social. Lo más llamativo es la absoluta naturalidad con la que lo hacen y la ironía con la que reciben tales opiniones, mas o menos la misma con la que escuchaban a los charlatanes que explicaban convencidos que los alienígenas nos visitaban en sus platillos volantes a diario. Los tiempos cambian. No se la pierdan.

1 comment:

Anonymous said...

Leer el mundo blog, bastante bueno