Friday, May 13, 2011









VOTAR. O NO.







Desde que cumplí la mayoría de edad pasé nada menos que dos décadas sin votar.



Mi bautizo como votante llegó cuando acababa el Instituto, con aquel asunto tan estrambótico de la entrada en la OTAN. Se trataba nada menos que de un referendum, quizá el procedimiento de participación popular más genuino que se puede dar en una democracia representativa. Estaba lo suficientemente irritado con el partido en el poder en aquel entonces que me pareció que sobraban los motivos para acudir a las urnas y exigirle a Felipe González que nos sacara de lo que, por aquel tiempo, no nos parecía otra cosa que una organización de ejércitos dispuestos a aplastar con las armas cualquier pequeña insurgencia comunista en el mundo. El día en que el No perdió me lo tomé como algo personal. Entendí que el Partido Socialista nos había engañado a todos y que era una cuestión de honor no volver a confiar en unos tipos que, como decía Javier Krahe, hablaban "con lengua de serpiente", pues unos años antes habían hecho formar parte la promesa de abandonar la OTAN de su programa para ganar las elecciones. Yo, como Krahe, fui también "Cuervo Ingenuo", y opté por no volver a firmar la paz con aquel caballero cuya imagen quedó ya en mi memoria por siempre como la encarnación del embuste y la manipulación.


Pero Felipe no fue el único culpable de mi abstencionismo, que consideraba un abstencionismo activo, pues nunca caí en la torpeza de declararme "apolítico". Cuenta Fernando Savater que los antiguos griegos llamaban idiotés a aquellos conciudadanos que, ante la urgencia de una
asamblea en el ágora, optaban por permanecer recluidos en casa, ocupándose de sus asuntos privados y alegando no sentirse interesados por aquellos encuentros multitudinarios en los que sin duda la gente se dedicaba a reñir y a gritarse. Este error -en cierto modo prestigiado por los textos de Platón, quien denostando la democracia ateniense se vengaba de la Asamblea por haber condenado a su amado Sócrates- responde a una ingenuidad peor que la del Cuervo de Krahe: creer que podemos dejar que los demás ventilen la gestión de lo común y quedarnos tan tranquilos.







Pues bien, yo nunca me consideré un idiota porque jamás me quedé en mi casa. Entendí que el procedimiento de representación en que se sustanciaba la democracia española estrangulaba la lógica de la participación ciudadana y opté por negarme a formar parte de lo que me parecía un simulacro de poder popular. Por eso, el único día en que renunciaba a mis derechos era justamente el de los comicios. El resto trataba de meterme en toda suerte de líos porque estaba convencido de que la gestión de lo que afecta a la colectividad no debía dejarse en manos de quienes habían convertido la política en una profesión. No me avergüenzo de aquella postura del joven que fui: luchaba contra el engaño de la partidocracia intentando invadir espacios de poder a los que renunciaban aquellos que, votando cada cuatro años, se confortaban dejando que otros arreglaran los asuntos generales. Yo no era apolítico, en realidad era todo lo contrario.


Un día, con motivo de una elecciones universitarias, en las que por cierto yo andaba implicado, entré en un aula con un grupo de compañeros para pedirles que votaran. Debo precisar que nunca he estado en contra de la representación, sino de un modo de representación que, al modo de las organizaciones clásicas, se servía de la retórica representativa para mantener la política separada de los ciudadanos. Pues bien, un tipo al que yo reconocía por formar parte -como yo entonces- de organizaciones de inspiración anarcosindicalista, nos echó una bronca porque estábamos haciendo lo que él denominó "apología del voto". Ya entonces -con todo lo lector de Miguel Bakunin que yo era- me pareció que aquel tipo era un perfecto gilipollas, y que su actitud le hacía sentir ideológicamente puro y digno, pero que aquella soflama tan revolucionaria era la excusa ideal para seguir esquivando sus obligaciones ciudadanas. No critico que no votara, critico que aquel "idiotés" jamás, en todos los años que compartimos pupitre, movió un solo dedo por mejorar la Universidad. Me he encontrado muchas otras veces actitudes de este tipo: el radicalismo como la excusa perfecta para no tener que hacer nada.


No se engañen, sigo pensando que el anarquismo es una fuente de inspiración para la resistencia ante cualquiera de las formas de dominio que continúan diviendo el mundo, mal que nos pese, en explotadores y explotados. No tengo ninguna intención de hacer aquí apología del voto, pero sí quiero explicar por qué voy a votar en las próximas elecciones.


Algunos allegados míos son admirablemente tenaces en su fe en la legitimidad del sistema representativo. No es mi caso. La alta política me ha decepcionado tantas veces que es como si yo mismo me hubiera dado la vuelta: ya no es posible que me sorprenda la corrupción, o que las listas se llenen de personajes grises sin gracia ni talento... ni siquiera que cada vez que el socialismo llegue al poder sea para terminar haciendo más o menos lo mismo que haría la derecha. Alguien, ante esta última evidencia históricamente contrastada en la historia de nuestra joven democracia, me dijo que al menos prefería no ver gobernando a gente tan odiosa como Camps, Costa o Barberá... Y entonces yo me acordé del profundo desagrado que me produce Leire Pajín, y contesté que si era una cuestión de no tener que ver cada día en la tele a personajes detestables, los dos grandes rivales electorales tenían auténticos cracks con los que amenazarnos.






Espero muy poco de los políticos, pero ese pequeño espacio que nos abre el "muy poco" hace que merezca la pena acudir al colegio electoral el 22 de mayo. Es posible que si, gracias a votos como el mío, la izquierda gobierna, vuelva a quedarme con la sensación de que no han tenido la suficiente audacia para poner en práctica aquellas medidas que pueden ayudar a paliar las profundas desigualdades que se abren paso -temo que con fuerza cada vez más incontenible- en nuestra sociedad. Es propia de las organizaciones de izquierda una terrible esquizofrenia entre lo que prometen en sus programas electorales y lo que son capaces de cumplir una vez han alcanzado el poder por el cual nos reclamaban acudir a votar. Pero, al menos, uno se siente en condiciones de reprochárselo, algo imposible respecto a la derecha, la cual actuará sin duda de la manera que todos esperamos que actúe. No es imaginable, por ejemplo, que Francisco Camps gobierne el País Valenciano de manera diferente a como lo ha hecho hasta ahora, como no lo es que el Ayuntamiento de la capital de dicho territorio cambie su modelo de gestión si sigue gobernándolo Rita Barberá. Si gobierna la izquierda el final de la película puede no ser un happy end, pero sí al menos es un final abierto.





Creo firmemente en el mayor de los principios de la socialdemocracia: la redistribución de la riqueza y la protección de los más débiles. Podemos discutir si el laborismo europeo ha secuestrado ese principio para obtener unos votos cuya exigencia desmerecerá después. Sí, pero
no encuentro manera de exigir a nuestros gobernantes el cumplimiento de tal principio si su horizonte es el dinero, los fastos, la corrupción o el desmantelamiento de los servicios públicos, y si sus sentido de la obra social se sustancia en el apoyo a la iglesia católica.




No me gustan muchas de las cosas que han hecho los dos gobiernos socialistas que ha tenido la nación, y, si pensamos en lo que se nos viene inmediatamente encima, las elecciones autonómicas y municipales, no me siento en condiciones de garantizarme a mí mismo que votarles es lo más adecuado. Sí sé que no quiero una sociedad sometida a la servidumbre de las corporaciones, los especuladores, el odio a los inmigrantes... Una sociedad, en suma, donde las instituciones se hayan debilitado tanto que la condición de ciudadano valga tan poco que ser un "idiotés" ya no sea una elección reprochable, sino el irremediable destino de impotencia en el que todos vivamos sin remedio.

Piénsenlo.

9 comments:

Joaquín Huguet said...

Hay un libro, David, que justifica en gran medida el escepticismo que sentimos muchos de nosotros hacia la democracia española. Se titula "BIENESTAR INSUFICIENTE, DEMOCRACIA INCOMPLETA: SOBRE LO QUE NO SE HABLA EN NUESTRO PAIS". Este libro analiza críticamente el estado del bienestar en nuestro país, mostrando que las intervenciones públicas que la ciudadanía considera importantes para su calidad de vida (la sanidad, la educación para niños y adolescentes, los servicios de ayuda a las familias, la creación de trabajo o las pensiones) son muy insuficientes. El autor realiza también una crítica de los argumentos que aparecen en los medios de información, justificando la austeridad social imperante en el país (como la necesidad de mantener la competitividad de la economía española frente a la globalización económica o la necesidad de conseguir la integración monetaria y financiera europea), mostrando cómo otros países de la UE altamente integrados en la economía internacional tienen estados de bienestar más desarrollados que el nuestro. El libro explica las causas reales del subdesarrollo social, centrándose en el gran poder de las fuerzas conservadoras y liberales en nuestro país, resultado de su dominio durante la transición de la dictadura a la democracia, proceso erróneamente definido como modélico, y que es responsable de las insuficiencias de la democracia española y de su estado de bienestar. El libro concluye que el escaso debate sobre estas insuficiencias (apagado bajo la falsa imagen de que España va bien y Cataluña incluso va mejor) se remonta al silencio sobre el pasado reciente... (Reseña de "La Casa del libro")

David P.Montesinos said...

Hola, de nuevo, Joaquín. Leí el libro hace tres o cuatro años, quizá un poco a destiempo, pero creo que su vigencia se mantiene y mantendrá durante mucho tiempo. Creo, por cierto, que es de justicia elogiar la política de publicación ensayística de Anagrama, por cuyo futuro ahora mismo tengo algunos temores, ojalá que infundados. Todo el texto es recomendable, pero yo aconsejo sobre todo detenerse en los capítulos donde Vicenç Navarro desactiva algunos de los prejuicios sobre la inmigración.

Joaquín Huguet said...

Estos días se ha hablado en los medios de un nuevo partido, desmarcado del sistema electoral tradicional: DEMOCRACIA REAL YA. Lo integran varias asociaciones ciudadanas- siguiendo el modelo anglosajón- y algunos intelectuales como Jose Luis Sampedro lo han apoyado. Uno de estos es Vicenç Navarro, el autor del libro que hemos comentado anteriormente. Es miembro de ATTAC, y ha escrito un artículo muy interesante sobre economía, que critica algunos de los antiguos tópicos sobre la competitividad y neoliberalismo. También es revelador lo que dice sobre España, pues destruye, a mi modo de ver, algunos de los estereotipos de la vida laboral de nuestro país. La dirección es: http://www.attac.es/la-clase-trabajadora-en-espana/

David P.Montesinos said...

Estupenda información, Joaquín, gracias.

Jose Zaragoza said...

Votar hay que votar..pero almenos, que no sea en blanco..

Estariamos alimentando mas de lo mismo ya que el voto en blanco cuenta como voto valido y se le añade a la mayoria. La mejor solucion de protesta: El voto nulo.

David P.Montesinos said...

Puede ser, pero yo sería partidario de votar a aquel partido que me ofrezca algún proyecto creíble.

Jose Zaragoza said...

Pues aquel P$OE al que defendias a capa y espada no creo que tenga que ofrecer nada creible despues de estos 8 años..
Y el PP, sintiendolo mucho, tampoco.
Veremos que tal andan los partidos minoritarios en las elecciones o si tanta manifestacion es simplemente fachada.

Jorge Ruiz said...

Posiblemente ninguno ofrezca un proyecto creíble al 100% pero desde luego lo que si que es verdad después de 8 años que el PSOE no cumple ninguna promesa, sólo saben mentir. Votar al PSOE es tirar un voto a la basura, simplemente después de estas dos legislaturas espero que hayas aprendido la lección, y sino la has aprendido es porque quizá no estes en paro, pero mire no todos tenemos esa suerte, a mi Zapatero y su partido de "inteligentes" me han arruinado la vida.

Espero que tengan un poco de vergüenza y se vayan donde nadie vea a esa panda de incompetentes retrógados que tenemos actualmente gobernando este país.

David P.Montesinos said...

Queridos José y Jorge. Yo no he defendido a capa y espada al PSOE jamás. Si realmente pierden el poder que les queda este domingo en autonomías y ayuntamientos, y si esto es prolegómeno de lo que puede ocurrir a nivel estatal, entonces espero que sea para bien, aunque dudo mucho de la alternativa que se nos ofrece, que lleva ocho años haciendo una oposición que navega sistemáticamente en las aguas de la calumnia y la infamia.

Por otra parte, mi situación personal condiciona -como para cualquier persona- mi manera de ver el mundo, pero no la determina. Que yo no esté en el paro no me convierte en obtuso. Si la mía fuera una situación tan dura como la que tú dices vivir, probablemente estaría más enfadado de lo que estoy. En cualquier caso, creo que he contado mi peripecia personal y he ofrecido mis razones. Y no son las razones de un entusiasta de nada. Y si soy cándido ya tiene delito, porque llevo los suficientes años deambulando por el mundo como para dejarme engañar por discursos que me vienen oliendo a lo mismo desde hace décadas. Lo que sí me parece cándido es pensar que libres del actual gobierno estatal, que sin duda es culpable de su inoperancia, su cobardía y su indefinición, resolvemos los problemas que tenemos, que a no dudarlo son complejos y hasta tenebrosos.