Friday, September 23, 2011


















LOS QUE ODIAN A ZAPATERO











Seguro que les ha pasado alguna vez. Me subo a un taxi, y el caballero no me concede ni medio minuto de tanteo -no dispone de él- para calibrar si voy a comulgar con sus soflamas políticas. En el ratito que dura la carrera hasta mi casa despliega una batería de insultos, descalificaciones y teorías de la conspiración que -con el gobierno socialista, los sindicatos, los inmigrantes, los catalanes y el grupo Prisa como destinatarios- contribuyen decisivamente a incrementar mi sensación de que la salud democrática de la nación no atraviesa por uno de sus momentos más boyantes. Me viene a la memoria una escena similar que presencié hace dos décadas, cuando estudiaba en la Universidad. En aquel momento, el objetivo de las invectivas, desafíos y amenazas del taxista de turno era el gobierno de Felipe González, el cual sin duda tenía tanta culpa de la duras condiciones de vida del caballero como el de ZP las tiene de los problemas que tenemos todos actualmente, incluyendo el de lo mucho que se nos encogen las pelotas cuando el agua de la ducha sale fría. Ahí entra todo, lo cual mola mucho, pues puedo echarle la culpa al señor de la ceja de la crisis económica, de que no haya manera de vender los pisos que uno compró con propósitos especulativos o de que las adolescentes exhiban el tanga encima del pantalón -a dónde vamos a llegar-. Por increíble que parezca, he llegado a oír decir muy en serio que el gobierno de Rguez Zapatero es responsable de que el Real Madrid lleve años sin ganar la liga, lo cual por lo visto es causa de múltiples depresiones. Teniendo en cuenta lo mucho que a Mourinho le gusta echar la culpa a cualquiera menos a él de lo mal que juega su equipo, no es despreciable clavo ardiente para que se agarre el portugués.



Recuerdo que en aquel taxi de mi juventud un buen amigo dijo al abandonar el vehículo algo que se me ha quedado grabado: "Lo que ha dicho son barbaridades, pero esas barbaridades las dice gente que está muy jodida". Quizá tuviera parte de razón mi amigo, pero no estoy seguro de que llevar una vida dura le dé a uno el derecho a expresarse como un fascista, y eso sin entrar a dirimir si de verdad las personas que se pasan el día echando espumarajos por la boca son las que tienen más motivos para quejarse.




Otro pequeño ejemplo, éste muy reciente porque lo presencié esta misma semana. Junto a mi casa una señora mayor grita y llora espantosamente. Su ataque de nervios es consecuencia de que, según nos dice entre sollozos, acaban de robarle un colgante para ella muy valioso, provocándole además una pequeña erosión en el cuello. Algunas personas pasan de largo, otras se limitan a observar la escena... Los que intervenimos tratamos de tranquilizar a la señora y convencerla de que interponga una denuncia. En ese momento, cuando, preguntada por el aspecto del ladrón, la señora nos dice que se trataba de un extranjero, aparece una individua de unos sesenta años y que, sin llegar a prestar su ayuda, se limita a repetir varias veces la frase: "El culpable de esto es el que decidió un día que había que dar papeles para todos".












Bien. José Luis Rodríguez Zapatero acaba de abandonar, puede que definitivamente, el Parlamento. Barrunto que no volverá a tener un gran protagonismo en la vida pública española. Podría hacer aquí una exposición de razones a favor y en contra de su labor como estadista en estos ocho años, y sospecho que no saldría especialmente favorecido, aunque sería una mezquindad no reconocer que algunas medidas de signo progresista en sus primeros años de gobierno me hicieron pensar que -saliendo como de la nada y sin grandes soberbias ni aspavientos- España había encontrado por fin al dirigente idóneo, algo que jamás llegué a pensar de sus antecesores, José María Aznar o Felipe González, dos personajes peligrosamente instalados en la lógica de la mayoría absoluta, la estúpida leyenda del carisma y los excesos cesaristas de quienes se complacen sintiéndose elegidos de los dioses.



En todo caso, cualquier discurso que yo pueda articular sobre las contradicciones, debilidades y cobardías del zapaterismo se me cae de las manos cada vez que lo inicio porque pasan muy poquitos ratos antes de que, de aquí o allá, me llegué algún insulto, alguna calumnia, alguna teoría que responsabilice a Zp y sus ministros de cualquier cosa. Jamás he visto nada como lo que ha ocurrido en estos ocho años. Durante la primera legislatura asistí con el cacho de perplejidad que aún me queda a la repugnante sarta de mentiras que, con la pretensión de deslegitimar el triunfo electoral socialista, hizo recaer sobre el gobierno la sospecha de que poco menos que había sido connivente con la barbaridad del 11-M. Solo un sector de la prensa muy amoral, muy cínico y muy encanallado puede tramar algo tan odioso con la intención de vender más periódicos o desacreditar al enemigo ideológico, pero esto habría tenido poco valor de no ser porque el partido que lidera la oposición hizo mucho por dar pábulo a aquella trama venenosa.














Nada me ha sorprendido de todo lo que ha venido después, se cruzaron las líneas rojas el día que Rajoy aceptó que su agenda ideológica fuera marcada por el director del diario El Mundo y desde entonces valió todo. Podría dar media docena de razones profundas por las cuales creo que la social-democracia española debe dejar atrás a Zapatero y olvidarle o, en todo caso, recordar su doble legislatura sólo para no recaer en sus errores. Ahora bien, si por algo recordaré estos ocho años no es por la supuesta ineptitud del gobierno socialista -materia sobre la que habrá tiempo para discutir, a ser posible con escasos maximalismos- sino porque creo que, durante este periodo, la derecha española ha salido definitivamente del armario, y las desnudeces que hemos visto son muy inquietantes.



Con frecuencia leo a filósofos, politólogos o economistas calificados de liberales, conservadores o incluso reaccionarios. Se trata de un ejercicio intelectualmente sano y recomendable, pues creo firmemente que el intercambio de ideas y la controversia son la sustancia del movimiento democrático. Ahora bien, me cuesta encontrar la sombra de los textos de Hayek, Popper, Bell, Friedman, ni siquiera de dos intelectuales tan discutibles y sobrevalorados como Fukuyama o Huntington, en los conservadores españoles. Todo lo más podemos esperar las banalidades ya muy oídas de FAES y algún toque de apoyo a los mensajes vaticanos contra el "vacío moral y el relativismo". No parece que la cosa dé para mucho más que para poner los piececitos sobre la mesa del despacho de George W.Bush en el rancho de Texas, todo un hito en la historia de nuestras relaciones internacionales.













Por todas partes veo gentes que gritan, personas rabiosas que han decidido consolarse entregándose a una visión del mundo de una simpleza aterradora. Pagar menos impuestos, cortar la subvención a los sindicalistas, echar a los inmigrantes, endurecer el código penal, castigar a las autonomías díscolas... Me pregunto si la derecha se está holiganizando a la carrera o si es que siempre ha sido así pero le daba vergüenza exhibirlo. Esperemos que regresar al poder les siente bien, pero temo que Carlos Boyero tenga parte de razón, aunque sea a trazo grueso, con lo que dijo el jueves en la habitual entrevista de El País con los lectores: "se van los tontos y vienen los malos". Que no nos pase nada.

2 comments:

Anonymous said...

Hola, David.
En primer lugar, enhorabuenísima por tu hija, tu libro (que me leí entero para un trabajo de la universidad, es magnífico) y tu blog. Nunca te comento nada y me fastidia hacerlo ahora para corregirte, pero me ha llamado la atención, en el 5º párrafo, creo que has confundido 15-M con 11-M, la fecha de los atentados de Madrid. ¡Te traicionó el subconsciente! O el inconsciente, como dicen por ahí ;-)
Mi más sincera admiración, no dejes nunca de escribir.

David P.Montesinos said...

Muchísimas gracias por tu amabilidad, corrijo de inmediato el dato equivocado. Y sí, debe ser el subconsciente ahora que lo pienso. Muchas gracias.