Saturday, September 17, 2011















MI CORAZÓN PERTENECE A LA DOCTORA ZIRA








Regreso al Planeta de los Simios a través de la "precuela" -vaya palabro- recientemente estrenada, por cierto con un despliegue publicitario de esos que, pretendiendo atraernos a las salas, consiguen generar la impresión de que uno ya ha visto la película sin verla, y que todo lo que ocurra en la pantalla resultará altamente previsible.





Alguien dijo que es mejor no volver al lugar donde uno fue feliz. Pero creo que es una advertencia vana, pues tratamos con una tentación humana irresistible. Yo vi la película de crío, obviamente la de Franklin J.Schaffner, y de inmediato leí la novela del francés Pierre Boulle en que se basaba aquel film maravilloso. Desde entonces he regresado a través de sus múltiples secuelas cinematográficas, de tebeos e incluso de una serie de televisión. No consigo acercarme ni remotamente a aquella plenitud, y creo que no es solo culpa mía por tener la poca delicadeza de haberme hecho mayor.







El origen del Planeta de los Simios es un producto cinematográfico francamente recomendable. Se alista en esa serie de relatos que, poniendo al día el mito de Prometeo, ven en el científico moderno al aprendiz de brujo que, con la misma y genial fórmula explosiva, puede salvar el mundo tanto como destruirlo. Frustrado por la imparable degeneración neuronal de su padre, el protagonista de la película consigue una vacuna que puede no solo detener el avance del Alzheimer sino incluso regenerar las células muertas. La intención del joven sabio tiene bases éticas, desde luego, pero cuando, como suele suceder, se cruzan por el camino espúreas ambiciones de poder y de lucro, todos los protocolos de la prudencia científica saltan por los aires. El fantasma de la experimentación científica con animales aparece también para conformar el cóctel de culpabilidad que terminará por suscitar en el espectador la convicción de que, después de todo, merecemos ser sustituidos por aquellos simios que el astronauta Taylor encontró en su primer viaje.





Bien, muy bien, pero la seducción en el cine no la proporciona un guión plausible, hace falta algo más, algo que no sé si soy capaz de explicar pero que tiene que ver con variables poco explícitas, no sé... el ritmo, la intensidad interpretativa, la fuerza hipnótica de los escenarios... Eso me falta aquí como me faltó en la versión de Tim Burton.



Dos pistas para entenderlo.






Una, los ordenadores pueden ser muy útiles, pero no hacen buena una película, y cuando se abusa de ellos, incluso la hacen mala. Seré un retrógrado, pero prefiero maquillajes de mono y casas y puentes de cartón piedra que simulaciones electrónicas. El cine de masas se ha entregado irremediablemente a esta tiranía tecnológica y el público se ha dejado adiestrar en ella con total sumisión, de manera que, cuando vemos una película de este tipo, ya sabemos que los diálogos van a ser tópicos, la dirección de actores inane, y el drama que da pie a la historia va a ir difuminándose en favor de una trama de acción que convertirá la pantalla en la escena de un circo. Todo lo que se nos muestra es más perfecto, más aséptico, más milimétrico que en el viejo cine... y terriblemente más insulso.




Segunda pista, la sombra del film fundacional es demasiado alargada, y nunca mejor dicho por aquello de la sombra de la Estatua de la Libertad, que se proyecta sobre Taylor cuando por fin, y como le ha indicado el Doctor Zaius, encuentra su destino. No es casualidad que en la de Tim Burton aparezca un viejo simio moribundo asistiendo a la huida de los protagonistas: es nada menos que Charlton Heston, de quien se diría que optó por convertirse en simio después de maldecir a su propia especie, esa tribu de "maniáticos" que terminó por destruir su propio mundo. Más sutil es el guiño del nuevo film: cuando uno de los guardianes es apresado por César exclama: "¡Quita tus garra de encima, mono asqueroso!". ¿Les suena? Es la misma frase que pronuncia Taylor en el momento en que, curado de su herida en la garganta, desencadena el terror en el mundo simio al demostrarles que puede hablar, algo impensable para esos animales salvajes y despreciables que son los humanos. Pero hay algo más, ese grito precede a la primera palabra inteligible que pronuncia César en el film: "¡No!". Se trata del líder de un motín universal, su negativa es en realidad el verbo fundacional de una nueva sociedad, una civilización que surgirá de las cenizas de la vieja, la cual no va a necesitar a los monos para destruirse: se inmolará a sí misma por la codicia de los hombres.







Después de todo, el Doctor Zaius, una genial e irónica revisitación del apoltronado sabio decimonónico que censuraba el darwinismo, terminaría teniendo razón: la humana es la criatura más inmunda que pulula por la Tierra, la única que mata por placer y destruye a sus semejantes. Aunque Taylor y Zira estén en lo cierto y la civilización simia sea una resultante de la humana, es mejor que los propios simios no sepan nunca que provienen de una estirpe maldita. Sólo porque los humanos volvieron a los bosques pudo salvarse el planeta.



¿Se dan cuenta? No puedo desembarazarme de aquella sombra tan larga del film del film de 1968. A un chaval adiestrado en las formas cinematográficas dominantes en la actualidad le sería, temo, casi imposible interpretar las claves de aquel relato: le resulta "lenta". Habituado al lenguaje del 3-D y las simulaciones electrónicas, le parecen intolerables aquellas casas de cartón piedra del film del 68 o el ejercicio de maquillaje con el que los actores eran caracterizados como simios.




Alguien me dijo que lo que le resultaba especialmente intolerable de aquel film eran los minutos iniciales, ese desfile de los tres astronautas por tierras desérticas donde "no pasa nada y se te hace interminable". Ese tramo tan irritante para mi joven interlocutor es justamente el que a mí me dejó seducido para siempre. El camino hacia no se sabe dónde por tierras inhóspitas y desconocidas, las señales que una extraña civilización va dejando sin que ni los personajes ni el público sepan muy bien cómo interpretarlas , las manos humanas que les roban la ropa cuando se bañan en un lago, los inquietantes ""espantapájaros"... Todo ello con el fondo de la música de Jerry Goldsmith.







Es justamente esa demora, esos minutos en los que nada pasa lo que verdaderamente acredita la maestría del relato. Nada que ver con esa obsesión -tan obscena en el fondo- de enseñarnos desde el primer momento a los monstruos que caracteriza al cine heredado de aquellos reyes Midas del cine de los setenta, Spielberg y Lucas. Desde estos dos autores, sin duda talentosos, el cine de masas ha dejado de ser inteligente, por eso hay que llenarlos de efectos, de persecuciones, de explosiones, de bichos feos... Los efectos informáticos y la exasperante velocidad constituyen el destino que el cine se marcó desde Tiburón y Star wars, quizá incluso contra la propia voluntad del propio Spielberg, quien a pesar de todo, jamás ha sido capaz de entender que la seducción no está en lo que se nos muestra, sino más bien en lo que se nos sugiere desde su ausencia. Ese misterioso vacío, esos tiempos muertos, ese momento para la reflexión e incluso para la perplejidad, es lo que se nos ha escomoteado en el cine contemporáneo, por eso casi todas las películas hechas para el gran público saben a lo mismo, como pasa con la comida rápida.


Inútil tratar de encontrar un efecto tan hipnótico como el de Taylor en la playa, maldiciendo a la humanidad bajo la estatua semienterrada en la arena de la playa. Inútil preguntar qué fue de aquel erotismo del beso a Zira, la doctora simia que amaba a los animales y creía que la ciencia podía mejorar el mundo. No quiero ver más secuelas, me quedaré con Taylor dando vueltas sin sentido por la Zona Prohibida.






7 comments:

Anonymous said...

Buscar paralelismos con ciertos disturbios puede estar fuera de lugar, pero sería altamente recomendable no pasar por alto algunos de los mensajes que nos pueden llegar de esta película.

Puede que un mundo esté terminando, puede que el que esté a punto de comenzar caiga en los mismos errores,

Sinceramente... A dia de hoy no sé en qué madre se "cagaba” Charlton Heston, ¿en la suya? ¿en la mia?
Al parecer nada con inteligencia perderá la oportunidad de controlar incluso aquello que no atañe a su destino. Mal asunto.

Un abrazo.
MA.

David P.Montesinos said...

Otro abrazo para usted, MA. No sé si interpreto correctamente el sentido de toda su intervención, pero sospecho que en el motín de los simios detecta usted algún paralelismo con ciertas explosiones de furia como las que se produjeron este verano en Londres. (Lo del 15M se me antoja todavía demasiado intelectual y éticamente sofisticado para simios, incluso para los muy avanzados como el protagonista del film). El cine tiene en cualquier caso un largo historial de colectivos supuestamente oprimidos y explotados que pasan a gobernar el mundo, desde las máquinas (recordar "Inteligencia Artificial"), los extraterrestres ("Distrito 9") y hasta los niños (aquella curiosísima película de Ibáñez Serrador, "¿Quién puede matar a un niño?")

Se lo vengo a decir porque esta metáfora de una humanidad culpable y corrompida, que termina siendo relevada por aquellos de los que nunca temió nada, está desde hace mucho presente en el imaginario cultural. Creo que, aparte de constituir un innegable divertimento, estas utopías al revés (distopías, creo que se llaman) tienen un cierto valor de advertencia.

En cuanto a mi amado Taylor, creo que se cagaba en la madre que nos parió a todos, es a la especie humana a la que maldecía, y no hay que olvidar que en aquellos tiempos -me refiero a los años sesenta- el cataclismo nuclear parecía poco menos que irremediable ante la escalada de la Guerra Fría. "Merecíamos" pues ser sustituidos por los monos, pero claro, ya se encarga de reflejarlo bien la película: estos constituyen una ironía de las maldades humanas. El Doctor Zaius y su gente protagonizan -no nos engañemos- el mismo teatro de la mezquindad, la codicia y el fanatismo de los seres humanos a los que dicen despreciar.

David P.Montesinos said...

El amigo O PROFUNDADOR acaba de dejarme un post en relación al asunto que trataba en el último artículo, en relación al asunto de la entrevista en Catalunya Radio de Manel Fuentes a Vicenç Navarro. Lo copio aquí por el interés de lo que expresa nuestro amigo, y por los enlaces con los que alimenta su argumentación.

Sr. Montesinos, comprendo su asombro ante la "desenvoltura" (digámoslo así) con que Manuel Fuentes se permitió tratar a un hombre que ya escribía libros cuando él estaba en pañales. Creo, sin embargo, que Fuentes no deja de ser un peón. Acaso pueda entrevistar a un candidato a la Presidencia del Gobierno (¿recuerda aquella entrevista a Zapatero en 2004?), pero es seguro que no será consejero presidencial en materia de Economía. Me preocupa bastante más Jesús Fernández-Villaverde, profesor de la Universidad de Pennsylvania, porque SÍ puede llegar a ejercer influencia sobre nuestros gobernantes (si es que no la ejerce ya), y porque, en sus controversias con Navarro, ha hecho gala de una pedantería y una grosería verdaderamente asombrosas. Lea Ud., Sr. Montesinos, porque la cosa no tiene desperdicio:

http://www.fedeablogs.net/economia/?p=7371

http://www.fedeablogs.net/economia/?p=7293

Justo Serna said...

Comparto nuevamente la mayor parte de lo que dice. Cuando vi esa película este verano, lamenté el abuso del ordenador. ¿Era preciso sacar a tanto mono? ¿No podían haberse contentado con César, ese simio que empieza a hablar y a rebelarse? Si en un mundo de seres humanos, sólo hubiera estado César, la película habría echado chispas: chispas poéticas. Pero no es así: a pesar de ser un film que se deja ver, la historia acaba en un alarde de efectos que se notan y que quedarán viejos y desfasados en poco tiempo.

Por cierto, sr. Montesinos, una pregunta tontorrona. ¿Por qué no tituló su blog 'La cueva de Montesinos' en vez del gigante del mito? Ya sé que es una pregunta carente de sentido, pero no quería dejarla pasar. Así su blog tendría resonancias cervantinas, que es a lo que me remite su apellido. Usted perdone.

Ricardo Signes said...

En general coincido con tu apreciación de la película, David, aunque me gustaría aportar dos observaciones:
1º el que la rebelión de los simios parta de una investigación sobre el Alzheimer me parece muy logrado, y aunque no sé si calificarlo de ironía o de sarcasmo, está sin duda entre los méritos de los guionistas. La pérdida de la consciencia de uno mismo, la carcoma de la memoria hasta la desintegración del individuo llevada más allá de esa vuelta a la infancia primera de los pacientes de esa enfermedad y a la dependencia absoluta de los prójimos, en una retrospección antropológica que conduce a toparnos con los mismos orígenes. En este sentido, la medicina para el Alzheimer vale aquí tanto como el monolito en "2001 una odisea en el espacio".
2º. Es curiosos que la rebelión del simio protagonista se enfatice con el uso de la palabra. Curioso y erróneo desde el punto de vista científico, puesto que el hecho de que los humanos podamos hablar se debe a una anomalía fisiológica respecto a los simios (y respecto a otros homínidos): la laringe baja que permite convertir la cavidad bucal en un instrumento musical. Lo bueno es que esa evolución anómala conllevaba un riesgo de muerte: el atragantamiento. O sea, que en la evolución salió a cuenta la posibilidad de comunicación verbal aun a cambio de pagar ese precio.
Confío en no haber sido demasiado atolondrado en este comentario vertiginoso y a contrarreloj escrito en el recreo.

David P.Montesinos said...

Te contesto en este post, Ricardo, aunque puedes enviar lo que quieras al post actualizado, aún en el caso de que no te refieras a dicho post sino a uno más antiguo. Comparto lo del hallazgo narrativo del Alzheimer. Tengo la sospecha de que las ciencias tienden a olvidar su propia historia, que es una historia de aconteceres humanos. Siempre pensé que los grandes logros científico eran consecuencia de tensiones vitales, desde desde el ansia de gloria o dinero hasta la frustración por no haber podido salvar la vida a un ser querido. Siempre recuerdo aquella imagen de Mickey Rooney, haciendo de el joven Edison, que se frustra terriblemente al ver las dificultades del médico para ver bien el cuerpo enfermo de su madre en una intervención quirúrgica nocturna.

Comentas algunas cosas que conocía y otras que desconocía respecto a la naturaleza verbal de la rebelión. Me hace pensar en aquello del Génesis:"En el principio fue el verbo". Podemos creer que hay un "NO" gritado en el origen de esa criatura tan misteriosa que somos los humanos. Se me ocurre una hipótesis. Dado que en un principio emitiríamos monosílabos o acaso sólo vocales, pienso si, al vivir en la selva, ser capaces de articular varios registros silábicos nos permitiría confiar en la aproximación de un congénere y no de un animal hostil.

Ricardo Signes said...

Evidente eso fue así, y no solo eso, sino que permitiría la caza corporativa en condiciones de visibilidad poco favorables. Es por ello que algunos lingüistas han propuesto la denominación "homo gramaticus" para el homo sapiens.