1. PÍRRICA VICTORIA. Parece cosa de puro resentimiento de caballo perdedor decir esto, pero nunca una victoria electoral tan concluyente me pareció tan gris, tan poco ilusionante para todos y, en especial, para los que han logrado. No es cierto que haya una mayoría conservadora emergente en España; en ese caso, y como apuntaba un amable contertulio aquí esta semana, podríamos pensar en un impulso modernizador y en pro de la prosperidad asociado al aplastante triunfo de Rajoy. Mucho me temo que esto no lo sostienen seriamente ni quienes, como el hatajo de infelices que fueron con banderas azules a bailar el waka waka en Calle Génova, dicen creérselo firmemente. Otra cosa es que las ideas más o menos facilonas que se asocian a la derecha -unidad nacional, acoso a los inmigrantes, reducción del gasto público y en especial del número de funcionarios...- tengan mejor acogida en tiempos de incertidumbre, pero esto, que sirve para explicar una concluyente victoria, parece precario si de lo que se trata es de infundirnos optimismo. Tiene por esto mucho sentido la afluencia en los últimos días de chistes como el de que nos vayamos a la playa o a jugar al dominó para aprovechar nuestros últimos días de ocio porque mañana Mariano nos va a conseguir trabajo a todos.
Les confieso un secreto: me encantaría que tuvieran razón. Las calificadoras de la prima de riesgo dirían que por fin el mundo puede confiar en nosotros porque -al contrario que la mayoría de mis amigos, dejen que meta la puyita- tenemos pinta de devolver lo que debamos. Además no habría que cobrar impuestos a los ricos, de manera que, como van a ganar tanto dinero, nos van a subir graciosamente a su carro triunfal, de manera que es cuestión de tiempo que, como ellos, podamos comprar un apartamento en Torrevieja y, si la cosa se pone muy bien, hasta meter dinero en Suiza. Es lo que siempre hemos dicho en estos años ¿no?: que como Zp tiene la culpa de todo, muerto el perro se acabo la rabia, nos lo quitamos de enmedio y en tres patadas el país vuelve a florecer. Además, es posible que esta vez no tengamos ni siquiera que meternos en algún avispero del Medio Oriente, pues ni parece que Mariano esté tan loco como José Mari, ni que Obama -debe ser porque es un negro- ande con especiales ganas de montarle guerras a moros irredentos.Vamos, que si nos va mejor a todos, casi que voy a aceptar tragarme a González Pons de ministro. A fin de cuentas, sobreviví a Acebes y a Zaplana y, no se engañen, tampoco es que me llenara de felicidad ver a Pepe Blanco y Leire Pajín dirigiendo los destinos de la patria. Ya ven que soy muy deportivo.
El pequeño problema es que no van a solucionar nada. Y la razón es bien sencilla: no es que sean malas personas ni que su ideología conservadora les haga insolidarios ni nada de todo eso... No, lo que pasa es simplemente que el poder de acción política real ahora mismo de un gobierno europeo periférico es simplemente ridículo. Iñaki Gabilondo hablaba estos días del regreso de la ortodoxia con el gobierno del PP. Ni un socialdemócrata tan convencido como él es capaz de garantizar que, de gobernar el PSOE, las directrices hubieran sido muy diferentes a la de esa ortodoxia consistente en obedecer las instrucciones que llegan del Busdeschbank, Merkel, los dichosos mercados y las agencias aseguradoras de riesgos. ¿Se va a notar pues en algo que gobierna la derecha? Fíjense, Rajoy es tan grisáceo, que si no le aprietan mucho los ultramontanos es capaz hasta de dejar que los gays sigan casándose.
No me malinterpreten, no digo que todo vaya a ir bien a partir de ahora. Muy al contrario, creo que la cosa se está poniendo muy puta y que vamos a tener que apretarnos mucho los machos para aguantar una tempestad que amenaza con dejarnos malparados para siempre. Lo que no creo es que la posibilidad de acabar con esa tempestad, ni tan siquiera la de ponernos razonablemente a cubierto de ella, tenga que ver con lo que hemos votado.
2. LA POLÍTICA CONVERTIDA EN TEATRO. Coincidimos en que no es tiempo para grandes gestos, que la mayoría de subidas de tono tienen aire de cinismo y que los líderes que ganan son espantosamente aburridos. Pero el tono gris no hace más real lo que de ya de por sí pasó hace largo tiempo a la condición de simulacro. Es una teatralidad soporífera -como tantas piezas dramáticas insoportables-, pero tiene el mismo valor que si, como pasó por ejemplo con Obama en las últimas presidenciales americanas, la estrella consigue impactar fuertemente a los espectadores y es vitoreado al inicio de la obra.
Pero no son los políticos los culpables, somos en realidad los ciudadanos los que les exigimos que encarnen ese papel de estadistas cuyo fin es convencernos de que todavía existe la Política, de que todavía hay gobernanza e instituciones operativas. Creemos ser una Nación, nos hemos dotado de una historia gloriosa que habla de una resistencia en la clandestinidad, una transición frágil y heroica, unos guardia civiles golpistas... La realidad es que la iniciativa institucional está completamente secuestrada por los agentes económicos; o entendemos esto de una vez o seguiremos viviendo engañados y creyendo que será el siguiente candidato el que nos saque del atolladero. Mantenme engañado, para eso te pago, hazme creer que la culpa es toda del que gobierna, dime que todo cambiara cuando estés tú. Sé que no lo hará, pero te votaré si me generas esa ilusión cuando te vea por el telediario.
Fíjense por ejemplo en el actual PSOE. A la mayoría -como me he hecho mayor, soy más malo y mezquino- he terminado por notarles escandalosamente que lo que pretenden es vivir de la política, cosa comprensible, pues hay mucho paro y las pensiones por haber ocupado algún cargo son cojonudas, por no hablar de las amistades con futuro tan estupenda que se pueden hacer durante el ejercicio de los cargos de influencia. Les sorprenderá mi sospecha de que, por ejemplo, los actuales dirigentes del socialismo valenciano no quieren ganar. Si el PS del País Valenciano se empeñará de verdad en crear un proyecto para arrebatar el poder al PP en la Generalitat y en los principales ayuntamientos, podría notarse demasiado la mediocridad de los que actualmente lo dirigen, o acaso pudiera ser que acabaran ganando, con lo que les tocaría la complicada misión de decirles a sus votantes que no saben muy bien qué significa eso que tanto han dicho de un "gobierno de izquierdas". Quite, quite, menudo marronazo, que gobiernen ellos mientras nosotros les criticamos un poquito de vez en cuando y conservamos el puestecito, nos sea que nos toque volver a la mina.
Es odioso y deprimente, sí, pero no son ellos los culpables, a fin de cuentas son humanos. Es el pueblo valenciano el que ha dado mayoritariamente su confianza a un partido que ha convertido la corrupción en un estilo de vida. Por otra parte, no podemos extrañarnos de que las instituciones hayan perdido gran parte de su condición de agentes sociales. Decimos que están en manos de los mercados, como si los mercados fueran una fuerza ajena y misteriosa, una secta de conspiradores poderosísimos como esos que salen en Los Simpsons: unos tipos enmascarados que se celebran reuniones secretas donde deciden el futuro de la humanidad. El pequeño problema llega luego, cuando Homer descubre que quienes se ocultan tras las máscaras son todos los tipos del pueblo que ya conoce en la gris existencia cotidiana de Springfield. Pues bien, eso no es del todo falso. Madoff será un especulador y todo lo que ustedes quieran, y los banqueros, y los ejecutivos que se ponen pensiones indecentes...
De acuerdo, pero armémonos de sinceridad. El llamado "pensamiento único", entendido como el modelo ideológico que reniega de la administración cuando fiscaliza las cuentas y pone sanciones, y que, por defender la libre empresa, nos ilusiona con convertirnos a todos en eso a lo que se llama "agentes económicos", no es un invento para Botín o para Moody´s. Pienso en cosas que he visto hacer a mis allegados unos años atrás. Miren, yo he visto a allegados míos, tan escasos de conocimientos financieros como yo, haciendo cábalas impresionantes sobre cómo forrarse especulando en bolsa; he oído a amigos y familiares con el cuento de la lechera -de esto hace menos de un lustro- sobre cómo iban a pasar a la condición de multimillonarios gracias a un terrenito de mierda que iban a vender a precio de oro a no sé qué empresa constructora en la casucha de sus abuelos naranjeros; tengo vecinos muy majos que se han metido en unas hipotecas terroríficas porque creían tener derecho a un piso nuevo y en propiedad, y que con el extra del préstamo se han comprado un cochazo al que, por supuesto, también creían tener derecho... ¿Quieren que siga? No, no les hace falta porque ustedes también saben muy bien de qué les estoy hablando.
¿Saben por qué no pienso deprimirme con esta derrota electoral tan bestial? Porque nos la hemos merecido, y de lo que se trata es que dejemos de merecérnosla. Hemos otorgado a los partidos políticos la venia para que sigan presentándose como desfibriladores de este gran colapso en medio del cual nos hallamos sin saber hacia dónde tirar. Alguien dijo que "esto sólo lo solucionamos entre todos". Dejemos de exigir a la política que sea mejor que lo que somos nosotros. Dejemos de pensar de una puñetera vez que vamos a hacernos ricos sin pegar un palo al agua y recordemos que la libertad y la prosperidad son frágiles ecosistemas permanentemente amenazados. Quizá entonces empecemos tener derecho a esperar un futuro más digno que este sobresalto diario con la mierda de la prima de riesgo y los cuatro hijos de puta que nos atacan desde eso que llaman "los mercados". A fin de cuentas, no han parado de decirlo los dos candidatos durante las elecciones: "somos un gran país".
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