
LA PRIMAVERA
VALENCIANA
Yo no creo que sea tan difícil aceptar que en el mundo generen una indignada estupefacción las secuencias que acabamos de presenciar. Les aconsejo que insistan en verlas. Se encontrarán a un antidisturbios arrastrando de una pierna a una adolescente, a otra que aterrada grita "¡para!" cuando le acorralan y están a punto de darle con la porra, otro que en el suelo es esposado mientras le ponen una rodilla encima con un abuso de poder tan flagrante que hiere el más mínimo sentido de la dignidad... Son imágenes ofensivas que nos inclinan a exigir dimisiones y destituciones: hay personas que no deben desempeñar ciertos cargos porque, simplemente, no tienen la integridad moral ni la fortaleza de ánimo para cumplir la exigencia de proteger la convivencia. En las últimas horas he hablado con alumnos de mi instituto y con algunos de sus padres. Cuando el pasado miércoles muchos acudimos a la manifestación convocada de urgencia

en el centro de Valencia, no teníamos tanto interés en demandar la dimisión de la Delegada del Gobierno o en denunciar la brutalidad de las llamadas "fuerzas del orden", como de mostrarle a la opinión pública que quienes en la actualidad protestamos contra una política educativa equivocada e injusta, somos ciudadanos pacíficos y razonables, y que no estamos dispuestos a consentir que se maltrate de manera indecente y caprichosa a nuestros alumnos e hijos.
¿Cómo se explica un ejercicio de violencia tan desaforado? Miren, yo he conocido mucha gente de derechas. No estoy diciendo que la legitimación de la violencia sea patrimonio de reaccionarios, lo que digo es que hay una manera muy peculiar en la gente de derechas de juzgar la obligación que las instituciones tienen de preservar el orden en las calles. Es la misma gente que maldice a los políticos por no promulgar leyes más duras, a los jueces por no condenar a tal y a cuál y a la policía por no atreverse a sacar la porra a las primeras de cambio. No dudo que una gran parte del electorado del Partido Popular cree que los problemas de convivencia se deben a la falta de esa mano dura y el exceso de ciertos derechos y garantías jurídicas. Por esa misma pendiente deslizante vienen la reivindicación de los cumplimientos íntegros de condena, la privación de derechos de los inmigrantes, la pena de muerte y todas esas otras cosas tan bonitas que garantizaron a la Dictadura el ejercicio caprichoso e impune de poder durante cuarenta años y que, por lo visto, muchos echan todavía en falta, seguramente porque no han terminado de asumir que este país se ha hecho mayor y que es la ciudadanía la que, sin tutelas, debe gobernar su propia convivencia.

Insisto: ¿cómo se explica? Me viene a la cabeza aquello que pasaba en el Instituto, el facha era casi siempre el más tonto de la clase, el que decía las payasadas de las que todos nos reíamos hasta el punto de tomarle el cariño que se le toma a un friki. No es difícil imaginar una conversación entre los dirigentes populares de Madrid y la Delegada del Gobierno en Valencia, cuya dimisión está siendo reiteradamente demandada en los últimos días: "¿Eres consciente, Paula, de que has puesto a esta ciudad en el mapa mundial de la violencia y la represión como si esto fuera Siria?"
Si el sentido institucional de un cargo político tiene que ver con virtudes tan antiguas como la prudencia, se me ocurre pensar si a quien ha delegado el Gobierno en nuestra querida ciudad es a una pirómana. ¿Hubo una voz telefónica que ordenó cargar de manera inmisericorde contra los chicos que, sentados en medio de la calle, detenían el tráfico? ¿Se dieron órdenes directas de atacar a cualquiera que estuviera en aquel momento por la calle, aunque fuera en la acera, y de hacerlo con "toda la contundencia necesaria"? Saquen ustedes sus conclusiones, pero es repugnante que un cuerpo policial preparado para enfrentarse a elementos delincuenciales altamente peligrosos se líe a porrazos contra un grupo de ciudadanos indefensos, muchos de ellos menores. Es simplemente mentira que fuera comportamientos vandálicos los que dieran inicio a las cargas, salvo que decidamos hacer caso a la TDT party y nos guste invertir la lógica de las víctimas y los verdugos. Lo que sí hubo es intentos de protegerse de una violencia brutal, lo cual tiene muy poco que ver con la cantilena, tan habitual en la derecha, que asocia cualquier protesta callejera con los "anti-sistema" y otros fantasmas. ¿Recibieron provocaciones los antidisturbios? Primero deberíamos definir el concepto de "provocación" -yo recibo muchas todos los días de algunos alumnos, pero no me lío a golpes con ellos-, y después resolver que la función de un agente no es proteger su orgullo sino la integridad de los ciudadanos.

Es, por cierto, un uso irremediable en estos casos: la derecha española está empeñada en encontrar en la izquierda un trasfondo violento y radical, como si detrás de cualquiera que participe en una manifestación haya un incendiario de iglesias, un portador de cócteles molotov o un aspirante a maquis siempre a punto de dar el salto y echarse al monte gritando mueras a la patria. Pero el problema de la derecha, como el del tonto a las tres aquél del facha de mi clase, es que jamás ha sabido entender las razones de sus adversarios ideológicos, seguramente porque es incapaz de traducirlas a las suyas, que son de una índole muy distinta.
¿Infinita torpeza? Es lo que uno diría por puro sentido común. Si la función de las fuerzas del orden es, como su nombre indica, evitar que el desorden y la conflictividad se apoderen de las calles, lo que consiguieron los responsables de aquellas largas horas de carga y mamporros, es justamente que la tensión se incrementara hasta límites inimaginables. Unos cuantos chavales protestando por la falta de calefacción en su Instituto han provocado el efecto mariposa de poner a Valencia en el epicentro de la cultura reivindicativa de los jóvenes del mundo desarrollado... Ni ellos mismos hubieran podido imaginarlo nunca; sólo la insensatez de unos políticos o el patético "cojonudismo" de unos mandos policiales con evidente falta de instrucción democrática explica este desastre. No es tema de broma, pero las declaraciones del responsable policial en cuestión, quien denominaba el "enemigo" a los chicos que se manifestaban, no deja de recordarme a los Hernández y Fernández, aquellos policías tontos hasta la exageración de los tebeos de Tintín.
Se me ocurre otra interpretación. ¿De verdad creemos que la resolución de desarticular con tan abusiva contundencia la protesta estudiantil vino de Valencia? ¿No será que el Gobierno de Rajoy, que se teme un recrudecimiento de la experiencia de los Indignados en los próximos meses, está tratando ya de amedrentar a quienes opten por reiniciar las acampadas en Sol y otras plazas públicas de España? En este sentido, Valencia habría sido habilitada como laboratorio nacional de la represión y la intimidación. Habría que decirle entonces al señor Rajoy que, de momento, la prueba sale negativa y además les explota entre las manos: en vez de disuadir a la gente, lo que está consiguiendo es incitarla a salir y manifestarse. Creo que fue un concejal del PP en no sé qué pueblo de Asturias el que, después de un acalorado debate con gente de IU, dijo: "La culpa de todo esto la tiene la puta democracia." Dio en el clavo, con Franco cuatro hostias bien dadas obligaban al enemigo a desistir o, cuanto menos, a recluirse en la clandestinidad y no hacer obscena exhibición de sus discrepancias con los poderes establecidos. Qué putada esto de la democracia, sí.
