Friday, December 28, 2012





CONRAD, RIDLEY SCOTT
 Y EL BONAPARTISMO

Treinta y cinco años han pasado desde que Ridley Scott estrenó Los duelistas. Azares de todo tipo explican que yo no la haya visto hasta ahora. Ayer lo hice, lamentaría que fuera tan a destiempo de no ser porque no haberla visto antes me permitió gozar de ella en toda su plenitud. Como dice Carlos Boyero: "cómo envidio a quien aún no ha visto Los Soprano, me cambiaría por él sin dudarlo". O, en una versión más bizarra del tema, como dijo Buñuel, "me cambiaría ahora mismo por cualquiera que tuviera los pulmones y el estómago limpios, pues los usaría para volver a fumar y a beber, únicas cosas que de verdad echo de menos en mi vejez.".

Basada en The duel,  novela breve de una de mis debilidades, Joseph Conrad, quien a su vez basó su relato en un affaire de la vida real, el film cuenta la historia de dos soldados napoleónicos, Feraud y D´Hubert, que se enfrentan reiteradamente en duelos de honor durante décadas, acumulando al fin una treintena de justas en las que, por un cruce insistentemente milagroso de contingencias, los dos sobreviven una y otra vez.  A medida que va avanzando el relato, se agranda en el lector la sensación ,compartida con D´Hubert, de que la terquedad de Feraud en resolver el problema en el campo del honor es completamente injustificada y absurda. La ofensa que da origen al litigio no es tal, el odio que Feraud siente hacia su contrincante, y que le hace trasladar su batalla de manera implacable a lugares y tiempos completamente alejados entre sí, no encuentra más lógica que la de la paranoia de un lunático. Finalmente, cuando muchos años después del primer duelo, D´Hubert se encuentra con la posibilidad de cobrarse la vida de Feraud en el enésimo enfrentamiento, decide hacer uso de la cláusula de honor que le permite disponer plenamente del rival cuya vida es perdonada, obligándole a renunciar para siempre a su causa y, por tanto, a dejarle definitivamente en paz.

La última escena del film me parece esclarecedora: Feraud, con el sombrero de tres picos napoleónicamente cruzado sobre la cabeza, vaga entre colinas contemplando melancólico el fluir de un gran río. La vida no parece ya tener contenido para él. Como el Emperador al que, al contrario que D´Hubert, había sido fiel hasta el final -incluyendo su regreso de la isla de Santa Helena-, Feraud queda condenado a vagar sin rumbo, rumiando su nostalgia por los tiempos en que los hombres como él podían ejercer sin pedir excusas el único oficio que estiman y conocen: la guerra.

Los duelistas es claramente un relato contra el bonapartismo. Feraud es un trasunto de Napoleón, el cual queda así retratado como un fanático obsesionado por la conquista y la gloria personal, un iluminado que no duda en enviar a la muerte a la nación entera y a media Europa por unas ambiciones desmedidas cuyo ritmo de tambor consiguió hipnotizar a tantos hijos de la Revolución Francesa. Cuando estos se dieron cuenta al fin de la clase de loco hijo de perra que era aquel caballero bajito, ya estaban con los pies congelados en el hielo de las estepas rusas y con la patria colapsada y en ruinas.



¿Tiene alguna vigencia esta crítica? La tiene toda, en mi opinión, porque acaso los epígonos directos del corso murieron todos en la misma melancolía megalómana de su héroe -a cuyos últimos ecos de sirena no fue ajeno Nietzsche, todo sea dicho-, pero, a vista de pájaro, las sombras que extiende el bonapartismo se alargan muchísimo. A esa luz, o a esa sombra, se dibuja con más claridad el perfil de la política italiana de las últimas décadas, marcada por la arrolladora influencia de uno de los personajes más dañinos que ha dado Europa, Silvio Berlusconi. Su poder para lesionar las instituciones representativas sólo se entiende a tenor de su indiscutible carisma personal, que le ha permitido condicionar la política nacional durante décadas en un país donde, debido al descrédito de la profesión política, propiciado por la endémica corrupción y por el laberinto electoral, la tentación del populismo intoxica los aires que la gente respira. Dueño de los medios de masas y colosalmente rico, Berlusconi es la evidencia más concluyente de que el capitalismo posmoderno estrangula la democracia, convirtiéndola en un mero simulacro, apenas un espectáculo de Commedia Dell´Arte en el que los ciudadanos intuyen que ya no son gobernados sino por las grandes corporaciones, mientras los profesionales de la política les compensan divirtiéndoles con sus peleas ridículas retransmitidas -como el Scudetto- por la televisión y los periódicos.

La beligerancia con la que Berlusconi se dirige a las instituciones garantes del orden democrático, empezando por la Justicia, no es producto del simple interés personal, aunque todos sabemos que Il Cavagliere intenta acomodar las leyes a su objetivo de delinquir impunemente; hay toda una trama ideológica tras ese juego supuestamente basado en el carisma: la misión de Berlusconi es poner en suspenso la democracia -eso que Europa dice haber legado al mundo- para evitar cualquier mínimo bloqueo al beneficio de las grandes corporaciones, esas que ahora ordenan asfixiar las clases medias de los países del sur del continente para seguir protegiendo los intereses financieros.


Podríamos hablar del trío de las Azores, de la isla Perejil, de la Thatcher y las Malvinas, de Bush y la industria de las armas y la seguridad, de la explotación comercial del miedo al terrorismo, de Yeltsin y de Putin, de Sarkozy... Hay que ver Los duelistas, aunque creo que al relato le falta algo para tener una absoluta actualidad. Comparto la impresión de que el mundo se divide entre los Feraud y los D´Hubert, es decir, entre quienes sólo saben vivir en la guerra permanente, y quienes creen que es posible la convivencia y que tenemos que luchar por ella. Como D´Hubert, debemos hacer frente valerosamente a los opresores y a los violentos, pero no por salvar un honor en el que ya solo creen los fanáticos, sino por hacer posible una comunidad de paz, prosperidad y convivencia. El problema es que no podemos pensar en un actual Feraud sólo como un enloquecido que lo sacrifica todo por la defensa de un sentimiento atávico e ininteligible para una sociedad construida en torno a la revolución industrial y los valores burgueses. A diferencia de Feraud, al que debemos pese a todo respetar por su honestidad, lo que persiguen los bonapartistas actuales no es el honor, es el capital. Además, al contrario que Napoleón, los bonapartistas actuales ya no acuden al campo de batalla, en todo caso envían a los demás mientras ellos dan ruedas de prensa en las que no aceptan preguntas. Demasiado cobardes para que los consideremos émulos del Emperador.

10 comments:

Ricardo Signes said...

El duelo fue un tema muy querido por los autores del romanticismo, porque situaba al protagonista al borde del abismo, le daba una dimensión trágica y subrayaba la fuerza ciega del destino. Mis obras preferidas al respecto son "Eugenio Oneguin", de Pushkin, y "El héore de nuestro tiempo", de Lermontov. Esta que nos comentas de Conrad es más tardía, y en ella la obsesión por el destino se desdibuja a favor de otras pulsiones. Quizás por ello el lector encuentra mucho más próxima esta ficción que la de los grandes románticos rusos. Y por lo mismo es fácil descubrir en los telediarios candidatos con quien relacionar a los duelistas napoleónicos.
Gran artículo, David.

David P.Montesinos said...

Hola, Ricardo, feliz año para ti y para tu familia en primer lugar, gracias por el elogio y gracias por la precisión ortográfica del otro día, que sospecho que fue cosa tuya. La conexión novelística rusa funciona a gran nivel en tu memoria, te lo envidio. Respecto a lo que dices de los telediarios, un abuelo que conocí decía que todo nos iría mejor si en guerras como aquella del golfo se pactase resolver la querella entre naciones con un duelo singular, en aquel caso entre Bush y Sadam Hussein. Desgraciadamente, lo del honor no funciona aquí, preferiría mil fanáticos bonapartistas como Feraud a todos estos tipos que ordenan bombardeos y se lamentan de los "daños colaterales".

Justo Serna said...

'Los duelistas', según el título de la película de Ridley Scott, la vi con emoción. Fue una de esas películas que incomodó a quienes me acompañaban. Y al público que me rodeaba. No lo digo por vanagloria. Lo digo porque yo fui muy condescendiente con Scott. Si leemos a Joseph Conrad, el film decae. De todos modos, el duelo como forma de reto, de lance, entre enemigos que deben batirse y abatirse me parece una forma aún vigente en la sociedad. Hay interlocutores que se hinchan y que te retan, quizá heridos de antemano. Hay duelistas que te arrojan toda su erudición, como si con ello fueran capaces de parar la estocada. No sé. El duelo no es cosa del pasado. Ni siquiera es signo del romanticismo rezagado. Los duelistas son personajes de hoy.

Justo Serna.

David P.Montesinos said...

Hay algunas versiones cinematográficas de Conrad que merecen muy mucho la pena, por ejemplo aquel "Lord Jim" apasionadamente interpretado por Peter O´Toole. Y, por supuesto, aunque no se considere una versión fidedigna, "Apocalipsis now", con "El corazón de las tinieblas" en el trasfondo.

Gente dispuesta a batirse con uno siempre la hay, usted corre más el riesgo que yo de convertirse en destinatario de guantes arrojados, pero cualquiera puede encontrarse con un Feraud empeñado en ensartarle con su sable. Hay periódicos, canales televisivos y emisoras de radio repletas de Ferauds. Creo, no obstante, que la mayoría carecen del valor de éste para llevar sus convicciones hasta las últimas consecuencias, incluso poniendo en riesgo su propia integridad. Son buenos tiempos para el fanatismo, pero no estoy seguro de que lo sean para el honor.

Justo Serna said...

Tiene toda la razón, sr. Montesinos. La versión cinematográfica de'Lord Jim' era preciosa. Con el personaje torturado y con ese color precioso... Por supuesto, 'Apocalypse Now' es majestuosa, espléndida. Para mi gusto, es la mejor película de Coppola: por encima de 'El padrino'.

Por cierto, sr. Montesinos, si me hace el favor, quite alguno de mis comentarios repetidos: por impericia (a estas alturas), le he dado varias veces.

Feliz año.

David P.Montesinos said...

No se preocupe, señor Serna, pasa con frecuencia en blogger. Me cuesta preferir una de los dos, son maravillosas ambas, distintas e igualmente hipnóticas a mi entender.

Unknown said...

Montesinos, le sugiero que cambie usted el título a su blog: "La cueva del jabón" se ajusta con sorna a sus comentarios.

David P.Montesinos said...

Detecto la ironía, don Sigfrido, y dado que le reconozco de otros territorios internáuticos más nobles, me felicito por ver que se ha dejado caer por estos humildes pagos.

Una cueva puede contener todo tipo de cosas, desde prodigios hasta mendacidades, depende de con qué quiera uno llenarla.

Joaquín Huguet said...

1.Caballero Montesinos, le recomendaría un correctivo infalible contra Acerete: agua con jabón. Me temo que el infame ha afilado su lengua en su blog amigo, "Zapatos de ante azul",en esos artículos sobre Tarzán, ejemplo deleznable de malos salvajes. Me temo que se le han contagiado sus modales selváticos. Nada grave. Se cura con el manual de urbanidad del Bruño o con cualquiera de esos libros que atesoran lo más bruñido de las buenas maneras.
2.Lo que no acabo de entender es si su contestación al comentario de Justo Serna no decidiéndose por ninguno de ellos, todos idénticos, se debe a una nueva paradoja de esas que hacen historia, como el sofisma del calvo, o a un problema de visión triple. Yo la llamaría “la paradoja de Gabriel”. ¿Recuerda el número de “Martes y Trece” en que un presentador le ofrecía dos paquetes de detergente por uno idéntico y el ama de casa se negaba a aceptar la oferta? Aún recuerdo las palabras de Millán, cuando la supuesta señora le juraba fidelidad eterna a su detergente mientras le atizaba con el bolso: “¿Pero si son dos de lo mismo?”
3.Excelente artículo, David. Lo he disfrutado muchísimo. Por cierto, "il Cavagliere", ¿se sometió a duelo cuando un desalmado le estampó en la cara la figurita del Duomo? Si así fuera, sería una magnífica precuela de los duelistas.

David P.Montesinos said...

Hombre, señor Huguet, dichosos los ojos. Ya decía yo que sonaba el nombre de Sigfrido Acerete, resulta que había navegado ya por derroteros que usted conoce bien. Me recuerda a algún personaje de Pulgarcito o del Tío Vivo, que sin duda usted conocerá, dado que tiene pinta de no haber formado su densa vocación literaria sin haber pasado antes por los tebeos. POdría ser algo así como "Sigfrido Acerete, un señor de Albacete". Podría ser también un nombre para un estraperlista, para un funcionario del Ministerio de Fomento que por las noches roba obras de arte en las haciendas de la gente pudiente. Así, a bote pronto, me cae muy bien, espero que no cambie nunca.

En cuanto a lo del número de Martes y Trece, está muy bien traído, y sí, lo recuerdo, desde luego, era muy bueno. Me ha servido para advertirme de que el mismo comentario se había emitido por triplicado, lo que confirma tres teorías que tengo: una, que soy un despistado patológico, dos, que blogger es un poco bodrio, y tres, que es usted gran observador y mejor ironista. Por cierto, recuérdeme que algún día le cuente el origen del vocablo "bodrio", que tiene su gracia.