Saturday, December 08, 2012





EL SHOW DE TRUMAN

En las últimas noches he tenido pesadillas con una película, El show de Truman, que por cierto no es de terror, o no exactamente. Influye el que la haya visto dos veces en apenas un par de días , que se suman a la veintena de visionados anteriores, todo ello debido a que me sirvo de este film de Peter Weir, autor de El club de los poetas muertos y Master and commander, para ilustrar la explicación de algunas de las especies más célebres de la historia de la filosofía, en concreto el platónico Mito de la Caverna y el argumento onírico que Descartes plantea en el cuarto capítulo del Discurso del método. En ambos casos se nos lanza de boca al más radical de los desafíos metafísicos, la duda escéptica por antonomasia, la posibilidad de que todas nuestras creencias sean ingenuas, que todo aquello que tomamos naturalmente por verdadero y sobre lo cual asentamos nuestra paz de espíritu responda en realidad a un sinfín de confusiones inducidas por algún artero engañador -los sofistas en Platón o el Genio Maligno en Descartes- o propiciadas por nuestra propia pereza intelectual. 

No estoy seguro de que sea ese desafío lo que verdaderamente me inquieta del film, a fin de cuentas soy un filósofo y llevo por tanto más de media vida preguntándome si tiene sentido la existencia, preguntándome incluso si tiene sentido hacerse tal pregunta. En cuanto a la posibilidad de ser engañado, ya he sido víctima a lo largo de mi vida de timos de la más diversa índole, con lo cual a estas alturas, dado que hasta hoy he sobrevivido a ellos, tan sólo aspiro a escarmentar. No, lo que de verdad me desasosiega de este relato es lo que nos revela respecto al poder que la sociedad del espectáculo -como bautizó Guy Debord a las comunidades tardoindustriales- desarrolla para penetrar en la privacidad de los seres humanos. 

Al modo de fábula de anticipación, se nos informa de que Truman Burbank es el primero niño adoptado legalmente por una corporación, justamente la que ha construido el gigantesco estudio televisivo donde transcurre el programa denominado El show de Truman. Toda la vida del protagonista es un fraude desde su nacimiento, que se produjo por cierto ante cientos de millones de telespectadores. Truman ha vivido rodeado de cámaras y figurantes, y su biografía es resultado de lo que el guionista y artífice del show -no casualmente denominado Christov- ha ido diseñando para él, desde sus primeros pasos hasta su ingreso en una empresa de seguros, pasando por los avatares de la escuela, su amistad con Marlon, la muerte de su padre -de la que Truman se cree culpable- o el noviazgo y boda con Meryll. La novela resultaría particularmente anodina de no ser porque lo único que no es falso en la vida de Truman es el propio Truman, quien no es consciente de lo que verdaderamente ocurre. 

La idílica ciudad de Seaheaven es el marco que Christov ha diseñado a medida para que Truman nos divierta, sus allegados fingen, las tormentas en el mar son cosa de un programa climatológico controlado por la realización del show... Incluso el día y la noche son determinados por un ordenador. Todo es mentira en el día a día de Truman desde hace casi treinta años. Marlon le confiesa que moriría antes que engañarle, por eso le recuerda una amistad que viene de la infancia cuando a Truman le entran las primeras dudas respecto a la veracidad de su vida. "Todo el mundo parece estar en el ajo", le contesta Truman. "Entonces yo también habría de estar en el ajo, pero no lo estoy porque no hay ningún ajo."

Un buen día, una de las innumerables actrices del show, que se ha enamorada realmente de Truman, decide traicionar a Christov le revela a aquél que todo es una estafa colosal. Al modo socrático, esa mujer, que es expulsada del programa de igual manera que Sócrates fue condenado por la Asamblea de Atenas, funda desde el exterior de Seaheaven un movimiento que reivindica la liberación de Truman. Finalmente Truman decide huir, y así, tras un breve viaje en barco por la falsa bahía de Seaheaven, encontrará finalmente la puerta para salir del inmenso plató. No olvido la última escena, cuando Christov le habla desde las alturas:

-"Quédate aquí, conmigo, en el mundo que he creado para ti. Ahí fuera no hay nada mejor que Seaheaven: las mismas mentiras..."

Ante el evidente enojo de su padre, Truman resuelve contestar con un gesto que indica que su show ha terminado y abandona la escena para siempre. 

Desde el primer Gran Hermano que emitió Telecinco el reality show, del que el relato de Weir es una profecía delirante pero aleccionadora, viene siendo objeto de mi reflexión. No pretendo que este formato, que tal y como era fácil prever se ha convertido en la lógica televisiva del nuevo siglo, sea el mayor de los problemas que tenemos con la Verdad, pero sí creo que es uno de sus síntomas más esclarecedores. El reality se ha apoderado de la televisión porque es barato y porque desde Gran Hermano los espectadores se han dejado adiestrar por su peculiar lógica. Hay algo profundamente malsano y fisgón que se remueve en las vísceras cuando se abre la ventana de una planta baja y detectamos que hay alguien dentro tramitando su privacidad como si nadie le observara. Lo descubrí el tiempo en que viví en un primer piso de una calle céntrica. A veces caminaba por el comedor y descubría las caras bobaliconas de numerosos ocupantes del autobús que solía detenerse justo ahí, a un metro escaso del balcón. ¿Qué pretendían descubrir? ¿Por qué siempre miraban hacia el interior? Por despecho les mostré el culo varias veces, pero no creo que el espectáculo resultara especialmente seductor.

Creo sin embargo que es algo más que un poso cotilla lo que nos inclina a demandar a las cadenas dosis diarias de telerrealidad, entendiendo por tal un desfile siniestro de lloros, exhibiciones impúdicas de sentimientos, reyertas poligoneras o polvos bajo el edredón, todo ello dentro de un guión preestablecido por el Christov de turno. ¿Ficción? "No", contesta uno de los falsos amigos de Truman, "es realidad, pero realidad controlada".Lo inquietante es que el modelo simulacional del reality es exportado a todos los órdenes, no sólo los televisivos, y quizá ello se deba a que ya nos habíamos acostumbrado antes a que nos engañaran. Somos como yonquis a los que se suministran unas pastillas de evasión hasta que se nos pasan los efectos, y entonces pedimos más. 

Hace cerca de cuarenta años empezaron a configurarse en España las líneas maestras de una gran narración. Arrancaba de la heroica clandestinidad contra el franquismo y la valerosa prudencia de los primeros líderes democráticos, seguía con la integración de España en Europa y desembocaba en un siglo XXI donde este país, desangrado históricamente por guerras intestinas y torturado por inquisidores, caciques y pronunciamientos cuarteleros, exhibía al fin ante el mundo una condición nacional próspera, avanzada y orgullosa. 

De este relato la serie Cuéntame es un reflejo idóneo, pues dice la verdad, no la verdad de lo ocurrido, sino de lo que hemos decidido que ha ocurrido, lo que se ha proclamado oficialmente como memoria colectiva y que el Rey nos recuerda cada año en Nochebuena, por si hemos descuidado la memoria. 

¿Es el relato en el cual se ha sostenido nuestra fe una perfecta mentira urdida para terminar estafándonos como en la vida de Truman? Toca preguntarnos, para empezar, si lo que tenemos es la democracia de cuya Constitución nos vanagloriamos o si, por el contrario, la escena de las sesiones del Congreso o la que podemos imaginar de un Consejo de Ministros del Gobierno actual llega ni tan siquiera a la categoría de parodia patética de lo que un día soñábamos ser. 

Me entran ganas de salir del escenario y enviar a Christov a la mierda. Pero no puedo, estoy saliendo en la televisión. 

6 comments:

Ricardo Signes said...

Enhorabuena, David. Es uno de los mejores artículos de tu Cueva. Truman es un genuino héroe de nuestro tiempo; su salida del programa tiene mucho de viaje mítico, y en esto quizás nos saca ventaja a sus espectadores, que a pesar de toda nuestra privilegiada perspectiva vivimos estancados hasta las cachas en el show.
Hay, por otra parte, una curiosa coincidencia entre nuestros artículos de esta semana, solo que tú desarrollas el tema con inteligencia y yo con patetismo.
Un saludo.

David P.Montesinos said...

Gracias, Ricardo, pero ni las entradas de tu blog ni sus comentaristas se deslizan jamás hacia el patetismo, bueno, menos yo, que ya sabes que me gusta soltarte invectivas. A ti y a nuestro amigo común, el señor Huguet.

Anonymous said...

Me daba corte participar (No quiero sobrecargar al señor montesinos con mis repelentes objeciones más a menudo de lo que sería prudente) Pero no puedo reprimir las ganas de expresar dos cosas: El artículo es bueno (no diré muy bueno pues soy tan sádico que no me apetece poner techo al autor)
Por otra parte algo que aprendí sin querer, a mitad de algo, en medio de nada: todo se nos aparece sin que tengamos la más mínima posibilidad de conocerlo más allá de lo que aparece a nuestra interpretación.

¿Quién hace posible el show? Brillante Signes. Brillante el señor Montesinos. Lástima que hoy no pueda meterle un latigazo.

Un saludo.

David P.Montesinos said...

Puede usted fustigarme todo lo que le apetezca, no me merezco menos, tampoco el señor Signes. Diría que éste se lo merece incluso más que yo, que ya es decir.

Coincido en lo demás, lo que llamamos pomposamente "realidad" es el resultado de las condiciones que nuestro entendimiento le imponen a la experiencia. Por fortuna, tenemos la posibilidad de atender a lo que otros son capaces de ver, eso que nos dan y que nos permiten ver más allá de nuestras propias anteojeras.

Anonymous said...

Efectivamente, exacto a como ocurre cuando le leo sabiendo lo que puede ocurrir y ocurre.

¿Qué sentido tendría el lenguaje?

No me provoque...

David P.Montesinos said...

Intento no hacerle, aunque me tiente...