Friday, January 25, 2013




LA FILOSOFÍA: WERT Y LA SOLUCIÓN FINAL


Empecé a trabajar en la enseñanza pública hace veinte años. Se cumplieron allá por el mes de mayo, pero no soy muy de aniversarios, aunque sí me vino a la cabeza aquella plaza libre de profesor de Filosofía en cierta localidad de la meseta donde sustituí a una señora ricachona que se enfadó mucho conmigo cuando se enteró que yo no estaba siguiendo obedientemente las instrucciones que me había dejado. No era más que una zángana con pretensiones heredadas de un caciquismo franquista que, en aquel entonces, ya parecía periclitar definitivamente. 

Desde entonces he visto de todo, pero no hay nada ni en cuanto a alumnos ni en cuanto a sus familiares ni en cuanto a mis compañeros que deje en mi memoria posos especialmente turbadores. Estoy contento con la profesión que he elegido, creo que hago lo que me gusta y que me pagan por ello; tengo derechos laborales, seguridad social y no termino de presentir esa falta de aprecio que, dicen, nos tiene actualmente la sociedad a 
los docentes. Soy, pues, un privilegiado, y no tengo razones para quejarme en exceso, máxime ahora, cuando pese a las rebajas salariales -entre otras mermas que en los últimos tiempos se acumulan-, sigo sin nutrir la cola del paro, lo cual parece una anomalía en estos tiempos. 

Sí hay algo que, sin embargo, despierta mi ira y mantiene vivo mi viejo espíritu de indignación: los gestores de la institución educativa, esa retahíla de señores y señoras con traje a los que he ido viendo desfilar por las poltronas de ministro, conseller o secretario de personal, normalmente para superar en ineptitud a sus predecesores. No debe ser casualidad, basta ver al personaje al que Rajoy ha entregado la cartera del ramo para convencerse de que lo peor del rebaño va de oficio encaminado a nuestro departamento. No digo que su predecesor, el socialista Ángel Gabilondo, obtuviera resultados dignos de un gran estadista al cargo del ministerio -de hecho diría que fue mi enésima decepción en materia de gobernantes socialistas-, pero al menos era razonable concebir esperanzas con su nombramiento, dada su trayectoria como gestor en la Complutense y su impresionante currículum académico. 

Con Wert no estamos sólo ante un problema de partidos, porque a su lado, incluso la última ministra de Educación del Gabinete Aznar, Pilar del Castillo, parece un pozo de serenidad y sabiduría, y miren que yo la consideraba nefasta. Temo que, no obstante, si personalizamos el problema en exceso terminaremos cayendo en el abuso de creer que la Educación Pública en España empeora porque los cancilleres de turno se equivocan con la designación del titular. Si Rajoy ha colocado en este ministerio a un hooligan de los que siembran tempestades a grandes voces en tertulias reaccionarias no es porque lo presuponga competente y mesurado, por más que tales cualidades habrían de adornar a los representantes de un gobierno decente en un país moderno y democrático. Pero no, Rajoy sabe muy bien que su hombre es un pirómano, y si lo ha puesto al cargo de tal responsabilidad es porque no le importa en lo más mínimo que la escuela pública se deteriore, es más, probablemente desee que tal cosa suceda, pues el discurso liberal se alimenta de la mala gestión de los servicios públicos como excusa para recortarles los gastos y para privatizarlos. 

Una nueva ley de educación, la enésima que veo pasar, y no soy tan viejo como para haber visto ya tanta mudanza. Se habla con frecuencia de la necesidad de un gran pacto por la educación, que los políticos dejen de ponerla patas arriba cada vez que entra un partido a gobernar... Sí, ya lo hemos oído muchas veces, y parece cuestión de sentido común, pero no se hace porque lo que pretenden los gobiernos no es mejorar la educación. Ésta es un rehén de la querella partidaria, y así va a seguir, pues cuando el PP caiga -y el PP caerá, ya lo verán- habrá que arreglar los desperfectos y esto sólo podrá hacerse con otra ley marco. 

De entre las lindezas que nos depara el borrador de la ley preparada por el segundo gobierno conservador en la historia de la democracia española, la que me afecta de forma más personal es el devastador ataque a las asignaturas del departamento de Filosofía, condenada a convertirse en una asignatura residual en las enseñanzas medias. La gente como Wert urden este tipo de reglamentos desde despachos en los que se hace caso de la presión de ciertos lobbys, de prejuicios ideológicos o de simples corazonadas, no lo sé ni me importa, pero de lo que estoy seguro es de que no piensan en la cantidad de personas a las que sus decisiones afectan decisivamente en sus vidas cotidianas, y no estoy pensando sólo en los profesores de Filosofía, aunque mi futuro laboral sea ahora mismo la mayor de mis preocupaciones. 

Ahora me tocaría intentar explicarles a ustedes por qué creo que es bueno que la Filosofía se enseñe en las escuelas, por qué se deben propiciar la reflexión y el debate en las aulas, por qué Descartes estaba angustiado cuando abandonó la escuela de Le Fleche, si es verdad que todos somos sin saberlo hegelianos o antihegelianos, si es viable todavía en nuestro tiempo el sueño de los ilustrados... Podría insistir en todos estos temas o enlazarles con alguno de los artículos que en estos días se han publicado para demandar al ministro que reconsidere una propuesta que huele a solución final para la Filosofía y que, acaso no por casualidad, determina también el exterminio de la lengua griega. 

Pero estoy algo cansado, debo estar haciéndome mayor, porque la insignificancia de un enano con poder y el daño seguramente irreparable que es capaz de hacer no terminan de sacarme de mis casillas como lo hacían este tipo de cosas en otros tiempos. 

Déjenme que les cuente algo. Debería explicar por qué los jóvenes necesitan clases de Filosofía, pero voy a explicarles porque la necesito yo. Hace como una década, me vi en la tesitura de vivir sólo en una amplia casa de campo durante varios meses en los que trabajaba en un Instituto de una zona rural. Por razones que no vienen al caso me sentía herido, traicionado y abatido. Llegué a preguntarme cómo iba a poder seguir dando clases en aquel estado anímico lamentable. Pero cuando llegaba al aula, me encontraba con ellos y empezaban a preguntarme por los problemas de Lógica o yo les hablaba de Kant o del problema de la libertad, era como si todo el dolor quedara anestesiado y la vida empezara a fluir por mis venas con una fuerza incontenible. Me di cuenta de que eso, dar una clase digna de Filosofía, era lo único a lo que podía aferrarme para sentirme en paz con el mundo. 

Una de esas noches, en aquella casa enorme y desolada, salí al corral y me tumbé en el suelo mirando las estrellas. Por aquel entonces, cuando no estaba en el Instituto me dedicaba a leer con verdadera fascinación un libro de un filósofo español, Miguel Morey: Deseo de ser piel roja. Antes de volver al interior de la casa -la noche era fría- leí esto en aquel libro:

       "Y los sueños no están para que se cumplan -eso es lo que el hombre blanco ha ignorado desde siempre. Los sueños están para acompañarnos, para que el corazón descanse -y poder así seguir preguntándonos por qué se hace preciso seguir en pie de guerra"


2 comments:

Anonymous said...

Alguien dijo que su blog debería de titularse "la cueva del jabón". Me resultó gracioso, pero inexacto, en tanto que a mí se me permite participar y me considero el estropajo.

Creo que disponemos de poca información (yo, el populacho) y existe demasiado ruido interesado (no se dé por aludido)

El sistema educativo de este país es indecente. Ningún responsable se queja salvo cuando las reformas invaden sus intereses. Años después tememos personas cada vez menos preparadas más incultas. Se ignoran reiteradamente las evidencias comparativas con otros procedimientos. Lo más sangrante; el poder adapta su discurso a la clase media intelectual.

Las consecuencias no deben ser explicadas, son palpables.

Cuando tenga tiempo leeré las propuestas de ese tipo. Si no tengo demasiada urgencia es porque sé será difícil empeorar lo que existe. Se me hace difícil imaginar a una población más imbécil que esta... más aun si me dice que estudiaron filosofía.

David P.Montesinos said...

Voy a tomarme un tiempo para reflexionar sobre lo que me dice, porque me parece que lo merece. No obstante, y pese a que no me doy por aludido, tal y como usted me aconseja, sí debo matizar que soy ciertamente persona interesada en este debate. El problema es precisamente ese, que no hay debate, que nos lo han hurtado porque los encargados de legislar han decidido, una vez más, que los profesionales de la tiza y aquellos con los que trabajamos, nuestros alumnos y, por ende, sus familias, no tienen nada que decidir respecto a las normas que han de reglamentar la vida en las aulas en los próximos años. Y así nos va.