Sunday, June 16, 2013




ESPLENDOR

1.  Paso los mejores días en lo que va de curso mientras vemos en clase Esplendor en la hierba, a mi entender el film más brillante de Elia Kazan y uno de los más complejos y seguramente peor entendidos que se han hecho nunca. Kazan no era especialmente devoto de esta obra suya, aunque sí reconocía, abrumado por la fascinación que el film generó en la crítica francesa -tan influyente y respetada hace algunas décadas-, que el último rollo era lo mejor que había hecho nunca. Un más que respetable director, Bertrand Tavernier, llegó a decir que, si bien el film era excepcional desde su inicio, los últimos minutos eran los más virtuosos que había visto nunca. 

Recuerdo haber discutido hace algún tiempo con un compañero la conveniencia de que nuestros alumnos vieran una película que promovía la resignación y la cobardía. El pobre no había entendido nada: Esplendor en la hierba no es un relato sobre la pasividad, es un relato sobre la fatalidad y sobre el dolor. La historia de amor que crea va marcando sus tiempos a cocción lenta ante el espectador para llevarle al callejón sin salida del romanticismo, el único que merece tal nombre, aquél en el que el destino vuelve imposible la consumación del idilio. Y no es un romance cualquiera, el amor de Bud y Dinnie encuentra en su desmedida intensidad la certidumbre trágica que marca la existencia humana: la incompatibilidad entre el deseo y la realidad. 

Y Tavernier tiene razón, esos últimos minutos... esas miradas que, diciéndolo todo, indican algo distinto a las escasas palabras que, en su último encuentro, los dos amantes pueden llegar nerviosamente a pronunciar, qué maestría. "No sé si ahora soy feliz, no pienso mucho en ello, Dinnie" Como en el poema de Woodsworth que da título a esta obra maestra, cuando pasan los días del esplendor en la hierba y la alegría en las flores, no debemos afligirnos, pues la belleza subsiste memoria. No somos más felices después de la tormenta, pero, si sobrevivimos, somos más sabios.
      




2. "Que inventen ellos", se diría que esa idiotez de Unamuno marca el triste camino de la ciencia en este país. De aquella bravuconada impresentable, tan instalada en el alma colectiva de los españoles, pueden presentarse otros estrépitos como aquello de que "España es la reserva espiritual de Occidente", una de las proclamas que mejor encarna lo que de comedia bufa tuvo el franquismo. Creer que podemos vivir sin investigación científica y no terminar cayendo en el tercermundismo es propio de un país que ha pasado siglos convencido de que entre nosotros sólo se puede ser hidalgo, santo o pícaro. 

Lo de perseguir no sólo a los científicos sino en general la cultura es más específico de nuestra derecha. El castigo sobre el cine, por ejemplo, forma parte de una venganza infame contra un colectivo que ha tenido la valentía de no lamerles el culo a este hatajo de merluzos que supuestamente nos manda. Lo de la ciencia es un desastre para el país, sobre todo para el futuro, claro que para entonces nuestros queridos gobernantes ya tendrán su dinero a buen recaudo y gozarán de las gloriosas jubilaciones que ellos se aseguran mientras las niegan a los demás. Lo del desplante de los premiados de la universidad al ministro es una pequeñísima parte de lo que en los ámbitos académicos piensan de este siniestro personaje. 

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