Friday, October 25, 2013



 LOS QUE NOS ODIAN 



Me he pasado más de media vida reflexionando sobre los que me fastidian: qué hacer con ellos, cómo digerir la rabia que me causan sin que llegue a envenenarme el alma. En ocasiones me pregunto si estoy en condiciones de deshacerme mentalmente de su presencia e ignorarles para siempre, pero entonces me asalta la sospecha de que pueden haberse refugiado en rincones muy profundos de mi memoria para reaparecer en mis pesadillas, los muy cabrones, y amargarme las noches. 

Es un tema delicado, desde luego. Pero ¿y los que nos odian a nosotros? Estos en principio nos los ponen más fácil: el problema lo tienen ellos, nosotros no hemos de hacer nada, sólo existir. Está bastante bien explicado en la canción de Alaska: "me consta que me odian, la envidia les corroe, mi vida les agobia, ¿por qué será?, yo no tengo la culpa, mi circunstancia les insulta". Tiene razón en una cosa, no tenemos la culpa del odio ajeno, es algo que les pasa a nuestros enemigos; a nosotros no nos pasa nada, salvo que nuestra circunstancia, que difícilmente podríamos cambiar, les resulta insultante.

Con esto no quiero decir que no hayamos hecho nada que merezca la aversión ajena: somos responsables de nuestras conductas, las más viles y las más virtuosas, lo que yo digo es que somos inocentes respecto a las reacciones que suscitamos en los otros. No soy optimista al respecto, podemos esforzarnos para que nuestros alrededores nos quieran más, debemos proteger nuestro honor y luchar por la dignidad de nuestro nombre, pero si hay algo que he comprobado a lo largo de mi vida profesional, en las que me he ocupado durante veinte años de miles y miles de personas jóvenes, es que siempre hay gente que te detesta, hagas lo que hagas. 

El primer día que entré en un aula ocupando el lugar del tradicional enemigo, el profe, adopté ese típico aire cándido de tipo enrollado que gasta bromas, dice tacos, se va de marcha con los alumnos y cree irresponsablemente que los chicos siempre tienen razón ante los tiránicos profes que les cuecen a exámenes y les echan broncas por no estudiar o llegar tarde. Teniendo en cuenta que sustituía a una bruja zángana y franquista, no es extraño que aquel joven desclasado, llegado de tierras lejanas y con ganas de divertirse les cayera como agua de mayo. 

Aquello duró poco, apenas un mes y medio, y durante ese tiempo percibí que un alumno me miraba desde el fondo con evidente rencor y jamás me reía las gracias. Le puse una nota superior a la que merecía, como profe fui para él como para sus compañeros poco menos que un caramelo. Pero el joven me detestaba, es evidente. ¿Por qué? Creo que porque siendo guapo -él, no yo-, le importunaba aquel advenedizo mal vestido y con el pelo largo que se hacía el simpático. Yo había puesto en solfa el liderazgo que, por lo visto, ejercía desde hacía tiempo sobre el grupo, especialmente sobre las chatis, que al menos durante unas pocas semanas se fijaban más en el desclasado impresentable que en el guaperas. Normal que me odiara, ¿no les parece?

Este asunto me pone sobre la pista de otras aversiones de las que he sido objeto. No digo que yo no tuviera parte de culpa o que los hostiles carecieran de motivos. Lo que he ido descubriendo es que los que nos odian suelen temer algo de nosotros, intentan hacernos sentir mal y convencernos de que somos nefastos porque entonces optaríamos por no salir a la calle o suicidarnos, con lo cual dejaríamos de convertirnos en una amenaza para ellos. Como esta opción, resguardarse de las críticas no haciendo nada, es propia de cobardes, y yo me eduqué viendo películas del Oeste, sólo queda la otra, es decir, escribir poemas, besar en su público a quienes amas, jugártela para defender aquello en lo que crees y salir al balcón borracho y en pelotas gritando barbaridades por las noches. En otras palabras, y cito a Clint Eastwood, hacer lo que te salga de los cojones. 

Dos pequeñas notas a pie de página, cuestión de honestidad intelectual. Si mis enemigos tienen motivos zafios y repelentes para detestarme, no debo pensar que son de mayor catadura moral las razones que a mí me inclinan a detestar a otras personas, la mayoría de las cuales, por cierto, no son necesariamente las que me odian a mí. Con el odio, qué vamos a hacerle, pasa como con el amor, que no es necesariamente recíproco. 

Otra nota, cuando alguien insiste mucho en recordarte que eres malo o idiota, acaso sería un sano ejercicio preguntarnos, por más que sus criterios merezcan poca estima, si no es posible que después de todo tengan algo de razón. Acaso haya que estarles eternamente agradecidos, los que nos odian se ocupan de nosotros con una dedicación que uno dudaría en pedir a un amigo. Después de todo, es posible que les necesitemos, incluso cuando nos aburren.


10 comments:

Anonymous said...

Por supuesto que me olvido de usted, ocurre un milisegundo después de leer sus artículos. Ahora bien, si ese "olvídese de mí" significa que no hable en este lugar, debo decirle que eso es imposible. Solo hay una cosa más estúpida y mezquina que la censura: la autocensura. Por lo tanto, sea usted quien silencie mi expresión.

Si mis opiniones "le incomodan" creo podrá vivir sin perturbar lo más mínimo su existencia, salvo qué la discrepancia le afecte más. ¿Odio?... Decía usted que hable con "quien esté a mi altura"... Es imposible llegar a la altura de una persona cuyo ego le hace creer ser objeto de odio. Salvo, claro, sea un asesino, un dictador.

A usted no le odia nadie. En todo caso y a poco que preste atención, se dará cuenta de que usted es querido, apreciado, tenido en cuenta por casi toda la gente que le rodea, hasta incluso por su perro (si es que lo tiene) El odio requiere algo más que la intrascendencia.

Estoy convencido, de que lo que usted interpreta como "odio" podría ser discrepancia. Al fin y al cabo, ser odiado supone poder, tal vez decidir como alguien vive, controlar lo que piensa. El polo opuesto al odio, es la indiferencia, su naturaleza es exactamente igual de zopenca, la estupidez institucionalizada en el comportamiento.

Discrepe, pero seré yo quien decida lo que olvido, lo que leo, a quien me dirijo.

David P.Montesinos said...

No tengo nunca la intención de censurar nada, pero le agradecería que no preñe sus intervenciones de insultos.

No tengo problemas con la discrepancia, usted se confunde en este punto. ¿Sabe por qué? Porque éste sí es su problema. Usted se encoleriza cada vez que muestro la más mínima discrepancia. Con una cortesía casi versallesca le digo, tras expresar mis puntos de acuerdo con sus argumentos, que "me alejo de usted en cuanto se pone taxativo", y va y entonces empieza usted a dejar de argumentar y se empeña en desacreditarme. Si le invito a olvidarme es porque usted estrangula la posibilidad de cualquier diálogo razonable, pues parte de la cortedad y la mala intención del interlocutor. Necesito ser aceptado como tal, usted se niega, las condiciones previas a cualquier forma de entendimiento quedan anuladas pese a mis reiterados intentos de restablecerlas. No consigo nada, usted no quiere, ¿para qué seguir entonces?

Mi ego, que a usted tanto le preocupa, es irrelevante, es usted quien le otorga una trascendencia que no merece. Si me odian o no, usted lo desconoce, no sabe nada de mí. Se equivoca por sistema cuando me juzga, y, sobre todo, se equivoca porque se siente con derecho a juzgar a las personas. Yo sólo expreso lo que pienso, juzgue, eso, exhiba su discrepancia, a mí la disensión me hace más fuerte, usted no puede decir lo mismo, su estómago no está preparado para digerirla.

No pienso censurarle, pero deje de insultarme y, a ser posible, deje de aburrirme. No me sorprende por cierto que se olvide de mí cada vez que dice leer mis artículos, no los lee, no le interesan, si llega a sobreleerlos lo hace sin atención, eso es lo que me cansa, al final todo se convierte en un engrudo repleto de "ad hominem" de usted hacia mi persona. Me ha descalificado por corto, por falso, creo que a usted le molesta que escriba.

Le doy dos consejos desde mi cortedad (es inútil, no va a leerlos). Uno: sea valiente y no oculte su hostilidad tras el anonimato, dé la cara. Hay millones de anónimos que se sirven del anonimato que facilita internet para intentar fastidiar. Compórtese como un hombre, dé la cara, no sea mediocre. Dos: se lo vuelvo a decir, lea a quienes le merezcan la pena, no pierda el tiempo con este pobre diablo.

Anonymous said...

No a todo, así de sencillo.

Su ego no me preocupa lo más mínimo, es usted quien se proclama lo suficientemente relevante como para ser odiado, yo solamente lo he puesto en duda basándome única y exclusivamente en lo que a sus intervenciones públicas (su blog)se refiere – no tengo ni idea de lo que hace o quién es usted en su vida privada, si le quieren más, le quieren menos, le odian o le veneran- .

Dice que no sé nada de usted. Sin embargo de quien no sé nada es de mi vecino saturnino, salvo que es madero y tiene perro. Quisiera conocerle mejor, pero saturnino, no tiene un blog.

Yo no le he insultado jamás, al menos si por insulto entiende la desacreditación gratuita, la invalidación arbitraria, la tergiversación malintencionada de sus argumentos. Tan solo discrepo, me temo que para usted eso es ya insultante. Si no es así, ilústreme al menos para pedirle disculpas –corto, no es un agravio-


Respecto a su insinuación de que soy un troll... le pensaba menos identificado con los recursos red 2.0. Ya sabe, todo aquel que cuestiona un tanto más de lo conveniente, se convierte en un anónimo cuya fin es fastidiar.

¿Quiere que le facilite mi DNI, mi nombre y apellidos, domicilio, profesión etc.? ¿Así seré un hombre?–por cierto nunca dije que no fuese una tia. – Es un consejo un tanto absurdo, no creo que mis datos sean relevantes.

Por último, leo lo que me apetece, entre ello sus publicaciones. Mientras me den la posibilidad de debatir, lo haré, cuando no me la den, pues seré un españolito medio más en el país de los púlpitos y los "ruegos y preguntas".

Ciudadano de un país que entra con fuerza en el siglo 21 sin perder sus costumbres: maestría en el conocimiento de lo que tenemos, no de lo que nos falta. Un país que nuca supo enseñar, pues nunca supo debatir.

Eso si, aqui el más tonto hace un reloj, ya vendrán de fuera para explicarnos su función.

David P.Montesinos said...

No quiero su DNI, quiero que quien me descalifica se atreva a mirarme a los ojos. En cualquier caso da igual, es inútil. No le intereso y, a estas alturas, tras muchos esfuerzos y después de haberle mostrado mi hospitalidad reiteradas veces, usted tampoco a mí. Si sigue creyendo que mi problema con usted es la discrepancia es que no entiende nada, ni una palabra, es como tratar con un alienígena. Mi propuesta es que sigamos cada cual con nuestras vidas y no perdamos el tiempo el uno con el otro. No tengo nada contra usted, pero déjeme en paz. Estos cinco minutos que empleo en escribirle valen oro, no los malgastemos.

David P.Montesinos said...

Por cierto, "no a todo", jamás he pronunciado esa frase, me parece imposible entenderme con alguien que la utiliza como divisa. Insisto, déjelo ya, esto es muy aburrido.

Tobías said...

He intentado descubrir, llámenme curioso, el origen de esta especie de tensa escalada entre el titular del blog y su anónimo oponente. No ignoro que la cosa viene de lejos pero localizo en el concepto de democracia, expresado en una de las respuestas sobre el tema de las Tetas del Congreso, el inicio de la disputa. Por dejar clara mi postura, no creo en un concepto de democracia instituido y permanente que desactiva a la ciudadanía por haber alcanzado todos sus objetivos. La libertad y la igualdad, como elementos básicos en una democracia social, requieren de la lucha continuada por parte de lo que identificaría como el poder popular; cuando David habla de la democracia como poder instituyente, entiendo que se refiere a la necesidad de luchar desde abajo frente a la inevitable degradación de los poderes instituidos. Y es éste un combate sin final que requiere ciudadanos activos, la única garantía para seguir dotando de sentido al “gobierno del pueblo”.

En esto, por tanto, discrepo del oponente; discrepo también en otra cosa que siempre he tratado de evitar: descalificar al contradictor sin que medie provocación. Decía José María García que él no insultaba, se limitaba a calificar opiniones o actitudes; bueno, es una forma de verlo, tremendamente subjetiva y muy poco seria, porque permite substituir con un recurso fácil la crítica razonada de una opinión que no compartimos. Por otra parte, he participado en los suficientes debates como para distinguir cuándo me enfrento a un inepto, a un provocador o a un esforzado analfabeto que se cree un semidiós. Estoy convencido de que también el oponente de David tiene esa capacidad; sería pues de agradecer que no hiciera dejación de ella cuando califica de corto o de zopenco al titular. Como es obvio que tal cosa es incierta, se puede volver claramente en contra de quien califica, o algo peor, puede dejar translucir una intención insidiosa, e incluso poco democrática al buscar eliminar de modo abrupto el debate. La sugerencia, victimista y algo fatua, que incita a ser eliminado por una decisión arbitraria de quien modera, así me lo indica.

Tobías said...

Tema de las brujas. Debo reconocer que el corto soy yo; no he entendido -perdonen mis escasas aptitudes- la primera respuesta al post -que incluye otra descalificación gratuita-. Por mi parte, aprecio que David haya reflexionado sobre la cuestión de la brujería partiendo de una idea que considero irrebatible, el control del orden establecido. En España se estilaba más localizar disidencias en luteranos, conversos judaizantes e intelectuales erasmistas que en depositarias de una cultura popular que se resistía a una cristianización poco dada a sutilidades. En todo caso, haberlas, las hubo, y esa persecución del mal -identificado con aquello que se escapa a una sociedad uniformizada y moldeada por los “luminosos” cánones de la Iglesia- me parece que está muy bien explicado en el post.

Al final, me queda la impresión de que el debate es casi inexistente. En realidad no he visto -por mi cortedad, ya digo- una sólida crítica a la visión sobre las brujas. Comparto la escasa confianza en un Parlamento convertido en teatro del Simulacro, pero más allá de la crítica a una visión sobre la democracia no he localizado otra discrepancia que mereciera calificativos tan poco generosos para el blogger. Y lo más sorprendente lo encuentro en la réplica a este último post: utilizar un comentario que tiene mucho de lúdico y de autoparódico para sugerir endiosamiento o narcisismo en el autor, me parece un poquito malintencionado.

Vaya, que en mi opinión sí ha habido desacreditación gratuita al hablar de carencias que no existen; ha habido invalidación arbitraria porque no se han querido entender los comentario o no se han opuesto sólidas razones que los contradigan. Y se han tergiversado malintencionadamente los argumentos porque se ha obviado el tono general de un post para acusar al autor de tener el ego a la altura de un asesino o un dictador. Añadiendo a todo esto una mala interpretación de las respuestas, puesto que es evidente que si la recomendación es “hablar con quien esté a su altura”, se refiere a la acusación hecha a David de ser un poco “limitadito”. Lo que nos llevaría a la inutilidad de querer sacar peras de un olmo ¿no le parece?

David P.Montesinos said...

Hola, Tobías. Sí, aciertas, manejo esa concepción del orden democrático. Y no tiene nada de simple, por cierto, hace falta estudiar bastante para saber de qué hablamos cuando hacemos valer la voz "poder instituyente". 

Respecto a la persona a la que te refieres, también yo pensé durante algún tiempo que no estaba dentro de ese grupo de polemistas gratuitos que ocultan tras el anonimato su vocación de buscar la maldad en cualquier interlocutor que caiga en la candidez de darles cancha. Parece como si siempre estuviera pendiente de a ver cuando grito, insulto o censuro... como esos futbolistas que provocan al contrario y, cuando éste cae y les suelta un pequeño codazo, entonces se hacen los ofendidos y montan en cólera. No tengo nada contra este señor, yo, al contrario que él piensa de quienes no le dan la razón en todo, no creo que sea corto, lo que sí creo es que es un pelma. 

Respecto a tu segunda intervención, me quedo sobre todo con lo que dices al final. Hay una permanente autorrefutación en el interviniente. Recuerdo que en una ocasión tuve un largo y enconado enfrentamiento en este blog con un papista. Fue duro e incluso faltón en sus intervenciones, estaba equivocado en todo o en casi todo, pero jamás me pareció que se autorrefutara, jamás arrancó de la insignificancia de sus interlocutores ni descalificó sus capacidades. De haberlo hecho yo mismo le habría invitado a hacerlo, pues si lo que yo digo es estúpido y mis escritos irrelevantes, entonces se vuelve inútil todo diálogo posterior.

Insisto en esta cuestión porque sí hay algo que no pienso tolerar, y es la insistencia en espetarme mi supuesta incapacidad de aceptar la discrepancia. Todo lo demás me la ha refanfinflado, pero eso no debo dejarlo pasar por más que me tiente porque hay personas que leen este blog: simplemente es una insidia que no merezco. 

La posibilidad de "censurarle"... Si alguna vez lo hago ya sé lo que él pensará -es más feliz así, qué le vamos a hacer-, pero se va a parecer más a aquello de colgarle el teléfono a un pesado.

Anonymous said...

Será molesto e inoportuno, pero tanta chachara caballeresca repleta de insultos velados, es casi como leer una novela, interesante y la mar de instructiva, no estoy de acuerdo con la crítica, pero he de decir que ojalá todas las críticas que me hacen fueran así. ¿Será la edad que otorga al atacante poderes de condescendencia? (La idea de un insultador condescendiente me fascina, porque todos sabemos que si hubiese llegado y te hubiese dicho: Eres un idiota y no tienes ni puta idea, ni siquiera te hubieras molestado en contestar) me cuesta entender porque te parece aburrido responderle, yo ya imaginaba la escena tomando un café en un local con olor a puro y al final ¿Quién sabe? Una pelea que hace perder a uno una mano al puro estilo Valle- Inclán tal vez.

La entrada me ha gustado, y aunque nuestro anónimo cree que es cosa del ego, yo también he sentido el odio de otros y no tiene nada que ver con creerme el ombligo del mundo. Hace poco meditaba sobre porque es tan importante encontrar al amor de nuestra vida, pero se presta poca atención a encontrar a nuestro archienemigo, cuando en la mayoría de películas de héroes el amor queda en segundo plano y el trato con un villano está a la orden del día. Me gusta sufrir un poquito y estoy en proceso de búsqueda de esa persona indesable que logre hacerme sentir verdadero odio.

Saludos, Ari ( A ver si encuentro un hueco y me paso a veros :) )

David P.Montesinos said...

Hola, Ari, siempre serás bienvenida. Bonita y documentada intervención, por cierto.

Creo que tú te refieres a algo más profundo y fascinante que al caso que nos ocupa. Holmes tiene a su Moriarty, América tuvo a sus comunistas, el Crucificado tiene a Lucifer, Ahab tiene a Moby Dick... Esa zona de sombra desde la que afirma la luz desde la que nos queremos hacer presentables es la verdaderamente atractiva de cada uno de nosotros. Y esas tinieblas empiezan a cobrar sentido cuando se concretan en un hostil. Yo descubrí hace algún tiempo quién era mi Moby Dick, y he decidido que la cuestión no es exterminarle, sino más bien cuidar de él. Y debe ser un enemigo digno, alguien a quien de verdad merezca la pena enfrentarse.

Las últimas controversias no han hecho mucho más que aburrirme. Temo a aquel que me lanza a la cara mis iniquidades, pero eso no lo sabe hacer cualquiera. Desprecio este tipo de discusiones estériles precisamente porque vuelven insoportables y farragosas también las propias intervenciones ¿Soy corto? Pues vaya noticia.