Saturday, April 07, 2018

ICETA Y LAS TRINCHERAS

Leo a Daniel Innerarity porque necesito darme de vez en cuando un baño de realidad. Cuando la determinación de no caer en la melancolía del iluso o el maximalista no desemboca en su otro extremo, el cinismo, entonces empezamos a formar parte de las soluciones y no de los problemas. El mayor riesgo que uno corre entonces es que se le insulte llamándole "moderado" o "neutral", cuando no "cobarde" o "colaboracionista". 

Creo haberlo contado ya alguna vez. Al inicio del "Procés", cuando formulé mis dudas a un compañero independentista respecto a la unilateralidad de la estrategia de la "desconnexió", recibí por respuesta la afirmación indignada y en elevado tono de voz de que "si no es desde la fuerza y la ilegalidad, España no entiende nada". Por la noche, tuve en facebook una conversación en valencià con mi amigo Pakuel en el muro de Alejandro Lillo. Un caballero, por lo visto catedrático de alguna universidad de la España profunda, me acusó de ser un independentista radical cuando reconocí a Pakuel que había que entender que en Catalunya se estaba extendiendo el antiespañolismo. Ni al holligan de la mañana ni al de la noche les dio su apasionamiento y su arrebato de dignidad para escuchar mis explicaciones. El primero no me dejó decirle nada y el segundo simplemente no tuvo la educación suficiente para contestarme. Ya ven, bastonazos por ser blanco, bastonazos por ser negro, qué cosas. 

Vivimos en un entorno muy forofo. La gente lee ciertas publicaciones porque le dicen lo que quiere escuchar, le hacen sentir que su enfado es justo y que los antagonistas son malvados. A mí me parece que todo esto no tiene que ver con el momento supuestamente crítico que vivimos, sino con la falta de pedagogía democrática. No queremos entender que la democracia es por definición decepcionante: su destino es desilusionar a quienes creen que se inventó para diseñar una sociedad a la medida de sus deseos. El resultado suele ser la desafección. 

Dice Innerarity: "los políticos son como los entrenadores de fútbol, los chivos expiatorios o los fusibles: cumplen la función de que podamos echar a alguien la culpa de nuestros fracasos en vez de disolver el equipo o disolver la sociedad". Y añade: "No es que ellos sean incompetentes (o no sólo, o no siempre), es que los problemas que les hemos encomendado son irresolubles mediante una competencia profesional; se exponen a que descubramos su incompetencia porque hemos delegado en ellos los problemas en los que se encuentra la mayor incertidumbre". Más adelante añade:  "los políticos son gente que toma decisiones a pesar de que las informaciones son insuficientes y hay inseguridad en relación con el futuro". 

Y continúo con Innerarity, ya verán a dónde quiero ir a parar: "Todas las decisiones políticas, salvo que uno viva en el delirio de la omnipotencia, sin constricciones ni contrapesos, implican, aunque sea en una pequeña medida, una cierta forma de claudicación". Y concluyo donde empecé: "La democracia es un sistema político que genera decepción, especialmente cuando se hace bien". 

Brillante exposición de una paradoja, la paradoja de un contrato social que no se permite la melancolía de la dictadura, aquel tiempo en que los políticos no se pasaban el día peleándose -eso que ahora nos molesta tanto- y las infinitas corruptelas se ocultaban. 

Bien. Mientras leía La política en tiempos de indignación me venía a la mente insistentemente la imagen de un político: Miquel Iceta. Nadie parece tomarle en cuenta, quizá sea porque es pequeño y feote, quizá porque todos hemos asumido que el PSC empezó su lenta extinción con la desaparición de Maragall. Sea como sea, a mí me pareció una obra maestra de la historia parlamentaria su intervención en el día de la proclamación de la República Catalana por el President Puigdemont. Les aconsejaría revisarla. Péguenle también una miradita a alguna intervención televisiva. Hay por ejemplo una en que un presentador de TV3 le lanzó a la arena para lidiar con Pilar Rahola, uno de los talk showers más esperpénticos de la actual televisión. Mientras Rahola soltaba impertinencias y baladronadas con una dignidad vacua, histérica y maleducada, Iceta defendía su posición con esa mezcla de mesura y pasión que le hace -al menos a mis ojos- tan atractivo.  

En estos días Iceta ha propuesto un gobierno de concentración para sacar a Catalunya del atasco. Nadie le ha hecho caso, nadie ha tomado en cuenta ni por un momento esa posibilidad, incluyendo al PSOE. "Yo con estos, ¡jamás!"... y lo que cada uno de los que dice esto hinchando el pecho no sabe es que es exactamente lo mismo que dice aquel al que detestan. 

Yo no sé si Iceta ha dado con la solución. Lo que sé es que los ciudadanos vivimos muy felices exigiendo a los políticos de nuestra cuerda que no cedan, que no sean pactistas, que adopten la línea dura, que al enemigo ni agua... y todas las demás coletillas inflamadas que tanto gustan a quien no tiene que tomar decisiones. 

Me hago mayor. Cada vez estoy más convencido que lo que de verdad hace admirable a un ser humano no son sus ideales sino la capacidad que tiene para llegar a compromisos. Estos siempre parecen una claudicación. Iceta no es un moderado ni un neutral, su posición es para mí muy clara y sus razones admiten pocas ambigüedades, lo cual está muy lejos de lo que algunos le achacan. No son los tipos razonables los que resultan beneficiados de que las situaciones se enconen. La polarización que vivimos, no sólo en Catalunya, daña la popularidad de quienes no creen que la única solución sea exterminar a los antagonistas. La paradoja es que el resultado es una suma cero con efectos de círculo vicioso, pues resulta que las instituciones llevan meses paralizadas, de lo cual los más dañados no serán los líderes del litigio, sino los ciudadanos. 

Tengo amigos en Catalunya, sé por qué lo digo.  

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