Saturday, September 22, 2018

ARTURO MONTES EN LAS PROVINCIAS

El próximo lunes, día 24 de septiembre, el diario Las Provincias me publica en sus páginas deportivas un artículo sobre mi abuelo, Arturo Montes. Junto al mío -y les aseguro que será un honor- podrán leer otro de mi admirado José Ricardo March. El periódico ha decidido tomar parte activa en la conmemoración del centenario del Valencia CF, de manera que el artículo que firmo se inscribe dentro de un serial que intenta poner en valor la relevancia del club -una de las instituciones civiles más influyentes del País Valenciano- a partir de un concienzudo rastreo de su historia. 

Soy seguidor del Valencia desde que me conozco. Como a cualquier crío, jugaba durante horas interminables en el patio de la escuela y, cuando los curas nos echaban, seguíamos en los solares con dos piedras señalizando las porterías. Pero yo tenía algo de lo que carecían mis compañeros, lo cual me hacía sentir de alguna forma especial. Yo era nieto de Montes, el primer gran goleador de la historia del VCF, el mayor héroe, junto a Cubells, del Valencia fundacional. Amábamos a Keita, a Valdez y a Kempes, pero yo sabía que la leyenda de aquel escudo se remontaba a tiempos muy remotos. 

Entré a Mestalla regularmente desde los cuatro o cinco años con un pase que mi abuelo nos prestaba, pues él tenía su butaca de honor en la tribuna. Al salir del estadio mi padre y yo solíamos reunirnos con él y a menudo regresábamos juntos en su seiscientos. Era fácil percibir en aquellos lejanos años setenta que mi abuelo era alguien con mucho peso. La admiración casi reverencial con la que algunos socios del club se dirigían a él era similar a la que muchos años después -no hace demasiado- yo miraba al gran Tonico Puchades, ya muy anciano, cuando se dirigía hacia su butaca un domingo de partido en Mestalla. 

A mí me contaron toda suerte de leyendas sobre mi abuelo. No estoy seguro de haberlas digerido de forma saludable. Los niños, como tantas veces explicó Platón, son vulnerables a la seducción de los rapsodas. Yo creí que mi abuelo era un gran hombre. Y quizá lo era, pero en algún momento uno aprende que el tipo de aprecio social que genera la celebridad, la reputación que uno llega a creer que posee casi por gracia divina, sólo por ostentar cierto apellido, no tienen en realidad gran valor. Dijo Cioran que en realidad nada importa. Yo creo que sí hay cosas que importan, pero que el mundo te quiera o te celebre por algo como una gloria deportiva no pasa de ser un placer caduco, algo por lo que uno no puede bajo ningún concepto malgastar su vida. Montes fue muy grande, Arturo Montesinos fue un hombre normal... o quizá en ocasiones fuera un héroe desconocido, cuando ya nadie le jaleaba en un estadio. Como mi padre, como yo, como usted. 

Les contaré algo. Mi abuelo murió en 1982. Lo que pasó aquella mañana tan triste en el cementerio de Valencia no me lo he inventado yo, aparece en un artículo en Hoja del Lunes del mítico periodista Miguel Domínguez. No apareció nadie del club, presidido en aquel momento por un tipo insignificante cuyo nombre me niego a citar. En medio del sepelio apareció un taxista, sacó una corona de flores, la dejó de mala gana y se largó. Patético, ¿verdad? Acababa de morir el mayor goleador de la historia del club (266 goles en 262 partidos, treinta tantos más que el mítico Mundo, ariete de la "Delantera eléctrica")

Aquel asunto abrió un pozo negro de amargura en mi familia que duró décadas, especialmente en mi padre, quien asociaba los desastres deportivos del Valencia de los años ochenta con la mezquindad con la que el club se empleaba con sus viejas glorias. En realidad mi padre siempre fue Montista antes que valencianista. Pero yo sé algo acaso por la distancia que tiene un nieto y de la que carece un hijo: no fue el Valencia quien le falló a Montes, fueron unos directivos petulantes que sólo merecen ser olvidados. 

Bien, hasta aquí mis venenos. Tengo la intención de no volver a mostrarlos porque creo que la historia, después de todo, está empezando a hacerle justicia a Arturo Montes. Hace aproximadamente una década decidí que se había convertido en una obligación abandonar la letanía melancólica y realizar el esfuerzo que hiciera falta por restaurar el nombre de mi abuelo, de nuestro abuelo, mejor dicho, porque Montes tuvo siete hijos y dieciocho nietos. Con ayuda de mi familia y de algunos amigos, como José Ricardo March, Rafael Lahuerta o Josep Bosch, entre otros, estoy consiguiéndolo. 

Nada importa, decía Cioran. Quizá todo esto sólo sea vanidad. Pero ahora quiero pensar que también es justicia. El Valencia cf cumple cien años. Intentemos estar a la altura.  


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