Friday, January 21, 2022

A PROPÓSITO DE LA CORRECCIÓN POLÍTICA



Hace mucho decidí que lo mejor que podía hacer con el asunto de la corrección política era referirme a él lo menos posible.

 No dudo que tengamos un problema con ciertas formas particularmente histéricas de higienismo lingüístico, o que haya en las instituciones personas con vocación monjil cuyo mayor objetivo es amargarle la vida a sus congéneres con prohibiciones puritanas. Ahora bien, si yo en mi vida diaria percibiera una asfixiante presión por parte de tales sujetos, hasta el punto de ver seriamente restringidas mis libertades, sin duda haría como Javier Marías, es decir, viviría permanentemente indignado y me pasaría el día lanzando soflamas contra la dictadura de lo políticamente correcto. El problema es que, para imitar a Javier Marías, tendría que convertirme en lo que aún no soy, un rancio y un paranoico. Además, pese a que sí creo que algunos gestores se ponen algo pesados con el lenguaje inclusivo -por ejemplo en mi trabajo-, tampoco he recibido en mis muchos años como docente una presión intensa respecto a ciertos usos en la relación con mis compañeros y mis alumnos. No al menos más allá de lo que indica el sentido común e incluso los principios constitucionales. 

Verán. Hace años un colega y amigo que se había metido a jefe de estudios me reveló que tenía un problema muy serio con un profesor de su Centro que llamaba en público a sus alumnas "mis putitas". El tema acabó en manos de Inspección Educativa, y si la solución fue expulsar al interfecto de la función pública, cosa que dudo, soy el primero en aplaudir. Sé que no puedo llamar "maricón" en público a un alumno, decirle "Manolo" por mis santos huevos a una trans para escarnecerla, o "mongólico" a uno con síndrome de Down. Si quieren llamarle a esto corrección "política", son muy dueños, pero yo le llamo derechos humanos, convivencia y dignidad democrática.

-"Ya, pero es que están obligando a decir "todes" y "alumnes"


Indignante, sí, salvo por un motivo, que eso es mentira. No es verdad que nos estén obligando a decir "todes". "¡Hay agentes de igualdad en los institutos haciendo de comisarios políticos!". Vaya, yo no los he visto. Y les aseguro que ni he dicho "todes" ni lo pienso decir. Lo que sí hago es no tolerar conductas racistas, xenófobas o machistas. No necesito a ningún agente de igualdad para adoptar tales conductas, pues las asumo libremente.



Y sí, es verdad, hay gente muy gilipollas. Produce sonrojo ver que a  un grupo de jóvenes descerebradas de una granja les pega por separar a gallos y gallinas porque estos "violan a las hembras". Claro que, quizá, lo que deberíamos preguntarnos es por qué semejante delirio sale en todos los telediarios y, al día siguiente, es tema omnipresente de todas las conversaciones. Llego a tener la sensación de que hay quien no tiene otro tema. Ven por todas partes a la Gestapo amenazándoles con arruinarles la vida si dicen una mala palabra o tienen un mal gesto. El problema es que yo no la veo.


Voy a las conclusiones. Hace años, Charlton Heston, por entonces líder de la entrañable Asociación del Rifle, cuyo ideario consiste en armar a los bebés hasta los dientes para freír a tiros al primer negro que se acerque a tu casa, afirmó que "la corrección política está destruyendo América". Se me ocurre que si los USA han perdido crédito como fuente inspiradora del derecho y las libertades, quizá sea más bien por la afición de sus gobiernos a abrir centros ilegales de tortura como Guantánamo, a bombardear poblaciones civiles o a boicotear sistemáticamente acuerdos internacionales sobre derechos humanos o cambio climático. Además, ni siquiera estoy tan seguro como los reaccionarios de que la corrección política sea patrimonio de la izquierda. Quizá sea la progresía la que puso de moda el asunto en los campus norteamericanos en los años noventa, pero fueron las guerras de Bush Jr en Oriente Medio las que lanzaron el término de "daños colaterales" para distraer las atroces consecuencias de sus bombardeos sobre los ciudadanos iraquíes.

Lo diré de una vez, la corrección política es el hombre de paja ideal que ha encontrado la derecha para fustigar a la izquierda. Es curioso que a Pablo Iglesias, por ejemplo, se le haya acusado insistentemente de extender ese virus, a la vez que se le pinta como un fanático e irredento marxista que solo pretende arrebatarnos nuestras propiedades e instaurar una dictadura bolchevique. ¿En qué coño quedamos? Si la izquierda es pijo-progre, entonces no es fundamentalista ni revolucionaria... ni siquiera es peligrosa, solo es hipócrita y cargante. Si es bolivariana y leninista, entonces el problema es su ferocidad y, si quieren, su locura, pero no su "buenismo", joder. 




Quizá encontremos la solución a todo este debate el día que entendamos que las llamadas "políticas de la identidad" no pueden sustituir causas esenciales como la política migratoria, la gestión de servicios públicos esenciales, la fiscalidad de las grandes corporaciones, la precariedad laboral, la violencia de género o la feminización de la pobreza. En nuestro próspero y civilizado país hay un treinta por cien de niños en riesgo de exclusión social, la brecha educativa es colosal, la desigualdad es creciente y la perspectiva de que las nuevas generaciones van a vivir bajo standards de bienestar inferiores a las anteriores es angustiosa. Si queremos meterle de verdad el miedo en el cuerpo a los reaccionarios debemos aclarar el sentido de las luchas por la emancipación y la justicia social. 


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