No tenía ningún especial interés en hacerle homenajes a Vargas Llosa. Se murió de viejo un grandísimo escritor y un inconmensurable prestigiador de la lengua hispana. No iba a decir mucho más decir salvo que solo fue capaz de conmoverme de verdad con una novela, “La guerra del fin del mundo”, sin perjuicio de que tiene otras muy buenas, en especial “Conversación en la catedral”. O que valoro mucho su honestidad y el entusiasmo lector, hasta el punto de que mis libros preferidos del peruano son ensayos literarios como “Historia de un deicidio”, que leí hace una eternidad y que me ayudó a entender a su íntimo enemigo, García Márquez. O que sus artículos en El País me hacían fluctuar entre la irritación y el desprecio, hasta que llegué a la conclusión de que era mejor dejar de leerlos.
No, no pensaba decir nada en especial, pero es que estoy empezando a cabrearme. Ya me pasó cuando el Nobel a Cela. Tenías que alegrarte de aquello, celebrarlo jaleando por las calles al señor que escribió Pascual Duarte y que podía aspirar litros de agua por el culo. De lo contrario eras un envidioso, que ya se sabe lo mucho que los literatos patrios han dicho sobre el cainismo ibérico
Hoy tengo la misma sensación. Se diría que en los distintos obituarios se compite por ver quién le adoraba más, y si no dices que don Mario era estupendo de pies a cabeza entonces le estás faltando. La especie más difundida en las últimas horas por algunos articulistas de El País cuestiona la disociación que muchos efectúan entre el novelista y la persona o, si se prefiere, entre el literato y el ideólogo. La perra gorda se la lleva Sergio del Molino, según el cual quienes decimos amar al narrador y no al político somos los que más le despreciamos. No acabo de entender dónde está la maldad de considerar que “Pantaleón y las visitadoras” es un texto divertidísimo y, a la vez, distanciarse del personaje cuando adopta posiciones políticas que van desde lo discutible hasta lo repelente.
Aclaro…
Me da igual si se casó con su prima o con su abuela, si le pegó a Gabo por temas de faldas o si se juntó con la Preysler por la leyenda sexual que arrastra esta señora. No le cuestiono, al contrario, por haberse alejado del comunismo castrista o llamar payaso a Trump.
No, yo me refiero a otras cosas. Por ejemplo, es de todo punto cutre y rancio comparar el feminismo con el fascismo. No me parece mal que compitiera por el gobierno de Perú contra un tipo tan siniestro como Fujimori, pero que recrimine al electorado “votar mal” al elegir a un socialista se me hace bola. Acepto que discutiera los manejos poco democráticos del PRI mejicano, pero ponerse al lado de los multimillonarios para conducir el país a la libertad y la modernización… pues qué quieren, tampoco termina de convencerme. Definir el nacionalismo catalán como “ideología tóxica”… bueno, quizá podría diagnosticar también el nacionalismo español de sus amigos ultras como Aznar o Federico. Me parece bien que fuera crítico con determinados líderes de la izquierda latinoamericana, pero que defendiera a un tipejo como Milei, pues eso ya no tanto, qué quieren.
Yo a Varguitas, como le llamaba su ex mujer, le he oído decir verdaderas estupideces, algunas llenas de maldad, respecto al multiculturalismo, los servicios públicos, las naciones pobres… Me parece detestable su admiración por Margaret Thatcher y asquerosos –repito, asquerosos- sus manejos fiscales, incluyendo un más que turbio asunto con los Panamá shores dichosos. Viva el liberalismo, ¿eh, Mario?
Lamento que del Molino o Cercas no me toleren apreciar al novelista y desestimar al personaje, pero creo que lo realmente deshonesto sería abjurar del autor simplemente porque la persona nos repela. A lo mejor la confusión la tienen ellos.
En cualquier caso me da igual. Voy a leer de nuevo a Vargas Llosa estos días. Jamás amaré su obra como la de García Márquez, Borges, Cortázar o Rulfo, pero esa también es otra cuestión.