Friday, August 04, 2006


HISTORIA DE UN CONSUMIDOR IDIOTA

Quedan lejos las apasionadas soflamas de los ilustrados del siglo XVIII en favor del ciudadano, figura sobre la que convergían todas las esperanzas de un mundo moderno y liberado, al fin, de las viejas ataduras de la servidumbre, el teocentrismo y la ignorancia. Doscientos cincuenta años después, la democracia con la que soñaban Rousseau o Montesquieu parece extenderse sin enemigos naturales por el mundo, pero lo hace con tal facilidad que resulta sospechoso, acaso porque la democracia -como cualquier otra cosa- se ha convertido en mercancía, en el nombre de un producto vendible, dotado de un valor de cambio que fluctúa en la dirección que registra el mercado. Y temo que la tendencia es la de abaratarse, de manera que quizá no tardemos en encontrar democracia en los Todo a Cien o Transiciones a Monarquía Parlamentaria pirateadas de Internet.


Banalizada la vida política, no hay obstáculo para banalizar al individuo, al cual se le recuerda su condición de ciudadano -con la habitual demanda de participación: "infórmese", "asociese", "vote"- sólo cuando las temporadas y sus consiguientes ciclos de saldos y rebajas lo requieren. Para algunos, la conversión del ciudadano en consumidor es la apoteosis de la libertad. Probablemente lo sea para quien llega en una patera proveniente de un mundo donde el stress lo provoca no saber si uno va a poder comer al día siguiente. Sin embargo, tengo bastantes dudas sobre la promesa de la libertad de opción que caracteriza a la llamada sociedad de consumo.
No sé si valgo demasiado como ciudadano, pero como consumidor soy un absoluto incompetente o, como mínimo, suelo sentirme en situación de indefensión.
Permítanme un pequeño ejemplo. Utilizo en casa un teléfono supletorio en vez de un fijo normal. Cuando compré hace apenas un año el modelo correspondiente me maravillé de la cantidad de funciones estrambóticas que incorporaba el aparatejo, incluyendo una garantía in eternum para robos, roturas y mordiscos de niño. No detecté un pequeño y simpático detalle -¿lo adivinaron?-:la batería. Se trata de un módulo de dos pilas presuntamente estandard y sin mayor sofisticación. Me dirigí al centro comercial correspondiente donde el amable encargado me miró como si yo estuviera loco: "¿baterías de dos pilas?, no, no..., me contestó mirándome como con cierta aprensión". Me encontré situaciones similares en otras tiendas, a pesar de que en varias pude comprobar que el supletorio de marras -por supuesto dotados de una batería como la mía- continuaba vendiéndose. A la desesperada, despanzurré uno para robar la batería, pero, los muy pillos de la tienda vaciaban de pilas los modelos expuestos, incorporándolas sólo si comprabas el aparato en cuestión. Nunca es descartable en estos casos la visita al mercado negro, en concreto un cuchitril del barrio viejo con un dependiente freaky que, al menos, tuvo el sentimiento cristiano de acompañarme en mi dolor: "venden teléfonos con baterías que luego retiran muy pronto del mercado para que te veas obligado a comprar uno nuevo, son muy cabrones, je, je, je."
Y entonces... me vine definitivamente abajo. Claudiqué, me acostumbré a aceptar la idea de que no podía derrotar a Darth Vader y desde entonces soy más feliz. A veces, en noches de pesadilla, me asiste la idea de que las empresas de telefonía conspiran juntas para cambiar continuamente los modelos de baterías y hacerlas todas incompatibles, de manera que así nos tienen cogidos del cuello a todos. Después, con el primer café, se me pasa la paranoia y recuerdo que vivimos en el paraíso de la libertad. Más tranquilo y más tonto, bajo a comprar el periódico.

5 comments:

Anonymous said...

Brillante, toda una odisea, yo también me desespero con estas cosas

Anonymous said...

Hay que ver, lo caraduras que pueden llegar a ser, a mí me pasó lo mismo con un móvil. Ya me han bautizado

Anonymous said...

Felicidades por el artículo. Me gusta mucho, y me siento muy identificada con lo que cuentas; cuando dejamos de ser ciudadanos para convertirnos en simples consumidores, perdemos los pocos derechos que nos quedan: un vez sueltas la pasta... se acabó! Estás en sus manos!.

Peps

Anonymous said...

Dales caña, gigante

Anonymous said...

interesante, pero ¿no te pasas un poco con lo de las barraganas?