Desde la Cueva del Gigante, lugar perdido en un territorio árido donde antiguamente se refugiaban los bandoleros, esta página intenta echar luz, y también alguna sombra, sobre los fenómenos sociales contemporáneos: las nuevas tribus, los simulacros culturales, los movimientos de masas, etc...
Thursday, December 07, 2006
NUEVOS EDENES
Visito a un primo lejano en su casa de la urbanización Nuevo Edén, lugar ideal para familias jóvenes, alejadas del tráfago hostil de las grandes concentraciones urbanas, situado en medio de un hermoso paraje natural y dotado con todo lo que usted y su familia pueden desear para una vida feliz. Me ha indicado cómo llegar, pero me pierdo, pues resulta que no hay un puñetero cartel que reconozca siquiera la existencia del lugar. "¿Por favor, buen hombre, Residencial Nuevo Edén, calle Los Fresnos?", pero el buen hombre, el único al que he encontrado deambulando a pie por los alrededores, también desconoce el emplazamiento. Horas después descubro que he estado dando vueltas en torno suyo, y que incluso he pasado por delante de casa de mi primo varias veces, pero ni siquiera a la entrada del paraíso en cuestión hay un cartel que indique que hemos llegado. ¿Por qué Calle Los Fresnos, si no veo más que diminutos naranjos para delimitar las plazas de parking? Supongo que alguien proyectó su existencia pero se les olvidó encargarlos cuando hicieron la calle. Claro que otros nombres hubieran caído probablemente en idéntica impostura.
El nombre de la Calle de La Paz en Valencia tiene sentido, es el producto del drama y de la historia, sus moradores han visto correr tanta sangre durante siglos que los adoquines saben que ese nombre significa algo, aunque sólo sea la proyección insensata de un deseo. Diré lo mismo de la Calle de las Barcas, por donde se trasladaban las embarcaciones que se dirigían a pescar a la Albufera, o la Calle del Gigante, o Comedias, donde la imaginación puede volar a cualquier gesta del pasado en busca de una explicación. Más difícil es saber como Nuevos Edenes se ha ganado el mérito de tener una Calle de las Libertades para designar al mayor de sus tentáculos, repleto a uno y otro lado de casas preciosas e idénticas, con su jardín y su casa del perro, todo repitiéndose sin fin como en las pesadillas.
La casa es muy mona, los interiores en rústica siguiendo las últimas líneas en decoración, a juego con el uniforme del colegio inglés al que van las niñas. "Las vistas al Montgó son preciosas, lo que tenemos delante está declarado parque natural", sí, pero las únicas pizcas de romanticismo las percibo al salir, cuando descubro que la Calle Los Fresnos está inconclusa y no parece llevar en medio de la noche más que a las tinieblas y a una espantosa soledad, hermosa torre de marfil accesible sólo en automóvil. Mi primo ha construido en ese lugar su paraíso. Es el señor de un castillo preservado de los males mundanos custodiado por un cerbero que muerde. Me pregunto qué sería de ese edén si de pronto, una mañana, se encontrara una nota pegada a la nevera: "me he enamorado de otro hombre, me marcho con los niñas, no trates de buscarme"
Tengo amigos a los que han acusado de locos por irse a vivir al centro de las ciudades. Hoy, para la burguesía, los barrios viejos son el lugar rebosante de residuos humanos del que conviene huir. El zoco inquieta porque es el corazón de la vida urbana, donde se cruzan todas las voces y los extraños acentos formando una algarabía sudorosa de la que nada se cuenta en las bibliotecas de los monasterios. Paseando por el Mercado Central, uno de los lugares más viejos de la ciudad, me viene a la memoria lo que me dijo una de esas personas respecto al secreto de su elegante vestir: "siempre llevo ropa de marca porque la compro en tiendas de segunda mano". Mi primera impresión fue de rechazo, pensé en lo poco que me apetecía ponerme los vaqueros de un yonqui. Rosa, que así se llama, me explicó que necesitaba sentir que aquella ropa no había empezado con ella, que tenía una historia, un poder misterioso que caminaría con ella desde que se la calzase. Quizá tenga razón, no sé a qué viene tanta obsesión por lo nuevo, por estrenarlo todo, como si pudiéramos deshacernos tan fácilmente del pasado, como si fuera tan sencillo blanquear la historia, como si apenas sin esfuerzo fuéramos capaces de esquivar los errores y las cobardías de quienes se criaron en estas calles antes que nosotros.
Parece fácil huir del tumulto de la urbe al que sólo se regresa los sábados del Corte Inglés y la dichosa Milla de Oro, mientras nos sorprendemos de que los inmigrantes, quienes aún reconocen el valor de los espacios de encuentro, se "apoderan" de los autobuses, los parques y las plazas, como si nos hubieran echado de allí, como si antes no hubiéramos abandonado nosotros esos lugares, declarando inhóspito lo que en otro tiempo fue el centro de la comunidad. Pero el automóvil lo justifica todo. Puedo estrenar casa si acepto vivir a 20 kilómetros de la ciudad. Con ello alimentaré la especulación inmobiliaria, las críticas al gobierno porque no construye más carreteras -todavía más-, las subidas de la gasolina, el deterioro medioambiental, la producción desaforada de automóviles...Entretanto, seguiremos alimentando las utopías sobre las que se construyen los nuevos edenes.
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2 comments:
Muy buenas, sólo quería decirle que he puesto en mi espacio el comentario que me envió al e-mail (muchas gracias, por cierto).
De todos modos, cuando vaya a su casa, tengo que mirar eso, a ver por qué no puede escribir en mi espacio...
El Sábado voy a Valencia y, si hay buena combinación de autobuses, me gustaría irme todo el día...
La verdad es cada uno de nosotros acaba por crearse su propio getto, su propio ecosistema a la medida de vete a saber qué idea o sueño.
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