UN HOMBRE SÓLOEl pasado domingo, cuando el Mallorca se adelantó en el Bernabeu, ya eran atronadoras por unánimes las voces que clamaban contra Fabio Capello, al parecer máximo culpable de cada gol que le marcan al Madrid, de que su presidente sea medio idiota, de las corruptelas de los concursos de misses y de la pertinaz sequía. Capello cae mal, tiene esa insolencia distante que los madrileños suelen interpretar como agravio, acostumbrados como están a que sus invitados lleguen con pinta de siervos y se marchen como tales, melancólicos por sospechar que no han estado a la altura del club más grande de la historia pero felices por subirse en el avión de vuelta con los bolsillos repletos. Otros antes remediaron el problema buscándose amigos en el poderosísimo lobby mediático del madridismo, pero no es el estilo de Fabio, cuya imagen, ora caminando en solitario por los recovecos del tunel de vestuario, ora contestando con un gesto obsceno a los insultos que desde la grada le propinaba algún imbécil, apunta a que es uno de esos tipos que se ponen la gasolina sin ayudas.
No soy, en absoluto, seguidor del Real Madrid, pero creo que hay algo bueno que aprender de este final de liga. Ya hace años que me viene pareciendo no sólo un mal club, sino la negación de un club de fútbol. Si Mendoza y Sanz degradaron la imagen de la casa con sus maneras de chulos de barrio y nuevos ricos, y con una concepción de la gestión empresarial que llevaría a la quiebra en dos años a Zara o El Corte Inglés, Florentino Pérez fue la esencia misma del Presidente indeseable. Taimado, hipócrita, carente de la gallardía suficiente para no delegar sobre sus empleados cuando llegaban los marrones y para aguantar en el puesto cuando sus propios desaguisados tenían peor arreglo, F.P. creó un modelo de club -el llamado "de los Galácticos"- que hizo que desde los equipos europeos más serios se considerara al Real Madrid como "un puro circo". Cada año, una super estrella de talla mundial. ¿Que llegaban elecciones? Y ahí estaba Floren prometiendo un nuevo galáctico que le permitía arrasar en las urnas al guapo que se le pusiera por delante. Su palmarés, ridículo en relación a lo invertido, no es óbice por increíble que parezca para que muchos continúen considerándolo como poco menos que un revolucionario del fútbol, más o menos los mismos que en su momento hablaron del espantajo de Jesús Gil como "un adelantado a su tiempo". Ironías de la vida: curiosamente lo fueron, pues ambos crearon las sendas para que, convirtiendo a los clubs en empresas de especulación inmobiliaria, los demás siguieran sus pasos, lo cual demuestra que es todo el sistema -y no me refiero sólo al fútbol- el que en este país está corrompido.
Y en esto llegó Capello. Su fórmula para el éxito es exactamente la misma con la que diez años atrás hizo igualmente campeón a un Madrid que tenía tan pocas hechuras de equipo hegemónico como ahora: conceptos tácticos sencillos, disciplina estajanovista, preparación física intensa y, lo más importante, un clima de trabajo donde no tienen sitio ni los débiles ni los cobardes, por más que algunos de ellos cuenten con el favoritismo de As, Marca, la Ser, Antena 3 y demás Prensa Oficial del Movimiento. Este razonamiento sirve para explicar por sí solo por qué futbolistas de una pieza y curtidos en la pólvora de mil batallas como Helguera, Cannavaro, Emerson o Diarra han sido tan importantes para este equipo. Por increíble que parezca, se les ha fustigado desde el principio hasta el fin de una campaña en la que, junto a otros menospreciados como Van Nistelrooy -quien sin aspavientos ha superado de largo al gandulazo cebón de Ronaldo- , le han dado al Madrid mucho más de lo que merecía. De nada sirvió para esa prensa en el match final que el Madrid hubiera s

acado adelante sistemáticamente los últimos partidos haciendo equilibrios en el alambre, sobreponiéndose a resultados adversos para bogar río arriba y terminar huyendo del precipicio: en cuanto marcó el Mallorca empezaron los ladridos contra Capello, Emerson y Diarra, además de pedir el regreso de Guti, uno de esos ídolos con pies de barro -¿no les gusta su pelito tintado?- con los que el madridismo se intoxica cíclicamente desde Butragueño. Al final ganó el Madrid como venía haciéndolo desde hacía meses: es así, sufriendo, resistiéndose a la derrota, como se forjan los grandes equipos.
Un importante sector de la prensa deportiva española mostró tras el Mundial su frustración -incluso su rencor- por el triunfo de Italia. Aquella "porquería de equipo" -cito textualmente a Santiago Segurola- ganó el título porque aguantó sin descomponer la figura los numerosos momentos de dificultad por los que se pasa en un campeonato de este tipo. Dato significativo: un equipo a la italiana, el Real de Capello, ha ganado la Liga española, un italiano -el Milan- ha obtenido la Champions. Los equipos "dulces" -de los cuales Brasil es la cabeza y España la cola- hacen un fútbol primoroso y arrasan a sus rivales cuando el viento sopla a favor y los rivales les hacen el pasillo, pero les tiembla el pulso cuando los cielos se oscurecen y lo que hace falta es gente con agallas para mantener la nave al pairo. Son hombres los que ganan los títulos, pero la gente como Segurola o su amigo Valdano quieren que ganen los niños, por eso les encandiló tanto el proyecto de Florentino, capaz de ilusionar a la gente con el más absurdo de los proyectos: adquirir por cifras astronómicas a estrellas que eran cualquier cosa antes que jugadores de fútbol.
La familia Beckam es en este sentido el mejor ejemplo de en qué se ha convertido el Madrid. Sus problemas con Capello, cuya formación moral no se aviene a tener en su ejército a un tipo que viaja varias veces a su país cada semana, han acabado por alejarle de la órbita del Madrid, como ya sucedió con Ronaldo y con otros. Dudo mucho sin embargo que este sea el rumbo de los acontecimientos si el Presidente Calderón -quien ofrece todas las trazas de un perfecto tontaina- decide hacer caso al corifeo habitual y se carga al único entrenador que jamás le ha fallado al Real Madrid. En ese caso puede imitar a Florentino Pérez y dilapidar el tesoro madridista fichando nuevos galácticos. Y no debe descartar recuperar a Victoria Beckam y -ya puestos- a su futura amiga en Beverly Hills, la simpar Paris Hilton.
Quienes amamos este juego seguiremos creyendo que el esfuerzo -en el futbol como en la vida- es la clave del éxito. O por lo menos del honor. No volverá el Madrid de Di Stefano, aquel que empezaba perdiendo y se revolvía orgullosamente contra la adversidad para terminar haciendo morder el polvo al que se pusiera por delante. Lo de ahora les ha recordado a algunos a aquella época dorada, pero sospecho que sólo es un pálido reflejo. El Madrid con mayúsculas ya sólo es una leyenda, ahora es un producto del consumo, una marca "molona" que se dejó olvidada en algún armario de recuerdos las viejas virtudes que le hicieron grande en la historia.