
EXTRAÑO VIAJE LA VIDA
Hace veinte años, un compañero de universidad que se declaraba marxista estructuralista me dijo que el cine español le resultaba detestable, que todas aquellas películas que se hacían entonces sobre la España profunda le parecían un tostón, no dejando de nombrar con una mueca de desprecio a José Luis López Vázquez, Agustín González o Fernando Fernán-Gómez. Aquel tipo no era más que un pobre idiota -y ya se sabe que la ignorancia es atrevida-. Ahora me acuerdo por última vez de aquello, porque un joven alumno, cuando le he intentado explicar porque estoy triste, me ha preguntado si ese que acaba de morir y del que tanto hablamos hoy algunos profesores es aquel viejo loco que envío a la mierda a un fan que le pidió un autógrafo. Vieja peculiaridad de este país dicen que es la envidia, pero hoy parece que casi todo en cualquier parte del mundo vaya a parar al mismo fango informe de la banalidad del show televisivo. Todo parece igual de idiota.

Aquel tronante A LA MIERDA le cayó en suerte a un infortunado que ahora probablemente enseñe la cicatriz como los heridos por asta de toro: "esto me lo hizo a mí". Pero en realidad, Fernán-Gómez nos envió a la mierda un poco a todos... porque le aburríamos, y el aburrimiento es lo único que no se puede permitir un cómico.
Fernando Fernán-Gómez fue siempre un tipo indigesto. La meseta, aunque él nació en Perú en medio de una gira de cómicos, suele parir a este tipo de personajes huesudos y fibrosos, echados al vino y las mujeres, dignos en la mendicidad y generosos en la fortuna, extrañamente enfadados con medio mundo y peleados con Dios y con los curas, autores de libelos contra un poder al que por pura insolencia irresponsable parecen no temer. Era anarquista de los de mala hostia. Como su amigo Haro Tecglen, no hacía ningún esfuerzo porque le quisieran ni siquiera los suyos, aunque los dos sabían de qué lado estaban, el único del que merece la pena estar. No es concebible un personaje así en este tiempo. Por eso tenía que morirse. No se puede ya rodar hoy una joya como El extraño viaje, por las mismas razones por las que no hay huevos para rodar hoy El verdugo, quizá el único film español que está a su altura en talento y negrura. Esa capacidad para reír y retorcer la risa, ese "pero cómo puedes tener tan mala leche" que dije varias veces la primera vez que vi aquella película terrible. Si ustedes han visto Siete mil días juntos entenderán porque en la sala donde la estrenaron la gente suspiraba de horror al ver entrar en la morgue desnudo al necrófago en la escena final... y sabrán a donde van a parar las ilusiones humanas, pero sabrán también que, como dijo Quevedo, "polvo serán más polvo enamorado".

Yo pese a todo prefiero acordarme ahora del Fernando de Los pícaros, aquella serie de la tele con la cual creo que mi hermano y yo empezamos a hacernos mayores. Aquel tipo enjuto con narizota y larga melena pelirroja que iba timando y recibiendo palos por las ventas de Toledo y Salamanca nos enseñó que los héroes no siempre salvaban a la chica y que a veces tenían que moverse entre la mierda para sacar tajada. Es irremediable asociar aquello con lo que luego fue El Brujo, que inició con la versión del Lazarillo apadrinada por Fernando un magisterio del teatro en el que la voz de Fernán-Gómez parece restañar para siempre la herida del anonimato de aquella maravilla novelística: Fernando fue el converso oculto que la escribió, fue el cómico envuelto en polvo que la representó por corrales y ventas... Fernan-Gómez fue Lázaro de Tormes. Debo algunas de las risas más entregadas de mi vida a esa misteriosa empatía entre genios.

Dijo John Houston que había dos formas de vivir: una era la buena, la que nos conviene, la otra consiste en "hacer lo que te salga de los cojones". Recuerdo que cuando murió Dalí no paró de insistirse en recordarnos a todos que era un genio. Yo creo que si Fernán-Gómez hubiera sido norteamericano sería Dios, pero es imposible imaginarselo siendo yanqui, postmoderno o marxista estructuralista. Era un tipo de una pieza y tenía mucha, mucha mala hostia. Esa ralea de tipos con pocas ganas de pactar nada a los que hay que querer un poco a golpes o retirarse... algo así como Paco Ibáñez, que salió borracho y enfadado con el mundo en el programa del Loco de la Colina harto de la canción protesta y de los progres... como Pepe Rubianes cagándose en la puta España, como Leopoldo María Panero haciéndose el loco en Mondragón. No hay manera de rentabilizar políticamente a tipos tan impresentables. Se quitan a hostias de encima a los políticos y a los aduladores y luego te invitan a un whisky si les dices que te ha gustado la obra. Hay personas que consiguen ser más guapas, mas interesantes, más enigmáticas a medida que envejecen.
El peor de mis pensamientos es el que con frecuencia dedico a los viejos que admiro y que sé que nos dejarán más antes que después. En estos casos me acuerdo de aquello que le dice Taras Bulba a su hijo: "el hombre que ha muerto fue un gran guerrero, no lo olvides nunca". No sé si voy a ser capaz de hacérselo entender a mis alumnos. Voy a intentarlo.