LA
EDUCACIÓN
DEVASTADA
(I)
Si algo tiene de bueno la costumbre de cifrar cuantificacionalmente la cualidad de un aspecto de la vida, es que datos como los del Informe PISA dan un motivo a la ciudadanía para preocuparse. Dura poco, claro, hay temas más suculentos a los que prestar ojos en la prensa, pero al menos se asienta la convicción de que algo no funciona como debía. Y les aseguro que no sólo es un problema de lectoescritura, como deducen algunos. Que nuestros alumnos hayan perdido tanto en capacidad comprensiva en tan poco tiempo merece una reflexión, pero es que los datos negativos, a poco que uno mire con detenimiento, se extienden a todo el edificio educativo, de manera que esta España, que tanto presume de prosperidad y madurez democrática con engolamiento de nuevo rico, anda a la cola de la OCDE en materia educacional. Y no es cosa momentánea: nos hemos instalado en el fracaso y nos hemos acostumbrado a él de tal manera que hemos decidido vivir con ello. ¿Que no es edificante tener la escuela devastada? No claro, pero siempre le cabe a uno la solución de mirar hacia otro lado. Consecuencia del éxito de dicha actitud es la gran paradoja de que la ciudadanía dice atribuir una enorme importancia a la educación, la reconoce sin ambages como la causa de los bienes y los males de la convivencia y, sin embargo, acepta que tal cosa no obtenga ninguna transitividad, ninguna plasmación política. Una legislatura tras otra -tanto a nivel estatal como autonómico- se permite a los gobernantes que restrinjan los recursos -con un castigo especialmente duro sobre la enseñanza pública- y se acepta sin resistencias que la atención mediática a la escuela recaiga sobre los casos de violencia -mejor si los autores la graban en un móvil-, el racismo, la precocidad sexual y otros espectáculos televisivamente rentables. Si los niños aprenden o no en las aulas a ser más sabios y mejores personas es algo que no parece interesar a nadie.
Los parámetros de fondo desde los que analizar el marasmo educativo español no tendrían por qué conducirnos necesariamente al pesimismo. En cien años, la escuela ha pasado en este país de modernización tan problemática desde el elitismo casi medieval hasta la universalización absoluta, incluyendo por el camino el éxito de los programas de alfabetización del tardofranquismo, la integración de la mujer o el desarrollo de las infraestructuras. En esa línea, el elefantiásico plan de reforma articulado con los socialistas a través de la LOGSE podría asumir con dignidad el efecto colateral de una cierta merma en cuanto a la calidad de los contenidos educativos, pues en la medida en que la ESO (Educación Secundaria Obligatoria) ya no permite cortar a los alumnos hasta que son prácticamente adultos (16 años), se priorizan factores como la integración en detrimento de otros como el alto rendimiento o la excelencia. El problema es que no se ha asumido con dignidad: el modelo de integración ha fracasado y sus efectos colaterales, al no emplearse adecuadamente los contrapesos que pudieran aligerarlos, se han convertido en el modus vivendi de la escuela, hasta el punto de convertirse la falta de calidad en rasgo constitutivo de la escuela. Así, no es sorprendente que profesores que accedieron por primera vez al aula creyendo preguntándose si sabrían explicar cómo hacer una derivada o por qué se combatía en la Guerra Civil, se encuentran con que muchos de sus alumnos no saben ni multiplicar ni leer, por no hablar del que no sabe español porque acaba de llegar de Bielorrusia, el que no sabe que hay que ducharse de vez en cuando o el que ha decidido que su fracaso escolar puede socializarse, es decir, que como él no va a aprobar se va a encargar de que sus compañeros tampoco aprendan nada, lo cual implica reventar una y otra vez las clases.
Esta problemática nos lleva directamente al asunto de la escuela pública. No hace falta que un gobierno de derechas trace un proyecto más o menos maquiavélico para devastar la escuela pública: basta desprotegerla. No tengo ninguna duda de que el Partido Popular pretende que la escuela pública se convierta en reducto de clases poco pudientes y de inmigrantes. Lo que habría que preguntarse es porque el Partido Socialista ha ido allanando el terreno desde tiempos de Felipe González para que tal cosa fuera posible. La diabólica conjunción de una Reforma tan ambiciosa como mal aplicada y la implantación del modelo de concertación, que otorga a la enseñanza privada -escuelas religiosas en un noventa por cien de los casos- el chollo de financiarse con dinero de todos sin dejar de aplicar criterios de selección de su clientela, ha llevado a la enseñanza pública a un deterioro tal, que nunca hemos estado tan lejos de aquel sueño de la izquierda antifranquista de construir la democracia justamente a partir de la escuela. La enseñanza es hoy en día más segregacionista y más proclive a alimentar la brecha social de lo que nunca hubiéramos imaginado.
Claro que, como suele suceder, no todo es culpa de los políticos. Los españoles han abrazado con espíritu de próspero sobrevenido la situación, alimentando la aspiración de sacar a sus hijos de las escuelas llenas de inmigrantes y llevarlos a las de la Iglesia, cuya condición de poder fáctico en nuestro país goza en nuestros días de ateísmo de una salud de hierro. Los datos de una gran ciudad como Valencia son muy claros: el impacto de una inmigración que llega a gran velocidad recae sobre la escuela pública, que es obviamente incapaz de digerirla, las ratios legalmente establecidas desde la LOGSE se incumplen de forma sistemática, los terrenos para constuir nuevos centros educativos no terminan nunca de licitarse, sospechas de gestión incompetente e incluso corrupta sobre las empresas subcontratadas... En suma, los políticos aplican la lógica del "sálvese quien pueda" porque los ciudadanos se lo permiten. La enseñanza pública se deteriora y lo va a hacer todavía más.
...CONTINÚA EN UN PAR DE DÍAS
2 comments:
Me pregunto, ingenuamente, porqué el gobierno socialista ignora los problemas estructurales del país y cuando actúa lo hace para estropear más las cosas. Pues sí, lo que menos importa es si se aprende algo en las aulas de modo que me voy a poner ilustrado y recordaré algo: la educación actual tiene un origen laico, concretamente en la Ilustración y en su imperiosa necesidad de crear un hombre crítico y libre capaz de oponerse a la intolerancia y al fanatismo. Los ilustrados se diferenciaban en muchas cosas pero tenían claro el enemigo: la religión organizada o revelada, el dogma embrutecedor. Estaban convencidos de que el propio entendimiento, sin recurrir a la ayuda sobrenatural, puede comprender el mundo.
Uno piensa cuando se dedica a la enseñanza que de lo que se trata es de formar individuos autónomos capaces de crear un mundo cada vez más justo. ¿Será esto lo que se intenta evitar? ¿De verdad hay quien cree que la educación religiosa generara ciudadanos con criterio para reaccionar contra las injusticias?
Los que desprotegen la escuela pública son los mismos que defienden una constitución que parece laica pero no lo es, los mismos que hacen declaraciones irreprochables contra la Conferencia Episcopal pero no se atreven a acabar con uno solo de los privilegios de los intermediarios de Cristo.
Esta misma semana ha venido un alumno nuevo a mi Centro: se llama X y es del Brasil, no sabe hablar español ni catalán, tiene 13 años y se le ha incrustado en un curso de primero de la ESO, con 26 compañeros más. Hay que integrarlo, cosa que seriamente lo dudo. Pasará como un muerto viviente por la mayoría de las clases (a excepción de las del aula d´acollida, donde se le intentará enseñar catalán). Si está calladito en esas clases y no molesta bien, el profesor se lo agradecerá. La semana primera de la vuelta de las vacaciones, tendremos a un alumno nuevo, y ya serán 28, también de fuera, y con los mismos problemas de X, también tendremos que integrarlo. Hoy fue sesión de evaluación y más del 50% de alumnos de mi tutoría tienen más de 4 asignaturas suspendidas, o sea 14 sobre 26. ¿Hay quién dé más?
Un saludo.
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