
¿POR QUÉ FILOSOFÍA?
He conocido verdaderos idiotas en todos los ámbitos de la vida: hay idiotas típicamente paletos en los pueblos y petimetres típicamente urbanitas en las ciudades, hay egos insoportables entre los artistas y psicóticos pesados como ruedas de molino entre los científicos, tengo colegas de profesión que no merecen ni un gramo del respeto que se creen en condiciones de exigirle a sus alumnos y he conocido adolescentes que jamás aprenderan ni a ser medio personas. Hay creyentes que se merecen que Dios los castigue, y hay ateos que mejor harían regresando al redil parroquial… hay mujeres que superan en barbarie al bárbaro de su marido y homosexuales más intolerantes y reaccionarios que los machos que les pegaban y humillaban en la escuela… El mundo está pues saturado de estupidez, y eso que no les voy a hablar de cierta tipa que me alquiló un piso, de una novia budista que tuve, de una profesora de la Universidad que se dedicó a joderme porque yo le miraba con aire de superioridad o de unos vecinos que se pusieron una cristalera y me taparon la vista del mar.
¿Por qué Filosofía? (ver post anterior) ¿Qué nos hace diferentes o especiales como para creernos en disposición de reclamarle al mundo entero que se oponga a nuestra desaparición? Durante siglos, los maestros pensadores fueron capaces de establecer grandes sistemas de conceptos sin los cuales la Razón no habría sido capaz de entenderse a sí misma. Algunos como Platón o Aristóteles proyectan en el tiempo una luminosidad tan poderosa, que no es extraño –ver El nombre de la rosa, de Umberto Eco- que durante siglos se llegaran a cometer asesinatos por su culpa. Hubo quienes, como Descartes, Hume o Kant tuvieron la inteligente humildad de atreverse a preguntar por los límites del pensamiento… por establecer las condiciones de lo pensable y evitar así que el alma humana se extraviara por los derroteros de la locura y la inhumanidad. ¿Intento vano? Quizá sí, pero los culpables no fueron los pensadores, sino quienes no supieron hacerles caso y entendieron que la mejor manera de librarse de una discrepancia era gasear al discrepante…Nada menos filosófico, y nada que, de alguna manera –fíjense en las leyes antiinmigración del filosófico Berlusconi- no se siga haciendo en la actualidad, a pesar de Platón, de Kant y hasta de Derrida y Habermas…
Amor al debate, lo cual significa, en cierto modo, amar al Otro, quizá por su propia extrañeza. No pretendo que tal actitud sea privativa de los filósofos. Tuve en la Facultad profesores que vivían entregados como nadie al principio de autoridad… alérgicos a la condición del librepensador y espantados por la posibilidad de que sus alumnos caminaran solos por los vericuetos de la literatura filosófica. He conocido, por el contrario, profesores de Física que se preguntaban por el misterio trascendental de la luz y la oscuridad del cosmos con una mirada perpleja que no podía ser más filosófica. Quizá, después de todo, tenga razón el gobierno… quizá a la Filosofía le haya llegado el momento de sus últimos responsos, no tanto porque, como creen algunos, fuera siempre un error o una impostura, sino porque su necesaria faena acaso ya ha sido realizada. La Filosofía entonces muere de éxito… muerte natural, herencia espiritual… la Facultad convertida en un pequeño departamento de Derecho o de Humanidades… punto final, matemos a la Madre o, cuanto menos, asistamos con pena a la muerte de la anciana a la que tanto necesitáramos en otros tiempos… Quizá tengan razón…

Permítanme sin embargo que me entregue a la vocación de seguir buscando filósofos, o mejor, de seguir buscando actitudes filosóficas, y que lo haga con la misma ilusión con la que Diógenes decía buscar “seres humanos”. No se trataría acaso de saber qué textos o que conceptos son propios de dicho saber, no se trataría de acotarle un territorio legítimo a la especialidad… sino más bien de marcar un “ethos”, un talante propio de filósofo… Y ello no significa otra cosa -en estos tiempos poco propicios para los grandes sistemas de conceptos y las teorías omnicomprensivas al estilo del marxismo o las summas de los monjes medievales- que poner el signo del interrogante detrás de cualquier aseveración.

Ayer mismo en el metro, una chica no paraba de repetirle a su interlocutora “lo que es ilegal, es ilegal”. No sé qué pretendía decir, pero lo sospecho. Alguien que conoce, probablemente hostil, pretende hacer algo que las leyes vigentes sancionan, ergo no se puede hacer… Pero y si lo hace, ¿será tan solo ilegal y perseguible por la policía? o ¿será más bien una inmoralidad? ¿Son las leyes vigentes la medida de lo éticamente aceptable?
Otro ejemplo. En una ocasión, siendo yo un adolescente, cuestioné el derecho de una profesora de Literatura a suspenderme, pues consideraba que el examen que me costó tan caro era merecedor de una nota mucho más alta. Hice saber mi opinión públicamente… y, con una audacia de la que no me arrepiento pero sí me sorprendo, cuestioné su competencia como profesora haciendo ver lo inapropiado de sus “métodos pedagógicos”, por llamar de alguna manera a la bazofia de clases que impartía y por las que le pagaba generosamente el Estado. “Yo soy la licenciada”, fue la respuesta… y se fue a casa y durmió a pierna suelta. Algún tiempo después supe que era licenciada en Filosofía… ¿qué demonios le enseñaron allí a aquella cenutria? Pregunta socrática.
Más sobre simpáticos profes de instituto. Recuerdo que, en una sesión de evaluación, un alumno preguntó a un profesor -también de Literatura- por qué les bajaba la nota por llegar impuntualmente a clase si él hacía sistemáticamente lo mismo. El profesor dijo que no iba a darle esa explicación "porque no me sale de los cojones y porque tú no eres quien para que te rinda cuentas de por qué llego tarde". Burocráticamente hablando tenía razón, no era el alumno sino el Jefe de Estudios y, en todo caso, el inspector, quien debía tramitar los partes de ausencia o de retraso. Ahora bien, ¿se había preguntado alguna vez el cojonudo profe si el principio de autoridad que hacía valer para castigar a sus alumnos impuntuales conservaba un ápice de legitimidad moral cuando es aplicado por quien sistemáticamente se lo salta a la torera? ¿Se había planteado si sus razones para ser impuntual son más válidas que las de sus alumnos? La autoridad que pretendemos tener ante nuestros alumnos -o nuestros hijos- ¿no requiere para nada el valor del ejemplo?

He pasado por muchos institutos de muy distintos lugares, de manera que puedo seguir escarbando en mi memoria. Otro caso, mi preferido. La Jefe de Estudios se pasaba la vida poniendo trabas a cualquier actividad que no supusiera quedarse sosegadamente en el aula. Para una excursión en bici el terror lo sembraba la posibilidad de una caída o un atropello masivo en la carretera... si llevábamos a los chicos a la playa, no tenía ninguna duda de que se ahogarían... si queríamos ir al karaoke a cantar resulta que algún chico se emborracharía y acabaríamos en el calabozo. Supongo que si había que ir de paseo al monte, su miedo era que un oso se comiera a alguno de los niños... y no me cabe duda de que si se nos ocurría llevar a los niños a esquiar, el yeti terminaría apareciendo ... "Sí, sí, está muy bien la actividad que propones, pero ¿y la responsabilidad?" Aquella paranoica tenía perfectamente estudiadas las leyes. Conocía al dedillo los riesgos que uno contraía por el hecho de que a sus alumnos les pudiera pasar algo durante una salida del centro... y no podía concebir que los demás andáramos tranquilos, sin vivir como ella, aterrados ante la posibilidad de que la Gestapo viniera a por nosotros porque a un alumno le doliera una oreja después de un paseo al aire libre. El miedo intoxicando lugares mal ventilados, aquella mujer se había vuelto tan pequeña, tan mezquina, que ya no era capaz de pensar más allá de su propia seguridad. "¿Y la responsabilidad?" Repitió tantas veces esa frase, que se me ha quedado grabada en la corteza cerebral.

Nada es más filosófico que recordar que en el espíritu de toda ley habita el deseo de justicia, nada más hermoso que vivir la aventura del pensamiento como un acto de amor.