EXCALIBUR
No importa demasiado saber qué terminó pasando, aunque es fácil presumir que la cosa acabó mal. A grandes rasgos, y hasta donde llega mi conocimiento de este relato completamente verídico, puedo decir que el matrimonio acabó en divorcio -sospecho que por razones ajenas a lo que he contado y acaso bastante más prosaicas-, que Ginebra terminó acostándose con el amigo y que le supo a lo mismo que los otros muchos con los que se fue a la cama, que los dos viejos amigos se distanciaron... Muchos años después coincidieron por casualidad y optaron por esquivar antiguas rencillas y reanudar, siquiera aquella tarde, su vieja amistad. "¿Sabes?", dijo el ex-marido de Ginebra, "para mí, desde aquello, tú siempre fuiste para mí como Lancelot". Al final, las historias no acaban teniendo el mismo aspecto que las leyendas a las que imitan, pero es sorprendente la facilidad con la que los viejos ciclos narrativos se repiten. Una y otra vez, a poco que uno tuerza la mirada lo suficiente como para aprender a leer renglones torcidos, me encuentro la historia de El Rey Lear, la de Antígona, la de Odiseo... y eso por no hablar del Capitán Trueno o del Shane de Raíces profundas.
Un conocido cometió en una ocasión el peor de los errores. Profundamente enamorado como estaba de su hermosa mujer -la llamaré Ginebra, por lo que luego entenderán- quiso tener más cabos atados de los que el Destino permite, de manera que para alejar de su lecho conyugal cualquier sombra de duda, preguntó a la dama si deseaba a algún otro hombre de su círculo de amistades. Ginebra, muy prudente, eludió inicialmente responder, pero él -cada vez más arrebatado por una morbosa curiosidad- optó por insistir... hasta que encontró respuesta: "sí, me gustaría liarme con X". Da la casualidad de que X era el más antiguo y querido de los amigos de él.
Tratando de ser consecuente el tipo optó por ignorar el asunto durante meses y eludir así los fatales tormentos con que los dioses acostumbran desde tiempos inmemoriales a castigar a los mortales cuando violan el más sagrado de los mandatos, el de no arrancar de las sombras el Secreto destinado a seguir habitando entre ellas para siempre. Pronto, el alma de aquel desgraciado se desgarró entre el terror a que aquel deseo adultero se consumara y el de que, no haciéndolo, quedara para siempre en el alma de su esposa, esperando como una bestia agazapada para deslizarse reptando entre sus sábanas conyugales.
No importa demasiado saber qué terminó pasando, aunque es fácil presumir que la cosa acabó mal. A grandes rasgos, y hasta donde llega mi conocimiento de este relato completamente verídico, puedo decir que el matrimonio acabó en divorcio -sospecho que por razones ajenas a lo que he contado y acaso bastante más prosaicas-, que Ginebra terminó acostándose con el amigo y que le supo a lo mismo que los otros muchos con los que se fue a la cama, que los dos viejos amigos se distanciaron... Muchos años después coincidieron por casualidad y optaron por esquivar antiguas rencillas y reanudar, siquiera aquella tarde, su vieja amistad. "¿Sabes?", dijo el ex-marido de Ginebra, "para mí, desde aquello, tú siempre fuiste para mí como Lancelot". Al final, las historias no acaban teniendo el mismo aspecto que las leyendas a las que imitan, pero es sorprendente la facilidad con la que los viejos ciclos narrativos se repiten. Una y otra vez, a poco que uno tuerza la mirada lo suficiente como para aprender a leer renglones torcidos, me encuentro la historia de El Rey Lear, la de Antígona, la de Odiseo... y eso por no hablar del Capitán Trueno o del Shane de Raíces profundas.
Me ha venido hoy a la memoria el asunto que les he relatado al inicio porque ayer volví a ver Excalibur, visión cinematográfica muy años ochenta del ciclo artúrico por parte de John Boorman. Es inevitable jugar con todo el atrezzo que crea el efecto de hechizo sobre un paisaje indudablemente seductor: la Tabla Redonda, la espada mágica clavada en la roca, la búsqueda del Santo Grial, las murallas de Camelot... De toda esa eficaz trama narrativa, nada fascina tanto como el menage a trois que termina desencadenando la maldición sobre el Rey Arturo, sus caballeros y su pueblo. Con el Reino cargado a las espaldas, fiel a la tarea de unificación y pacificación de las tierras de Camelot que el Mago Merlín le ha encargado, Arturo no puede conceder las atenciones necesarias a su amada esposa Ginebra, la cual no solo parece que era una bella dama medieval sino que además pasaba por ser algo insumisa, manera fina de decir que se dejaba caer con facilidad en brazos del primer Caballero de refulgente armadura y espada enhiesta que cruzara las puertas de Camelot. La fatalidad sobreviene cuando, inclinados por su pasión en la dirección opuesta a su devoción hacia el esposo y el amigo, Lancelot y Ginebra terminarán yaciendo juntos: "¡el Rey sin espada, el Reino sin Rey!". Arturo caerá entonces en un extraño sopor -"no puedo vivir, no puedo morir"-desprovisto del poder de Excalibur, sin el socorro del mejor de sus guerreros ni el amor de su esposa. Para salvar al Reino, enviará a sus Caballeros en todas direcciones en busca del Santo Grial, única reliquia con poder para romper la terrible maldición.
Ninguno de los caballeros, acaso por la influencia de la ópera wagneriana, se asocia tanto a la trágica diáspora de buscadores del Grial como Perceval, una búsqueda, por cierto, que anticipa el espíritu de las Cruzadas, presuntamente guiadas por la necesidad de restañar la herida de la culpa mediante la recuperación de una reliquia de enorme valor. De origen servil, Perceval es el más leal y tenaz de cuantos se sientan a la Tabla Redonda. Él será quien rompa la maldición al resolver el acertijo del Grial y recuperar con ello la salud del Rey, el cual -de nuevo con Excalibur en la mano- ajustará cuentas con los usurpadores y pedirá a Perceval, antes de morir, que devuelva la espada a las aguas mágicas de la Dama del Lago, guardiana para siempre del símbolo del poder. Siempre he visto en Perceval al paradigma del héroe plebeyo. Impostor dentro del orden caballeresco, Perceval obliga al Rey a armarle caballero para poder defender el honor de la Reina de las acusaciones de adulterio. Creo que va seguir fascinándome siempre ese sentido del honor -ininteligible para los verdaderos nobles- por el cual un Don Nadie improvisa la más terrible de las decisiones sin estar capacitado para luchar contra Galwain. Paradoja del romance artúrico, habrá de ser un plebeyo, un impostor, quien, según la interpretación del relato de Boorman, asuma la salvación del Reino aristocrático por excelencia.
Con todo, no hay leyenda artúrica sin el Mago Merlín. Personaje esotérico por excelencia, es retratado por John Boorman como una especie de cínico algo indolente, chistoso y un poquito farsante, que cumple con cierto fastidio la misión de emplear su sabiduría al servicio de la unidad del Reino. La habilidad con que el Mago se mueve como una sombra entre los bosques es cómplice del ingenio con que contesta a las preguntas del Rey. No tengo ninguna duda de que el Jedi y Obi Wan Kenobi, del ciclo galáctico de George Lucas, son un trasunto de Merlín, maestro que se expresa en medio de paradojas y previene una y otra vez al futuro Rey contra el peligro de romper los frágiles equilibrios en que se sustenta la vida de la comunidad. "Recuerda que siempre hay alguien más listo que tú", le dice al joven Arturo el día en que se encuentra con Lancelot cerrándole el paso en un puente del río. O, tras preguntar Arturo en sus mejores días si el Bien ha triunfado definitivamente, contesta que "el Bien habita siempre junto al Mal". Y mi preferida, esa aparición fantasmagórica, cuando supuestamente ya ha muerto, y es convocado por Arturo en vísperas de la batalla final.
-"¿Eres acaso un sueño, Merlín?", pregunta Arturo.
-"Sueño para algunos", "¡PESADILLA para otros!"
En algún momento tardío del relato, Merlín confiesa su melancolía por la desaparición del mundo mágico de los brujos. Conocedores de toda suerte de hechizos, desde el poder afrodisiaco de la mandrágora hasta el poder para atraer la niebla o provocar el sueño, los herederos de los antiguos druidas recogen la sabiduría ancestral de un mundo pagano y politeísta, con bosques repletos de pequeños dioses y angostas grutas donde es posible recoger el aliento del Dragón. "Un nuevo Dios único viene para acabar con nosotros para siempre". El triunfo en las antiguas regiones bárbaras de la iluminación cristiana generó un nuevo modelo de civilización y una nueva burocracia de sacerdotes y burócratas. Con la desaparición de Merlin, que se retira cuando la única solución ya es el proyecto ecuménico del Grial, desaparecen también toda una serie de cultos de los bosques bajo cuyos daimones y númenes se protegieron antiguamente las pequeñas comunidades europeas. Se me ocurre pensar si la muerte de Merlin supone la ruptura de una forma de relación con la naturaleza, la cual dejará de ser Madre y sortilegio para convertirse en gélida materia prima para la edificación del nuevo mundo urbano que se avecinaba.
-"¿Eres acaso un sueño, Merlin?"
Desde luego que lo es, y Arturo apenas una leyenda con algunos pequeños visos de realidad. Y me pregunto si no es mejor seguir creyendo en los sueños. Entretanto, cada vez que alguien me habla de la imposibilidad de alcanzar una misión, siempre recuerdo lo que Merlín le diría:
-"Recuerda que nadie imaginó que sería aquel criado aparentemente insignificante el que sacaría Excalibur de la piedra para proclamarse Rey."
3 comments:
Tengo la impresión de que la leyenda artúrica es una mezcla de elementos (aunque no he leído los libros de Malory, que tengo en casa por una estantería) que se remonta a la época prerromana y llega hasta la edad media. El mago Merlín, sin duda, es un heredero de los druidas celtas, que todavía convivieron con el dominio romano y luego debieron convertirse en una casta en extinción ante el avance imparable del cristianismo. Tienes razón al intuir que la muerte de Arturo supone el fin de una época y la introducción de un nuevo orden. También estoy de acuerdo contigo en que Lucas ha tomado elementos de la leyenda artúrica. Por otra parte, existen desde antiguo testimonios del juramento sobre una piedra (desde los reyes de Atlántida hasta la versión cristiana y castellana del conde Fernán González, alrededor del cual prestan fidelidad todos sus nobles), lo cual está relacionado con el tema de la espada en la piedra y la posterior fidelidad de los caballeros arremolinados en torno a la tabla redonda. Quizá el tema de Perceval apunta más al mundo caballeresco medieval. Saludos. Notorius.
Aún recuerdo la primera vez que escuché esa máxima que dice que "la curiosidad mató al gato". Al principio no la entendí, pero luego, y a base recopilar ejemplos, he llegado a captar su esencia. La historia que nos cuentas de tu conocido es digna de una tragedia griega. Sólo de pensar lo que debió sentir en el momento de la confesión, ya me dan escalofríos. Con tantos hombres en la Tierra y justamente te tiene que gustar X. En estos casos, la Ley de Murphy se queda manifiestamente corta. Sólo espero que tu conocido lo haya podio sobrellevar de la mejor manera...
Aunque la gente crea que hay alguien que ha elaborado a su gusto una lista clásicos de la literatura, no es así. Los clásicos se han ganado a pulso ese título. No creo recordar haber visto esa versión cinematográfica que citas, pero si he visto últimamente la versión esa que dieron en titular "El primer caballero", con Julia Ormond en el papel de Ginebra. Te confieso que cuando la vi enrollarse con Richard Gere a espaldas de Sean Connery, sentí una enorme pena por éste. Supongo que el caso de tu conocido es distinto. En esa película existe un componente económico-político (Ginebra se casa con Arturo bajo la premisa ímplicita de éste proteja a su pueblo) que supongo no existe en ese caso que nos relatas, pero que existe, evidentemente, en la vida real. La vida está llena de Ginebras (y por supuesto también de hombres que hacen ese papel) que tienen a un Lancelot escondido, aunque no vivan, precisamente, en Camelot.
La versión artúrica que maneja Boorman proviene de un autor renacentista, Sir Thomas Malory, que le da un toque más moderno que de cantar de gesta medieval. Es cierto que Boorman no profundiza en la cuestión del matrimonio interesado que apunta Paco, de manera que se queda más con el paisaje romántico. No obstante, cuando la maldición desata la sequía y la miseria sobre el pueblo de Arturo, Perceval es casi linchado por algunos campesinos, los cuales lanzan su ira sobre un caballero, pues implícitamente se acusa a la nobleza de haber desencadenado el mal. Es también interesante el papel de Lancelot, que se une a un grupo de aquellos enloquecidos, afectados por delirios y bailes de San Vito que predicaban la conversión y la penitencia ante la corrupción de las costumbres. David P. Montesinos.
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