Thursday, September 10, 2009






POZUELO genera poco más o menos el mismo tipo de razonamientos: violencia irracional, puro vandalismo nihilista por parte de un grupo de pijos del municipio con la renta per cápita más alta de España. No pretendo refutarlo, pero sí matizarlo, pues hay algo que no me cuadra, algo que convierte el análisis en confortable simplismo, sin más consecuencia que la ya habitual en estos casos: más mano dura por parte de policías y jueces, en suma, el Estado haciendo valer aquello que Max Weber le atribuía como rasgo definitorio, el ejercicio legal de la violencia en régimen de monopolio.


Está bien, pero, de entrada, tengo dudas de que una reyerta tan masiva -se habla de miles de implicados- sea protagonizada exclusivamente por niñatos bien del pueblo. La provincia de Madrid en agosto es una procesión de trenes que dejan cientos de jóvenes por la tarde en la localidad donde hay festejos ese día y que regresan -completamente bebidos- a sus lugares de origen al día siguiente. No pretendo decir que los chicos de Pozuelo, donde hay familias muy prósperas y otras que no tanto, no tengan ninguna propensión a la violencia; lo que creo es que hay una relación directa entre los focos más o menos localizados de violencia juvenil -el botellón, con o sin ataques a la policía es violencia pura contra la ciudadanía- y un estado general de malestar entre los jóvenes.





Miren. En el curso que está a punto de empezar van a matricularse en bachiller muchísimos alumnos que en su momento abandonaron el sistema, una vez obtenida a trancas y barrancas la titulación básica de la ESO. Algunos lo hacen por presión familiar, otros por no estar en casa viendo la tele y otros porque se han dado cuenta de lo terriblemente inhóspito que es el mundo laboral, lo que les ha hecho entender que después de todo no se estaba tan mal en un pupitre. El problema es que la mayoría fracasarán y volverán a salir del sistema... desgraciadamente. Lo que a nadie se le escapa es que este fenómeno, el cual, en un momento de descenso de la presencia inmigrante, ha incrementado por primera vez en mucho tiempo las cifras de matriculación escolar, no es consecuencia de que la sociedad haya entendido por fin que la enseñanza nos hará libres y que la ilustración es el futuro. El problema de la mayoría de los jóvenes es que no saben qué demonios pintan aquí... Y no me refiero, aunque también, a algún tipo de angustia metafísica sartreana, sino a la evidencia de que -salvo que hereden- jamás tendrán una casa propia, que su instalación en el mundo laboral será precaria y lo será acaso para siempre, que los valores que les han transmitido los adultos -si es que se los han transmitido- son hipócritamente traicionados por los propios adultos, que lo que se les enseña en un aula no parece tener vínculo alguno con sus intereses inmediatos, etc, etc... Yo podría zanjar el tema diciendo que los asaltantes de la comisaría son un hatajo de indeseables, pero, como no creo que se trate de un hecho aislado sino de un síntoma de algo mucho más serio, prefiero no quedarme con las soluciones que a mí y a mis coetáneos nos confortan -"nosotros éramos mejores"- ya que con ello no hacemos sino agrandar el abismo de incomunicación generacional en que nos estamos instalando, como día tras día percibo -les aseguro que para mi pesar- en las aulas del Instituto.

Pensemos una miajica. Lo que a mí me maravilla del tema del botellón es que el tipo de razonamiento que emplean sus fans para defenderlo es propio de un consumidor. No sé si me explico. El señor o la señora que devuelve un producto que considera que está en mal estado, pide el libro de reclamaciones o se encara con la pescadera del supermercado porque le parece antipática, está reivindicando su derechos ciudadanos -con razón o sin ella- desde la dimensión de consumidor. Cuando ante un problema de salud pública como es el que tratamos, el argumentario que aparece una y otra vez cultiva en exclusiva dicha dimensión, entonces es que definitivamente el ciudadano que intentamos formar en la escuela ha quedado estrangulado por el cliente. ¿Qué significa si no la frase, repetida una y otra vez en mis clases de Ética, de que "se hace el Botellón porque las copas en los garitos son muy caras"?



Cuando escucho esta frase tengo siempre que hacer un esfuerzo para no indignarme. Yo he visto a mi madre volver llorando del supermercado en los años más duros de la inflación, y me temo que mi testimonio de niño bien alimentado es ridículo comparado con lo que vivieron mis abuelos en tiempos de cartilla de racionamiento y estraperlo. Y sin embargo, ¿no será que es esa mentalidad la que les estamos transmitiendo? Es la misma desazón que me produce intentar convencer a mis alumnos de que es legítimamente sancionable atender al teléfono móvil en un aula cuando los cines, las reuniones, las cenas y hasta los lechos del amor están repletos de imbéciles adultos a los que no solo les suena el móvil dichoso sino que además lo contestan y hacen que te enteres de que su tía se operó de un quiste o de cómo os fue por Ibiza, tía...






Así, un mal servicio, en este caso el precio presuntamente excesivo del producto, justifica una reunión masiva en medio de la calle de gente poniéndose hasta el culo, con todas las consecuencias que tal cosa acarrea, en especial para los desgraciados de los vecinos que viven en el espacio ideal para este tipo de batallas etílicas. El quid de la cuestión habrá de ser entonces que el joven tiene derecho a beber alcohol. Que yo sepa, la Carta Internacional de Derechos Humanos habla del derecho a la alimentación, a la salud, a no ser torturado... pero no me consta que vayan a incluir el derecho a beber cerveza, y menos a trasegarla como un bárbaro -qué macho, cuánto aguantas-, y menos a hacerlo abajo de mi casa y luego mear en el portal y, si se tercia, pegarle una pedrada a la vieja que se queja.

Unos cabroncetes, sí, pero reconozco este tipo de comportamientos en personas que ya peinan canas y se consideran respetables. No hablaré ahora del vandalismo intergeneracional que se tolera en fiestas de no guardar como las Fallas, demasiado tema hay en ello. Pero sí me vienen a la memoria unas cuántas visitas de padres más o menos airados que he observado o sufrido en mis carnes a lo largo de mi vida como docente. Algunos achacaban el endémico suspenso de su hijo a que el profesor de matemáticas "no le motivaba ni hacía las clases divertidas". Otro decía, tras ser la alumna sancionada por conductas reiteradamente agresivas con sus compañeros y profesores que "mi hija se rebela siempre contra los que ejercen el poder y que lo que necesita es más cariño y menos mano dura." Y no me olvido de aquel alumno odioso que se dedicaba a reventarme las clases sin motivo aparente, lo que sus padres justificaron mirándome con cierto desprecio con el argumento de "que nos han dicho los psicólogos que es un superdotado". ¿De qué nos extrañamos? Es posible que toda esta sarta de memeces merecieran otro tratamiento si, en vez de en una escuela, estuviéramos en el Corte Inglés, donde "el cliente siempre tiene razón" y "si no queda satisfecho le devolvemos su dinero".



El problema es que la escuela es un servicio público y no unos grandes almacenes. ¿Están de acuerdo? Pues pásmense. Una vez me dio por leer -debe ser masoquismo- los planes de dirección de centro de dos aspirantes a regir los destinos de un instituto. Ambos, en la introducción a sus proyectos, consignaban como principio básico el compromiso con "la satisfacción del cliente". (Houellebecq saltó a la fama con un libro titulado El mundo como supermercado, me viene irremediablemente ahora ese título a la cabeza.) Los dos eran profesores, es decir, mis compañeros de profesión. Si lo convertimos todo en un supermercado, ¿de qué nos extrañamos entonces?


Pues bien, la prensa anda últimamente haciendo preguntas por Pozuelo. Un juez ha castigado a los numerosos detenidos, menores de edad casi todos, con la prohibición de salir de casa por la noche. "La gente va a beber igual... y si no se la liamos otra vez a los maderos", dice un envalentonado adolescente. Experimento la misma desazón que ustedes ante asuntos como éste. Ya puestos, y no quiero dar ideas, en el imaginario de muchos de nosotros la intención juvenil de asaltar una comisaría o montar barricadas por las calles para hacer frente a los aparatos represivos del Estado significó otra cosa en algún tiempo.




Pero no es la claudicación melancólica lo que le dará profundidad al debate que el tema debe suscitar. Difícil asunto...

8 comments:

Alba said...

Al leer estas noticias parece que el único culpable de esto sea el alcohol, pero la violencia no solo es culpa de las reuniones nocturnas en plazas. Por supuesto que la educación no es el corte ingles, pero no creo que se trate de mano dura, ni de mucho cariño como dice esa madre, hay pasos intermedios y la educación en estos tiempos no hace mucho para evitar ciertas cosas. Se da ética en cuarto de la eso y eso es una vergüenza ¿que pasa con todos los años anteriores? ¿No son esos importantes para la moral?
Luego esta el tema de la educación familiar, no podemos culpar solo a lo ocurrido dentro de las aulas, porque dentro de algunas casas la educación basica deja mucho que desear..

Después nos quejamos de las cosas que ocurren, pero aquí todo esta relacionado.

Respecto al botellón, yo soy la primera que el viernes por la noche salgo a la calle después de haberme pasado por el mercadona, y respecto a tu indignación sobre las copas caras en los bares tengo que decir que la cosa en parte es así, si tienes un mínimo de dinero para salir y la entrada a un sitio te cuesta tanto dinero o un tercio te cuesta 3 euros en un bar, por el mismo dinero tu te compras tres litros en un supermercado. Sí, el bar será mucho mejor, estas en un sitio que te gusta, no molestas a los vecinos y te reúnes con tus amigos, pero el bar a las 3 de la mañana esta cerrado, y el metro hasta las 6 de la mañana no pasa, así que a no ser que tengas suerte y te de tiempo a coger un autobús nocturno (si es que pasa cerca de donde estas y pasa por donde tu vives) no te queda otra que seguir en la calle, dormir en la calle o recorrerte unos cuantos barrios en soledad para llegar hasta tu domicilio…
Así que lo quieras o no al final tienes que acabar igualmente en la calle, o eso o quedarte en tu casa tranquilamente y no salir porque sino no podrás volver a tu casa…

Igualmente lo del tema del botellón siempre se lleva al extremo, que estés en la calle bebiendo no significa que vayas a liarla o empieces a destruir cosas.

Respecto a esos jóvenes tan simpáticos que mean en el portal de tu casa: sí es una completa guarreria, y no lo voy a defender en ningún momento, pero si tengo que decir que todos nosotros alguna vez nos hemos visto en esa situación, ya que no hay nada abierto a esas horas, y no hay ningún baño publico en nuestras calles ya que esto solo existe en Valencia cuando son fallas o cuando viene el papa a visitarnos…

Un saludo!

David P.Montesinos said...

Otro saludo para ti y gracias, Alba, como siempre que apareces por aquí. Detecto cierta indignación en tu comentario, y me parece bien porque, como tú dices, hay mucho que decir en esa criminalización de conductas juveniles a las que parece que somos tan propensos, si bien espero que adviertas que en el post, sin dejar de cuestionar actitudes incívicas, también apunto a que la conflictividad no nace de la nada y que, como tú dices, las cosas están relacionadas.

No voy a ser tan hipócrita como para negar que yo también he hecho muchas de esas cosas, desde mear en la calle -que lo haya hecho en el pasado no lo convierte en menos odioso- hasta beber una litrona sentado en una acera. Cuando yo estaba en el instituto no era costumbre beber en la calle, digamos que, de hacerlo, se hacía a hurtadillas y en grupos muy pequeñitos porque dábamos por hecho que si nos salía un poli nos la montarían.

Por supuesto que no todo el mundo que está en la calle con una cerveza está a punto de empezar a hacer barbaridades, pero sí es cierto que muchas personas jóvenes bebiendo alcohol en gran cantidad en la calle tiene pinta de ser la antesala de cosas desagradables. Es por eso que me cuesta entender lo del macrobotellón.

Si se empieza a prohibir fumar en lugares públicos y beber alcohol en los estadios o en los bares de las escuelas es por qué se intenta conseguir un entorno comunitario más habitable. Si las personas, adultas o no, no entendemos que molestar a los demás es abusar de nuestra libertad a costa de que los demás pierdan la suya, entonces la escuela ha fracasado.

La alusión que hago al tema de lo caro de las copas tiene que ver con que no percibo entre los defensores del botellón sensibilidad hacia los derechos de sus vecinos. Esgrimir el derecho a beber alcohol y a comprarlo barato para luego consumirlo en la calle será o no aceptable, pero no es la postura de un ciudadano. No hay nada en ese razonamiento que ayude a que vivamos comunmente sin dañarnos unos a otros.

Margarita said...

¿Crees que el/la ciudadano/a como consumidor supondrá, a medio plazo, una crisis para la función pública?. Cada vez más, conservadores y socialdemócratas, están privatizando la gestión de la sanidad pública, y otros servicios.

David P.Montesinos said...

Hola, Margarita. Oportuna pregunta que presupone una reflexión inquietante. Sí, sospecho que es eso lo que se está "cociendo". Fíjate. Obama ha bajado brutalmente sus índices de popularidad desde que ha planteado una reforma sanitaria cuyo principio es el de que hay que la nación necesita recuperar espacios para la sanidad pública. La razón de Obama es que en los USA hay cerca de 46 millones de personas desasistidas, abandonadas completamente por el sistema hospitalario, más o menos lo que suponemos que pasa en la India o en el África Negra. Obama cree que, con eso, lejos de endeudar más la hacienda pública se lograría lo contrario, pues las empresas privadas que tienen la concesión de seguridad social suponen unas pérdidas brutales para la administración. Pues bien, el norteamericano medio parece que tiene horror a ir a parar a un hospital público, que se lo imagina como una especie de beneficencia llena de mendigos y apestados. Igualmente, están imbuidos desde hace mucho -desde la constitución misma de la nación- del prejuicio de que la gestión pública de un servicio es siempre burocrática, ineficiente y corrupta, de manera que lo que a ti y a mí nos parece perfectamente razonable -la reforma de Obama- a millones de norteamericanos les parece la obra de un lunático.

A donde voy a parar es al mismo temor que tú manifiestas. Si nos identificamos con la imagen del consumidor en todos los ámbitos, entonces terminamos exigiendo que se nos "satisfaga". Pero la misión de un hospital, de un servicio de grúas, de una oficina de gestión pública o de una escuela no es satisfacernos, no es colmar previo pago nuestros deseos, sino ofrecernos aquellos bienes a los que tenemos derecho y que nos permiten vivir en condiciones dignas dentro de una comunidad.

Creo que es peligrosa la naturalidad con que asumimos que determinados servicios públicos pueden privatizarse sin más, como si no se perdiera nada con ellos, como si solo nos beneficiáramos por el hecho de que se reducen costes por eficacia de gestión (todos sabemos lo que significa en el mundo empresarial eso de "reducir costes") Creo en definitiva que la prosperidad de Europa está basada en un concepto de "estado social de derecho" donde las garantías de asistencia de la cosa pública a los ciudadanos es una conquista irrenunciable. Del abandono de esa idea desde la Era Thatcher vienen cataclismos económicos como el que nos ocupa.

Justo Serna said...

Muchas gracias, sr. Montesinos, por su bellísimo comentario en mi blog.

David P.Montesinos said...

El placer y el honor son míos, caballero.

Margarita said...

Los espacios públicos son necesarios si una comunidad quiere vivir como tal, y yo sólo veo privatizaciones (hechas en muchos casos por gente que defiende lo público y lleva a sus hijos a los colegios privados, utiliza la sanidad privada,...) que están minando los nexos entre la comunidad. Los jóvenes han de cuestionar cualquier status quo, pero ese gen consumidor que trasluce cada día más nos va a llevar a más nivel de exigencia y de individualismo.
Ojalá Obama sea algo más que un iluminado fuera de tiempo.
Gracias, como siempre, por tus posts.

David P.Montesinos said...

Gracias a ti, Margarita. Fui escéptico inicialmente con Obama. Me parecía un producto de marketing forjado en algún think tank de Chicago para aprovechar el descrédito que la era Bush había generado en torno a los Republicanos. Mis sensaciones han cambiado justamente ahora con el asunto de la reforma de la sanidad pública, justo cuando -curiosamente- sus índices de popularidad han bajado cuantiosamente.