EL SÍNDROME DE TÚNEZ
Yo descubrí un síndrome. No quise por humildad -ya saben que me crié con los curas- ponerle mi nombre. Sin embargo, si repasan los catálogos de síndromes, fobias y complejos de wikipedia, se encontrarán cosas tan estrambóticas como la "rusofobia", que se define como la fobia a los rusos, o la "hippopotomonstrosesquippedaliofobia", nombre con el que se designa a la fobia a las palabras largas. De manera que, pese a mi modestia, no me opondría a que alguno de ustedes incorporara el síndrome con mi nombre a la cyberenciclopedia universal, pues parece que por allí admiten cualquier gilipollez. Me gusta imaginarme -disculpen la vanidad- al Doctor House diagnosticando a gritos mientras el paciente se convulsiona y lanza espumarajos verdes por la boca:
-"No puede ser lupus si los espumarajos son verdes: ¡Es un Montesinos clarísimo, hatajo de idiotas!"
Voy a conformarme con llamarlo Síndrome de Túnez, aunque no descarto cambiárselo por el de Síndrome del Turista Paleto. El descubrimiento proviene del relato de horror que escuché hace largos años sobre el viaje que hizo a Túnez un antiguo conocido. Desconozco las razones que empujaron a aquel cenutrio a embarcarse en una expedición a tierra sarracena, cuando muy bien hubiera podido hacer uno de esos viajes marujones al Vaticano con la parroquia, o uno de esos cruceros donde lo más emocionante que te pasa es que te vistes de bucanero gay -tu esposa de putilla de los Mares del Sur- en la fiesta de disfraces que celebra el Capitán. Pues no, señor, alguien le metió en la cabezota que en Morilandia no sólo había ladrones, terroristas y violadores... y como además salía bien de precio. El viaje le salió barato, sí, pero por lo visto también le dejó una huella profunda. Recuerdo la mirada de pavor con la que refería su odisea:
-"Túnez es un infierno... pobreza y suciedad por todas partes... no había sitio donde no intentaran estafarte...la comida era asquerosa...miran a las mujeres como si nunca hubieran visto una... todo estaba lleno de lisiados y enfermos..."
Este tipo de historias para no dormir las escucha uno con frecuencia por ejemplo de quienes tienen la ocurrencia de viajar a Cuba: "mira, yo no soy sospechoso de ser de derechas, pero, caramba, es que están muy mal, y al tío Fidel ya le vale... No paran de salirte mulatos ofreciéndote de todo. No me gustó La Habana la verdad, solo hay miseria."
En ocasiones me pregunto qué demonios espera la gente encontrar cuando hace turismo por eso a lo que suele llamarse el Tercer Mundo. Si no hubiera ladrones en las aceras, si los metros llegaran a hora y no estuvieran sucios, si los médicos te atendieran pulcramente cuando enfermas o si no te entrara diarrea con los picantes, entonces no se llamaría Tercer Mundo, serían países opulentos e hiperdesarrollados. El problema entonces es que no habría negros abanicándote ni los precios serían baratos ni resultaría todo tan pintoresco, aparte de que haría un frío de cojones, los mojitos serían cerveza, las playas no tendrían palmeras y estaría usted en Hamburgo y no en el Caribe. Y para colmo, si se le ocurriera buscar prostitutas quinceañeras probablemente acabaría en una lóbrega mazmorra, no como en esos lugares donde se vive justamente de que usted vaya de putas.
Creo, mojitos y playas tropicales al margen, que con este asunto hay un leve toque de islamofobia. Y aquí sí me pongo serio. Yo he visto a gente ponerse muy nerviosa en Estambul porque obligan a las mujeres a ponerse un pañuelo en la cabeza para entrar a la Mezquita Azul o nen Casablanca porque al conductor de un taxi le dio por ponerse de rodillas a orar cara a La Meca cuando se escuchó la llamada del Almohacín. He estado -menos de lo que me habría gustado- en algunos países árabes y mi conclusión es que la cantidad de desaprensivos que intentan engañarte o robarte es similar a la de cualquier reino de la Cristiandad. Ni siquiera diría que esa cantidad es directamente proporcional a la pobreza dominante: muy al contrario, donde hay más opulencia tiende la gente a ser más insolidaria.

Viene esta reflexión al hilo de la consulta ciudadana que el Partido Popular de Suiza ha conseguido tras recabar miles de firmas con la intención de prohibir la construcción de minaretes en el país. Como sabemos, las mezquitas suelen acompañar su construcción de este tipo de torres que son visibles a distancia. Pocas imágenes hay grabadas en mi memoria tan bellas como la de los cientos de minaretes que se recortaban en el cielo del atardecer de Estambul desde los puentes del Bósforo... pero lo que a mí me parece pura belleza a los conservadores suizos les resulta amenazante y terrorífico. No obstante, en la propaganda que difundieron para lograr el referendum aparece una mujer con el velo puesto respaldada por minaretes con forma de misil. En esa publicidad se lanzaban preguntas del tipo: "¿quieres ser lapidada?" o "¿quieres que te corten la mano?"
En Suiza un veinticinco por cien de la población es de origen extranjero. De entre los credos no cristianos, el que cuenta con mayor número de practicantes es el islámico, debido al abundante contingente de población proveniente de Turquía. Al parecer, muchos ciudadanos temen que la nación de los Alpes esté viviendo una gradual y silenciosa islamización. Curiosamente, no parece que los impulsores de la consulta preparen algo similar respecto a los templos de otras religiones que, como la hindú, la hebrea o la budista, también están diseminados por el país. Personalmente, no tengo mejor ni peor opinión de tales credos que la que tengo del musulmán -cosa que hago extensiva al cristianismo-, pero sí tengo mala opinión de la Cienciología, que me parece una broma de mal gusto y una organización de timadores, y que sin embargo también cuenta con iglesias en el país, unas iglesias que tampoco serán objeto de ninguna consulta de este tipo.

No tengo ninguna duda de que lo que pretenden los ideólogos de este desagradable asunto es atraer el voto del miedo y remover los bajos instintos de la gente. Hubo un gobernante -de nombre Adolfo Hitler- que demostró verdadera maestría por tierras centroeuropeas en eso de convertir el temor a los distintos en una excusa para presentarse como Salvador de la pureza de la Nación y de la Raza. No veo grandes distancias entre los procedimientos para manipular y movilizar a las masas de aquel tiempo y lo que ahora se pretende. No estaría mal, por cierto, por si se nos ocurre que este asunto es insignificante, que nos pongamos en la piel de los miembros de una minoría extranjera cuando son acosados de esta forma. Ayer mismo, desde mi balcón escuchaba el altavoz del coche de un partido minoritario de ultraderecha que llamaba a los lugareños a manifestarse contra la presencia de inmigrantes, los cuales están al parecer quitándonos a los españoles el trabajo en tiempos de crisis. Me vienen a la cabeza los numerosos alumnos, por ejemplo de origen hispanoamericano, que tengo en los pupitres del Instituto.
Debe ser intelectualmente confortable entregarse al juego de quienes padecen en algunos de sus tipos el Síndrome de Túnez, que consiste en seguir creyendo, mil años después de las Cruzadas, que la tribu de Ismael se extendió por el mundo para crear problemas. Yo creo que es bastante más sencillo: el Islam, al contrario que otras culturas no occidentales, es tenazmente refractario a los valores de Occidente -los buenos y los malos- y eso convierte al árabe en un personaje particularmente viscoso cuando emigra o cuando nos recibe. Como dijo un humorista de la tele: "¡Si quieren beber té que se vayan a su país!"
Yo podría no obstante ponerme tan imbécil como aquel primer caso que detecté del Síndrome de Túnez. Se me ocurre pensar entonces que Suiza es un país particularmente odioso. Absolutamente escrupuloso con la legalidad, seguro que te empapelan si te pillan fumando un porro o te aplican la ley de vagos y maleantes si andas por ahí sin ocupación fija, pero eso no les impide haber forjado su obscena prosperidad económica gracias a una maquinaria del mal perfectamente legalizada y absolutamente dañina para el mundo como es el secreto bancario. De ello se benefició especialmente el nazismo. Esa prosperidad, por cierto, tampoco sirve para evitar brutales contrastes de renta per capita entre los suizos de origen y la población inmigrante... aunque ya se sabe que para que la casa resplandezca alguien tiene que hacer el trabajo sucio.

No se preocupen, no sigo: las encuestas indican que la mayoría de los ciudadanos suizos no secundarán el proyecto de acabar con los minaretes. Son además muchas las asociaciones que han protestado enérgicamente en el país denunciando el ejercicio de racismo que todo este asunto tan turbio está intentado activar. Ya lo ven: no hay manera de declarar a un país como maldito, ni siquiera a Suiza. Mejor no perder el tiempo con maximalismos: uno siempre se equivoca con ellos.
Por eso hay inmigrantes turcos en Suiza, no sé si nos acordamos. Y hablando de acordarse: ese país está lleno de hijos de la inmigración española. Por fortuna, las iglesias católicas no tienen minaretes como las mezquitas de Suiza. O las de Túnez.