
ESTO ES TODO
Pero ya he dicho que no valgo para gurú, y además cada vez que me pongo demasiado fatalista me acuerdo de que el sonsonete apocalíptico corresponde a personas que vociferan cada noche en los medios más reaccionarios para convencernos de que Zapatero es el culpable de la crisis, de la desconfianza de los mercados y de que a Iker Casillas la marquen un gol.

Por eso creo que será mejor hacer un poquito de memoria, aunque sólo sea por no perder la lucidez. Tengo un amigo que nació en cierto pueblo muy diocesano de Castellón. "Cuando pienso en cómo era todo en este país cuando yo era crío, me sonrojan todas esas soflamas apocalípticas que aseguran que cada vez estamos peor. Recuerdo el espíritu servil con que mis padres aceptaban la injusticia, el autoritarismo de los curas del colegio, la impunidad con la que se trataba a las mujeres, la vergonzante represión sexual, la corrupción de las autoridades que salían en cabeza de las procesiones con el puro en la boca, la pobreza, las calles sin asfaltar... No pasaba un día sin que desearas salir corriendo a otro pueblo, otra ciudad, otro país..."
Tiene razón. En este país hemos pasado de ver cerdos y ovejas por las calles, o de que la gente hubiera de emigrar a Alemania, a quejarnos porque vienen extranjeros o porque no nos dejan descargarnos música de gorra en internet. En las últimas horas del año en que murió Luis García Berlanga se me ocurre pensar algo: el mundo de Plácido o de El verdugo, aquella España gris y deprimente, aquella cultura de tan mal estilo donde la libertad se ejercía contando chistes en voz bajo sobre el Dictador ha quedado atrás para siempre.
Saldremos de ésta pese a todo.
2. La fiesta de fin de año tiene un componente humorístico que se hace valer en las calles. No me refiero al Especial Nochevieja, en el que cantará Raphael, como viene sucediendo desde hace medio siglo, lo cual convendrán conmigo en que tiene su gracia. No, me refiero a lo de la San Silvestre, donde los corredores no compiten por ganar tanto como por exhibir sus disfraces de demonia sexy, puta travestida, monje trapense o vikingo. Será que soy un cutre, pero a mí la cosa me hace gracia, más o menos lo mismo que me pasa con esos tipos que acuden a congresos sobre Foucault, presentaciones de libros o debates sobre el futuro de la izquierda, y que toman la palabra para decir que hay una conspiración mundial contra ellos, que a Hitler le faltaba un testículo o que el mundo no comprende su genialidad. No debería, pero me hacen gracia estos personajes. Se me ocurre si no forman parte de una secreta trama friky para sacarnos de la circunspección justo en esos momentos en que corremos el riesgo de tomarnos la vida excesivamente en serio.
Claro que el humor es algo mucho menos fácil y accesible de lo que nos pensamos. Tuve una compañera en la universidad que se pasaba el día diciendo lo mucho que amaba a Groucho Marx. Un día, al inicio de un examen de Ética, un tipo entró en el aula disfrazado de fraile franciscano y se le sentó al lado. La profesora le dijo que, a ser posible, se bajara la capucha del disfraz y que se sentara en otra mesa, pues nos había separado de a uno.

-"Me he sentado aquí porque pienso copiar", contestó el interfecto, dos segundos antes de que la profesora le ordenara salir del aula inmediatamente.
Mi amiga pasó semanas enteras despotricando contra aquel "imbécil" que tanto la había molestado sentándose a su lado con tan perversas intenciones, ofendiéndose cada vez que yo le explicaba que la escena -en medio de la solemnidad gaudeamus igitur de un examen final- me había resultado hilarante. Le había pasado lo mismo que a la mayoría de devotos católicos que conozco, que se pasan el día dándote la paliza con Jesucristo pero serían incapaces de reconocerlo si lo tuvieran al lado en la barra de un bar. Vamos, que ahí estaba Groucho y que a ella, sin saberlo, le correspondió hacer el papel del típico petimetre del que los Hermanos Marx se burlaban en sus películas.
Nada que no nos haya hecho reír alguna vez debería ser tomado en serio; nada nos humaniza más que la comicidad, la capacidad para reírnos -para empezar- de nosotros mismos, de nuestras ambiciones, de nuestra ideología, de nuestros planes para el futuro, de la gravedad autosatisfecha con la que nos pronunciamos ante la concurrencia... Si nos viéramos por una mirilla nos daríamos cuenta de que más que para padres, maridos, escritores o profesores de la universidad, para lo que valemos es para actores de comedia. Dice Henri Bergson en La risa:
Fuera de lo que es propiamente humano, no hay nada cómico. Un paisaje podrá ser bello, sublime, insignificante o feo, pero nunca ridículo. Si reímos a la vista de un animal, será por haber sorprendido en él una actitud o una expresión humana. Nos reímos de un sombrero, no porque el fieltro o la paja de que se componen motiven por sí mismos nuestra risa, sino por la forma que los hombres le dieron, por el capricho humano en que se moldeó. No me explico que un hecho tan importante, dentro de su sencillez, no haya fijado más la atención de los filósofos.
Y es que el sentido del humor no ha sido nunca el fuerte del oficio de pensador, qué vamos a hacerle. Como dice Carmen de Mairena, reciente candidata a las elecciones catalanas por el CORI (Coordinadora Independent Reusenca), que obtuvo más votos que el grupo de Rosa Díez: "Más vale tener humor que en el culo un tumor". Claro que, ya puestos, a mí me gusta más aquello de Nietzsche: "Enfocar la vida como un juego no es llevar a cabo actos especialmente divertidos, quiere decir tomar la vida sin dramatizar, sin esa seriedad y solemnidad patética que acompaña a los miedosos."
Feliz año nuevo.