Friday, March 05, 2010













DINERO







Durante gran parte de mi vida, acaso por una ingenua interpretación de los textos de ese ídolo de juventud que es Nietzsche, consideré que era cosa de hombres pequeños y envidiosos reprochar a los ricos su riqueza. En realidad, ya entonces sospechaba que en ningún sitio puede encontrarse mayor colección de estafadores, ladrones y desaprensivos que en una reunión de potentados, altos ejecutivos, financieros y especuladores, por más que creo que uno ha de tener la lucidez suficiente para ponerse del lado de los débiles solo al precio de saber que estos están más o menos hechos de la misma pasta que los triunfadores. Sin embargo, me parecía cosa de mal gusto retorcerse de rabia sobre el sillón mientras un millonario se pone hasta el culo de caviar beluga, entre otras cosas porque no tengo especial interés en comer dicha marranada. Ni siquiera suelto espumarajos por la boca cuando veo al Mr Burns de turno con una superwoman, quizá por ese romanticismo de desear que, puestos a que se acuesten conmigo por dinero, mejor me voy de putas, y porque, en el fondo, siempre he sospechado que las chicas superpijas y monísimas follan de pena.




No soy, por supuesto, impermeable a la envidia. Deseo fervientemente ciertas cosas que otros tienen, y algunas de ellas podrían adquirirse con dinero. Sin embargo, advierto que aquello en lo que los hacendados suelen emplear su fortuna raramente es objeto de mi deseo. Podría lamentar, por ejemplo, no cenar esta noche en Oscar Torrijos, no tener una entrada de palco para el fútbol o no poder esquiar este sábado en los Cárpatos, pero, la verdad, creo que lo que esta noche amenaza con robarme el sueño no son tales cosas. Daría cualquier cosa, por ejemplo, porque Emery me pusiera el domingo en Mestalla. Envidio mortalmente a quienes tienen tal oportunidad, pero, aparte de que si Emery cometiera tal error haría el ridículo y el estadio entero se mofaría de mí, entiendo que este tipo de cosas, como la mayoría de las que realmente deseo, como ser más guapo, más listo, menos perezoso, que me quieran más las chicas o que mis padres no enfermen ni mis sobrinos sufran, no voy a conseguirlas con dinero. En suma, y pese a a que a algunos les suene a tópico de conformistas y perdedores- qué demonios querrá decir eso de ser un perdedor- sospecho que no se es más feliz por ser más rico. En todo caso, se ha de trabajar mucho más, cosa que no me apetece en lo más mínimo y se ha de ser mucho más cabrón que yo, que tengo pereza para la crueldad y no disfruto chafando cuellos. También se puede ser un pijo heredero que no ha pegado golpe en la vida, pero los que conozco son completamente incapaces de valorar lo que han recibido, pues jamás tuvieron paladar para degustar el sabor de todo aquello que poseían. Es así de limitada la condición humana: solo llegamos a encontrar la poesía de un vaso de vino y un cigarro sobre una mecedora cuando hemos pasado el día entre el sudor y el barro de la viña.




No me gustan los ricos, y no pienso caer en la candidez de cierto viejo conocido, adicto a las películas de Frank Capra -ya decía mi abuela que "hay gente pa tó"- que se cree todavía que al rico se le puede ablandar el corazón con buenas palabras. Sin embargo, me parece igualmente cándido aquel hábito de pensamiento, muy hispánico en el fondo y también muy hipócrita, que parece poder despojar al dinero de cualquier valor. Los anglosajones, al contrario que los católicos, construyeron su prosperidad a partir de la convicción de que el esfuerzo de perseguir el enriquecimiento tiene un valor espiritual. La tradición católica explica que, por ejemplo en el imaginario quijotesco de los españoles, se considere el dinero como cosa de judíos, usureros y contables, gentes mezquinas y habituadas a trabajar con las mismas sucias manos con las que se cuentan las monedas, algo despreciable en tierras donde lo deseable es ser hidalgo o clérigo. Sería un miserable si no supiera agradecer el dinero que mis padres emplearon por ponerme gafas cuando perdí vista, sufragar mis aventuras juveniles o comprarme los libros del colegio.



Quiero pensar que mis reservas hacia la obsesión por el dinero van por otro lado. Lo diré de una vez: no paro de encontrarme personas que no parecen tener otra obsesión en la vida que llenarse de pasta. El deseo de atesorar les ha convertido en seres odiosos. He conocido personas -gentes muy normales y cercanas, no hablo de grandes cresos ni de aristócratas de Frank Capra- que eran capaces de los peores engaños y las deslealtades más despreciables por robarte. He prestado dinero a presuntos amigos que pasaron años sin perder ni un segundo en preocuparse por devolvérmelo, como si a mí ganarlo no me hubiera supuesto ningún esfuerzo. Alguno, por cierto, no lo devolvió nunca, y es probable que crea que me he olvidado de la deuda solo porque jamás he vuelto a recordárselo, seguramente porque tengo la ingenua pretensión de que no soy yo quien tiene la obligación moral de insistirle sobre el asunto. Recuerdo a un tipo que me robó a mí y a otras personas y que acabó presentándonos un documento de su psiquiatra que lo presentaba como "ludópata y adicto a las compras", que es como las ciencias de la mente llaman ahora a ser un maldito ladrón hijo de perra.






Conozco personas con tanta desfachatez que no se sustraen a la tentación de mostrarte su preciosa casa, su nuevo coche o sus exóticos viajes, parte de lo cual consiguen a costa de timarte, no cumplir con las obligaciones profesionales con las que otros hemos de cargar o explotar miserablemente a pobres desgraciados.






Money, money... En su imprescindible La filosofía del dinero, George Simmel explica que el dinero instaura en el mundo contemporáneo una cultura que mercantiliza todas las relaciones humanas. El dinero convierte todo en lo que Marx llamaba valor de cambio, es la abstracción que fetichiza los bienes y reduce lo cualitativo a pura cuestión de cantidad, lo que revela el destino neurótico y cosificador del capitalismo. A modo de vector nivelador, el dinero lo traduce todo, incluso lo más refractario a las equivalencias, al cinismo de lo intercambiable: todo tiene un precio, todo puede comprarse con dinero. Desde del mito del Rey Midas, es decir, desde siempre, sabemos que no hay peor forma de equivocar la propia vida que creer que todo puede comprarse. No es otra la maldición de Caín, el agricultor, personificado en la inolvidable del Citizen Kane de Orson Welles. Podrido por la fortuna que ha ido atesorando, Kane, trasunto del magnate Randolph Hearst, cree poder obligar al mundo a amar la horrible voz de su esposa, nefasta cantante de ópera, cree poder obligar a ella a amarle, cree poder coleccionar la belleza del arte encerrándola en su delirante palacio de Xanadú. Al final, Kane muere abandonado por todos los que llegaron a quererle, rodeado de todos sus estúpidos fetiches en una estancia inmensa donde los espejos reproducen su imagen con una recurrencia infinita... Sólo un insignificante juguete, la miniatura de una casita en la nieve, le trae en el último momento el sabor olvidado del ser humano que arrancaron del único verdadero paraíso, la infancia, pero Kane ya no puede entenderlo y muere en la inflación de su enloquecida ambición.





Pobre y perdedor, debería sentirme fatal conmigo mismo, pero no sé qué me pasa... no lo consigo.






16 comments:

Anonymous said...

Joaquín Huguet said...
Fuera de contexto algunas manifestaciones mágicas nos pueden parecer grotescas. Lo de Juba nos resulta cómico en Europa, pero un mal de ojo o un bufido en sus regiones de origen pueden producir una muerte súbita. No recuerdo si era Marvin Harris o Mircea Eliade quien contaba que cuando uno de estos brujos africanos condenaba a alguno de sus paisanos, aquel sin ningún motivo aparente moría al poco tiempo. Uno de los libros de más éxito en Occidente, un libro que por cierto ha sido celebrado en el famoso programa de Ophra Winfrey, es El Secreto, en el que con la mayor seriedad del mundo te incitan a hacer realidad nuestros deseos con visualizarlos mentalmente o con repetirlos varias veces como si fuera un mantra. ¿Nos reímos de un brujo africano porque nos lo imaginamos en taparrabos? Los ingleses satirizaban al Rey Sol con una caricatura en la que lo mostraban desnudo: sin su ropa, sin toda la pompa y majestad que lo adornaba, no era más que un tipo ridículo en ropa interior. Ahora, con la perspectiva de los años, nos resulta cuando menos chocante que el pueblo asistiera públicamente al desayuno del Rey Sol como un ritual sagrado en el que la salida del sol y el refrigerio del monarca formaban una misma ceremonia cósmica. No obstante, en la vida diaria, aún hoy en día, sucumbimos a cientos de supercherías. Seguimos deslumbrándonos por efectos teatrales con connotaciones no menos mágicas. Nos deslumbra el médico con su bata blanca, con su clínica palaciega y sus modos cortesanos. A veces lo de menos es lo que el facultativo nos diga. Conozco un caso de un joven sin oficio ni beneficio que montó una academia. Pues bien, lo primero que hizo fue ponerse una bata blanca que compensaba su falta de titulación. ¿Qué nos deslumbra más, el abogado o su bufete? ¿Y esas largas esperas premeditadas con largos corredores que nos apabullan? Son efectos teatrales tomados de la magia de los reyes distantes. Lo dicho: pongamos a Napoleón o a Winston Churchil en tanga, depilemos las cejas a nuestro presidente Zapatero y todo su embrujo se esfumará.

7:35 PM

Anonymous said...

No se puede culpar al ser humano de buscar su comodidad, el poder, tener en sus manos todo lo que existe... ¿Quién robó al hombre sus anhelos, sus oídos sus querencias? ¿Quién sustrajo el interés a quien su mayor riqueza era hablarse a si mismo?
¿Quién nos ha robado el tiempo?

Me gustaría que el gigante de esta cueva fuese guadaña que corta los hilos,
Pero solo eres un gigante.
Y hacen falta muchos gigantes que rian desprecio.
no estamos solos
Gracias gigante.

MA

David P.Montesinos said...

Tengo en primer lugar, Joaquín, que felicitarte por el inspirado comentario. Cuando leí la octavilla de Tuba, lo que más me llamó la atención fue esa obscena promesa de "poner de rodillas a los enemigos". Uno cree que tales objetivos en la vida son cosas de pueblos pueriles. Suena demasiado brutal, pero en realidad nuestros actos, por más que nos rodeemos de chips prodigiosos, siguen gobernados por impulsos muy elementales, como si la sincronía entre el avance técnico y el progreso moral, eso que tanto preocupaba a Rousseau o Kant, se hubiera vuelto ya definitivamente una utopía inalcanzable.

Creo que a quien te refieres es a Marvin Harris, aunque este autor, autodenominado "materialista cultural" explica siempre los fenómenos más estrambóticos de la cultura como formas enrevesadas pero eficaces y supuestamente lógicas de solucionar problemas de supervivencia básicos. Cuando Nietzsche dijo que Dios ha muerto no insistió lo suficiente en que lo siguiente no era una vida racional y desmitificada, sino un universo donde por todas partes uno podría encontrarse nuevos dioses y caer en manos del primer quiromante desaprensivo. Como tú dices, cualquier hechizo bien tramado tiene la eficacia del vudú porque necesitamos "creer".

David P.Montesinos said...

Hola, MA, has dejado dos comentarios, aunque no acabo de saber dónde ha ido a parar el primero. Si venía en alusión a un post anterior lo buscaré, pues creo que en él te dirigías a algún interlocutor.

El tiempo es uno de esos tesoros que se prestan, se conceden, se roban... con la peculiaridad de que, al contrario que el dinero, que no equivale a cualquier mercancía por la cual se cambie, el tiempo no tiene cuadro de equivalencias, no es sustituible por nada, bien visto es en realidad lo único realmente valioso de que disponemos.

Un matiz. Este blog se llama La cueva del gigante en homenaje al pueblo de El Pinós, donde viví durante casi una década. La Cova del Gegant es un lugar un tanto inquietante y cercano a la localidad. El gigante en realidad no existió nunca, es el aspecto de la cueva lo que sugiere que podía estar habitada por un ser así... pero solo es un sueño que, como diría un científico, se alimenta de la imaginación y la credulidad de las masas.

Joaquín Huguet said...

1.El problema es que los norteamericanos no sólo han de ganar dinero sino aparentar que lo poseen a manos llenas. Las casas musulmanas son lujosas de puertas adentro; las estadounidenses han de gritar a los cuatro vientos que su dueño suda plata por todos sus poros. Recuerdo un artículo de Hola en el que un multimillonario había construido una réplica de un palacio de Versalles y se había gastado una millonada para revestirse de una pizca de su glamour. Veías al garrulo en medio de tanto “lujo” y resaltaba aún más que era un farsante. “¿Para qué quiero algo de cultura si puedo comprar toda la que quiero? Con dinero me agenciaré cuadros, artistas y periodistas que me harán la rosca”. Confieso que me gustan más las casas de algunos de los “pobres” americanos- en donde se puede vivir-, que los palacios horteras e inhóspitos de los ricachones. Ya Luis XV levantó el Petit Trianon para intentar sobrevivir a la grandeur de Versalles, y Alfonso XIII metió de tapadillo un cómodo piso burgués dentro del Palacio Real. No se puede vivir en estos mausoleos de grandes columnatas, más a tono para un ministerio, un hospital o un manicomio que para una familia. Sin embargo, los millonarios yankees lo soportan con estoicismo, porque forma parte de sus obligaciones sociales y morales. Como los faraones, son dioses vivientes del sueño americano, triunfadores, que han de exhibirse no en vulgares hogares plebeyos- donde se derretirían como ídolos de barro- sino en templos dorados. En el fondo, estos palacios desmesurados son distintas versiones de la gigantesca caja de caudales del tío Gilito, en donde se sumergía y daba unas brazadas de vez en cuando. Estos Trumpp o Spelling también nadan en oropeles y vacíos sin ojos, y lo de menos para ellos es un lugar donde vivir. Eso has de buscarlo en otra parte. A veces lo único verdaderamente hogareño son sus perros o sus caballos.
2.Creo, David, que en el artículo caes en estereotipos sobre ricos y pobres, buenos y malos, propios de cierto imaginario colectivo que tan bien ejemplifica el señor Potter de “Qué bello es vivir” y el señor Burns. Eso no significa que yo crea en las añagazas del diálogo social y no desconfíe de la rapacidad del neoliberalismo. Por supuesto que algunos de estos millonarios, como algunos de los jefes de empresa, son verdaderos hijos de puta, pero hay que huir de las ideas preconcebidas y el maniqueísmo.
3.Respecto a tu comentario sobre Tuba. Estoy de acuerdo. Nosotros no planteamos las cosas tan puerilmente, aunque nuestras pulsiones, en el fondo, sean las mismas. Pero es que creo, como dice uno de esos brujos leopardo –el profesor Fode- que es muy difícil sustraerse a semejantes promesas de felicidad. Si no me decido por tu sanador Tuba es porque temo desatar las furias de algunos de sus brujos rivales: el vidente Dino y el profesor Fode. Este último me asegura que “hombres y mujeres estarán a mis pies”; y, sobre todo, algo tan políticamente incorrecto como que “tu pareja sea fiel y sumisa a tu voluntad”; y, lo más increíble, en el día de la mujer trabajadora. ¿Dónde podemos contactar con todos estos prodigios? Cerca de la plaza de toros. Allí rondan sus discípulos repartiendo la buena nueva. Me pregunto: ¿por qué convoca nuestra plaza de toros a estos taumaturgos? ¿Nos encontramos ante un nuevo templo telúrico? Lo que me ahorra el esfuerzo de tener que peregrinar por las librerías de la zona al haber encontrado el ombligo del mundo. ¿Qué me puede ofrecer esos libros que no esté contenido en estas octavillas? Estas ponen el universo a mis pies. Este sería un nuevo punto de partida para la polémica antitaurina que pondría a los políticos catalanes en un brete. ¿Cómo prohibir una fiesta que acaba de asumir rasgos multiculturales?

David P.Montesinos said...

Bueno, Joaquín, me desbordas un poco, te debo felicitar por tu luminosa escritura en primer lugar, sobre todo por la maestría en el uso de la ironía. Respecto al reproche que me haces, uhmm, quizá tengas razón, pero no pretendía escribir "contra los ricos". Más bien, y aquí sí que no titubeo, me resulta asfixiante esa obsesión por pillar duros que convierte muchas relaciones humanas en una pasta informe y maloliente donde todo lo que se hace, se dice o se siente viene a parar a lo mismo. Conozco personas, con algunas convivo diariamente, que son capaces de reír con las ocurrencias del avaro de Moliere y parecen sin embargo ignorar que es a ellos mismos a los que aquella comedia genial de hace tres siglos está retratando. Mi problema, más que con los cresos, es con la reducción de todo a mercancía. Necesitamos dinero, pero reducirlo todo a eso convierte la vida en una mierda. Gracias por aparecer por aquí, Joaquín.

Isabel Zarzuela said...

Hola David. Cuanto tiempo sin escribir en tu cueva. Pero que sepas que leo todos tus posts (siempre es un placer leerte), aunque no intervenga muy a menudo. Ayer le decía a Alejandro que tengo un problema serio contigo: y es que siempre estoy de acuerdo con todo lo que dices, y encima lo dices tan bien, que no puedo decirte nada… Ja, ja, ja. En fin…

Bueno, volviendo al post… Creo que fue Voltaire el que dijo que "quienes creen que el dinero lo hace todo, terminan haciendo todo por dinero."

Tenía razón, aunque un dulce no amarga a nadie ¿verdad? El problema viene cuando nuestra felicidad depende de la tenencia de dinero o de la obtención de bienes materiales: “cuando reducimos todo a mercancía”. Si esto es así, nunca seremos felices, y el supuesto “bienestar” que nos genera la adquisición de un determinado bien material, desaparecerá en cuanto lo obtengamos; entonces surgirá de nuevo la necesidad de suplir ese vacío interno con otra adquisición. Nunca estaremos saciados. Nunca.

Creo que la felicidad debe ser un constructo interno, o al menos en su mayor parte debería ser así para ser más libres. Aunque claro, difícil de mantener o conseguir en esta sociedad consumista en la que vivimos. Y digo difícil, que no imposible, pues debemos ser responsables de nuestras actuaciones.

Aún recuerdo un spot publicitario de telefonía móvil cuyo slogan decía algo así como “lo quiero todo, y lo quiero ya”. Pues aviados vamos.

Un saludo

Ricardo Signes said...

La bola de cristal con casita dentro y nieve de viruta blanca es más bien el mundo según Kane: todo está controlado y nieva a su voluntad. El paraíso perdido del magnate está detrás de esa palabra mágica cuyo sentido adoba el meollo sentimental de la película: "Rosebud". Esa es la palabra que pronuncia Kane antes de morir, la piedra filosofal que rastrean los periodistas en la vida de aquél, hasta que se nos descubre, pintada en un trineo de madera de cuando era niño.

Joaquín Huguet said...

Estoy de acuerdo contigo. En la sociedad librecambista el dinero es la medida de todas las cosas, sin ningún otro principio que le haga sombra. Ya Julio Camba, en un libro titulado “Un año en el otro mundo”, analizaba la sociedad norteamericana de los años treinta y destacaba esa pasión por convertirlo todo en oro:
“Es como un cheque. Usted viene aquí con una cantidad determinada de mérito personal y lo realiza usted en dinero constante y sonante. Y si usted no logra realizarlo, es que su cheque es falso y que usted no posee mérito personal alguno.
De donde resulta que aquí el dinero se ha convertido en la medida de todos los valores. Los hombres valen según lo que tienen, y las cosas según lo que cuestan. En los museos, para darle a uno una idea del mérito de los cuadros, se le dice a uno el dinero que ha costado, lo cual, como procedimiento crítico, es sumamente simplificativo. Y quien habla de cuadros habla de corbatas. Una corbata de tres dólares es aquí siempre mejor que una de dos, y no hay discusión posible sobre el asunto. ¿Qué la corbata de dos dólares resulta de mejor gusto? Inútil... Las corbatas son como las personas y si la corbata de tres dólares tuviera tres dólares de mérito, hubiese conseguido los tres en la venta.”

David P.Montesinos said...

Ese spot me viene a la cabeza con frecuencia, Isabel, yo también reparé en él, toda una filosofía de la vida y una -preocupante- declaración de principios. Me recuerda a algo que me contó una azafata de vuelo. Había niebla sobre el aeropuerto, el avión tuvo que dar unas vueltas. Un tipo con pinta de ejecutivo estresado se puso colérico, se le echó encima y le gritó: "Señorita, quiero aterrizar, y quiero aterrizar ya". Gracias, por tu amabilidad y por pasarte por aquí, más ahora en que me consta que ni el tiempo ni el sueño te sobran.

David P.Montesinos said...

No sé, querido Ricardo, si conoces una tienda de artículos relacionados con el universo cinematográfico que se llama justamente así, Rosebud, difícil encontrar un vocablo más enigmático, más repleto de connotaciones.

David P.Montesinos said...

Hola de nuevo, Joaquín. Julio Camba fue un descubrimiento para mí, no esperaba un autor tan lúcido, tan "nuevo". El eco de "La ciudad automática", en verdad lo único que leí de él, se escucha en el fragmento al que te refieres. Y sí, sintonizo completamente con lo que dice en el fragmento al que te refieres.

imperfecto said...

hoy he envidiado a un hombre que ha dejado de serlo, he envidiado su vida que ya no es, he envidiado su "rato"...

he envidiado la serenidad y desparpajo, (parece una tontería pero son dos cualidades casi irreconciliables excepto para algún que otro ser excepcional) con la que declaraba que "la vida está bien pero sólo para estar en ella un rato"...

sirva esto como homenaje, a la vez que torpe apostilla a tu magnífica entrada, amigo David, al maestro de las letras castellano con el que muchos aprendimos a leer más allá de lo leido y a ver la belleza en la inocencia de quién no se pregunta por la felicidad porque nadie le ha explicado que no hay mayor y más ínfame objetivo que alcanzarla... y es que hoy decidió pasar el "rato" en otro sitio... donde, seguramente, no existe la felicidad.

un saludo.

Anonymous said...

Joaquín Huguet hace un análisis bastante objetivo de este asunto. Tengo la sensación de que algo como "la sociedad del becerro de oro" solo puede ser expresado de forma mas brillante y clara, pero no descubierta... Las ovejas aunque estupidas intuyen las intenciones del pastor. De nosotros depende establecer de forma libre de brumas las diferencias entre Bolcheviques y Mencheviques, ¿no?... Jesus. H.


Soy consciente del titulo, solo me tomaba la libertad de expresar lo que para mi es en ocasiones la gigantez intelectual del tipo que escribe en "la cueva del gigante sin gigante", aunque (repito) no esté de acuerdo con muchas de las cosas que escribe, me sigue pareciendo extraordinario discrepar con alguien al que considero un gigante en ocasiones, al igual que (haciendo referencia al mensaje perdido) los señores Tobias e Imperfecto: (enanos y tristezas jose) con gigantes uno siempre se siente tan pequeño que ya no puede asumir seguir menguando; gracias.

También quería disculparme con Marta.l Moreno. No trataba de llamar "repugnantes y asquerosos" a los que no estuviesen de acuerdo con una idea, estaba satirizando al Sr. Moa y presentándome voluntario ante sus descalificaciones en tanto fuesen cuestionados los que según su parecer son "hechos inopinables solo cuestionados por asquerosos y repugnantes individuos, solo movidos por intereses egoístas"


Pero tienes razón Marta. Nada desearía más que sentirme representado en los mundos de la "gran cultura e intelectualidad" y así no tener la necesidad de expresar lo que siento mediante mi ridículo y escaso vocabulario, soy consciente de lo poco que pegan, como antaño, los braceros y señores comiendo en la misma mesa.

MA

j.n.viana said...

Estimado: Muy interesante tu espacio y enriquecedor. El libro de Simmel La Filosofía del dinero, esta descatalogado e imposible encontrarlo ni de nuevo ni de viejo en el circuito librero uruguayo. ¿Podría ser que lo tuvieras en formato digital para compartirlo? Te lo agradecería muchísimo. Estamos a la orden. Julio Viana.

David P.Montesinos said...

Siento, amigo Viana, no poder serle de demasiada ayuda. Yo accedí a este libro de Simmel a través de los fondos bibliotecarios de la Universitat de Valencia. He buscado en los fondos de La casa del libro, una librería bastante potente de España, pero figura en el catálogo como "agotado".

Dado que no aparece en pdf por internet, lo único que se me ocurre es algo farragoso, pero es un recurso que yo he utilizado alguna vez. Consiste en buscar un préstamo interbibliotecario, suponiendo que no exista el texto en alguna biblioteca a la que usted tenga acceso. Consiste en solicitar a su biblioteca que active un préstamo bibliotecario con la Universidad de Valencia. Siento no poder facilitarle más el asunto.