Friday, March 19, 2010







LOS HOSTILES









"La constitución ideal habría de incluir la posibilidad de eliminar a los que nos fastidian", dice Cioran. Es una frase cargada de un amargo surrealismo, refleja el imposible de un indeseable, ese que todos llevamos dentro y que sueña con una solución final para todos los que, por el motivo que sea, tienen la misteriosa habilidad de resultarnos irritantes.


Salgan conmigo del armario y expresen su rabia, no se sientan mal por ello: la peor de las paparruchas que nos ha inoculado la sacristía es que debemos perdonar a nuestros enemigos. Pero, ¿cómo perdonar a Karmele Marchante? ¿cómo no volverse loco de furor cuando Aznar muestra sus abdominales en la playa o cuando el Encina -uno que iba a mi clase- nos recordaba que el Madrid había ganado otra vez en Mestalla y decía que Kempes era un mierda?



Hagan el pequeño ejercicio de poner la tele y, a poco que se fijen, verán que después de un hijo puta sale otro... así, de carrerilla. Vengo preguntándome desde hace años qué profundos mecanismos de la psiquis desencadenan el rechazo, un rechazo que -como sucede con el enamoramiento- está fuertemente impregnado de algo físico. Decimos de alguien que nos produce "ganas de vomitar", como si sólo el hecho de toparnos con ellos, de respirar el mismo aire fuera como si, de alguna forma, los hubiéramos comido, provocando la nausea y esa arcada con la que es el propio cuerpo -el animal que somos- el que nos dice que no, que eso es intragable. Me produce mucha curiosidad, por ejemplo, qué intrincados laboratorios de la mente determinan, por ejemplo en las mujeres que me son allegadas, que Paulina Rubio desencadene una sonrisa de tolerancia y que, por contra, Bebe, Najwa Nimri, Concha Buika y, en general, aquellas aspirantes a estrellas a las que El País Semanal suele intentar poner de moda, produzcan verdaderas llamaradas de repulsa. También detecto en la mayoría de mujeres que conozco una tendencia muy marcada a considerar una amiga a Jennifer Anniston -que a mí, por cierto, me parece algo sosa y tontuela-, lo cual obedece a la necesidad de tomar partido por ella frente a Angelina Jolie, único personaje que supera a Bin Laden en millones de habitantes del planeta que le desean la muerte.





No las culpo, pues si bien mis allegadas sostienen hostilidades discutibles y, a mi entender, algo caprichosas, tienen el buen gusto de torcer los labios en sentido inequívoco cada vez que aparece José María Aznar en la tele. Jamás sabrá el caballero, quien sospecho que cree firmemente en su sex-appeal, la cantidad de españolas que elegirían morir si tal fuera la única alternativa a una noche de sexo desenfrenado con el ex-presidente. Si ese rictus de asco apareciera en tantas al cruzarse con mi cara, lo reconozco, mi frágil autoestima se tambalearía, pero es que yo -aparte de anónimo- no soy tan duro como Aznar, el cual ha aguantado más de tres décadas al lado de una esposa con la que no tiene sueños eróticos ni el salido del Colomo, uno que hostió al Encina y que dijo en el cole que le gustaba la Reina Sofía.





En cuanto a mí, hay un gusano de fuego que se me revuelve dentro cada vez que aparece en la tele Bimba Bosé. ¿Por qué? No estoy seguro, creo que me molesta especialmente ese airecillo, muy del mundo de la moda, que cree saber mezclar el presunto rupturismo de la moda de vanguardia con el oportunismo por estar en todos los saraos de la gente guay del país. Así, una puede decir que es cantante con una voz de mierda, y vestir las mayores mamarracheces con un peinado de panocha siempre y cuando sepa no descuidar sus buenas e influyentes amistades... pero eso sí, ante las fruslerías de la fama o el dinero pueden los mendas así poner cara de que las disfrutan solo de forma "irónica", un poco al estilo Warhol, qué listos. Podría hablarles también de Cristiano Ronaldo, que me molesta bastante, de la rabia que le estoy cogiendo últimamente a Leire Pajín -"compañeros y compañeras", pero ¿eres boba o qué?-... No me olvido de la insigne alcaldesa de Valencia, o de todos esos tipos que trabajan para la Cope, El Mundo y demás medios destinados a vivir de tantos y tantos españoles resentidos que han encontrado en Zp y los rojos la excusa perfecta para proyectar su rencor sobre una democracia que no asimilan.


Claro que, en cuanto apago la tele o la radio y regreso a mi propia vida, las canalladas de Pedro J. o los abdominales de Ronaldo se quedan en poca cosa ante mi vecino del octavo, el que coloca el coche en doble fila y me lanza agua todas las noches cuando riega sus plantas. Y eso no es nada: la cosa se pone peor cuando llego a mi trabajo y me encuentro a esa media docena de tipos y tipas que, al cruzárseme en el pasillo, habría que ponerme un sismógrafo para medir el nivel de rabia que en la escala Richter me produce tener que compartir, de alguna forma, mi vida con ellos. ¿Merecen mi odio? Sinceramente no lo sé, pero es como lo que una vieja amiga me dijo: "es lo que tiene eso de ser fea, que una no lo elige".



¿Y los que me odian a mí? Los hay, no tengo ninguna duda, aunque sospecho que la mayoría no están dispuestos a asumir el esfuerzo y las incomodidades de intentar dañarme, de manera que han optado por olvidarme... y en todo caso tienen el buen gusto de hacer como que no me ven cuando se me cruzan por el camino. No sé si merezco su rencor: me digo que "fue un malentendido aquello que pasó", "tuve un mal momento", "no pretendí nunca que"... Tonterías, eran unos idiotas y se merecían lo que les dije o lo que les hice... O quizá no, pero ellos cargaron con las culpas de tantos y tantos a lo que debí decir a tiempo lo que pensaba de ellos y la cosa terminó pudriéndoseme dentro. No es bondad ni espíritu reflexivo lo que me impide a veces ceder a mis primeros instintos: bastaría que me doliera continuamente la pierna como al Doctor House para que el tipo más o menos sensato y amable que ustedes conocen dejara lugar al hurón malhumorado y lleno de cólera que llevo dentro.




No pretendo extraer ninguna moraleja de toda esta impúdica exhibición de los horrores que pueblan mi alma, y eso que seguramente no les he contado los peores. Pero hay algo que sí me sirve cada vez que me acuerdo de Heráclito, aquel primer profeta de la historia de Europa, el cual reprochó al tierno rapsoda su ingenuidad por anhelar un mundo del que estuviera ausente la discordia: "conviene saber", dice el de Efeso, "que el conflicto es común a todas las cosas y que la discordia es justicia...No hubiese armonía si no existiesen agudo y grave, si no hubieran macho y hembra, que viven en mutua oposición."




El verdadero sueño dogmático del que debe sacarnos Heráclito es el de la reconciliación universal, el de seguir mirando a un horizonte donde los leones no persigan a los ciervos, los poderosos no utilicen su poder o se pueda dialogar -como creen quienes se toman demasiado en serio a Habermas- sin ataduras, ni presiones... Como si fuera posible vivir sin que los demás nos pusieran condiciones, como si en cada paso que damos no estuviéramos sujetos a los vientos de lo que otros desean hacer con nosotros, los que nos aman, los que nos odian y los que simplemente esperan al momento en que les seamos útiles.




De vez en cuando -deben ser síntomas de envejecimiento- se instala en mí la bobería de colegio de curas que me incita a intentar sofocar los fuegos que crecen a mi alrededor. A mí, que aunque ustedes ya han descubierto que soy bastante cabrón me sobra pereza para la crueldad, no deja de fascinarme la tenacidad con la que algunos de los que me rodean se entregan al odio, lanzándose a guerras despiadadas con vecinos, familiares o compañeros de trabajo. La resistencia en el rencor, la resuelta voluntad de intentar destruir al elegido a cada momento y con cada acto, llega a horrorizarme de tal forma, que algo dentro me dice que tengo que intentar que la sangre no llegue al río, que he de sofocar los fuegos y aplacar las furias.

Ridículo. El polemós mantiene vivos muchos de los fuegos que este mono malintencionado viene encendiendo sobre los páramos del planeta desde hace un millón de años, luego es mejor no rezar más por un mundo sin conflictos. Los hostiles cuidan de nosotros, nos obligan a estar alerta, como los gatos, que nunca duermen del todo; el enemigo nos impide relajarnos. Y además tiene algo casi erótico: debe ser eso tan profundo que se agita dentro de los espectadores del circo romano o de las luchas de chicas en el barro lo que conduce las miradas de todos cuando dos se enzarzan en la más encarnizada de las batallas. Suelo pensar que soy mejor en el amor que en la guerra, pero sospecho que es una ingenuidad: solo podemos amar con verdadera pasión aquello que estamos a un paso de odiar. No es el miedo que tengo a hacer daño o la vocación scout de apagafuegos que me asiste cuando me encuentro la discordia lo que puede hacerme valioso, por más que suele ser eso lo que más dicen valorar en mí aquellos que, sospecho, no me quieren ni me odian lo bastante.




"No es vuestra piedad, sino vuestra valentía lo que ha salvado a los náufragos", dice Nietzsche. No dejemos secarse el jardín de la discordia, no sea que después no quede sino el yermo.














12 comments:

Anonymous said...

Valiente papafritas el Encina. El Madrid sólo le ganó una vez al VCF de Kempes en Mestalla. 78-79, 0-1. Meses después le ganamos la copa en el Calderón.

Escribo de memoria pero no me equivoco:

76-77; 1-1
77-78; 2-0
78-79; 0-1
79-80; 2-0
80-81; 2-1
81-82; 2-1 (con Kempes en River)
82-83; 1-0 (Mario no jugó)
83-84; 0-0

Me temo que soy demasiado perezoso para el odio. Prefiero quitarme de enmedio.

BT

David P.Montesinos said...

Desconozco si tu edad, querido BT, te permitió conocer al Matador. En la web "Últimas tardes en Mestalla", que tiene algunos posts francamente inspirados, el jefe de la penya Gol Gran dedicó un artículo hace un par de veranos al "semáforo de Europa", cuyo centro sísmico era justamente los aledaños de Mestalla, con la famosa salida por la carretera de Barcelona. En aquel tiempo, el mundo entero de los que atravesaban Europa hasta el sur se veía obligado a pasar por el centro de nuestra querida ciudad. Pues bien, lo único que la mayoría sabían al tener que desfilar absurdamente por entre nuestras calles era que en aquel estadio jugaba Mario Kempes. No he conocido a nadie capaz de provocar tales multitudes en Valencia. Había un viejo que se sentaba delante de mi padre y de mí en la zona del corner de la grada norte. Mario atravesó todo el estadio de costa a costa con el balón y, al llegar a la frontal, soltó un zurdazo que batió al portero del Sevilla, "SuperPaco", cuya estirada a destiempo resulto casi patética. Pues bien, Kempes, con los brazos en alto, se acercó al corner a celebrarlo... El viejo no pudo aguantar, saltó de la verja que separaba la grada del campo y se lanzó a abrazar a aquel joven melenudo, el cual le correspondió sin miramientos, como un padre y el hijo que se casa o se va a la mili. En el estadio aprendí cosas de los adultos que se me ocultaban en el colegio, en la casa, en la calle... aunque sean tan pueriles como los que un gol desencadena. En cualquier caso, no más pueriles que la mayoría de los motivos de pasión que conozco.

Joaquín Huguet said...

1.Veo que has tenido un día de furia, Michael, digo, David. Un amigo me confesó una vez que le habría gustado dominar las artes marciales para desahogarse con algún que otro capullo. Por cierto, ¿no sabrás Kung Fu? Has comenzado el artículo con un insigne cabreado, un hijo de un cura que llevaba el fuego en el alma. Torrente, el brazo tonto de la ley, se las gasta chuscas; un Cioran o un Valle Inclán se las gastan por lo fino, con silencios y palabras encendidas mucho más mortíferos y venenosos, como nuestros compañeros de trabajo. Lo de enfadarse de vez en cuando es saludable, sobre todo, en un estadio de fútbol, al parchís o con el vecino marrullero a propósito de un partido; lo patético es si se convierte en un deporte o en una patología sistemática. Ahora, no obstante, contamos con un motivo adicional para cabrearnos: “la invasión de los ultracuerpos”. ¿No te has dado cuenta de que estamos rodeados de androides? Los políticos no opinan sino que repiten como papagayos las consignas de los expertos; eso explica como alguien tan brillante como Pajin, que predijo el encuentro sideral entre Zapatero y Obama, haya llegado tan lejos. Pero los periodistas –meros papanatas de radiopatio- y los actores mediocres no se quedan atrás. Eso me recuerda el articulo de Javier Marías sobre la ceremonia de los oscars. Gran admirador del Hollywood dorado, tenía la sensación de que en el cine actual unos impostores- con Brad Pitt y Angelina Jolie a la cabeza- suplantaban a las grandes estrellas del celuloide y se colaban de tapadillo en los oscars. Sin saberlo, Marías predecía o, mejor dicho, citaba la invasión de los ultracuerpos: Cantantes que no cantan. Actores que no actúan. Políticos que no gobiernan. Estudiantes que no son estudiantes y profesores que aún se están formando (¿Todavía? ¿No son mayorcitos? ¿No es eso la formación continua?) ¿Cuándo volverán los actores de reparto y acabarán con los figurantes?
2.Gracias, David, por haber visitado mi página “la biblioteca de Gotham”. Estoy empezando a conjurar los fantasmas y mi médium me dice que a la vuelta de unos días el blog comenzará a estar en activo. Prometo baile de máscaras- ¡muchas máscaras!, pasadizos secretos, homúnculos de saldo, lemures parlanchines, bibliotecas ocultas y algún que otro resucitado; lo bastante para que la espera valga la pena.

Justo Serna said...

Sr. Montesinos, el rencor o el resentimiento que los hostiles nos provocan son males que tienen difícil cura. Está diagnosticados. Yo procuro olvidarme de los que me hostigan. No sé si con humor.

Un saludo.

David P.Montesinos said...

Muchas cosas, querido Joaquín, con lo que conformo con prometer acercarme a tus demonios en cuanto estén listos para atacar. No había pensado en lo de los ultracuerpos, pero ya sabes aquello que dijo Warhol sobre los quince minutos de fama. Me viene a la mente aquel programa de José María Iñigo -todo un adelantado a su tiempo, y no lo digo en broma- que en una sección llamada "Usted, ¿qué sabe hacer?", llenaba la pantalla con todo tipo de freakys que podían desde interpretar la quinta de Beethoven golpeando una puerta hasta tirarse veinte eructos en diez segundos.

David P.Montesinos said...

Coincido, querido Justo, en que el olvido es el mejor de los bálsamos... Nietzsche habló de la amnesia como una virtud de superhombres. En cualquier caso, y lo digo también por lo que comenta Joaquín Huguet, habrás observado que juego con mis rencores con cierto tono de autoparodia. Soy un hombre enfadado, desde luego -creo que lo contrario es inelegante-, pero la mejor manera de que mis enemigos no se me aparezcan demasiado en sueños es reconocerlos y, en cierto modo, incluso honrarlos.

Anonymous said...

querido David,

Aquella tarde primaveral del 77 yo también estaba con mi padre en el sector 6, fila 7. Durante muchos años he llegado a dudar de la existencia de aquel viejo que saltó a abrazar a Kempes. Lo recordaba nítidamente pero nadie más parecía hacerlo. Celebro no haber vivido engañado todos estos años. Ese gol sigue siendo para mi EL GOL. Ganamos 4-0. 2 kempes y 2 Rep.


Chenoa, por ejemplo, me incomoda mucho.

saludos

BT

David P.Montesinos said...

Estoy impresionado, BT, ya creía que aquel recuerdo era una invención de mi mente. Y sí, también fue mi gol predilecto, en cualquier caso fueron todos goles bellísimos, los dos de Johnnie Rep y los de Mario.

Justo Serna said...

No me cabe duda alguna, sr. Montesinos. Usted puede permitirse el lujo de ser un hombre enfadado y a la vez hacer parodia de sí mismo. Perdone el agua bendita, pero hacer ambas cosas a la vez es signo de inteligencia.

Algunos muy pagados de sí mismos confunden el sarcasmo dedicado a los otros como prueba de su gran inteligencia. No es así: creo que es preferible aplicarse uno mismo la ironía, cosa que es muy sana si no es persecutoria.

Y lo digo precisamente por lo que el propio Nietzsche indicaba y no siempre supo aplicarse:

"Hay una porfía contra uno mismo entre cuyas exteriorizaciones más sublimes se cuentan muchas formas de ascetismo. Ciertas personas tienen, en efecto, tan gran necesidad de ejercitar su poder y su ansia de dominio, que, a falta de otros objetos o por haber fracasado siempre, caen finalmente en la tiranización de ciertas partes de su propio ser, por así decir, secciones o grados de sí mismas. Por eso más de un pensador sostiene puntos de vista que a todas luces no sirven para aumentar o mejorar su reputación; más de uno concita expresamente sobre sí el desprecio de otros, mientras que le sería fácil seguir siendo, mediante el silencio, un hombre respetado; otros revocan opiniones anteriores y no temen ser llamados en lo sucesivo inconsecuentes: por el contrario, se esfuerzan en ello y se comportan como jinetes temerarios a los que como más les gusta el caballo es desbocado, cubierto de sudor, espantado. Así el hombre asciende por peligrosos caminos a las más altas cumbres para burlarse de su medrosidad y de sus rodillas temblorosas; por eso sostiene el filósofo enfoques de ascetismo, de humildad y de santidad, cuyo resplandor desluce su propia imagen del modo más horrible. Este despedazarse a sí mismo, este escarnio de la propia naturaleza, este sperneri se sperni que tanto han exaltado las religiones, es propiamente hablando un grado muy elevado de vanidad. Toda moral del Sermón de la Montaña cabe aquí: el hombre tiene una verdadera voluptuosidad en ultrajarse mediante exigencias excesivas y en deificar después este algo tiránicamente imperioso en su alma. En toda moral ascética adora el hombre una parte de sí como Dios y tiene para ello necesidad de diabolizar la parte restante”.

Enhorabuena.

Ricardo Signes said...

No sé qué une más, si las fobias o las pasiones; casi diría que lo primero, pero lo que habéis escrito de Kempes, me llega muy hondo. Yo he vivido hasta los 24 al lado justo del Mestalla y cuando iba al colegio, a veces me entretenía más de la cuenta y entraba al estadio. Serían las tres menos algo y, claro, allí no había nadie, solo el portero, así que mi hermano, dos amiguetes y yo entrábamos por una puerta de las que dan al gol norte, nos echábamos una carrera por el césped, cruzábamos el campo, subíamos por las gradas,a veces hasta tirábamos alguna almohadilla, y saltábamos a toda prisa, huyendo del vigilante, por un murete que daba a la parte de Artes Gráficas, casi enfrente del bar de Manolo el del bombo. Eso era entre semana, pero los días de partido nos colábamos por el Huerto de Veirats. Una vez me acojoné, porque al ir a saltar ya dentro del estadio, me agarró una mano del brazo: la policía, pensé; pero no: era un tío con un puro y una bufanda. "Vinga, xiquet, cap a dins, a animar, a animar... Una noche delirante fuimos a casa de Kempes, que vivía en Paseo al Mar; le llamamos por el telefonillo ¡y el tío bajo de su casa para saludarnos! Esa fue mi experiencia paranormal más intensa que he vivido. Mi auténtico encuentro en la tercera fase.

David P.Montesinos said...

Mi enhorabuena ha de ser para usted, señor Serna por el excelente artículo que firmó el otro día a vueltas con Conrad, y no me parece por cierto que fuera casualidad que anduviera usted especialmente inspirado en relación a este autor.

David P.Montesinos said...

Lo que cuentas, Ricardo, me llena simplemente de envidia. A mí, con los futbolistas, me pasa como a Woody Allen con los viejos humoristas cutres de la tele de los cincuenta, que se sonroja y emociona cuando se los presentan. Si me pusieran delante de Zygmunt Bauman, Jurgen Habermas o Fernando Botero, creo que no temblaría tanto si tuviera que encontrarme delante de Albelda... residuos de esa mala educación que recibimos, o mejor, de la mala educación que "somos". Aferrémonos a nuestras neurosis.