Saturday, April 03, 2010











RATZINGER es a ojos de un viejo amigo el "filósofo más trascendental de nuestro tiempo". Deberle a largos años de colegio, parroquia y sacristía la propia fundamentación intelectual y moral no excusa a uno por decir gilipolleces. No acaba de explicarme mi viejo camarada cómo valora el pensador alemán la influencia actual en el pensamiento europeo de los textos heideggerianos que tanto leyó en su juventud, qué futuro tiene la deriva posestructuralista francesa, si es posible a partir de Quine un cambio de paradigma en la filosofía analítica, si tenía razón Kuhn en su polémica sobre la historia de la ciencia con Popper... en fin todas esas cosillas que nos preocupan a los licenciados en la Ciencia de los Primeros Principios y las Causas Últimas, como llamó el padre Aristóteles a la Filosofía.


Podría leerme Ser cristiano en la era neopagana, Mirar a Cristo, ejercicios de fe, esperanza y razón o Un canto nuevo para el Señor: la fe en Jesucristo y la liturgia hoy... Pero, sinceramente, sospecho que no voy a encontrar bajo tales títulos las respuestas que necesito a los problemas que me angustian y, en cualquier caso, ya aprendí que lo que anida en los cenáculos monacales, antes que la corrupción o las tentaciones del Maligno, es un demoledor aburrimiento... conque me contentaré con escuchar alguna homilía y ver Ben-Hur, dado que ya ha quedado claro que no me libraré mientras vivan de los tostones de romanos viciosos con que decoran nuestro paisaje de la santa semana.






No me preocupa en exceso si la Iglesia católica está corrupta por la pederastia o si Benedicto XVI está perdiendo la oportunidad de desmarcar a la Iglesia de sus manzanas podridas. Es cierto que la realidad le está echando un pulso: tiene que lidiar con una situación que erosiona la imagen de la institución y la suya propia, en la medida en que todos sospechamos que -salvo que le consideremos idiota, y eso sí que no- que el turbio asunto ha venido siendo silenciado y tolerado desde siempre por las autoridades vaticanas en general, y por su hombre más poderoso de las últimas décadas en particular. Para mí, no deja de ser una sorpresa que cierta vieja allegada con una larga vida de fervor me venga ahora con que "estoy pensando después de todo esto en abandonar definitivamente la fidelidad vaticana". Tratándose de una mujer de izquierdas, firme defensora desde joven del sandinismo o la Teología de la Liberación y vinculada siempre a las asociaciones de cristianos progresistas, me causa perplejidad que ahora se espante por ciertas prácticas que siempre han ocurrido, que siempre han sido silenciadas y que, en cualquier caso, son mucho más producto de la lógica institucional que gobierna al mundo de los clérigos que de la maldad intrínseca de algunas personas. Creo en suma que no es motivo para abandonar a su suerte a la Iglesia cuando se ha acogido uno a ella durante toda su vida. Los motivos por los que un cristiano debe renunciar a la autoridad romana y vivir su fe de una nueva manera son otros y, desde luego, mucho más profundos.


No es cierto que Ratzinger se esté equivocando, ni siquiera creo que la cuestión sea si está o no actuando inmoralmente. A Ratzinger le molesta la pederastia tanto como a mí, aunque no sé si exactamente por las mismas razones, pues en mi caso, la base desde la que determinar la aceptación de las relaciones sexuales es la libertad y, en consecuencia, el consentimiento, el cual se vuelve impracticable cuando se trata de niños. No estoy seguro de que ese sea el principio fundamental para la autoridad vaticana, pues no tiene ningún reparo en condenar ciertas prácticas sexuales voluntarias entre adultos. En palabras atribuidas a Benedicto: ""La homosexualidad es un desorden objetivo. La Iglesia Católica debe acoger con respeto, compasión y delicadeza a todas las personas homosexuales, pero exigiéndoles también que vivan en castidad." Es posible que yo no interprete bien la frase, cuyo sentido me parece preñado de una repugnante hipocresía, pero, por si hace falta, podemos recordar una del ínclito arzobispo Cañizares, fiel seguidor de los planteamientos del actual ocupante del Trono de Pedro: "La ideología de género es una de las revoluciones más insidiosas que se han dado en la historia de la humanidad y conlleva la destrucción del hombre" Mientras los cristianos no se metan en la cabeza que el sexo es una cosa que está muy bien, que ser gay es bueno, que el preservativo es un invento estupendo y que, en definitiva, Dios no es tan imbécil como para andar preocupándose de lo que usted hace libremente con su cuerpo, seguirán haciendo caso de todas estas memeces de quienes, tan obsesionados con las tentaciones, han terminado consiguiendo que el sexo goce incluso de una mayor atracción de la que realmente merece.


Sostengo, no obstante, que todo esto es secundario en el análisis sobre los motivos del Papa. No dudo que estos asuntos tengan que ver, como efectos colaterales, con la monstruosidad que, para cualquier persona, supone una prescripción como la del celibato. Precisamente porque creo que uno ha de poder hacer con su cuerpo lo que desee -incluyendo por supuesto no tener relaciones sexuales- me parece terrible que la pertenencia a una determinada institución determine la intimidad. Que de ahí se deriven la doble moral, el ocultamiento e, incluso, las prácticas abusivas, se nos antoja irremediable... pero conviene recordar a los clérigos que nadie les puso una pistola en la cabeza para vivir dentro de una sotana.


Y aún así, insisto, la tolerancia vaticana con la pederastia tiene que ver mucho más con las necesidades prácticas de la Iglesia, que no son otras que las de la supervivencia. Mi planteamiento al respecto de Joseph Ratzinger es que su indiscutible inteligencia, su vasta cultura y su liderazgo no le dan para ser un gran filósofo, pero sí para hacer lo que viene haciendo con tenacidad bávara y con maestría desde hace muchos años: vigilar la salud de la institución. No es en la preservación de la fe donde anda fuerte -sus virtudes como "convertidor" de infieles son ridículas en comparación con las de su amigo y predecesor, Karol Wojtyla-, sino en su rigor como burócrata. Ratzinger ha entendido siempre perfectamente que el Vaticano es una empresa internacional con importantes sucursales y filiales a las que hay que alimentar y atender, lo que no es poca cosa. Lo que verdaderamente sabe es, como un médico, detectar los síntomas de infección y eliminarlos o aislarlos para evitar que se extiendan.


¿Por qué no ha sido implacable con los pederastas como sí lo es con las tentaciones renovadoras de los sectores progresistas del catolicismo? Porque entiende perfectamente que el peor virus de una institución no civil ni democrática -incluso de una institución donde la imagen moral que se proyecta es esencial- no son ciertos vicios privados, sino la desobediencia. Alguno de los acusados de pederastia ha destacado sobremanera en su voto de obediencia. ¿Casualidad?



Lo que Ratzinger ha sabido siempre es controlar a su tropa. Si, en contra de lo que piensan algunos, quedará en la historia de la Cristiandad como un pontífice irrelevante es precisamente porque su tecnología de poder ha sido la del enroque. Con Benedicto no aumentará el número de fieles, es más, serán masas de población las que, por ejemplo en Hispanoamérica o Asia, continuarán pasándose a otras filas regidas por expertos en gestionar las inquietudes del espíritu, tal y como ya viene ocurriendo desde hace tiempo. No siendo una celebritie como Wojtyla -el Papa que entendió perfectamente aquello de la "Sociedad del Espectáculo"- Ratzinger solo puede nutrir la legitimidad de la institución dotándola de autoridad moral, pero ha optado por seguir actuando como un poder interno, que es lo que siempre hizo desde la Congregación para la Doctrina de la Fe. Si, por más que le cambiaran el nombre astutamente, la Santa Inquisición sobrevive después de medio milenio, es porque sigue siendo una prioridad luchar contra las herejías, que es para lo que la fundaron. En palabras más de nuestro tiempo -ya quisieran poder seguir metiendo miedo con lo de los herejes y las excomuniones-, lo que hace un inquisidor actual es proteger la ortodoxia de la fe frente a doctrinas que pueden hacerla peligrar. Y "ortodoxa", ya lo sabemos, es aquella lectura de los textos sagrados que el Poder ha decidido ir considerando verdadera, es decir, aquella interpretación que se niega a aceptarse a sí misma como tal, considerando que todas las demás interpretaciones son ilegítimas y perseguibles porque solo la versión romana traduce literalmente los deseos del Dios que vino de visita por tierras de Judea.







Si el Vaticano se lanzara a saco contra todo este tipo de asuntos no tendría más remedio que abrir otros muchos, unos de índole sexual, y otros asociados a diversos pecados capitales como la codicia. Abriría con ello una puerta peligrosísima, y es razonable que en un tiempo ciertamente crítico para la Iglesia, un rector con sentido de la responsabilidad tema no poder controlar las consecuencias. Lo que verdaderamente desea el Vaticano en el momento presente es proteger una lógica tan del Antiguo Régimen como la del tribunal estamental. En otras palabras, frente al principio democrático supremo -la isonomía o igualdad ante la ley- la Iglesia pretende juzgar internamente a su gente. Eso es lo que más han echado en falta aristocracia y clero el día que triunfó la Revolución Burguesa y Europa pudo empezar a realizar al fin el ideal cívico que los ilustrados habían recuperado del viejo ágora de Atenas. Pero es que acaso sea la supervivencia de instituciones tan medievales el auténtico milagro de nuestros días.

Como toda institución internacionalizada y burocratizada -sean o no sus fundamentos medievales- lo que la Iglesia pretende es su autorreproducción, y no otra cosa es lo que le encargan sus empleados al dirigente de turno. "Es la economía, estúpido", decía la gente de Clinton en campaña. Por ahí van los tiros. Deberíamos pensar en los tres mil quinientos millones de euros que el dichoso Concordato nos cuesta cada año y plantearnos si debemos seguir siendo los ciudadanos comunes los que sufraguemos a la Iglesia Católica por la racanería de sus fieles, que nos creen obligados a seguir subvencionando el carácter "practicante" de su fe. ¿Hemos pensado, como me dijo un delegado sindical, que la Iglesia es el único sindicato con miles y miles de "liberados", sacerdotes, profesores de Religión y otras figuras intermedias entre Dios y el alma, los cuales transmiten fidedignamente la doctrina de sus jefes? Quizá no se nos ocurra que una razón esencial en favor del mantenimiento del celibato es precisamente la necesidad de la Iglesia de tener bien sujetos en su vida pública, pero también en la privada, a los legionarios de su tropa.






Una de esas consignas es la de la conciencia persecutoria. Deberíamos extraer consecuencias del hecho de que algunas naciones, autonomías, razas, religiones o doctrinas habituadas a extender la idea de que sufren persecución suelen arreglárselas para estar permanentemente en el candelero mediático. Para no querer ser perseguidos, sorprende la facilidad que tienen por ejemplo los obispos para decir todas aquellas cosas que sirven de carnaza a la prensa. ¿De verdad quieren que les dejemos en paz? ¿No será más bien -y esta es una estrategia tan vieja como el cristianismo- que hace falta incitar a los supuestos perseguidores? Por otra parte, ¿soy un perseguidor de la fe cuando cuestiono la ideología de los obispos, cuando me quejo por sufragar una institución antidemocrática, cuando cuestiono la política de concertación por la que todos pagamos la enseñanza religiosa en detrimento de la enseñanza pública...? No, caballeros, no son ustedes perseguidos, acaso sean más bien ustedes los que nos persiguen a los demás, y lo van a seguir haciendo mientras la fe no se entienda como un ámbito privado, que es justamente lo que les aterroriza. En todo caso, creo que no llevan bien aquello de la discrepancia, pero no me sorprende, porque el principio de autoridad en el que basan su visión del mundo las autoridades vaticanas es en esencia medieval y antidemocrático.





El verdadero gran enemigo de la Fe en la historia es la Razón, pero ésta ya aprendió desde Descartes a poner entre interrogantes todas sus creencias, precisamente porque forma parte de su programa no convertir las creencias en dogmas y garantizar el ejercicio permanente de su autocuestionamiento. Supongo que es a esto a lo que Ratzinger llama "relativismo". Pese a todo, ni cuatrocientos años de luteranismo, Revolución científica, Ilustración y laicismo han acabado con el poder vaticano. Sospecho que los enemigos que amenazan con adueñarse del territorio del espíritu son menos respetables que Descartes o Kant. Así se entiende por qué les ponen tan nerviosos las mamarrachadas de Dan Brown, o las bromas new age de los espiritistas, o los que creen que quienes van a salvar al mundo son los marcianos, la meditación tántrica o las cartas astrales. Y eso sin olvidarnos de los millones de hispanoamericanos o asiáticos que se están pasando masivamente a sectas protestantes y otros "cultos incontrolados"


Yo creo que no hay quien nos salve, a no ser que entendamos -como muy saben Ratzinger y compañía- que nos hemos de salvar a nosotros mismos. De momento se me ocurre sugerir a los católicos con alma crítica -que los hay, y cuya fe merece todo mi respeto- que se planteen si no ha llegado el momento del segundo gran Cisma en la historia del cristianismo, si no es hora ya de declarar de una vez por todas la ilegitimidad del poder vaticano para gestionar la fe. Entretanto, yo me conformaría con que los Estados que firmaron el Concordato pierdan al fin su miedo a los púlpitos y acaben ya con los privilegios que sostienen todo este negocio tan dudoso. Me gustaría que fuera, en cualquier caso, el ejercicio crítico de una ciudadanía laica el que determinara tal cosa, y no la lectura de El código Da Vinci o la sustitución de la parroquia por las revistas de ocultismo... Ni siquiera -añado- el que haya algunos curas pederastas.

2 comments:

Joaquín Huguet said...

Un análisis brillante, David. Me ha llamado la atención lo del control que la Iglesia tiene sobre la vida privada de sus acólitos, de ahí que no tengan interés en esclarecer sus trapos sucios. ¿Herencia mafiosa o romana? Stalin prefería fichar a sus verdugos entre gente con un pasado cobarde o zarista para tenerlo a su merced. Parece mentira que una institución como la Iglesia Católica, que ha sobrevivido tantos siglos gracias a su sentido del espectáculo y a su capacidad de asimilación de las creencias paganas, esté anquilosándose por esta mentalidad retrógrada. Por eso huele a apolillado y a corrupto. ¿Y a quién le gusta ese tributo a la muerte? Cuando veo algún espectáculo de la Iglesia, me parece estar asistiendo a un grupo de momias o zombies que están actuando mecánicamente, sin alma y sin convicción. Las ceremonias en todas las religiones son necesarias, pero en el Catolicismo están vacías, y al espíritu santo inicial, le ha sucedido, un olor a alcanfor. ¡Sólo cabe confiar en un milagro! Y en eso estamos de enhorabuena porque una cohorte de arcángeles asistirá al Papa. ¿No conoces las últimas declaraciones de Ratzinger? Gracias a su relación privilegiada con el cielo, los sacerdotes son ángeles. ¿Ángeles o demonios?

David P.Montesinos said...

Gracias, Joaquín, estaría bien que, en todo caso, fueran ángeles como aquel de Wenders en "Cielo sobre Berlín", capaces de cuestionarse su naturaleza aérea y decidirse a bajar a la condición mortal para conocer al fin que se siente cuando el alma está provista de todo ese cascarón de debilidades inmundas que son el enamoramiento, el miedo, el dolor, la pérdida...