
EL DIÁLOGO IMPOSIBLE
Hubo un tiempo en que me sonaba un puntín a socialdemocracia marujona toda aquella construcción filosófica de Jurgen Habermas sobre el diálogo. Heredero de la Escuela de Francfurt, de la que yo le veía tan lejos, Habermas expuso profusamente la necesidad de articular la convivencia democrática a partir de espacios donde el diálogo fuera posible sin violencias ni sumisiones. La misión del gobernante -y del intelectual- consistiría en propiciar la creación de las condiciones desde las cuales el intercambio de ideas fuera un proceso realmente desfeudalizado, de tal manera que pudieran superarse las intromisiones de comunicación perversa que comúnmente detectamos en cualquier experiencia de diálogo.
Siempre advertí la nostalgia de un horizonte utópico tras la abstrusa terminología habermasiana -tan alemana ella-, siempre creí que Habermas se resistía a asumir la fatalidad de las relaciones humanas, cuyos recovecos están atravesados irremisiblemente de todo eso a lo que llama "violencias", hasta el punto de que creer que podemos prescindir de ellas en cualquier situación en que nos encontremos... Como si fuera posible quitarnos de encima toda la suerte de miedos, complejos, traumas, hostilidades, deseos y ambiciones tan solo porque ingresamos en un "espacio comunicativo". ¿Y qué demonios es un "espacio comunicativo"?, ¿o es que no estamos permanentemente comunicándonos en la calle, en las aulas o en las barras de los bares?, me preguntaba también con frecuencia.

Y, sin embargo, hay algo en las pretensiones de la Razón Comunicativa que regresa últimamente a mi memoria con frecuencia. Creo que me está pasando lo que a algunos viejos conocidos, que se hicieron habermasianos por aquella promesa del "estado ideal del diálogo", con la cual amortiguaban la angustia que con frecuencia experimenta todo bicho viviente de vivir espantosamente aislado. En su pragmática dialógica, el filósofo alemán construye un denso paisaje conceptual cuyo fin es articular los principios de la democracia deliberativa y propiciar la lógica del consenso. Postula entonces cuatro condiciones que habría de respetar el hablante auténticamente deseoso de participar en la comunidad comunicativa: inteligibilidad, verdad, rectitud, veracidad.
No voy a explicarles a ustedes las implicaciones de cada uno de estos cuatro requisitos. En primer lugar porque no quiero aburrirles -los filósofos alemanes son casi siempre unos pelmazos-, pero, sobre todo, porque no creo en ellos. Deseo como cualquiera que mi interlocutor sea veraz y recto, pues me gustaría poder confiar en él, pero la pretensión habermasiana de institucionalizar tal pretensión me parece de un utopismo rayano en lo naif. A riesgo de caer en el cinismo, prefiero aquello del Doctor House -"Todos mentimos"-... Creo que uno sale mucho mejor armado a las calles con esa convicción que con la pretensión de que puede exigir a su interlocutor que sea honesto, y además, creer que podemos estar seguros de que lo está siendo. House tiene razón: todos ocultamos algo, a veces lo ocultamos casi todo, elegimos sin avisar los momentos para la honestidad... No podemos, en suma, estar seguros de que nuestra pareja no nos engaña ni de que nuestros amigos nos besan como Judas antes de que les prestemos el dinero que no piensan devolvernos. Me han engañado tantas veces en la vida que -aparte de tomar conciencia de que soy gilipollas y de que la raza humana está emparentada con la de los animales reptantes- he llegado a la conclusión de que es mejor sospechar que siempre me mienten que vivir pensando que la humanidad se salvará leyendo libros de Jurgen Habermas.
Como, pese a todo, comparto con los habermasianos la preocupación por que el "mundo de la vida" se vea cada vez mas sometido a la sordera en este tiempo que se autoproclama de la Comunicación Global, yo, sin tantas pretensiones metafísicas como Habermas, pienso que deberíamos hacer un esfuerzo por depurar ciertas prácticas que son comunes en nuestros días y gracias a las cuales la hermosa costumbre de platicar con nuestros congéneres empieza a parecer cosa de abuelas de aldea que, vestidas de negro, ven pasar las tardes juntas sentadas en el banco de un parque.
Lo primero de lo que se me ocurre que deberíamos desproveernos es de la prisa. Si sostenemos el empeño por hacer demasiadas cosas en poco tiempo es posible que se nos ponga la cara de tipo duro de Fernando Alonso, pero desde luego, haremos imposible cualquier conato de conversación medianamente interesante, lo que nos convertirá en uno más de tantos tipos horribles y estresados que infestan aceras y calzadas. Añadiría acostumbrarse a no sustituir a la persona que tenemos delante por el idiota que nos llama al móvil -vamos, que lo apaguen, cenutrios-, quitar la tele cada vez que salen los tipos que conquistan audiencias millonarias a base de gritar e insultarse, evitar las noticias sobre la actualidad política, asumiendo la paradoja de que el Parlamento tiene actualmente la misión de evitar que los seres humanos nos entendamos a través de nuestros supuestos representantes...
Se me ocurren montones de cosas por el estilo, pero me limitaré a referirme al entorno internáutico, epicentro de una verdadera explosión de posibilidades de comunicación en nuestra era, pero también origen de algunos vicios sobre los que creo que deberíamos ponernos de acuerdo aquellos que continúamos considerando que un buen intercambio de ideas es preferible a los gritos, las amenazas, los insultos y toda esa suerte de bonitas prácticas con las que uno se topa cada vez que pone la tele, lee La Razón o El Mundo, escucha la Cope, sale con su automóvil al tráfago urbano o acude a un estadio.
En el blog de nuestro amigo Justo Serna aparecen diariamente intervenciones de los que en el argot se conoce como trolls. Un troll es aquel internauta que se pasea por blogs o foros de diarios y se dedica a insultar, amenazar e intentar desacreditar al autor o a los habituales participantes. Hace tiempo que he dejado de intentar comprender este tipo de hábitos. Todos hemos llamado a un teléfono de críos para burlarnos de un vecino o hemos escrito gilipolleces en un WC público, pero que un adulto se dedique a diario a escribir exabruptos en un blog para supuestamente chinchar al autor...no sé, diría que da pena imaginar que tipo de lisiado físico o mental puede gozar con tal cosa, de no ser porque creo que uno ha de reservar su indulgencia para imperfecciones humanas algo menos indignas. Olvidemos a los trolls, que por cierto menudean por aquí bastante menos que por el blog de Justo Serna, lo cual es signo del seguimiento que se tiene. Muchos trolls y sobre todo muy tenaces, luego uno es razonablemente importante.

Vuelvo a las distorsiones comunicativas que tanto preocupan a Habermas. Mi hipótesis de trabajo es que, si no cogemos el toro por los cuernos, es decir, si no educamos a nuestros jóvenes en la ética de las buenas prácticas informáticas, si renunciamos a la posibilidad de estructurar sus hábitos en la Galaxia Internet, corremos el serio riesgo de dejar crecer una generación de esquizofrénicos, de seres atomizados, completamente incapaces de crearse un mapa intelectual, moral y emocional, eso que solo podemos obtener gracias a nuestro contacto con los otros.
Lo que van a leer lo extraigo hoy mismo de un diario deportivo donde se informa sobre el fichaje de Mourinho por el Real Madrid. Es un "foro de opiniones y comentarios":
-INDA ERES UN IMPRESENTABLE, ERES EL LAMECULOS DE EL SEÑOR FLORENCIO
-esto me recuerda a MESSINA mucho bla bla, y luego zas zas en toda la boca , morriños lo mismo ¿va a ser el pichichi el zamora etc? lo k seguro va ser morriños es el payaso de la liga , CAMPEONES DE LA LIGA DEL SIGLO JA JA VISCA EL BARÇA Y LA PU---TA MADRE DEL INDA LA CHO-CHO ESKOCIO,saludar al moderador con cariño,dice tu madre k cojas la toalla y te vengas a la playa COME--POLLAS
Edificante ¿verdad? Se me ocurre pensar en lo barato que sale dedicarse a echar espumarajos por la boca. No crean que es un problema solo del entorno de los diarios futboleros, ni siquiera es solo de chats y foros para hacer amigos, donde, ciertamente, uno llega a pensar que el lenguaje asiste a su auténtico apocalipsis. En el referido blog de Justo Serna, he llegado a leer intervenciones como la que les transcribo, que irrumpe como respuesta a otra de un troll que el blogger tuvo el buen criterio de eliminar:
Lo lamento por usted, cazón en panga, no debió involucrar en esto a mi familia. Ha dicho lo que no debió decir. A partir de este momento, manténgase a la expectativa porque donde le vea asomar el belfo rezumante de bilis, le daré su par de soplamocos. Vaya usted, y perdóneme el maestro Serna y los demás respetados comentaristas, vaya usted, cazón coprófago a escupirle el esfínter a la más provecta de su genealogía, viva o muerta. Sacúdase de mi de ahora en adelante, porque en esta me las paga basura mofletuda marcada con un xx en el torrente cardiovascular con ínfulas viriles. Cuida tu boca, sabandija mal nacida… cuídala.
...¿Se dan cuenta? Y esto pasa en el blog de un tipo mesurado y poco dado a los extremismos o los desafíos.

Un alumno, al que considero persona sensata e incluso bondadosa, me confesó que se expresaba con frecuencia en tales términos cuando navegaba por los océanos virtuales. Me parece que hay mucho por hacer.