Friday, June 25, 2010













ESPAÑA







La escena transcurre en cierta localidad de las planicies castellanas, dentro de la oficina del Jefe de Estudios de un instituto de reciente construcción y que incorporaba todas las maravillas arquitectónicas exigidas por la Reforma Educativa iniciada en los años ochenta. Una profesora de mediana edad, exagerada en el maquillaje y en los gestos, con alguna operación de morros y tetas a cuestas, le espetaba al Jefe de Estudios algo así como: "¡Yo, que soy una luchadora, que me fui a Madrid yo solita a estudiar y que he hecho leer a mis alumnos hasta el Ulises de Lloice... que me metáis ahora a un subnormal en clase, coño, Paco, es que es muy fuerte!", todo eso sin dejar de sostener el bocadillo de sobrasada que le dejaba alguna que otra marca encarnada entre sus siliconosos labios.







¿Por qué les cuento esto? Es el ejemplo que ahora mismo me viene a la cabeza, de los miles que podría ofrecerles, para explicar que el gran problema oculto de los españoles es el de la falta de lucidez. Si orientamos astutamente el análisis, encontramos que ese defecto explica la actual zozobra económica, el desastre educativo, la colonización industrial, la falta de productividad, la impotencia institucional, la impunidad de los corruptos o el caos organizativo mucho mejor que la presunción de que los españoles somos idiotas, que solo nos podemos de acuerdo para decidir dónde matarnos o que en el fondo somos todos unos zánganos. La señora de la que les he hablado parecía estar ciertamente un poco loca. He encontrado muchos así en mi profesión y les aseguro que los hay absolutamente pintorescos, lo cual puede reforzar la teoría de que nuestro mal es el del quijotismo, es decir, que uno tiene que convivir en cualquier sala de máquinas con tantos lunáticos que lo raro sería que el país funcionara.



Pero creo que esa sensación en realidad es producto de algo mucho más profundo y en lo que sospecho que no nos fijamos: en este país cuanto apenas acabamos de quitarnos la boina. Ese es nuestro auténtico Mal, no tanto porque haga un par de semanas que hemos dejado de ser una sociedad feudal, sino porque se nos ha olvidado demasiado pronto.










Cuando allá por los años veinte mi abuelo empezó a jugar en el Valencia CF, toda su familia se desplazaba en una tartana desde las huertas de Benicalap hasta la acequia de Mestalla. Llegaban, ataban al burro y Arturet salía ya vestido de corto para entrar en el estadio y liarse a marcar goals (entonces se llamaba así, goal... igual que el nueve era un center forward y el juego que acababan de traer los ingleses se llamaba foot-ball). De eso hace mucho, claro. En aquel tiempo, Benicalap era un pueblo en toda la extensión de la palabra, y su gente acudía al cap i casal solo de vez en cuando. Ahora no es más que un barrio más de la capital y hasta su mercado puedes llegar andando o en metro sin atravesar un palmo de huerta.



Acudan a cualquier suburbio de una gran ciudad. Verán, por ejemplo, una vieja casa con jardín que hace raro en medio de tantos bloques inhóspitos y grises. Pues bien, hace mucho menos de lo que nos creemos, esa casa dominaba el lugar y a su alrededor había chozas, alquerías, huertas naranjas y un páramo donde la gente cogía caracoles con la intención de cenárselos.








Un viejo amigo riberenc, ahora ejerciendo un sofisticado cargo de profesor e investigador de Sociología por la Universidad de Valencia, me confesó recientemente el vértigo que le producía hablar tanto sobre nuevas tecnologías, la I más D, los planes de Bolonia, las redes sociales de Internet o los retos de la nueva economía, cuando "resulta que yo, a mis cuarenta años, he visto rebaños de cabras por las calles de mi pueblo y en algunas casas tenían su marrano para matarlo cuando llegaba el invierno..."

Se me ocurre pensar, por si no les basta el anecdotario, en algo que me pasó hace unos años. Estaba sentado leyendo el diario en un banco de la gran avenida junto a la que vivo cuando un viejo se me puso al lado. Superé la estúpida impaciencia con la que decidimos eludir cualquier
conversación con un desconocido y, al darme cuenta de que el viejo sabía muchas cosas, decidí aprovechar la ocasión e interrogarle, sobre todo cuando advertí con cierta perplejidad que lo que para mí es una simple avenida, para él era "la autopista". Entendí entonces que él, que siempre vivió allí, veía desde su pueblo la gran ciudad a la distancia, que todo lo que ahora es calzada para automóviles era entonces un entramado de huertas y acequias, que de lo que ahora vemos tan solo estaba "esa pequeña capilla con su campanita para avisar a los pobres de que les daban de comer", y que "allí donde usted ve ahora la Seat lo que había era una granja de cerdos y que su dueño era el más rico del pueblo, y acudía al Banco de Valencia con los cerdos detrás y todo el mundo lo sabía porque dejaba olor, pero en el banco le abrían todas las puertas porque tenía más dinero que nadie..."





El viejo no hablaba del siglo XIX, hablaba de hace muy poco: "después hicieron la autopista y todo ya cambió muy rápido. Aquel hombre había experimentado el mismo vértigo que mi madre, que dice que está muy bien que haya neveras, "porque la comida se estropeaba en las alacenas y a tu abuela le ponía eso enferma" y "porque antes tenías que ir con cántaros a por agua", pero la verdad es que de cría, allá en el pueblo, le hubiera resultado impensable un mundo tan distinto.






No sé si mi madre piensa en eso con frecuencia, quizá no le gusta pensarlo demasiado, porque siempre he sospechado que en este país respecto a las penalidades del pasado la gente prefiere no pensar ni hablar demasiado. Yo siempre tiré mucho de la lengua a mi abuela y sé lo que significa mantener una mentalidad preindustrial en una España como la que se empieza a configurar sobre todo a partir de los sesenta y cuaja definitivamente con la democracia y la modernización política y económica del país.

Pero quizá el problema no sea de mi madre ni de aquel anciano del banco de la avenida. Creo que la esquizofrenia que arrastramos es producto de la velocidad desorbitada a la que nos hemos subido a trenes que no hemos inventado. No tuvimos revolución industrial ni burguesía, pero vivimos en una democracia que casa a los gays y somos supuestamente una potencia económica. A veces tengo la impresión que la modernidad y su concreción en prosperidad y libertades son un producto precocinado por otros que nos estamos comiendo tras descongelarlo. Esto a la fuerza tiene que producir vértigo en la gente, por eso uno tiene que relacionarse cada día con unos cuantos locos.





Deberíamos todos hacernos una pregunta: ¿cuántas generaciones me separan del hambre? España está llena de gilipollas, herederos de aquel fantasmón grandilocuente que declaraba el trabajo con las manos "propio de judíos" y que aspiraba a ser clérigo o caballero, que pueblan las oficinas creyéndose que su supuesto alto linaje no tolera cosas como tener en el aula a un niño con síndrome de Down. Pero la realidad es que mis abuelos tenían las manos encallecidas de secarral castellano, unos, o las piernas mordidas por culebras de acequia, los otros.






¿Saben? Tengo una vecina que vino hace cincuenta años de Jódar, un pueblo de Jaen. "¿Qué vino, usted, María, a casarse?"... "Qué a casarme, vine porque allá nos cagábamos de hambre"
Está bien ponerse muebles de Ikea, tener a una chica hispanoamericana cuidando al crío y comprarse un automóvil bonito. Está bien eso y, sobre todo, tener un grifo del que -milagro- mana agua. Y lo que sobre todo es un lujo es no pasar hambre y no tener que agachar la cabeza con humillación cuando nos cruzamos con un preboste o un hacendado, como sospecho que les pasaba a mis abuelos.

Lo que temo es que se nos olvide demasiado fácilmente quienes somos y de dónde venimos.


20 comments:

Fra said...

Como siempre el verbo justo David...
Lo cierto es que no nos separan muchas generaciones del hambre... Hace poco, en la mesa de al lado de un mítico restaurante de la Barceloneta un anciano y su hijo cenaban sardinas recién pescadas . La apasionada conversación intergeneracional llegaba a los otras mesas mientras el más anciano consultaba en su IPHONE el tiempo... En un momento, el anciano empieza a comerse las cabezas de las sardinas ante la incomodidad del hijo que le reprueba la acción...
La contestación del señor la escuchó todo el bar: "Si hubieras pasado hambre en la guerra como yo lo entenderías"

¿La primera foto es Barcelona con las tres torres del Raval/Paralel?

Aspasia said...

Como siempre pones el dedo en la llaga en tus escritos.Tal vez esta crisis que nos esta tocando vivir, nos sirva para algo y como la propia experiencia es la única que nos enseña, que nos ayude a poner lo pies en el suelo y bajar de las nubes.
Sobre todo a una gran parte de los nacidos en la democracia que no han pasado las penurias de sus progenitores que por darles lo que ellos no tubierón, creamos unas falsas pespectivas y un mundo feliz (que no es tal), y que esta lleno de problemas que tenemos que resolver cada día si queremos que mejore. De todas formas creo que somo lo suficiente fuertes y inteligentes para superar esta crisis y mejorar el sistema.

David P.Montesinos said...

Creo que sí lo son, Fran, en cualquier caso son fotografías de Català Roca. Imaginaba que alguien me preguntaría por ellas. Hay ahora mismo por ahí un libro de su obra, un paisaje maravillosamente retratado de la España -la urbana y la rural- de mediados de siglo. Es un autor fascinante, de verdad, casi todas las fotos que pongo en este post son suyas. Por cierto, la foto del novicio con sotana que hace un paradón digno de Sadurní fue "retomada" astutamente por Almodóvar para "La mala educación".

David P.Montesinos said...

Acepto gustoso tu optimismo, Aspasia. Temo la pobreza porque creo que es ,junto a su hermana la ignorancia, el verdadero gran enemigo de las libertades. La pobreza edifica toda suerte de miedos y sumisiones. No sé si saldremos bien parados de este lío, pero también veo en la crisis la oportunidad para recuperar buenas costumbres que habíamos olvidado. Podríamos empezar por no aceptar sin más que nos metan los bólidos en medio de una ciudad que, supuestamente, está hecha para que la gente viva.

Anonymous said...

Suelo decir lo mismo a menudo. Hemos olvidado muy pronto que éramos un país pobre. Yo mismo nací en una casa donde había goteras y para cagar había que salir al excusado. Y hablo de 1971. Lo que sorprende es la falta de memoria y el hecho nefasto de pensar que tenemos derecho a lo mejor sólo porque si.

Un día me tiene que contar la vida de su abuelo Montes. abrazos

BT

David P.Montesinos said...

Cuando usted quiera, BT, será un enorme placer.

David P.Montesinos said...

Si quiere puede enviarme su mail, BT, no aparecerá publicado.

Anonymous said...

Hola, una atinada reflexión y como siempre un placer leerle.
Me pregunto qué ha hecho que olvidemos tan pronto de dónde venimos ¿por qué queremos o necesitamos olvidarlo? Otras sociedades con una historia más dramática no lo hacen.
Estoy terminando “La noche de los tiempos” que, como sabrá, está ambientada en el final de la Segunda República y el estallido de la guerra civil. Sí, parece que se ha olvidado muy pronto el hambre, la miseria y la incertidumbre de una guerra. Se nos olvida que basta la fragilidad misma de algo para animar a su destrucción.

Leo su post y me viene a la cabeza un libro de Dugast que leí el invierno pasado acerca de los cambios sociales y culturales que se producen a finales del XIX y principios de XX de una envergadura sin parangón y que dieron comienzo a una nueva era, eso que se ha venido en llamar “la modernidad” ¿Se imagina el vértigo de aquella sociedad?
Lo que está claro es que ni el progreso ni la historia son lineales, recordando a su amigo Foucault.

Hay una preciosa novela de Milan Kundera denominada “La lentitud” donde de alguna manera se reivindica ese tiempo perdido, ese ritmo lento y que Stefan Zweig recrea en los primeros capítulos de “El mundo de ayer...” le copio la cita de Goethe con la que abre el capítulo:
“Educados en el silencio, la tranquilidad y la austeridad,
De repente se nos arroja al mundo;
Cien mil olas nos envuelven,
todo nos seduce, muchas cosas nos atraen,
otras muchas nos enojan, y de hora en hora
titubea un ligero sentimiento de inquietud;
sentimos y lo que sentimos
lo enjuaga la abigarrada confusión del mundo”

Su reflexión me deja otra ¿nos da miedo o nos avergonzamos reconocernos en esos que fuimos?

Saludos

R.


PS: Realmente algunas de las fotos que usa en sus post son increíbles, la que abre éste es conmovedora.

David P.Montesinos said...

Verle por aquí es siempre un motivo para aprender algo, R. Cita usted con frecuencia lecturas que no tengo, de manera que me desborda un poco.No obstante, me quedo con lo de la lentitud, que usted asocia a Kundera. No sé si conoce Elogio de la lentitud, de Carl Honoré, libro fundacional en el movimiento internacional Slow life.

Lo que comenta respecto a la destrucción de lo frágil... Un día me dí cuenta de que había que dejarse de misticismos respecto al victimario cotidiano: se destruye a judíos, parias, mujeres, niños o gays porque son débiles o, al menos, porque previamente se les ubica en posición de debilidad.

Las fotos son lo mejor de mi blog. En este caso son de Catalá Roca. Insisto, hay ahora mismo un libro que recopila sus mejores fotografías. Estoy de acuerdo en que la primera es conmovedora, pero le aseguro que tiene a cientos tan buenas como esa, un auténtico genio.

El poema de Goethe que se ha molestado en trascribir me hace pensar en mis alumnos, sobre todo los que "aprueban" y dejan el instituto, pobres.

Vergüenza y miedo... yo creo que son anverso y reverso de un mismo sentimiento que necesita sentir que deja atrás aquello que uno fue y que prefiere no recordar. El laberinto de la identidad y de la memoria, obviamente...

Mila Solà Marqués said...

Sabias reflexiones -como siempre- David Montesinos. Parece que nuestro perfil profundo ha emergido muy poco en nuestro siglo XXI. Incluso quizás nos estemos hundiendo más entre tanto analfabeto/a político/a -que son más impresentables que los funcionales. Si añadimos que respeto y educación no están de moda ni se exigen como base de cualquier intercambio social o profesional, la España de la pandereta ha pasado a la del reality hasta en los informativos. ¿Recuerdas al antimagistral famosillo guionista americano del que te hablé en el anterior post? ¿Cómo no va a ser líquida nuestra actual sociedad? y gaseosa o humo me atrevería a sugerirle a nuestro gran Zygmunt Bauman.
Poco antes de estos recientes exámenes finales, la madre de uno de mis alumnos me preguntó si podía darle clases a su hijo a cambio de venir ella a cocinar o limpiar mi casa. Una de mis vecinas es profesora de literatura rusa y trabaja desde hace cinco años en un carrefour. Y otro amigo restaurador recibe currículos hasta de doctorandos para trabajar de camareros...La pobreza ya ha llegado a las clases medias y como sgan con descuentos salariales no tardaremos nosotros mismos en plantearnos algún trueque también. Al tiempo...Saludos, Mila.

David P.Montesinos said...

Hola, Mila. La metáfora que hizo famoso a Zygmunt Bauman sugiere de inmediato la vuelta de tuerca que tú sugieres. Licuefacción -o "liquidación"- de las realidades consistentes en las que se apoyó la comunidad, necesidad de sustituir los procesos formativos lineales y acumulativos por la "navegación" como única forma de sabiduría operativa... Todo esto apunta a la sociedad líquida tanto como los predicados actualmente de moda y que tú mentas- "volatilidad de los mercados, burbujas que se hinchan y se pinchan...- apuntan a lo gaseoso. En ambos casos nos hallamos ante la evidencia de que nuestros agarraderos son mas frágiles, pues no están destinados a perdurar. Son, como el empleo o la vivienda, "precarios".

Lo que comentas respecto a padres y madres de alumnos es experiencia que compartimos. Creo que tienes razón, que se está produciendo un desinflamiento de las clases medias, lo cual podría interpretarse como una "hongkonización" de nuestro modelo socioeconómico, un modelo que fabrica rápidas y numerosas fortunas a la vez que ensancha las brechas sociales y multiplica la pobreza.

Ciertamente no hablamos de un problema interno. España fue pobre siempre, pero parece cómo que el Estado social de derecho que tanto ha costado edificar lo vamos a hacer saltar por los aires con mucho menos cuidado que aquellas naciones europeas a las que creíamos habernos acercado en prosperidad.

Mila Solà Marqués said...

'La vie culturelle en Europe au tournant des XIXe et XXe siècles' que cita el comentarista R. o los estudios críticos sobre el problema de la teoría moderna del conocimiento donde Ernst Bloch confronta a Rickert con la filosofía de 1900 -oscuridad del momento vivido, conciencia histórica y sus manifestaciones en la utopía- ilustrarían ciertamente esa "vertiginosa" modernidad olvidada que me seduce más que nuestra vacía realidad manipulada del "como si".
Discrepo que las fotos sean lo mejor de su blog.

David P.Montesinos said...

Si seguís citando textos que no he leído me van a despedir.

Comparto la fascinación por ese periodo histórico al que te refieres. Justo Serna y Anaclet Pons dirigieron en Valencia una exposición francamente interesante sobre la familia Trenor en esa época "vertiginosa", como tú la llamas, que ahora parece suscitar nuestra melancolía... No sé si fue un tiempo mejor que el nuestro, pero desde luego fue capaz de suscitar todo tipo de promesas y, por qué no decirlo, también de amenazas. Algunas de ellas, por desgracia, se confirmaron. Me refiero por supuesto a la cultura del armamentismo y el exterminio masivo de las guerras mundiales.

Anonymous said...

Claro que las fotos no son lo mejor de su blog. Tomo nota del libro de Català Roca

Le voy a copiar una cosa que, Ignacio Abel, el protagonista de una excelente novela que acabo de terminar, dice del progreso:

“El progreso tangible, el desarrollo metódico y gradual de las invenciones técnicas (…) Ningún otro sueño había resultado más insensato; el sentido común era la más desacreditada de las utopías. Pero cómo no haber creído en el progreso, en que el presente y el porvenir eran el país luminoso al que uno pertenecía a diferencia de los habitantes tristes del pasado, confinados en ese reino decrépito que él conocía muy bien porque pasó allí la primera parte de su vida(…)El progreso no había sido un espejismo de cerebros recalentados por vapores verbales: él había asistido a la irrupción de los tranvías eléctricos y los automóviles, de los teléfonos y los barracones del cinematógrafo, de todas las cosas que a sus padres los desconcertaban o los aterraban.
El progreso había tenido la inevitabilidad de la corriente caudalosa de un río”.

Ignacio Abel confiaba en “el progreso modesto de las cosas” (que diría un amigo común) en los pequeños avances que hicieron la vida más fácil a muchos. Quizá aquello sí fue el progreso y no lo que ahora nos venden.

R.

David P.Montesinos said...

De crío vi una de esas antiguas películas en blanco y negro que le dejan a uno una huella indeleble, "El joven Edison", protagonizada por Mickey Rooney y que cuenta los años mozos del inventor del fonógrafo o la bombilla eléctrica. Quizá fuera mentira todo lo que cuenta y en el fondo Edison solo persiguiera la fama y el dinero de las patentes, pero a mis ocho años yo no me había ganado el derecho a ser cínico y creí a pies juntillas que aquel chico se obsesionó con la posibilidad de otorgar más potencia a la iluminación artificial por los problemas en que se vio el médico la noche en que tuvo que operar en su casa de urgencia a la madre de Edison.

Pensemos, por ejemplo, en lo que pasaría por la cabeza de los muchos que le dieron vueltas a principios del XX a la idea de un vehículo autopropulsado. Pensarían, creo, en la cantidad de vidas que podrían salvarse si llevaban a buen puerto el proyecto. Y podríamos seguir indefinidamente. Obviamente, el camino que han seguido las cosas no es el que imaginaron los padres de épocas como aquella de los años veinte, tan efervescente ella, revelado ahora como un gran relato, algo así como una mística para fascinar a niños de ocho años que ven películas sobre héroes.

Hablando de nuestros abuelos, el mío pasó la década de los treinta obsesionado con el cinematógrafo. Llegó incluso a hacer fracasar el negocio de muebles que montó por pasarse horas y horas viendo a Mary Pickford y Charlotte con el cinematógrafo casero que se compró.

Mila Solà Marqués said...

Incluso son más sutiles que eso R. Una venta es transacción comercial, en cambio si crean necesidades, manipulan sentimientos...Incluso llegan a la 'esquizofrenia' colectiva: algo inevitable supongo en nuestros tiempos.Gran historia la de Antonio Muñoz Molina -mi abuelo también era un socialista republicano- Saludos a ambos, Mila

Mila Solà Marqués said...

Puede que fascinación y obsesión sean derechos y en cambio el cinismo un deber de adulto. Si pensamos o actuamos solo con el distanciamiento y la experiencia quizás perdamos también la libertad de sentir o de hacer lo que nos apetezca -tengamos ocho o sesenta años. No sé, tu eres el filósofo y seguro que yo no tengo razón.

David P.Montesinos said...

La mayoría de los filósofos que creen poder ejercer algún tipo de autoridad por su titulación suelen ser bastante menos sabios que sus interlocutores... Y los he conocido, desde luego.

Lo del derecho a ser cínicos lo saco de una compañera muy implicada en las instituciones de ayuda al desarrollo del Tercer Mundo y que organizó una semana cultural para que los alumnos captaran ayudas en favor de cierta provincia de la India que había sido arrasada por un monzón desatado. Algún chaval le dijo que "el dinero que recaudemos se lo quedará alguien por el camino". "No tienes edad para ser cínico", le contestó ella.

El cínico es un optimista que se informó bien, pensaba aquella compañera, supongo. Quizá, desde este punto de vista, sea un "deber de adulto" -como tú dices- el cinismo. En cualquier caso, nunca debe ser una excusa para la pasividad y el conformismo... A eso sí que no nos hemos ganado nadie el derecho, por mayores que seamos. Estoy seguro de que estaremos de acuerdo en esto.

sara said...

Catalá Roca, genial fotógrafo como otros de su época: Masats, Miserachs, Forcano. Una simple mirada sobre sus fotos revelan una época y una forma de vida. No necesitan palabras. A veces llego a confundir algunas de sus fotos y no sé cuál es de quién ( excepto los famosos "traseros" de Catalá Roca)
Nuevamente escucho hablar de tu abuelo Montes y de tu madre.

David P.Montesinos said...

Hola, Sara, Català Roca tiene algunas fotografías por ejemplo de barriadas de Barcelona en los años cincuenta que no tienen desperdicio. No conozco a los otros que nombras, pero te veo versada en el tema, como muestra el hecho de que has reconocido en seguida la autoría de las fotos que incluye el post. Voy a buscarlos.