Saturday, July 03, 2010








EL ABRIGO MILAGROSO
DE MARILYN MONROE




En la manifiestamente olvidable película Jóvenes prodigiosos, Michael Douglas conduce al joven Tobey Maguire a un oculto lugar de la casa de unos amigos para enseñarle algo que anuncia como “excepcional”. Abre el armario y aparece un abrigo junto a una foto de Marilyn Monroe que, a ojos del joven mitómano, lo explica todo rápidamente: es el auténtico abrigo que lució la estrella la mañana de su infortunada boda con el jugador de béisbol Joe di Maggio. Unas lágrimas asoman al semblante del personaje de Maguire: la “soledad” de ese abrigo -siempre ahí, oculto en la penumbra de un armario cerrado con llave- le produce un sentimiento insoportable, algo así como la metáfora de la tristeza a la que el mundo condenó a su rubia predilecta.

No veo una gran diferencia entre este tipo de actitudes, hoy tan extendidas, y las de los peregrinos medievales que atravesaban bosques de demonios y mares de monstruos durante meses para poder tener el honor de besar una reliquia. No muy distinto a la urgencia con la que unos cuantos súbditos de la República Islámica, unos minutos después de conocerse el fallecimiento de Jomeini, corrieron a besar la silla desde la que el Ayatollah del Irán lanzaba sus prédicas. Nos gusta pensar en Occidente que tales arrebatos de fanatismo son cosa de “moros” y otras gentes de mal vivir, pero a mí, cuando escucho al Papa Ratzinger o a alguno de sus altos ejecutivos arzobispales lanzar anatemas contra perversiones tan horrendas como la homosexualidad o el preservativo, se me ocurre pensar que Mahoma tenía tan pocas ganas de criar talibanes o fundamentalistas como el nazareno de fabricar el Vaticano, el Opus Dei o la Santa Inquisición.

Hace años visité un monasterio franciscano en cierta localidad murciana. El monje que nos enseñó el lugar –ciertamente fascinante, no dejé ni un momento de pensar en El nombre de la rosa- caía irremediablemente en el pecado de la soberbia al insistirnos una y otra vez en el hecho de que “ningún otro sitio habrán encontrado ustedes piezas de culto y maravillas como las que aquí tenemos”. Así, vi trozos de omóplato de santos a los que los infieles habían hecho cachitos con admirable paciencia, uñas de vírgenes, tijeras de cortar prepucios y un cacho de madera podrida que “nosotros los monjes tenemos razones para pensar, aunque acaso ustedes no quieran creerme, que proviene de la cruz de Nuestro Señor”.

El hombre no parecía tener ninguna duda respecto al poder mágico de todas aquellas bagatelas, que a mí bien poco me importa si eran auténticas. Todos creemos en los milagros, pero recuerdo el asco físico y moral que un allegado me dijo haber sentido en su visita al Santuario de Lourdes, una especie de histérico hipermercado de la esperanza. Hay blogs donde pueden pasarse días interminables dando razones contra los descreídos a favor de la eficacia milagrera de las aguas junto a las cuales Bernardette vio a la Virgen. Sí, ya sabemos, prodigios que “la ciencia no sabe explicar”. Añadan que las autoridades “ocultan intencionadamente toda la documentación al respecto” y ya no sabrán si nos habla la Iglesia de santos milagrosos y niñas visionarias, o Iker Jiménez y los parapsicólogos de ovnis, caras de Bélmez y mensajes cifrados que los atlantes se dejaron en los monolitos aztecas. Yo, como dijo Hannah Arendt, creo firmemente en los milagros, pero sé muy bien que solo los humanos pueden obrarlos. De lo contrario me sería imposible creer que algún día Israel entrará en razón con el tema palestino o que en el País Vasco dejará de haber muertes inútiles. Lo siento por Bernardette, sin duda un encanto de niña, pero el mayor milagro que conozco es el de la voluntad política de cambiar las cosas, de salir de la inercia que decreta que los débiles se pudran y que la mayor parte del capital del mundo esté concentrado en unas pocas manos.

Volviendo al abrigo de Marilyn, se me ocurre pensar que la cultura contemporánea ofrece síntomas de un renacimiento de los sentimientos religiosos, pero en un sentido que dudo mucho que llegue a encandilar a la clerecía, quizá porque el paisaje moral que estructura está muy lejos de la disciplina tradicional monoteísta. En cierto modo, la mitomanía globalizada de nuestro tiempo -extraordinariamente incrementada por el efecto Internet en los últimos quince años- recupera los hábitos perdidos de la antigüedad politeísta.

En torno a la idea de un Dios creador, supremo e incuestionable, se crearon históricamente instituciones, ritos y valores capaces de unir los continentes y civilizar los desiertos. Dejé de creer en Él el día que me di cuenta de que un tipo con tanto poder sólo puede ser un pelma insoportable. Por el contrario, los personajes que componen la antigua mitología mediterránea, mucho más accesibles, tienen la gracia de proclamarse dueños del juego sin llegar a apropiarse de todos los triunfos, de tal manera que pueden intervenir, aconsejar, amenazar o cabrearse, en función de si se les hace adecuadamente la pelota y se les saluda cada mañana con los ceremoniales correspondientes.

Creo que los ídolos del pop cumplen en nuestro tiempo una función parecida. La mejor analogía es la que podríamos hacer con los santos, un eco de paganismo muy característico de las culturas de origen mediterráneo. El santero no habla con Dios porque con Dios no hay quien se entienda. Por el contrario, a San Antonio Bendito se le puede pedir que nos encuentre objetos extraviados, a San Cucufato (“que los cojones te ato”) se le pide cualquier cosa, incluyendo –supongo- que al vecino que me tira agua de riego todas las noches le parta un rayo (“y si no me lo concedes, no te los desato”) y al Cristo del Gran Poder se le puede pedir que gane el Betis o, lo que viene a ser lo mismo, que pierda el Sevilla… Todo ello, claro, siempre que uno pronuncie en el rezo las palabras justas –como cuando se invoca a los espíritus en las películas de fantasmas- o se le den tres besos a las estampas correspondientes.

No veo gran diferencia entre tantos residuos de animismo y la devoción con la que los llamados fans participan del culto a Michael Jackson, Lady Di o Elvis. Un especialista en “elvisología” me reveló la existencia de asociaciones dedicadas a extender la especie de que el Rey está vivo. Hay incluso webs de fanáticos que incluyen secciones de “avistamientos”, recogiendo testimonios de personas que dicen haber visto al Santo en una playa de Santo Domingo o cantando en un karaoke de su pueblo. Dios muere pero siempre resucita, qué vamos a hacerle. Y no es un problema solo de cristianos, desde luego. En un mercadito de beatlemaniacos te encontrabas al entrar una especie de homenaje funerario a George Harrison con vela encendida, estampa del finado y algún fetiche budista, ante todo lo cual lo último que a uno se le ocurría era hacer bromas.

¿Qué es lo que convierte un pelo de John Lennon o las bragas que se puso Brigitte Bardott durante su baile en “Y Dios creó a la mujer” en un objeto de culto por el que un tipo paga una fortuna y a nadie nos extraña? Mas allá del delirio del coleccionista, encontramos la misma espiritualidad que hay detrás de los objetos de culto que esconden como tesoros en las vitrinas de los monasterios o la bolsa de amuletos de aquel guerrero tribal que guardaba juntos el diente de su padre muerto y el pellejo testicular del primer león que consiguió matar. De alguna manera, descargamos sobre los santos, los antiguos y los actuales, el mayor de nuestros miedos, la muerte y, el aún más temido, la desaparición y el olvido.

Las lágrimas de Tobey Maguire ante el abrigo de Marilyn son similares a las que se experimenta ante toda reliquia… De alguna manera, nos ponen en contacto con la divinidad, de cuya eternidad no dudamos. ¿Era una diosa Marilyn Monroe? Desde luego que no: tenía complejo de gorda, se deprimía con la regla y aprendió a actuar y a hacer ademanes sexys fijándose en alguna amiga con gafas del instituto… Pero ¿qué importa si siempre son otros los que te canonizan cuando ya estás muerto y ya es tarde para explicarles que ese rollo no te va?

En los últimos días es posible que se hayan ustedes topado con el gigantesco escupitajo con el que Cristiano Ronaldo, ese joven de poderosa musculatura que parece haber nacido para estatua de Apolo, obsequió al periodista que le filmaba tras la eliminación mundialista de Portugal. Lo exhiben en las portadas sin ningún pudor, así en primer plano, como una lluvia dorada pero en escupitajo ¿Pagaría alguien por obtener los restos de la divina saliva sobre el césped y guardarlo en una vitrina para enseñarlo solo a las visitas más selectas, como aquel seductor de Fellini hacía con los pelos púbicos de sus conquistas femeninas? Y de Belén Esteban, ¿quedará en el olvido más absoluto como le suponen sus envidiosos detractores o llegará el día en que paguemos fortunas por sus extensiones de pelo o sus tangas usados?

Quizá sea la única esperanza para invocar el favor de los dioses y acercarse a la inmortalidad en estos tiempos que se dice que son tan laicos y descreídos. Nos hace falta fe, debe ser eso.




6 comments:

Anonymous said...

Pero todo el mundo sabe o debe saber que el rostro de Elvis se apareció en un jamón. Yo lo vi. Y creo que en este blog hay más lectores que pueden corroborarlo.

BT

David P.Montesinos said...

Había oído lo de la cara de Cristo en un sandwich, pero esto de Elvis me empieza a parecer ya un tanto kitsch.

Anonymous said...

Confirmo lo de BT: el jamón místico de Elvis existe; y la reliquia la custodia un amigo común en un tabernáculo donde, por cierto, tenemos pendiente unas birras, BT, y tú también, Monti.
En otra ocasión hablaría de lo kitsch y lo mítico relacionado con el Rey, pero no estoy para monsergas. Mañana...

David P.Montesinos said...

Pues vale, mañana las monsergas.

Mila Solà Marqués said...

Parece que la práctica del culto fetichista de siempre ahora está de moda y ha convertido en reality hasta la mística fe que acusando también la cisis, se extiende a sandwiches, escupitajos, tangas o spaguetis:

http://pastafarismo.blogspot.com/

Lo positivo es que el fanatismo ha dejado de ser para ignorantes y lo negativo que las últimas investigaciones epigenéticas establecen que las emociones ya se pueden transmitir en los genes.
No hay duda de que la Naturaleza nos ha creado para encajar siempre en el entorno y que Einstein tenía razón:
"La emoción más hermosa y más profunda que podemos
experimentar es la sensación de lo místico. Es el legado
de toda ciencia verdadera".

¡Que os aprovechen las cervecitas! No olvidéis dejar un cacao chupao en el tabernáculo...

David P.Montesinos said...

Los buenos deseos veraniegos son recíprocos, m. No conocía la página. Hay una un tanto friki, elmundotoday, que tiene sus momentos. De todas maneras, mi preferida para el descollone es una de cocina asociada a El País, la de Falsarius Chef, que tengo linkeada en el blog y que se llama "Cocina para impostores". Felices.