Desde la Cueva del Gigante, lugar perdido en un territorio árido donde antiguamente se refugiaban los bandoleros, esta página intenta echar luz, y también alguna sombra, sobre los fenómenos sociales contemporáneos: las nuevas tribus, los simulacros culturales, los movimientos de masas, etc...
Saturday, October 30, 2010
Friday, October 22, 2010

Saturday, October 16, 2010

LA DISCORDIA
1. EL OSCURO HERÁCLITO me proporciona -google mediante- la primera impresión del día, aún muy lejos de empezar a clarear: "El conflicto es el padre de todas las cosas, el rey de todas las cosas. A unos ha hecho dioses y a otros hombres; a unos ha hecho esclavos y a otros libres". El término polemós es traducido como "conflicto", y a veces -creo que más equívocamente- como "guerra". A mí me gusta más "discordia". Suena mejor y, sobre todo, nos pone a distancia de ciertas manipulaciones lingüísticas particularmente arteras. Por ejemplo, la del superministro José Blanco, quien -en relación a la afirmación del Gobierno Obama de que en Afganistán los USA están en guerra- dijo algo así como que el significado que para los norteamericanos tiene el término war no es el mismo que para nosotros tiene el de "guerra". La idea es que no pensemos que el ejército español está en aquel país olvidado por Dios para matar a nadie, sino para ayudar a que se haga la paz. Siempre he pensado que España, por muchas razones, debía seguir las doctrinas de la ONU, por más que cada día me provoca más desánimo la misión afgana. Pero también tengo la impresión de que algunos gobernantes tienen demasiado claro que los ciudadanos somos imbéciles. Y eso es preocupante, pues significa que creen que pueden convencernos de cualquier cosa, aunque sea la mas soberbia de las majaderías.

2. Es tan ingenuo querer encontrar en los aforismos del sabio de Efeso un elogio de las armas y los ejércitos como lo es convertir a Nietzsche -el mayor de los heraclíteos- en profeta del nazismo.
Lo que intenta hacernos entender Heráclito es que la condición que el Ser nos pone para que seamos capaces de comprenderle es habitar su paradoja, el enigma de la existencia misma. Queremos saber lo que es el bien, pero no podemos definirlo sin su contrario. Queremos ser damas, pero no podemos serlo sin saber cómo es ser puta. Queremos la felicidad, pero no la alcanzaremos sin esa angustiosa carencia del deseo cuya satisfacción se posterga. Amamos la vida y expresamos nuestro desacuerdo con la inevitabilidad de nuestra desaparición, pero debemos aprender a estimar la caducidad -amar la muerte en cierto modo- porque sólo así podemos maravillarnos del inmenso valor de estar vivos. ("Los dioses nos envidian porque somos capaces de vivir cada instante con toda la intensidad, como si fuera el último", dice Aquiles -o si quieren Brad Pitt- en medio de la madre de todas las guerras contra Troya). Heráclito no amaba a los generales ni deseaba ver correr la sangre, simplemente tuvo el coraje de asumir que la discordia es el fuego primitivo en el que se engendran y al que van a perecer todas las figuras que salieron del barro, todas los verbos, todas las pasiones en las que tan ciegamente creímos algún día.
Pero, ¿qué es la discordia? Los seres estamos fatalmente destinados a la desavenencia. Cuando decimos "dialogar" y "entendernos", a poco que uno sepa mirar qué hay tras las palabras, hallamos toda suerte de deseos oscuros, el designio de gobernar al otro y apropiarnos de su voluntad o simplemente sodomizarlo y explotarlo, la pretensión de conminarlo a que nos ame, a que asienta a esa verborrea estúpida con la que nos autosatisfacemos diciendo que nuestras razones son honradas. Estamos condenados a bajar a la batalla porque las cosas solo se ajustan con el combate...y con él se desajustan nuevamente, dando lugar así al ciclo interminable de los veranos y los inviernos, los vicios y las virtudes, los padres y los niños, los amores y sus dolores.
En una ocasión unos Testigos de Jehová intentaron convencerme de que el horizonte de Dios es un mundo sin discordias. Me entregaron un cuadernillo con un dibujo de una aldea idílica donde las personas no disputaban y los leones jugaban pacíficamente con los niños. Pero si el león solo tuviera los colmillos de adorno entonces ya no sería un león, sería un cordero, y un mundo de corderos sólo merece morir entre las fauces de los lobos.

3. QUENTIN TARANTINO protagoniza la polémica que, a través de su blog, recupera estos días Justo Serna de la hemeroteca. Ya hace como quince años, Antonio Muñoz Molina y Javier Marías discordaron seria y lúcidamente sobre la validez del joven director que, en aquel entonces, parecía irrumpir en la poética cinematográfica contemporánea con una fuerza incontenible. Mientras AMM se muestra escéptico ante los valores artísticos y, sobre todo, las implicaciones éticas del cine tarantiniano, al que acusa de trivializar el dolor y la muerte, JM acusa a tales posiciones de moralismo y parece querer prevenirnos contra la tentación de no saber deslindar la calidad artística de un producto de su supuesto trasfondo ideológico. Creo que los dos tienen gran parte de razón, impresión que acaso compartirán conmigo en relación al autor de Pulp fiction si aceptan mi consejo de leer las intervenciones.
No obstante, y para evitar malos entendidos en relación a lo dicho sobre el polemós heraclíteo, matizo que ha terminado por hastiarme tanto pastiche sanguinolento como presenciamos en las películas del enfant terrible de Hollywood. Al final, me parece como esos reposteros que lo llenan todo de azucar, nata y chocolate: sus pasteles resultan seductores a primera vista pero terminan siendo empalagosos y facilones ... La sangre y los sesos desparramados son un recurso fácil, una opción que se hace sistemática en Tarantino y que, casi siempre, provoca hilaridad entre un público que termina sintiéndose cómodo entre tanta muerte estéril de quienes, más que seres humanos, parecen figurantes fabricados para deslumbrarnos con el espectáculo de su muerte. No dudo que haya una estética de la violencia. De lo contrario no existiría la épica, eso cuya desaparición lamentaba Borges como signo deprimente de los tiempos modernos. Sin la épica acaso no tendríamos a Kurosawa ni a Ford. Pero en Tarantino no hay épica, no hay heroísmo porque la muerte se vende barata. Así de simple.

4. LA CAMPANARIO es ya la última de mis heroínas, la única que me queda desde que dicen que el Juez Garzón tiene cuentas turbias o desde que Villa fichó por el Barça. Su discordia eterna con Belén Esteban arranca de la atávica rivalidad entre la Reina del Castillo y la Primera Dama abandonada. Eso de haber sido expulsada del tálamo real da históricamente mucho juego: ahí tenemos los precedentes de Soraya, que gastó su fortuna por el mundo de fiesta en fiesta tras ser repudiada por el Sha de Persia debido a su incapacidad para concebir, o Lady Diana Spencer, que echaba unas lágrimas en los actos benéficos para que el Pueblo la convirtiera en la Reina que su pérfida familia política le impedía ser.
Belén es una Princesa del Pueblo como Lady Di, pero en versión choni de barrio. Si la quiere la cámara tanto es porque se nos da sin ambages: exhibe sus emociones sin ningún pudor ante las cámaras. Lo sabemos todo de ella, no hay nada que el mirón en que nos hemos convertido pueda reprocharle: es perfecta, es un artefacto fabricado a la medida del Reality World en que vivimos. María José Campanario, por contra, ha optado por vengarse de los medios no compareciendo. Puedes gritar, llorar o insultar a los que te entrevistan, pero no aparecer y rechazar enormes cantidades de dinero para revelarnos las intimidades de Ambiciones... eso no se lo van a perdonar jamás. Llevan intentando divorciarla tanto tiempo, que al final, cuando parece que la torre se derrumba, proliferan las hienas con el "ya te lo dije".
Quizá Jesulín ya no te ame, Campanario, pero yo te sigo siendo fiel.
Saturday, October 09, 2010

Hace años, en un periodo de alteración psicosomática bastante incómodo, un especialista me diagnosticó un "síndrome de irritación digestiva". Yo no necesitaba tal ejercicio de nomenclatura para saber que lo que me pasaba era que a mi estómago le había pegado por remolonear durante las digestiones. Me prescribió unas pastillas y me dio los consejos al uso respecto al café, el alcohol, el tabaco... todo eso que a ustedes les dicen cada vez que se acercan a una consulta. (No conozco a ningún médico que te aconseje que hagas más el amor, por cierto, y sin embargo estoy firmemente convencido de que es una de las prácticas más salutíferas, siempre y cuando uno lo haga por la misma razón por la que se fuma un habano, es decir, por divertirse, y no por conformar a su pareja o seguir los consejos de una revista tonta que dice no sé qué mariconadas sobre el tantra, los chacras y la interpenetración de los espíritus). No me curó. Lo supe porque seguí exactamente igual hasta que me di cuenta de que era mi cabecita loca la que no funcionaba. Recuerdo que, una tarde en que andaba enfrascado en mi Tesis doctoral y me calentaba los cascos sobre el riesgo de quedarme sin trabajo, opté por salir de casa, entré al Tongoka -que es un bar muy chulo- me bebí dos cervezas, fumé lo que encontré, dije cuatro animaladas con los amigotes y me puse un partido de la champions... Fueron prácticas realmente insalubres, pero al cabo de un rato me di cuenta de que no había ni sombra de irritación digestiva. Había desaparecido por completo. Desde entonces no tuve dudas. Era mi cabeza la que tenía que mandar sobre mi estómago.
Tengo algunas sospechas respecto al origen del problema: creo que es de orden neurótico, en el sentido más freudiano de la palabra. Mi propensión natural es ser un zángano. Una vuelta de tuerca más en mi juventud a mi indisciplina, un poco menos de vigilancia por parte de mis mayores y yo ahora estaría viviendo en la calle o, en el mejor de los casos, gorroneando de un seguro social o de alguna viuda con pensión regulera. No me habría entregado al crimen porque soy pacífico y acaso algo cobarde, pero tendría en cualquier caso lo que podríamos llamar una vida de informalidad. El día que descubrí que debía adaptarme y pactar y que, una vez interiorizadas las pautas del Sistema, ya no habría descanso, operose en mí el giro mental gracias al cual soy un tipo razonablemente normalizado.
Creo más bien que mi mente está programada para reaccionar ante el miedo a perder la disciplina, a ser expulsado del tren de la normalidad, a despertarme un día y ver que ya no hay hacienda ni trabajo. Van por ahí los tiros, me parece.
Friday, October 01, 2010
1. El jueves por la noche pasó algo muy extraño en la televisión: vi un buen programa. Y aún diría más -como los Hernández y Fernández de Tintín-: fue capaz hasta de emocionarme. Se trata de un documental sobre Rafael Azcona, conocido por haber sido el guionista de Berlanga y de Ferreri.


Rafael Azcona murió así, con delicadeza. No tuvo grandes ceremoniales ni corrieron ríos de tinta, pero el currículum que deja es mareante. No solo fue un gran guionista, también participó como dibujante de aquellas épocas heroicas de La Codorniz, sin olvidarnos ni por un momento que, si llegó al cine para quedarse, fue porque algunos descubrieron en él un enorme talento como novelista. Así, El pisito, por ejemplo, fue una magnífica novela antes que convertirse en el guión de una de las comedias más negras y tremendas de la historia del cine español. En cualquier caso, lo que deslumbra de su trayectoria es la increíble serie de guiones que tuvo al cargo durante casi medio siglo: El pisito, El cochecito, Plácido, El verdugo, La escopeta nacional, El bosque animado, Belle epoque, Ay Carmela, La lengua de las mariposas... para qué seguir.

Hay algo en los personajes como Azcona que resulta antiguo, algo que suena a tiempos que parecen superados... Y, sin embargo, es eso lo que hacía tan atractiva su personalidad. Llegó de una provincia rural y las empezó pasando canutas en Madrid. Poder vivir de su lápiz y su máquina de escribir fue algo épico en aquella España de los años del franquismo profundo. Un día llegó a la redacción de La Codorniz, esa publicación que se identificaba por no pretender llegar "por el Imperio hacia Dios": encontró las máquinas de escribir quemadas con ácido, la edición destruida, los archivos por el suelo, la secretaria y el conserje atados y amordazados a la silla. Pero el humor ha sido siempre una profesión de riesgo en el imperio. Sorprendentemente, nunca le censuraron después por sus películas. Eran tan majaderos los censores que, con no haber medio muslo femenino, te pasaban la película, por más que ésta contuviera tanta corrosión como El pisito o El verdugo.

Más allá de su condición de moroso, engañador y seductor impostado, lo que eleva al gran Vázquez a categoría de lo que hoy conocemos como un freaky, son detalles como el de haber creado desvergonzados manuales de picaresca como Los cuentos del Tío Vázquez o ser amigo del gran símbolo del subculto freaky de la Celtiberia, el director de cine Jess Franco, en una de cuyas pelis, Gritos en la noche, aparece como actor. El propio Franco -anarquista como Vázquez y con un apellido que es un chiste en sí mismo-, le dedicó el film Mary Cookie y la tarantula asesina, que ya hay que tener narices para llamar así a una película. Conviene saber que, para acabar de adecentar su perfil biográfico, Vázquez participó en los ochenta tras la desaparición de la editorial Bruguera en revistas de dudoso rigor moral como El papus. Pero aún no les he revelado lo mejor: en los noventa participó en un fanzine erótico con una historieta donde sus tres creaciones más famosas, las Gilda y Anacleto participaban en un menage a trois. Se ganó algunas de sus últimas perras y la lió parda, pues al parecer el asunto escandalizó a mucha gente.

Cuando caminaba por la ciudad para acudir a la manifestación advertí que a cincuenta metros venían un grupo de sindicalistas de la CGT -anarquistas como Vázquez pero sin tanta cara dura- con globitos negros y silbatos en la boca. Según se acercaban un grupo de empleados de un taller que no había querido cerrar sus puertas los miraba con una mezcla de temor y expectación, un poco como si se tratara de un grupo de milicianos de Durruti en la Guerra Civil y fueran a destruirles el local antes de darles una paliza de muerte. Al pasar el grupito, los del taller se dieron cuenta que eran tres mozalbetas con pinta de no haber roto un plato, dos viejales y un niño de diez años. Eso sí, cantaban a la huelga, a la huelga y portaban las banderas rojinegras de la Confederación. Al día siguiente, al hilo de los incidentes con los antisistema en Barcelona, la prensa de la derecha habló de la huelga como de una especie de kale borroka a lo grande.