Saturday, October 30, 2010











LO QUE SÉ DE JUAN GOYTISOLO







Teniendo en cuenta la fama que se ha ganado de refractario a los premios, no sorprende que Juan Goytisolo casi haya tenido que disculparse -autodisculparse, diría yo- por haber recibido el Don Quijote. La autoridad que reconoce sin ambages al jurado y la nomenclatura del premio en cuestión -el cervantismo es la clave sin la cual es inútil intentar entender el territorio goytisoliano- constituyen razones suficientes para esta concesión a la vanidad.


Tras haber discrepado en las últimas fechas de la unanimidad casi aplastante respecto a la concesión del Nobel para Vargas Llosa, no perderé el tiempo exigiendo plácemes similares respecto al nuevo premiado: ya sé que es inútil esperarlo, como tampoco creo que lo espere ni lo desee el escritor barcelonés. Mi problema con Mario V.Ll. no es que crea que su innegablemente poderosa obra narrativa no merezca una distinción máxima: es más bien que la influencia que como figura de las letras puede ejercer sobre mí es mínima. Y esto es lo contrario de lo que me viene ocurriendo con Goytisolo desde hace casi treinta años. Donde Vargas Llosa es reconocido como espíritu rebelde a los poderes institucionales y amante de la causa de la libertad, yo encuentro a un fácil fustigador de los "malos oficiales" y a un amigo leal de los grandes poderes mediáticos y financieros actuales del mundo. Donde muchos ven a un gran renovador de la novela contemporánea, yo prefiero encontrarme con Señas de identidad o con Paisaje después de la batalla. Creo que para poder presumir de haber nadado contra corriente hay que haberse atrevido a estar sólo -realmente sólo- mucho más de lo que se ha atrevido Vargas Llosa. Pero ésta es otra historia. (Sí, sí, ya conozco la respuesta, me lo han dicho algunas veces: Juan Goytisolo tiene su propia nómina de acólitos, sus capillas protectoras y sus prohombres afectos... Lean por favor la biografía de la que les hablaré a continuación y después me dicen)




Lo que sé de Juan Goytisolo tiene que ver con una larga colección de novelas que mi padre tuvo la imprudencia de comprar en las trastiendas de ciertas librerías valencianas (los mayores saben de qué hablo). En aquellos setenta en los que se extendió la idea de que este tipo era una bestia negra para el Régimen, adquirir sus libros -aunque uno no los leyera, o los leyera sin saber muy bien de qué demonios iban- otorgaba una cierta pátina de rebeldía que caía muy bien en aquella coyuntura. Yo caí en la misma ingenuidad pretenciosa que con la trilogía de El Innombrable de Samuel Beckett: engullirlo antes de tiempo... con la peculiaridad de que Makbara o la Reivindicación del Conde Don Julián me resultaron bastante más herméticos e indigestos que las novelas del irlandés.


El tiempo y el músculo que uno va haciendo como lector han ido perfilando mucho más seriamente mi relación con este autor. Al final, me ha terminado pasando como con Vargas Llosa, que compro sus libros y muchas veces no las leo -por ahí tengo pendientes El lucernario: la pasión crítica de Manuel Azaña y La saga de los Marx- pero devoro sus artículos de prensa y todo lo que se publica sobre él. Con la diferencia, claro, de que con Goytisolo suelo estar de acuerdo. Es impagable la iluminación que, respecto a la toxicidad del ambiente cultural español del último medio siglo, me proporcionaron trabajos como Furgón de cola (1967), o ese diagnóstico demoledor de los abusos casticistas y la mitología de la patria que fue España y los españoles (1979)

No es mucho más lo que sé de este autor que no esté mediatizado por el magnífico ensayo -Los Goytisolo- que Anagrama publicó a Miguel Dalmau, autor de un trabajo similar sobre Jaime Gil de Biedma y que considero igualmente recomendable. El texto abarca toda la saga de escritores, con protagonismo alicuota para José Agustín, Juan y Luis, y quizá sea precisamente ese caldo de cultivo familiar el que mejor sirva para asomarse a los recovecos menos previsibles del autor de Crónicas sarracinas.







Sabemos aún sin leer a Dalmau que el nombre de Juan Goytisolo debe unirse al del País Vasco y Catalunya, pero también al de Almería, o al de París... y, por supuesto, a Tánger y a Marrakesh. Es igualmente irremediable vincularle con Jean Genet, Américo Castro y, más lejos en el tiempo, con su alter ego, Blanco White*, o con Cernuda. Confirmamos con Dalmau lo que sospechábamos, que los Goytisolo forman parte de esa "delgada línea roja" de niños de familia bien que -como Carlos Barral o Gil de Biedma- habitaron en la contradicción de tener que entregarse por pura conciencia de deber moral a la causa de los pobres y contra la infamia del Régimen. Me gusta ese retrato que hace Dalmau del niño tímido y solitario pero intrépido que, incapaz de socializarse adecuadamente en el patio y el aula, desarrolló una "mitomanía compensatoria" con aquellos autores a los que leía desde las edades más inapropiadas.


Creo que es difícil para las nuevas generaciones acercarse a las zonas profundas de toda esta gente nacida en los años treinta y que, como Goytisolo, pasaron más de la mitad de su vida sintiéndose bajo la vigilancia de aquel "ojo del padre" que fue el Generalísimo, cuyo poder intimidador y despótico se proyectaba todavía más sobre las preferencias sexuales -bien lo supo Gil de Biedma- que sobre las actividades políticas. Necesitamos atisbar esa desgarradura, y la de sentirse con frecuencia "señorito" en aquellos tiempos aún demasiados alejados de la prosperidad, para entender una ruptura tan traumática y radical como la que se produjo en Juan cuando viajó por tierras de Almería junto a Monique Lange:

Mi recorrido por Almería en septiembre de 1956 fue en verdad un periplo iniciador, bautismal, espermático: la confrontación con un mundo, una realidad, un paisaje cuya desnudez, violencia, aspereza, me atraerían de manera inmediata.


Todo lo demás nos suena. Juan Goytisolo se convierte a ojos interiores y exteriores en el "azote del Régimen". Tuvo arrestos para regresar a Madrid desde París, donde ya se había instalado, y amenazar a algún afecto a la Dictadura con denunciarle por injurias. No desdijo a quienes le tacharon de "enemigo de la patria" o a aquellos que, mejor informados, le situaron en el linaje literario de Blanco White, Cernuda y Castro para ubicarle en el viejo mapa de los heterodoxos españoles. No son entendibles los esfuerzos de Goytisolo sin la sombra de Blanco White y de esos otros que vivieron en ese "nomadismo intelectual o trashumancia de las ideas" desde la que construyó la Trilogía de Álvaro Mendiola, es decir, tres novelas con tanto peso en la historia contemporánea de la novela española como Señas de identidad, Juan sin Tierra y Reivindicación del Conde don Julián.





Se puede uno sentir más o menos cerca de las claves de inteligibilidad de una literatura tan compleja como las que Dalmau proporciona en relación a, por ejemplo, la decisiva Señas de identidad:




...el libro es una obra abierta: se despliega en múltiples direcciones como las ramas de una palmera o, para ser más preciso, como un móvil de Calder donde el orden lógico y temporal es abolido y la estructura se desarrolla en un plano espacial. Esta libertad infinita para crear piezas metálico-verbales que danzan en el aire es fruto de la esclavitud que el narrador sufre gozoso en su cubículo, un ser limitado en lo físico pero poderosísimo en su autonomía mental.


A mí me fascinó aquel aviso que el novelista lanza a su personaje, ese trasunto del traidor, de Don Julián, el conde deshonrado por Don Rodrigo y que abre paso a las hordas musulmanas que llegan desde África:

...eres el rey de tu propio mundo y tu soberanía se extiende a todos los confines del desierto.



Entiendo que para muchas personas, la opción que tomó hace ya muchos años Juan Goytisolo por los árabes, entendidos como parias del nuevo orden internacional, sea una opción equivocada. Es irremediable contestar preguntas insistentes sobre lo que supone ser un librepensador en medio de una reino de dudosa legitimidad democrática, o sobre el lugar de las mujeres en la cultura islámica, o sobre la definitiva pérdida de fe en el futuro de Europa como guía del futuro en el mundo globalizado... Yo no lo sé, sinceramente no lo sé. Y no puedo decir que la fascinación que desde mi primer viaje, hace ya mucho, me causaron Andalucía, los países musulmanes que he visitado o los autores árabes que he leído y admirado, me pongan en condiciones de decir si encuentro en esa cultura tan aparentemente refractaria a los valores del integrismo blanco neocapitalista las claves para alumbrar mis problemas de identidad. No lo sé, no sé si tengo derecho a decir que, como Mendiola, llevo dentro también al traidor Conde don Julián, pero hay algo en la apuesta de Juan Goytisolo que sigue pareciéndome inmensamente seductor... algo que casi nunca termino de encontrar entre quienes aquí se atribuyen la etiqueta de rebeldes y enemigos de no sé muy bien qué supuestas instituciones opresoras.





*Ustedes seguramente ya lo saben. Juan Goytisolo acaba de publicar en Taurus Blanco White. El español y la independencia de Hispanoamérica. Menos conocido es el memorable prólogo a Blanco White. Obra inglesa, que Seix Barral publicó en el 74. Por cierto, este interesantísimo ilustrado hispano-inglés se hacía llamar con frecuencia "Juan Sintierra", apodo que más lejanamente remite al Plantagenet que quedó sin herencia. De este seudónimo, utilizado por Blanco White para algunas de sus obras, proviene el tercer y último relato de la trilogía de Álvaro Mendiola.

6 comments:

notorius said...

Hola, David. Tendrías que plantearte la posibilidad de reunir lo mejor de tus artículos en el blog, en vistas a una posible publicación. El texto sobre Goytisolo es espléndido y tiene una fluidez propia ya de la buena literatura. No he leído todavía el libro sobre Blanco White, pero todos los ensayos de Goytisolo me resultan alumbradores. No conozco bien su faceta novelística, pero siempre me ha parecido cuando menos sugeridora. Creo que Goytisolo pertence a la misma estirpe que Ferlosio. No he leído nada de Vargas Llosa, salvo los artíuclos de prensa, y desde luego poco tiene que ver con nadar a contracorriente. Es todo lo contrario. Es el máximo ejemplo de escritor políticamente correcto, lo cual no quiere decir que no sea un buen escritor. Hace unas semanas hablé con el editor a propósito de la presentación de Valencia y le recomendé tu "cueva del gigante". Saludos. Notorius

David P.Montesinos said...

Muchas gracias, Pedro. Estoy expectante por saber qué pasa con la presentación de tu nueva novela. Debo decir que leí "España y los españoles" gracias a ti. Muy certera la comparación con Ferlosio que haces, por cierto.

Anonymous said...

A pesar de tener mal cuerpo, con algún escalofrío quizá griposo, no
quiero dejar de comentar su post sobre Juan Goytisolo. Usted muy
cucamente lo titula “Lo que sé de Juan Goytisolo”. Es un epígrafe que
me gusta, con sonoridad y modestia: una manera de exponerse y de
protegerse. ¿Qué me puede parecer lo que dice en su post?

Por supuesto comparto con usted, sr. Montesinos, el interés por
Goytisolo. He escrito sobre él pero ahora no he querido releer lo que
escribí para glosar con libertad el texto que usted ha publicado.
Pondré al final las entradas que hacen referencia al escritor: quizá
así se adviertan mi poca originalidad o mi repetición.


Justo Serna

Anonymous said...

(sigue...)

Alude usted a esos años setenta en que su padre compraba en la
trastienda de alguna librería valenciana los libros de Goytisolo.
Oiga, sr. Montesinos, me reconozco en esa imagen: en la librería ‘El
Cudol’, en Torrefiel, compré mis primeros libros de Goytisolo con ese
sentido de clandestinidad o rebeldía que uno quería tener a los
diecisiete años: esa trilogía a la que alude son las obras que me
nutrieron, es decir, ‘Señas de identidad’, ‘Reivindicación del conde
don Julián’ y ‘Juan Sin Tierra’.

Anonymous said...

(sigue...)

Por supuesto, los leí con fruición y
con estupor. Aquello rompía mis esquemas novelísticos: tenga en
cuenta que mis conocimientos y experiencias con la novela eran los de
un adolescente. Nunca agradeceré bastante el golpe seco que Goytisolo
me dio: su lectura me arrancó de Camilo José Cela, uno de los autores
que yo apreciaba por entonces. Y sigo apreciando su ‘Pascual
Duarte’, ‘La colmena’ o los libros de viajes. Pero Goytisolo era
hacia tremendismo de otro modo: de manera verbal, expresiva. Me
condujo a autores que entonces yo desconocía: como ese Blanco White
al que usted alude, como Américo Castro. Me enseñó a leer la
picaresca de otro modo. No sé. Me recuerdo en 1976 leyendo los
ensayos de Goytisolo y aprendiendo. Y me recuerdo leyendo ‘Makbara’ o
luego, ya en la mili, ‘Paisajes después de la batalla’ o ‘Crónicas
sarracinas’. Pero a la vez me recuerdo cansándome de su malditismo.
Tanto, que demoré años la lectura de los volúmenes de sus memorias.

Todo esto que digo me suena, y me suena porque forma parte de mi
experiencia y seguramente ya lo he escrito aquí (ya digo que luego
pondré los enlaces y yo mismo leeré lo que dije viendo, quizá, alguna
incongruencia).

No sé por qué le tiene tanta tirria a Vargas Llosa. Seguramente, el
impacto que las novelas nos causan una vez queda para siempre: en ese
caso, el autor lo encasillamos. Yo no creo exagerar el valor de
Vargas Llosa. Me lo he tomado como Goytisolo: con frenesí durante un
tiempo; con distancia y en barbecho después. En el caso de Goytisolo
he llegado a aprenderme de memoria el arranque de la trilogía de
Álvaro Mendiola.

No sé: tengo escalofríos. Si me mejora el paracetamol, vuelvo.

http://justoserna.wordpress.com/2008/11/25/el-desden-de-juan-
goytisolo/

David P.Montesinos said...

Estimado señor Serna. Debo en primer lugar disculparme por la ineficacia de blogger, que hoy mismo me ha vuelto loco hasta que he logrado entender que su comentario era "demasiado largo", de tal manera que, tras un laberinto de intentos baldíos, he conseguido finalmente publicarlo a cachitos.

Creo que su visión de la trascendencia de Juan Goytisolo es ponderada y me hace reflexionar. Acaso valga más, como hace usted, tomar distancia y releerle solo después de superar ciertas aureolas de las que históricamente se ha rodeado. En mi opinión se trata de un novelista esencial, aunque, aceptando que leer hoy los textos de su época más influyente puede ser problemático o laborioso, quiero reivindicar su trabajo como analista de los males de la cultura contemporánea, tal y como se refleja en los artículos que periodicamente publica. Me parece que hay que leerle con la atención con la que se lee a Carlos Fuentes o a Vargas Llosa, por citar dos autores cruciales en letra hispana.

Y hablando de Vargas Llosa, no le tengo tirria como novelista, y no creo que -en ese terreno- usted sobrevalore su trascendencia. Mis reservas hacia el personaje tiene más que ver con las posiciones ideológicas que defiende. Se puede ser todo lo "liberal" que uno quiera, pero la defensa que recientemente ha hecho de las posiciones del Tea Party -posiciones que me parecen reaccionarias y profundamente dañinas- le sitúan en las antípodas de lo que yo pienso. No es solo discrepancia lo que me producen todos estos axiomas del neoliberalismo que avisan de la tendencia gigantista de las instituciones o del designio de los Estados de controlar la voz de los intelectuales, tema recurrente en el autor peruano. En una nación como EEUU, con cincuenta millones de desasistidos de la salud pública,las afirmaciones del tipo "el estado es el mal, adelgacémoslo", me parecen un sarcasmo y me resultan irritantes.