LA CRISIS
Tengo algún que otro allegado en plena crisis. No me refiero a la Gran Recesión, como la llaman ya los sociólogos y economistas USA: ahí estamos todos. No, me refiero a una crisis personal. Lo están o, al menos, creen estarlo, que en estos tiempos tan dominados por la Psicología parece que viene a ser lo mismo.
Hace algún tiempo, durante mis largos años alicantinos, yo veía mucho a una amiga a la que llamábamos "Galáctica Estrella de Combate", por su afición a los tacones sexis, los tintes reflectantes y las cazadoras metalizadas, algo así como la novia del Doctor Spock pero sin orejitas puntiagudas. Soltaba unas peroratas de miedo sobre la profunda insatisfacción que la vida le ocasionaba y lo decepcionante que le resultaba su entorno, del cual por cierto formaba parte yo, que siempre he sido un poco bluff. En los momentos más delirantes de aquella verborrea hemorrágica, que los tíos -ya se sabe que somos gilipollas- tolerábamos sólo porque Galáctica estaba muy buena, le alcanzaba para lanzar incendiarias proclamas en favor del terrorismo. No ofendía demasiado aquello porque en su boca tenía algo de entrañable, folklórico y hasta almodovariano, un poco como si a la Terremoto de Alcorcón le diera por escribir el Manifiesto Comunista, vamos. Ante aquellas escenas tan circenses, que dejaban de tener gracia a la segunda noche de tabarra, yo dejaba de mirarle las tetas y pensaba en la magnífica colocación profesional de la que la moza disfrutaba, lo embelesado que le miraba su novio mientras asentía a sus sandeces como quien reza a la Meca, lo mona y delgada que era, la espectacular casa que le habían financiado los suegros en Santa Pola...
Acabé resolviendo que el verdadero problema de Galáctica (Estrella de Combate) era que, en realidad, no tenía ningún problema o, en todo caso, que el problema era la escandalosa evidencia de que estamos aquí ocupando como ratones esté sobrepoblado planeta, que tenemos que decidir a cada momento qué hacer con nuestras vidas y que -con gran pesar para todos excepto para los fabricantes de botox- el tiempo pasa y envejecemos a cada segundo sin la más mínima delicadeza, algo que ni siquiera Galáctica, tan guapa y tan explosiva ella, podía evitar. Sospecho que era eso -con lo caras que además son las cremas antiarrugas de calidad- lo que de verdad le despertaba tanto furor proterrorista.
Claro que no toda crisis es una simple impostura histérica. No sé si les suena una película francesa francamente recomendable y no demasiado conocida llamada La crisis. Un tipo de unos cuarenta, dueño de una vida convencional y perfectamente aburguesada, se encuentra una mañana con una nota de su mujer, que le indica que le ha abandonado por otro hombre y que no pierda el tiempo buscándola. En medio del impacto por la noticia, el tipo tiene que dar el desayuno a los niños, que salen de la cama en ese momento, y buscar a algún familiar piadoso para que se los cuide. Llegado a la oficina, el jefe le comunica que acaban de despedirle. Toda su vida al garete, vamos, o al menos, eso le parece a él en ese momento. Ya sin vida, sin lugar a donde ir, el tipo inicia un tour de force por el mundo para intentar recuperar a su mujer, cuyo paradero le es absolutamente desconocido.
Una consecuencia de los malos tiempos, esos en que a uno le llueven hostias como panes, es que descubres lo frágiles que son la mayoría de los vínculos que has ido trabando durante tu vida, a veces con enorme esfuerzo. Mientras vaga por la Madre Francia en busca de su esposa, el protagonista de La crisis acude a la mejor amiga de ella y, entre lágrimas, le pregunta si sabe algo. Esta le contesta que aunque lo supiera no se lo diría y que, en cualquier caso, "te mereces lo que te ha pasado por lo mal que te has portado siempre con ella." ¿Tiene razón? No lo sabemos, el relato no lo aclara, pero en estos casos es una ingenuidad pensar que el abandonado merece que le dejen tirado. En muchas ocasiones es incluso al revés: quien menos ha labrado el huerto del amor, quien menos ha peleado, el que de los dos jamás ha cumplido del todo su parte del contrato, ese es quien se siente legitimado para dejar al otro en la estacada.
Lo que sí se aprende en este tipo de situaciones es que siempre hay quien en el momento en que estás más hundido aprovecha para chafarte un poco más. No dejen a su subconsciente alentar en ustedes el secreto deseo de que les sobrevenga alguna suerte de desgracia; ya saben, esa perversión de la que habló Cioran y que consiste en querer experimentar la compasión ajena. A veces, lo que descubrirán es que están mucho mas solos de lo que se pensaban y que algunos que le sonreían afables había vivido anhel
ando secretamente verle a usted morder el polvo.

No creo sin embargo que toda crisis sea necesariamente negativa. No lo pienso ni siquiera de la presente crisis económica, por más que suene a sarcástico encontrar ventajas en una situación donde la gente se queda en el paro o pierde su casa porque ya no le alcanza para pagar la hipoteca. Y sin embargo, hay algo en esos tiempos en que la máquina de la prosperidad funciona a su mejor nivel que, como en un talgo que se queda sin frenos, se presiente que nos lleva a toda velocidad hacia la catástrofe. Es tal la paradoja humana, que es en los buenos momentos cuando tienden a deslocalizarse los espacios morales, esos lazos solidarios desde los que la tribu se hace fuerte y sin los cuales queda expuesta a la voracidad de los tiburones.
Quizá sea obvio que nunca estamos más lejos de los que sufren como cuando nos sentimos guapos, prósperos y exitosos. Piensen en ese invento tan perverso de las religiones al que llaman "caridad", que permite a los afortunados salvar su conciencia confirmando, con el acto supuestamente generoso, lo insalvable de su distancia con el desgraciado. También se podría pensar en que los pobres son justamente los que menos tiempo y ganas han de tener para pensar en las desgracias de sus vecinos. Y sin embargo resulta que es en el mundo de los poco hacendados donde la solidaridad -que es algo muy distinto de la caridad- fluye de manera más natural. Viajen a países poco opulentos o escuchen las historias que los viejos les cuentan de la posguerra y quizá me entiendan mejor.
No se trata de apostar por el conformismo ni -eso nunca- por la resignación, otra de esas virtudes alentadas desde las sacristías y que, como la obediencia o la mamarrachada aquella de la otra mejilla, envenenan desde hace milenios el atractivo de la conducta virtuosa. Creo que una crisis, más que un momento infortunado -aunque se perciba como tal- es una situación de desorientación, en la cual los viejos referentes en que nos apoyábamos han dejado de funcionar, y no sabemos muy bien en que otros valores habremos de instalar el tráfago de nuestras vidas. No sabemos qué resultará de ello ni si saldremos tan dañados que incluso la supervivencia misma se ponga en peligro. Pero es que eso en realidad nos pasa siempre, lo que sucede es que sólo en los supuestos malos tiempos percibimos nítidamente que estamos en peligro y que los peores enemig
os imaginables esperan a la vuelta de la esquina.

Me importa bastante poco la incorrección política de mi conclusión: creo, en resumidas cuentas que de lo que se trata de ponerle cojones a la cosa. Ya ven que soy poco sutil, pero se ve que no doy para más, no me ha servido de mucho tanto estudiar. Sospecho que si la literatura de autoayuda se centrara en esta idea, la de que del fango se sale echándole huevos a la cosa, no tendríamos a tanto listo viviendo a costa de marujonadas como eso de "tus zonas erróneas" o que "te hace falta mejorar tu autoestima"...
Y, en todo caso -y esto sí que es autoayuda de la buena- ya se sabe aquello de que si no puedes vencer a tu enemigo únete a él. En otras palabras, y como hacen algunos con su úlcera o con sus neurosis obsesivas, si no puedes acabar con tu crisis, hazte su amigo, estudia sus ventajas y vuélvelas rentables.
Ojalá leas esto y te sirva.