Tuesday, March 15, 2011












ANTE EL HORROR








1. No sé qué suerte de vínculo existe entre el paseante solitario y los kanjis que requieren la atención desde las alturas. Entendemos que ese escrito es la traducción del SOS que se perfila levemente a su lado, una petición de ayuda en forma de helicópteros porque, a escasa distancia, hay gente que intenta escapar a las aguas del tsunami o salir de entre los escombros de una aldea destruida... Pero también podríamos maliciarnos que el autor es un joven frívolo, indiferente al dolor, que aprovecha la certeza de que la zona se ha llenado de reporteros buscando imágenes impactantes para que todos sepamos que sigo amándote, Kumiko. Hay algo seductor en esos ideogramas, esa extraña belleza de lo que para el ajeno resulta absolutamente indescifrable y en lo que, sin embargo, presume un enorme poder de significación. Más allá o más acá de nuestra fragmentación fonética, el kanji simboliza desde la integralidad del concepto, de tal manera que sólo se puede ser un iniciado para leer el japonés.



No es sorprendente que el del calígrafo haya sido tradicionalmente uno de los oficios más respetados. La representación del kanji no admite descuido ni dejadez, esa inobservancia que correspondería a un bárbaro si tratara de imitarles. Los japoneses parecen ser así para todo: observantes, metódicos, delicados. Son cuestiones esenciales el tamaño del ideograma, las distintas direcciones que -incluyendo la diagonal- siguen las rectas, la pulcritud de las rayas... Para decirlo de una vez: la escritura en Japón es un ritual... De alguna manera, el de dibujar las palabras constituye un acto honorable en sí mismo. Y sus destinatarios son los demás hombres... pero también los dioses.













2. Alguno de los trolls del blog de Justo Serna acusa al blogger de desatender el dolor de los japoneses. "Con la que está cayendo y usted hablando de cine, o de series de la tele, o del último libro de tal ..." Pero, en realidad, no hace falta un terremoto de grado 9 en el Japón para que cualquier pobre diablo se permita el lujo de someternos a ese chantaje: la que está cayendo cayó ayer, y mañana volverá a hacerlo, y tendrán que explotar en cadena varias centrales nucleares del norodeste japonés para que podamos legítimamente horrorizarnos por el desastre tanto como habríamos de hacerlo por las matanzas de los mercenarios de Gadaffi, las hambrunas del cuerno de África o el dolor de los habitantes de las habitaciones de los terminales en la sección de oncología del hospital que hay a unos metros de mi casa.


¿Cómo he de distribuir mi horror? ¿Cómo otorgar proporciones equitativas a mi llantina? ¿Quien habrá de cuantificar el vigor y la sinceridad de mi conmiseración para que se me admita entre los justos? ¿Debo dejar de ver partidos de fútbol y de hacer el amor esta noche o me bastará con rezar? Quizá sólo podamos encender velas... si aún creemos en las velas.











En el chantaje del hipócrita troll resuenan -a modo caricaturesco- los ecos de una llamada mucho más seria: Adorno se preguntaba si era posible seguir escribiendo poemas después de Auschwitz. Debemos pensar contra Auschwitz, educar a los niños contra Auschwitz, pero es falso que estemos obligados a opinar sobre el dolor de los demás. Acaso ni siquiera podamos ponerle palabras al pavor nuclear, ese del que también participamos en estas horas en las que sospechamos que el gobierno del Japón no controla los riesgos de la central de Fukushima.



3. Pero sí ha de haber debate, desde luego que ha de haberlo. Un rufián acusaba hoy a los ecologistas y a los rojos en general de estar deseando que sobrevenga una catástrofe como ésta para poder confirmar sus teorías respecto a la maldad de la energía atómica. Aterra contemplar un mapa de las centrales nucleares del Japón. ¿Era imposible prever la acción combinada de un terremoto de grado 9 y el desastre de un devastador tsunami? Yo creía que eso de la seguridad consistía precisamente en eso, en ponerse en lo peor y eliminar los riesgos.




Se me ocurre pensar qué hubiera podido pasar en España en una situación similar. Aquí no puede ocurrir, Carlos Taibo tituló así uno de sus mejores ensayos. "Si aquí se diera una situación similar ya estaríamos teniendo que dar por perdida una provincia entera", me dice un compañero del seminario de Física. Joder, qué miedo da todo esto.














4. En un reportaje sobre la bomba de Hiroshima escuché algo estremecedor de un viejo superviviente que se salvó por encontrarse a cinco kilómetros de la ciudad cuando pasó el Enola Gay sobre la ciudad. Tras la terrible detonación, cuya onda expansiva le hizo volar desde un lado a otro de la habitación donde se hallaba, pasaron unas horas de angustioso silencio. De pronto, por un lindero del bosque, vio cómo se acercaba algo que se parecía a un ser humano. "Mi primera sensación fue que se trataba de uno de esos monstruos deformes de los bosques como los que aparecían en los viejos relatos japoneses que se contaban cuando yo era niño". Era, por supuesto, un hombre -o más bien su despojo- que huía del infierno con las fuerzas que le restaban. "Cayó ante mí y murió. Tardé mucho en entender qué sucedía".




5. No entendemos por qué los japoneses sonríen incluso en el mayor de los horrores. En algunas de las fotografías que nos llegan aparecen mirando a la cámara y sonríen. Pero hay aquí un lost in traslation. La leve sonrisa y el pronunciar un leve Hai forman parte de la delicadeza de los usos sociales del Japón. Pero ni la sonrisa indica felicidad -expresar felicidad resulta tan obsceno como expresar dolor o miedo- ni "Hai" significa "Sí", aunque eso sea lo que la traducción literal nos da a pensar.





6. El imaginario de la catástrofe nuclear forma parte de la cultura del japonés contemporáneo. En el sexto de los sueños de Akira Kurosawa, el film testamental del maestro de maestros, se nos relata la pesadilla de un Fujiyama incandescente por una serie de explosiones atómicas. Podemos pensar que aquel viejo manejaba traumas antiguos ya superados por las jóvenes generaciones de la isla.








Pero no es cierto, Kurosawa avisaba, nos avisaba a todos.











3 comments:

Anonymous said...

¿Qué piensas a cerca de las campañas de "recaudación de fondos" que están haciendo algunas ONG?
Tratándose de la 3ª potencia económica mundial llama un poco la atención, no te parece?
Un saludo.

David P.Montesinos said...

Hola, mi anónimo amigo. Hace unos días, el director de Médicos sin fronteras, una ONG magnífica y que realiza una labor ímproba, fue el primero en reconocer que las administraciones tenían que poner orden en el laberinto de las ONGS, pues se corría el riesgo de invertir dinero igual en gente que tenía objetivos maravillosos y la decisión y la eficacia de cumplirlos, y otros que se dedicaban a enseñar sexo tántrico. Le preguntaron si era razonable que la ciudadanía cuestionara la labor de las ONGS y contestó que no sólo era razonable, sino necesario, y que el ciudadano, y muy en especial el que contribuye activamente con estas organizaciones, está en perfecto derecho de exigir transparencia y resultados.

Dicho lo cual, te cuento. El otro día, a una amiga le llegó un sms de movistar, que te pedía que enviaras un sms con la palabra "japón" y por un coste de un euro y pico. Yo me pregunto por qué, en este caso y en otros muchos similares, incluyendo detergentes de lavadora, marcas de cacao para la leche o pantalones vaqueros. Lo que quiero decir es que todo esto resulta mosqueante. ¿Quien controla si movistar cumple?.Si uno quiere colaborar con Cruz Roja no sé por qué no lo hace directamente y sí accede a estos manejos tan raros, que me suenan igual que esos programas de la tele donde unos famosos se ponen al teléfono y recaudan pasta para no sé qué desastre.

notorius said...

Querido David, efectivamente, el gran Kurosawa nos avisaba en sus "sueños". Pero el tema viene de lejos. En los años 50 hicieron lo mismo Russell y Einstein. En fin...
Saludos. Notorius.